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Pero el terrible fallo estaba echado por los hombres de sangre, que á falta de razones, exponian sus voluntades con el grito y la amenaza. «¡Lejos de « nosotros, exclamó el feroz Thuriot, lejos las in<< fluencias de los reyes! No suframos por modo alguno que los ministros de las córtes extrangeras formen aquí un congreso para intimarnos la vo« luntad de los bandidos coronados. ¿Seria que el déspota castellano osase amenazarnos?........ »

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Una voz le interrumpió diciendo: «Ni una sola palabra ha sido dicha de amenaza.»

Pero Thuriot, con su mirada de serpiente dirigida y clavada sobre el lugar donde la voz habia sonado, «no, repitió de un tono irónico, no, ni una << sola palabra de amenaza para aquellos que no quieren ver ni entender las ideas combinadas por «el crímen y la maldad contra la independencia de «la pátria. ¿Se querria formar un congreso de tes<< tas coronadas para juzgar al ex-rey y juzgarnos á <« nosotros? Seamos grandes, seamos fuertes bajo el << escudo de la ley; deshagamos y rechacemos esas << reales intrigas.... Tal vez el rey de España no ha « perdido la esperauza de reinar sobre nosotros, ex<tinguida que podria ser esta rama de su familia. que tenia la corona de la Francia. La constitucion «no ha dicho nada sobre sus pretendidos derechos, «y aunque el reinado está abolido, él sin duda -se alimenta todavía de estas ilusiones, y ha probado á mandarnos. »

Tales despropósitos fueron aplaudidos con ruidosa voceria de alto á bajo de la sala, y los buenos se intimidaron, y ninguno se aventuró á sostener la voz de una corte extrangera, y un ignoble órden del dia respondió á los oficios amigables del rey de las Españas. ¿Se agotó por esto la paciencia de nuestra córte? Sin atender á otro objeto que á su heróica resolucion de evitar á la Francia un gran delito, de impedir un suceso que encerraba en sí los elementos de una guerra universal, y atender al dolor de aquel rey desamparado mientras luciese un solo rayo de esperanza de poder salvarle, nuevas órdenes fueron despachadas á Ocariz para redoblar sus esfuerzos y seguir sus oficios, ora privados y secretos, ora públicos y patentes, cuanto, salvo el honor de la corona y atendidas las circunstancias y los instantes perentorios, le sugiriesen su lealtad y su talento. Mientras tanto el gobierno de la convencion, alteradas en su provecho nuestras notas, y oponiéndose bajo pretextos especiosos á retirar sus tropas de las inmediaciones de Bayona, apañado el texto por manera que su admision equivaliese á reconocer por nuestra parte la república, firme en su camisin que su conducta injuriosa con la España lo arred rase, y sin darse por entendido ni ofrecer excusa alguna acerca del brutal desecho que habian. sufrido nuestros ruegos, estrechaba por la adopcion del tratado pendiente, y á su dura exigencia añadia las amenazas. El orgullo español hizo prueba

no,

aquellos dias de saber reportarse, todo fué tolerado con dignidad: lo que en aquel momento no debia concederse, fué aplazado con dulzura, concertando el tiempo favorable, y aguardando.

Este tiempo fué bien corto. El fin llegaba, y cuando el encargado de nuestra corte vió que nada era bastante para quebrar la prepotencia de los que impulsaban la convencion y la llevaban al sangriento desenlace, alzó la voz de nuevo y por segunda vez interpuso los ruegos del piadoso Cárlos IV; noble grito y postrimer recurso de salvacion sobre el borde del abismo ya entreabierto para hundir la triste víctima. En la aciaga noche del 17 de enero, acabada ya la votacion sobre la suerte del rey de los Franceses, y comenzado el escrutinio, mientras se contaban los sufragios de vida ó muerte, fué anunciado á la convencion el nuevo oficio del enviado de la España. Ocariz renovaba en él las proposiciones de mediacion y garantía que desde diciembre anterior tenia indicadas al consejo ejecutivo, encarecia vivamente los deseos y los ruegos de Cárlos IV, y sin pedir en aquel trance mas favor que la vida del monarca francés, añadia <«< estar pronto á remi

tir á nuestra corte cualesquiera condiciones hon« rosas que la convencion estimase necesarias y bas<«< tantes para desistir de aquel proceso y terminarlo, «< como asunto mas propio de una solucion política, « por la via de un tratado que seria la gloria de las dos naciones, solucion venturosa, digna de nues

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«tro siglo, prenda cierta de la paz de la Europa, y « fundamento mucho mas firme para la independencia de la Francia.» Trescientos miembros de la convencion, por lo menos, esperaban palpitando que se admitiese á la lectura aquella carta, y que se abriera el campo á una nueva discusion por la cual fuese dado suspender tan siquiera el golpe irrevocable: mas los que ansiaban por la sangre, fuertes y poderosos por el terror que imponia su clientela armada y furibunda, se opusieron á la lectura, y no faltó un Danton que propusiese declarar la guerra á España en aquel acto. Un nuevo órden del dia fué otra vez la respuesta á nuestros ruegos bajo la grita amenazante de la sala y las tribunas.

IV

¿Por qué dura fatalidad se encontró solo Cárlos

para una empresa tan humana y tan loable? Con su voz, con su nombre y con su apoyo es cosa cierta que se alentaron muchos ánimos y que fueron ganados muchos votos favorables. ¿Qué habria sido si la Inglaterra se hubiera unido á sus oficios? ¿qué si otros reyes poderosos se le hubieran allegado? todo el mundo sabe cual fué la endeble mayoria que llevó al suplicio al rey de los franceses. En tan apurada situacion y en momentos tan decisivos, pues las armas no podian librarle, le debieron salvar y le podian haber salvado la política y

los ruegos.

Como quiera que hubiese sido, hecho nuestro deber el bien de la Francia, por la paz del

por

mundo, y por la religion del parentesco, consumados que hubieron sido por parte de la España todos los oficios amigables de conciliacion y de concordia, una vez que hubo caido la cabeza del augusto gefe de los Borbones, la negociacion fué arrumbada, y al ministro francés que aun estrechaba, le hice reconocer, no sin pena de su parte y de la mia, que su presencia y sus gestiones en tan tristes momentos eran incompatibles con el luto de la corte.

¿Se podrá creer que el conde de Aranda insistió todavía por la prosecucion del tratado, goteando aun sangre el cadáver del monarca por quien el rey de España habia rogado inútilmente? «No, le dije «< con afliccion, un tratado pacífico en tales circuns«<tancias con la república francesa, seria mengua, « des honor, connivencia con el crímen, y grande «< escándalo de la España y de todas las naciones.

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De la actitud hostil y provocativa que mostró la convencion francesa contra los demas gobiernos de la Europa en la época del proceso y condenacion de Luis XVI.

Propios y estraños me han culpado de que quise y moví la guerra contra la república francesa. Ni la moví, ni yo la quise sino obligado por circuntancias

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