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Juan Contréras contestó:-"que esa mortaja no habia de servir para él, sino para el gobernador i sus tres consejeros el oidor don Alonso Bernardo de Quiros, el teniente don Mateo de Solar i el capitan don Baltazar Jerez."

La columna llegó a las dos de la mañana a una altura que dominaba a Concepcion.

Evidentemente, los sublevados tenian intelijencias en la ciudad; pero las personas comprometidas quedaron en la inaccion, porque sus pasos eran vijilados.

Don Francisco Ibáñez habia tenido denuncio de la intentona; oportunamente habia armado a los milicianos i vecinos de Concepcion; i estaba apercibido para hacer una porfiada resistencia.

Dos cañonazos disparados en la plaza manifestaron a los insurrectos que estaban descubiertos, i llevaron el desaliento a sus corazones.

Frustrada la esperanza de una sorpresa, no se atrevieron a atacar i entraron en transaccion.

El presidente envió comisarios a su campamento para asegurarles que el veedor jeneral estaba en libertad, i para demostrarles con las cuentas del situado que no habia fondos suficientes para pagarles todos los sueldos reclamados.

Habiendo sabido que con esto habian quedado perplejos i vacilantes, les prometió que procuraria mejorar su condicion, les afeó su conducta i les mandó que volvieran a Yumbel a ponerse bajo las órdenes de su comandante el sarjento mayor don Pedro de Molina.

Los amotinados obedecieron, pero se retiraron disgustados, de mala voluntad, murmurando. Antes de llegar a Yumbel, ya iban hablando de volver otra vez sobre Concepcion.

Acababa apénas de disiparse esta tormenta,

cuando el tercio de Arauco se levantaba impelido por la misma causa: el mal pago.

Los soldados de aquella guarnicion se sublevaron entre diez i once de la noche, al grito de ¡Viva el rei, muera el mal gobierno! i juraron ante una imájen de la Vírjen que matarian al que no entrase en la conjuracion, o se apartase de ella.

Acto continuo, empuñaron sus arcabuces i mosquetes, que miraban como los abogados mas poderosos para el pago de sus sueldos, i se pusieron en marcha sobre Concepcion.

En el paraje denominado el Estero Hondo, ocurrió una escena bastante curiosa.

El maestre de campo don Pedro de la Barra salió al encuentro de los sublevados.

Llegado a su vista, se apeó del caballo, e hincado de rodillas, les pidió con encarecimiento que desistiesen de su propósito por ser contrario a la fidelidad debida al monarca, al bien del reino i la honra del escuadron, que hasta la fecha habia sido el mas obediente del país; pero los soldados se irritaron con estas representaciones, i le amenazaron con la muerte.

El suplicante no tuvo otro recurso para salvarse, que echar a correr en medio de los denuestos e improperios.

Siguióle en su fuga el sarjento mayor don Pedro de Otálora, a quien los amotinados habian obligado a que les sirviera de jefe.

Ambos se internaron en un bosque inmediato. Los insurrectos habian recibido cartas en que sustancialmente se les decia que marchasen adelante sin intimidarse, i que serian sostenidos por los ex-sublevados de Yumbel i por los vecinos de Concepcion; pero ninguna de estas dos cosas su

cedió.

La nueva tentativa tuvo exactamente el mismo resultado que la anterior. Don Francisco Ibáñez sojuzgó el segundo escuadron, como habia sojuzgado el primero; i despues de haberle reprendido por su insubordinacion, le envió a su cuartel.

Algunos dias despues, varios oficiales i soldados del tercio del Yumbel se presentaron al sarjento mayor don Pedro de Molina solicitando que espulsara del cuerpo al teniente Juan Contréras, porque los habia engañado en la asonada anterior, i trabajaba en nuevas sediciones. Si no se accedia a esta peticion, segun esponian, la vida de aquel hombre turbulento peligraba.

El 5 de enero de 1703, don Pedro de Molina llamó a su casa a Juan Contréras para hacerle saber la pretension de sus camaradas.

El teniente respondió que los reclamantes no tenian razon para imponerle tan oprobioso castigo, i que él habia procedido en aquel asunto impulsado por varios magnates de Concepcion, a saber, el teniente jeneral don Alonso de Sotomayor, su hermano don Alvaro, el teniente jeneral don Antonio Francisco de Poveda i don José Marin de Poveda.

Sin embargo, habiéndose convencido de que su permanencia en el tercio era imposible, Juan Contréras, al dia siguiente, se colocó en la puerta de la iglesia, pidió a todos los concurrentes que por amor de Dios le perdonasen sus faltas, montó en seguida a caballo i se retiró de la plaza.

No obstante, la calma duró mui poco tiempo. El espíritu de insubordinacion se habia introducido en la tropa, i era difícil estirparlo.

Los soldados de Yumbel se quejaban de su comandante don Pedro de Molina, que, segun ellos decian, los trataba con mucha severidad, con du

reza, llamándolos indios borrachos, i hablando de hacerlos cuartos i de colocar sus miembros en el camino de Yumbel a Concepcion. Contaban que cuando Molina veia algun roble elevado i corpulento, esclamaba:-"Famoso árbol para ahorcar al revoltoso tal o cual!"

Mientras tanto, se esparció el rumor de que el presidente pensaba partir próximamente para Santiago.

Los soldados de Yumbel resolvieron entónces detenerle hasta que les pagasen los sueldos atrasados.

Para llevar a cabo este proyecto, comenzaron por destituir i espulsar al comandante don Pedro de Molina, que se refujió en el fuerte de San Cristóbal.

El 28 de febrero de 1703, convocaron a son de caja a todos los oficiales i soldados, i nombraron de jefe al capitan don José Marin de la Rosa por hablar mejor que los demas, i saber escribir.

El favorecido rehusó seis veces el peligroso puesto que se le ofrecia, pero las seis veces tornó a ser proclamado unánimemente, hasta que al fin se vió forzado a aceptar. El corazon le anunciaba una desgracia.

Los amotinados juraron delante de un crucifijo en presencia del cura i vicario don Francisco Flóres i Valdes sacrificar la vida por salvar a Marin de todo riesgo o perjuicio, si alguno le sobrevenia por causa de ellos.

Aquel compromiso solemne fué redactado por escrito, firmando al pié los que sabian escribir, i poniendo una cruz los que no sabian.

Entre los ajitadores de la tropa i los promotores del levantamiento, tuvo un papel principal el ex-teniente Juan Contréras.

El jefe de los sublevados nombró de ayudante a Leandro Contréras, hermano de Juan.

La insurreccion principió mal. Don José Marin de la Rosa despachó un correo a los soldados de Puren para que acudieran en su ausilio. Efectivamente, éstos se movieron; pero al fin les faltó el brio, i se volvieron a su cuartel. Los de Arauco no dieron signo de vida.

Habiendo don José Marin de la Rosa pedido consejo a don Antonio de Urrutia, éste le contestó una carta, que no llegó a sus manos, en la cual le disuadia del proyecto, diciéndole, entre otras cosas: "El rei no perdona a inobedientes, aunque sean un millon, como se ha visto por infinitos ejemplares en que han perecido por traidores mas de treinta mil hombres i otros mayores destrozos."

El respeto a la autoridad del rei i de sus lejítimos representantes era en la América una de esas construcciones ciclopeas que indudablemente han sido fabricadas por la mano del hombre; pero que unos pocos individuos no son capaces de destruir por sí solos. La menor de sus piedras no puede ser removida sino por fuerzas poderosas.

Los insurrectos no se acobardaron por el aislamiento en que se veian.

Desgraciadamente para ellos, habian cometido la torpeza de poner al presidente sobre aviso de lo que ocurria, remitiéndole con fecha 21 de febrero la carta que sigue:

"Señor. Siendo Vuestra Señoría el que con su patrocinio ampara el reino, i habiéndole enviado Su Majestad (que Dios guarde) para que mire por sus milites, Vuestra Señoría no atiende a ellos, llevado solo de su codicia, adulterando los sueldos, i no mirando los graves daños que pueden sobrevenir al reino, pues le miramos ya del todo perdi

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