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tino, era mantenido preso en el cuartel de dragones, i que, irritado con las autoridades, aceptó la invitacion de Gramuset para procurar hacer entrar en el plan a los soldados; i don Mariano Pérez de Saravia i Sorante, abogado natural de Buenos Aires, a quien Berney apreciaba mucho.

Saravia i Sorante tenia un temperamento bilioso i un carácter arrebatado, que le hacian desmandarse con frecuencia en sus escritos i alegatos, lo que le habia atraído continuas i severas reprimendas de la real audiencia, i le habia hecho perder la buena voluntad de los oidores.

El atrabiliario abogado sabía demasiado el desfavorable concepto que los miembros del tribunal superior tenian de él; i como entre sus prendas no se encontraba la humildad cristiana, que aconseja volver bien por mal, los aborrecia a muerte, i deseaba que se le presentara ocasion de hacérselo sentir.

Berney cultivaba estrechas relaciones con Saravia, a quien conocia desde Buenos Aires.

En una de las visitas que acostumbraba hacer a su amigo, le encontró leyendo una obra relativa a política de Indias.

Trabóse la conversacion sobre la materia del libro. El curso natural de la conversacion los llevó a hablar de la situacion de Chile.

El frances, que atisbaba una coyuntura para franquearse con Saravia i Sorante, cuya cooperacion juzgaba utilísima para la empresa, no dejó escapar la que se le ofrecia, descubriéndole sin rodeos cuanto se estaba fraguando.

Gramuset, con mucha prudencia, habia escrito en el plan que a los nuevos afiliados no debia revelarse quiénes eran los comprometidos; pero el candoroso Berney pensó que esta sabia precaucion

no se referia a Saravia, en cuya lealtad tenia una fe ciega, i así le confió todo lo que habia, sin callarle ninguna circunstancia.

XII.

El odio de Saravia a los oidores le hizo hallar santo el proyecto; perfectamente bien fraguado el plan. Se apresuró a ofrecerse para tomar parte en la conspiracion. Tachó aun a su interlocutor de demasiado lento en los preparativos. Berney tuvo trabajo en contener el entusiasmo de su amigo, i en impedir que sin tardanza, éste procurara atraer a varios parientes, que, aseguraba, aceptarian gus

tosos.

Por mas de un mes, Saravia estuvo conferenciando sobre el particular con Berney, sin que se resfriara su ardor.

Pero con el tiempo le fué viniendo la reflexion. Al principio, la novedad del proyecto i los estímulos de la pasion le habian impedido percibir las dificultades, los riesgos, la locura del designio. Pasado el primer deslumbramiento, advirtió aterrorizado que sin notarlo habia llegado hasta el borde de un espantoso abismo.

La consideracion de la situacion en que estaba colocado le llenó de congoja.

El terrible secreto de que era depositario le ahogaba materialmente.

Como la inquietud interior le impedia disimular, i como se hallaba ansioso de consejos que le alumbraran para salvarse, dejó escapar en una conversacion que tuvo sobre el descontento del reino con don José Sánchez de Villa Sana, uno de sus colegas en el foro, algunas palabras vagas, que

sin embargo importaban una revelacion oscura de lo que sabía.

Villa Sana no fijó por lo pronto en ellas su aten

cion.

Pero aquellas frases debieron estar preñadas de un sentido amenazante, porque no las olvidó.

En efecto, habiéndolas recordado, i considerándolas cada vez mas estrañas, fué a los dos o tres dias a buscar ex profeso a Saravia para pedirle esplicaciones.

Saravia, incapaz de callar por mas tiempo, lo confesó todo a su amigo, i le pidió consejo para salir de la tremenda posicion a que imprudentemente se habia dejado conducir.

Aquella revelacion espantó a Sánchez de Villa Sana. Así, sin vacilaciones, declaró a su atribulado colega que el único arbitrio que le quedaba para salvarse en este mundo del ignominioso suplicio en que debian ser castigados los vasallos desleales, i en el otro, del fuego eterno a que estaban condenados los malos cristianos, era denunciar aquel negro e infernal proyecto, al punto, sin tardanza de ninguna especie, al rejente de la real audiencia don Tomas Alvarez de Acevedo.

Saravia se apresuró a seguir este mandato o consejo, haciendo llegar por medio de una carta al conocimiento de Alvarez de Acevedo el 1.o de enero de 1781 todo lo ocurrido con la mayor parte de los pormenores.

XIII.

Sánchez de Villa Sana habia obrado con acierto al indicar a Saravia que se dirijiese al rejente, aunque no era el primer majistrado del reino. Chile estaba a la sazon gobernado por don Ambrosio

de Benavides, pero era éste un anciano, que solo pensaba en prepararse para la muerte. Á falta del presidente, la representacion de los intereses de la metrópoli estaba realmente desempeñada por don Tomas Alvarez de Acevedo, que era un cumplido togado español, austero de costumbres, grave en las maneras, cuerdo en el consejo, infatigable en el trabajo, eximio en el conocimiento de las leyes, idólatra de su rei, perspicaz en sus juicios, prudente como el que mas, reservado como él solo, incontrastable en las resoluciones, desdeñoso de las apariencias.

El conde de Aranda habia adivinado las sobresalientes prendas de aquel letrado, i le habia esperimentado en comisiones arduas, de que habia salido airoso.

Habia sido gobernador de Potosí, fiscal de la audiencia de Chárcas, oidor de la de Lima, presidente interino del reino de Chile.

Era el primer rejente que hubiera tenido la audiencia de Santiago, subdelegado del visitador jeneral en Chile, i superintendente de las temporalidades de los jesuitas.

Debia ser con el tiempo miembro del consejo de Indias.

En todos estos puestos, dejó rastros de su pasaje, recuerdos de su actividad, pruebas de su talento.

Cuando se habia hecho cargo de la fiscalía de Chárcas, habia encontrado ochocientos cuarenta i cuatro espedientes por despachar. En un año los habia estudiado todos, i puesto en cada uno la correspondiente vista.

En Santiago se portó igualmente laborioso. Durante el período de su rejencia, todas las causas anduvieron corrientes; ningun negocio esperimen

tó retardo; ningun litigante tuvo que quejarse por la morosidad de los trámites.

La fama de sus buenos servicios llegó hasta el rei mismo, quien le manifestó su complacencia en reales cédulas, que le dirijió con el especial objeto de hacérsela saber.

Tal era el hombre a quien acababa de delatarse el atrevido i disparatado plan de los dos franceses.

XIV.

El rejente comprendió desde luego toda la gravedad del caso; pero bien penetrado de la circunspeccion i tino con que era preciso obrar, conservó su sangre fria, i se guardó de tomar ninguna providencia precipitada.

Ordenó al delator que observara el mayor sijilo sobre el aviso que acababa de trasmitirle; i que sin darse por entendido con alma viviente de lo que habia sucedido, continuara estrechando, si posible era, sus relaciones con los conjurados. Hasta que el rejente determinara otra cosa, Saravia debia pasarle diariamente una noticia detallada de cuanto les oyera, i de cuanto ejecutaran.

El denunciante cumplió al pié de la letra estas instrucciones. Entró en comunicacion, no solo con Berney, sino tambien con Gramuset, a quien hasta entónces no habia visto. Puso en sus investigaciones la destreza de un espía de profesion, el ardor de un renegado que desea hacerse perdonar su complicidad en la maquinacion que denuncia. Dia a dia, informó a Alvarez de Acevedo de lo que iba descubriendo relativo al complot, i de lo que iba recordando haber averiguado ántes de la delacion.

Cuando el rejente se consideró en posesion de todos los datos precisos, comisionó a los oidores

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