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que de la voluntad de un superior. Para evitar estos inconvenientes dió San Benito una regla para los monjes del Monte Casino, compuesta de 80 capítulos, la cual fué admitida después por los monasterios que se iban fundando, y se hizo famosa en toda la cristiandad (1). En esta regla se prescribe la profesión solemne de la vida monástica, con lo cual se fijó la situación de los monjes, y se quitó la facultad de trasladarse en adelante á otros monasterios sin razonable causa. Son muy célebres, como las de San Benito, las reglas de San Basilio, San Agustín y San Francisco (2), que son las cuatro fundamentales, á las que pueden referirse todas las demás, que no vienen á ser más que modificaciones suyas (3).

(1) La regla de San Benito se dió hacia el año 530.

(2) No debe extrañarse ver que la regla de San Agustín va en el orden cronológico después de las de San Basilio y San Benito, porque aunque San Agustín vivió antes, la regla que hoy lleva su nombre no es la que el Santo hizo para el monasterio en que vivía una hermana suya, sino esta misma regla acomodada por San Benito de Aniana en el siglo Ix para los monasterios de varones.

(3) No se han de confundir las reglas con las constituciones monásticas, pues aunque antiguamente no había diferencia, hoy hay las siguientes: 1.o, que las reglas son las leyes que fueron dadas por los fundadores de las órdenes, y las constituciones son los estatutos hechos posteriormente en distintos tiempos por los Capítulos generales ó por las congregaciones de las órdenes religiosas; 2.a, que la regla no varía, y las constituciones se alteran con frecuencia, según las circunstancias de los tiempos y de los lugares; y 3.a, que la regla obliga más estrechamente que las constituciones.

$ 298.-Decadencia de la vida monástica, y creación de las Ordenes de Cluny, Camaldulenses, Cartujos y Cister

Con los desórdenes que trajo el régimen feudal, la vida monástica se relajó también, cesando el trabajo de manos con que solían mantenerse los primitivos monjes. Con el transcurso del tiempo llegaron á hacerse dueños de grandes riquezas, y los Abades, muchos de ellos legos, obtuvieron feudos de los Reyes, y les fué preciso cumplir en la guerra y en la paz con las

obligaciones que les imponían las leyes feudales (1). Todo esto, aparte las demás debilidades humanas, contribuyó á que se relajase la disciplina en los claustros, los cuales quedaron también bastante abandonados cuando en virtud de la fundación ó de privilegios pontificios quedaron exentos de la jurisdicción episcopal, sin tener todavía la organización jerárquica que se les dió después. Las riquezas y el establecimiento de los monasterios en las poblaciones habían sido causa de la decadencia de la vida monástica; el restablecimiento à su primitiva pureza tenía que hacerse, por tanto, bajo las siguientes bases, á saber: 1.a, la más absoluta pobreza, careciendo de bienes aun en común; y 2., el establecimiento de los monasterios en los desiertos. Así lo verificaron en el siglo x y xI los fundadores de las órdenes de Cluny (2), Camaldulenses (3), Cartujos (4) y el Cister (5), desde cuya época se introdujo la diversidad de Ordenes y su organización por congregaciones bajo la dependencia de un superior común.

(1) Véase á Cavalario, Instituciones canónicas, parte 1.a, cap. 41, pár. 16.

(2) Cluny, aldea antiguamente, 15 leguas al Norte de Lyón, en Francia, es hoy una pequeña ciudad, famosa por la abadia fundada por un Duque de Aquitania el año 920; uno de sus Abades la cercó después de muy fuertes murallas. Los monjes profesan la regla de San Benito, y están exentos de la jurisdicción episcopal y sujetos inmediatamente al Romano Pontífice por cláusula expresa de la fundación, contenida en el testamento. El Abad es el jefe de los monasterios de la Orden en toda la cristiandad. La historia ha conservado particularidades muy notables de esta abadía, dignas de mencionarse. Son, entre otras, el haber dado á la Iglesia cuatro Pontífices, uno de ellos Gregorio VII, y además muchos Obispos, Arzobispos, Cardenales é infinidad de personas ilustres por su virtud y santidad. De allí vinieron también á España los famosos monjes D. Bernardo y D. Rodrigo, Arzobispos de Toledo y de Santiago, los cuales tan funesta influencia ejercieron sobre las cosas de España, al decir de algunos escritores, aunque á nuestro juicio con muy poco fundamento. Allí murió el Papa Gelasio II, donde se había refugiado huyendo de las persecuciones de Enrique IV, y allí fué elegido también su sucesor Calixto II. Después de terminado el Concilio general I de Lyon, marchó á la abadía en 1245 una ilustre comitiva, movida de la fama que ya tenía por toda Europa, Iba en ella

el Papa Inocencio IV, los dos Patriarcas de Antioquía y Constantinopla, 12 Cardenales, 3 Arzobispos, 15 Obispos, San Luis, rey de Francia, su madre, su hermano el Duque de Artois y su hermana, el Emperador de Constantinopla, los hijos del Rey de Aragón y de Castilla, varios Condes y grande número de señores. Los monjes parece que no tuvieron necesidad de abandonar sus celdas para hospedar á un número de huéspedes tan considerable y distinguido; lo más sorprendente al tratar de esta abadía es el saber que, según consta de un catálogo antiguo, llegó á tener en su biblioteca, copiados por los monjes, 1.800 volúmenes. Diccionario geográfico de M. Corneille, de la Academia francesa y de la de inscripciones y medallas.

(3) La Orden de los Camaldulenses tomó el nombre de Camaldoli, aldea de la Toscana, á diez leguas de Florencia. Fué su fundador, el año 1009, San Romualdo, natural de Ravenna y descendiente de una familia ilustre. También profesan la regla de San Benito, y se prescribe en uno de sus estatutos que los Monasterios de esta Orden estén situados por lo menos á cinco leguas de las grandes ciudades. Esta abadía es cabeza de todos los monasterios.

(4) Chartreuse, ó la Cartuja, es un célebre monasterio en Francia, en el Delfinado, á cuatro leguas de Grenoble; fué fundado en 1068 por San Bruno, natural de Colonia y Canónigo de Reims. Está situado entre dos fragosas montañas, donde al principio no había más que seis humildes cabañas para los seis compañeros que llevó consigo el austero fundador. La abadía es cabeza de la Orden, en la cual reside el General, y en ella tienen habitación el Rey y el Obispo de Grenoble. (5) Cisteaux 6 Cister, abadía cabeza de la Orden de San Bernardo, en la Borgoña, diócesis de Chalons, fué edificada en un desierto por los Duques en 1089, siendo su fundador el Abad de Molesme, San Roberto. El Arzobispo de Lyón aprobó el instituto como Delegado del Romano Pontífice; en ella estuvo San Bernardo. Dió cuatro Papas á la Iglesia, además de un grande número de Obispos y de Cardenales. El Abad del Cister es el General de toda la Orden.

$ 299.-Nuevo aspecto de las órdenes monísticas
desde el siglo XII en adelante

Examinando con atención filosófica las órdenes monásticas hasta el siglo XII, y desde el siglo XII en adelante, es fácil observar una diferencia muy fundamental entre una y otra época. Hasta el siglo XII la vida monástica es la vida del aislamiento y de la soledad en medio de los desiertos; los monas

DER. CAN.-TOMO I

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terios debían estar alejados de las poblaciones como medio de conservar la pureza de su institución; los monjes, entregados á la contemplación, á los rigores de las penitencias y al ejercicio de las prácticas religiosas, parece como que se olvidan del resto de la sociedad, y que sólo piensan en procurar su propia salvación (1). Es verdad que ellos disecan pantanos, descuajan terrenos fragosos y los reducen á cultivo, que las ciencias fugitivas encuentran benévola acogida en aquellos lugares solitarios, y que copiando los libros de la antigüedad que han llegado á sus manos, consiguen libertarles de la acción destructora del tiempo; pero todo esto y otros muchos beneficios que se encontró la sociedad al terminar los siglos de la Edad Media, no quita á la vida monástica esa fisonomía particular con que la acabamos de retratar. Desde el siglo XII las órdenes monásticas presentan otro aspecto, porque los nuevos fundadores se olvidan de los desiertos y establecen los monasterios en medio de las poblaciones, en las cuales, sin faltar á su primitivo instituto, se proponen realizar un pensamiento social y humanitario en beneficio de la sociedad, con la que se han puesto ya en comunicación más directa. Consiguiente á esto, vemos establecerse las Ordenes militares de caballería, las de redención de cautivos, las hospitalarias para cuidar los enfermos, las de los escolapios para la enseñanza, las de las misiones y otras varias (2).

(1) En tiempo de los arrianos, los monjes fueron trasladados de los desiertos á las poblaciones, y consta también que San Basilio constituyó monasterios en las ciudades inmediatas al Ponto, ó para que los monjes estuviesen más prontos á combatir á los herejes, ó para libertarlos del contagio de la herejía: Sozom,, lib. VI, cap. 17; Socrat., lib. IV, cap. 26. Pero ésta fué una situación transitoria, por decirlo así, pues por lo demás, la índole del primitivo monacato es la vida solitaria, como lo indica la misma palabra; y así es que, como acabamos de ver, este mismo es el espíritu que prevalece en la fundación de los monjes de Cluny, Cartujos, etc. La palabra monje, según San Isidoro, lib. VII, de las Etimologías, cap. 13, se deriva de dos griegas, que significan la una soledad, y la otra tristeza; hé aquí sus palabras en el canon 8 de la causa 16, cuestión 1.a: «Agnoscat (el monje) nomen suum: Monos enim græce, latine est unus: achos græ

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ce, latini tristis sonat. Inde dicitur Monachus, id est unus tristis. » (2) Las mismas Ordenes de mendicantes, cuyo primitivo fundador fué San Francisco de Asís en 1208, ya no llevan ese sello del aislamiento con que se distinguieron los primeros monjes, sino que se establecen en medio de las poblaciones; y aunque no tienen ningún voto especial fuera de los constitutivos de la vida monacal, se dedican á los estudios de las ciencias y aun á la enseñanza, y toman parte de mil maneras en los trabajos del ministerio parroquial, por lo cual son considerados con razón como sus más celosos colaboradores. En esta clase debemos colocar muy especialmente la insigne Orden de Predicadores, fundada á principios del siglo XIII por el célebre español Santo Domingo de Guzmán, Canónigo de Osma, cuyos esfuerzos fueron tan eficaces para extinguir la ruidosa herejía de los albigenses. Fué confirmada por Inocencio III en el Concilio IV de Letrán, año de 1215. Extinguida en Francia con todas las demás Ordenes monásticas durante la revolución, ha sido restablecida en estos últimos años por el abate Enrique Lacordaire, Canónigo honorario de París, y uno de los más distinguidos oradores de los tiempos modernos.

$ 300.-De las Ordenes militares de Oriente

La importancia de las Ordenes militares apenas puede concebirse en nuestros tiempos, no remontándonos hasta su origen. Para ello debe recordarse que la Europa se levantó en masa y marchó al Oriente con sus ejércitos de Cruzados para arrancar los Santos Lugares del poder de los sectarios de Mahoma, y contener la marcha triunfante de los enemigos del nombre cristiano (1). A esta santa empresa se asociaron unos religiosos establecidos en Jerusalén, conocidos con el nombre de Templarios, Hospitalarios y Teutónicos. Los Templarios, llamados así porque tenían su casa cerca del templo del Señor, al principio únicamente se ocuparon en defender por las cercanías los peregrinos que llegaban á Jerusalén. Los Hospitalarios tenían á su cuidado los enfermos del hospital de San Juan. Los Teutónicos (procedentes de Alemania) cuidaban de los enfermos de su país en el hospital que tenían para este objeto en la Ciudad Santa. Todos estos religiosos, en los apuros en qué sucesivamente se fueron viendo los cristianos, tomaron las armas y se hicieron soldados, uniendo después, con la aprobación pontificia, á los tres votos generales, el cuarto de

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