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«En el centro del arco habia una gran cruz cubierta de crespon
negro con chapas de plata en el centro i a los piés.

«La casa del señor Horeau, ademas, tenia en la parte superior
cortinas de gasa negra con franjas blancas.

Este era el punto que mas llamaba la atencion por el buen gus-
que se habia tenido al tratar de manifestar el dolor por el terrible
golpe que ha venido a herir a todos los católicos.

«En el palacio arzobispal habia tambien grandes cortinajes ne-
gros con festones blancos.

Poco antes de la una de la tarde poníase en movimiento el
numérosísimo cortejo presidido por el Iltmo. señor Larrain Gan-
darillas, Vicario Capitulár. La urna era conducida en hombros
de sacerdotes i cuatro canónigos llevaban los cordones. Un piquete
de cazadores resguardaba el féretro. Formaban parte del cortejo
fúnebre las siguientes corporaciones:

1.° Los niños de San Vicente de Paul.

2. Los asilados del Hospicio.

3.o Escuelas públicas municipales, que formaron calle.

4. Id de Santo Tomás de Aquino.

5. Los niños del Patrocinio de San José.

6. Las cofradías del Cármen de San Agustin, de Belen, de los
Sagrados Corazones, etc, etc; todas las cuales llevaban sus est an-
dartes enlutados,

7.o Seguian las comunidades i congregaciones i el clero en este
órden.

«Capuchinos, Recoletos Franciscos, Franciscanos, Agustinos,
Sagrados Corazones, Jesuitas, Lazaristas, Redentoristas, Merceda-
rios, Domínicos i Recoletos domínicos.

Seguian el Seminario, el clero secular, que ocupaban ambos
costados del cortejo. Mas atrás venia el Cabildo eclesiástico i el
Ilustrísimo señor Obispo de Martirópolis, que marchaba adelante
del féretro, con otros varios sacerdotes i la capilla de cantores.

<Tras del féretro venian los deudos del ilustre difunto, la muni-
cipalidad, el Intendente, los Jefes de la Guardia Municipal, la
sociedad de señoras de la Inmaculada Concepcion, el Círculo Ca-
tólico, el de Colaboradores de La Estrella de Chile, la Sociedad
de San Luis Gonzaga, varios Senadores i Diputados, el directorio
del partido conservador i gran número de sus miembros, los jue
ces del Crímen con sus secretarios, los edecanes del Congreso i
del Presidente de la República; el señor Ministro Amunátegui, con

el oficial mayor de su Ministerio, el señor Bernales, en representación de la Corte Suprema; Barceló por la Corte de Apelaciones; el Rector i profesores del Instituto; el señor Domeyko i otros miembros de la Universidad; miembros de la Facultad de Medi. cina; las comisiones de ambas Cámaras; el Cuerpo diplomático representado por los señores Baron d'Avril i Arrieta etc; otra corporacion de señoras, un piquete de policía con la banda de músicos, al mando del capitan Corey; al batallon 4.o de línea, al mando del coronel Amunátegui, i la inmensa cantidad de pueblo.

«Nuestros lectores comprenderán que la anterior enumeracion es por demás incompleta. Punto ménos que imposible seria men cionar aquí todas las corporaciones i personas notables que for. maron parte de este cortejo sin ejemplo por su número, por su posicion, por el gran recojimiento que se notaba en todos los semblantes.

El cortejo habia ya llegado a la plaza (dos de la tarde) i todavía no salia de la Alameda, ocupando sin interrupcion toda la calle de Ahumada,

Los balcones de las casas debajo de los cuales pasó el cortejo estaban realmente atestados de señoras i caballeros, lo mismo que ambas aceras.

«La banda de músicos tocó con notable acierto marchas fúnebres que hacian mas imponente i aumentaban la tristeza de esta gran manifestacion de duelo hecha por todo un pueblo. Porque todo Santiago asistió al cortejo i se unió en espíritu a los que lloraban al ilustre difunto.

«Las comunidades i el clero entonaban el Miserere, cuyos ecos iban a perderse en los aires conmoviendo profundamente todas las almas.

«Las congregaciones piadosas, a que se unian numerosísimos fieles, rezaban en voz alta el Santo Rosario.

«El cortejo comenzo a llegar a la plaza a las dos de la tarde. A las dos i cuarto doblaban por el costado norte, para recorrer los costados del este i del norte, las diversas comunidades relijiosas, i seguida de los demas sacerdotes.

A las dos i veinticinco minutos entró en la plaza el féretro i a las dos i cuarenta, llegó a la puerta principal de la iglesia metropo. litana, conducido por los señores Olea, Jara, Plaza, Fernández i otros sacerdotes de los que hemos nombrado al principio.

Excusado nos parece decir que de trecho en trecho se detenia

el féretro, se rezaba un responso, se asperjaba la urna i seguia después su marcha en medio de los tristes i conmovedores ecos del Miserere.

«El féretro, entró en la iglesia i fué colocado sobre el catafalco preparado de antemano en la nave central, al pié del presbi terio.

«Nuestra iglesia Metropolitana presentaba un aspecto sobre modo imponente, con sus grandes cortinajes i colgaduras negras, todas sus columnas i altares estaban enlutados. Lo propio se veia en los púlpitos, que ostentaban coronas blancas con cintas ne gras.

«Debajo de cada araña habia hermosas coronas de azucenas con cintas negras.

«Sobre el catafalco se veia un grande i hermoso dosel colgado desde la techumbre de la nave central, que caia en cuatro grandes cortinas negras con franjas blancas sobre columnas de mármol truncadas, que estaban en los cuatro estremos del sitio que debia ocupar la urna.

«Cuatro grandes jarrones rodeaban tambien el catafalco, además de algunos mas pequeños que sostenian macetas de flores i verdura.

«Todo habia sido primorosamente dispuesto, de forma que cada objeto dispertaba en el alma pensamientos trites i lugubres.

«Cuando penetró en la iglesia el féretro, ardian sobre los cuatro grandes jarrones teas funerarias

«Colocada sobre el catafalco la urna, se canto un responso i en seguida el oficio de difuntos.

«En el coro habia una verdadera orquesta bajo la direccion del maestro Hempel, pues estaban nuestros artistas mas conocidos.

«Tal ha sido, en pálido, tosco e incompleto bosquejo, el duelo público de hoi. Todo el pueblo ha tomado en él parte, todos hemos elevado nuestro espíritu al Dios de las infinitas misericordias para pedir por el Pastor ilustre i querido que nos abandonó en el momento en que menos podiamos temerlo.

«¿Quién no se ha unido con todas las veras de su alma al duelo de que acabamos de ser testigos? Quién ha podido, permanecer indiferente ante la actitud de esa muchedumbre inmensa que recorria hoi nuestras calles ansiosa de dar el último adios a su prelado, de verle por la última vez, de acompañarle hasta su última mo rada?

Cuando el féretro que llevaba los restos del querido i venerado difunto cruzaba nuestras calles, todas las miradas estaban fijas en él i se lamentaba como una desgracia el no haber alcanzado siquiera a verle.

Esta misma ansiedad produjo en algunos momentos confusion; pero a penas llegaba alguna de las personas que dirijian la marcha del cortejo, el órden se restablecia.

Ninguna sombra vino a empañar esta manifestacion de duelo público dado por un pueblo eminentemente católico.

Cuando el féretro llegó a la plaza, èsta presentaba un aspecto imponente. Todos los balcones de los edificios estaban llenos de jente. Por los portales era imposible dar un paso. Lo mismo sucedia en las gradas de la Catedral i áun en el centro de la plaza.

Fué necesario adelantarse a abrir paso para que el cortejo pudiera llegar a la Iglesia.

Cuando el cortejo entró, una ola inmensa de jente se lanzó sobre las puertas i gracias a la prudencia de los circunstantes todo pasó en órden.

No ha habido desgracia ninguna que lamentar.

Nos seria absolutamente imposible calcular, ni aun aproximadamente, el número de personas que ha tomado parte en este gran duelo, que por mucho tiempo vivirá en la memoria i el corazon de los católicos. Todo cálculo seria inferior a la realidad. Nos bastará por tanto decir que las calles que atravesó el cortejo estaban llenas de jente i aun en nuestra espaciosa Alameda se notaba estrechez, falta de lugar para contener holgadamente a los espectadores.

Esto, sin contar la jente que habia en todas las casas, de una i otra acera.

Los balcones del Hotel inglés, así como los altos del Portal Mac-Clure i todas las localidades del edificio de las Cajas estaban ocupados por señoras i caballeros, la mayor parte vestida de riguroso luto.

En las bocas calles se habian formado tacos de jente que era imposible atravesar, sobre todo mientras pasaba el inmenso cortejo.

Los oficios cantados en la Catedral terminaron a las cuatro i media de la tarde.

La sepultura en que reposarán los restos del ilustre difunto está

ya terminada. Se halla en la nave del norte, al lado del altar de San Juan Evanjelista construido a espensas del ilustre difunto.

El ataud que debe encerrar los restos del Ilustrísimo i Reverendísimo señor Arzobispo está ya en la Catedral. Es de caoba i tiene en la tapa una magnífica cruz de plata.

Muchas tiendas i almacenes del comercio estaban cerrados en las calles que debia atravesar el cortejo.

Los miembros del Gobierno que asistieron a la traslacion permanecieron en nuestra Iglesia Metropolitana hasta que se concluyó de cantar el Oficio de difuntos.

Ahora, despues de haber apuntado en esta reseña cuanto recuerda nuestra memoria, así en tumulto, conforme nos venian las impresiones, solo nos resta felicitar a este pueblo católico que se ha manifestado tan digno de serlo con su actitud de hoi. Por su moderacion, por su recojimiento, se ha hecho digno de elojios i bien se ve que son verdaderas las lágrimas que ha derramado, i es sincero el dolor que siente por la muerte del la muerte del que fué nuestro amado i venerado Pastor. ¡El que desde la rejion de eterna ventura ha sido testigo de lo que su grei ha hecho pedira por su patria i por sus hijos al Dios de las misericordias!»

Al dia siguiente, 14 de Junio, se celebraron en la Catedral so. lemnes exequias de cuerpo presente, siendo incapaces las vastus naves de la iglesia para contener la concurrencia. A ellas asistieron representantes del Gobierno, del Congreso, de los tribunales de justicia, del cuerpo diplomático, del Ejército, de la Municipa lidad, i de todas las corporaciones relijiosas. Allí estaba el clero en su casi totalidad, las comunidades rilijiosas i lo mas distingui do de la sociedad de Santiago. La misa se celebró con grande e imponente solemnidad, inspirando en el ánimo de los concurrentes esa santa i saludable tristeza que producen las ceremonias con que honra la Iglesia los restos mortales de sus hijos. El presbítero don Mariano Casanova, Gobernador eclesiástico de Valparaiso, pronunció despues de la misa una elocuente oracion fúnebre.

En la tarde del mismo dia fueron inhumados los restos del sefor Valdivieso en la sepultura que se habia preparado, donde reposarían hasta que se erijiese una tumba mas digna de él.

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