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CAPITULO IX.

Reunion electoral en el consulado.-El conde de Toro entrega las insignias de gobernador al pueblo soberano.- Discursos de su secretario y del procurador de la ciudad. Instalacion de la junta soberana, y personas que la compusieron. Regocijos públicos. La real Audiencia forzada á jurar obediencia á la junta, y sus circulares á los sudelegados de las provincias. — Principios de fusion entre los partidos; tendencia del clero y de los realistas á adoptar las ideas de la revolucion.

Apenas los primeros albores anunciaron la venida del dia 18 de setiembre, cuando ya se manifestó en todos los barrios de Santiago una grande ajitacion. La llamada de cajas de guerra, á la que los soldados y milicianos acudian de todas partes, parecia tambien querer despertar á los ciudadanos para que se preparasen á asistir, unos como espectadores, y otros como actores, al gran drama que iba á emancipar el país, dar soberanía y nuevo ser á sus habitantes y asociarlos á todos los actos lejislativos, como miembros de una nacíon libre é independiente.

Por órden del presidente, las tropas habian ocupado muy de mañana sus respectivos puestos. El rejimiento de la princesa, bajo las órdenes de Don Pedro Prado, ocupó toda la estension de la cañada, comprendida entre San Diego y San Lázaro; el del Príncipe, mandado por el Marques de Montepio, fué dividido por compañías, tres de las cuales ocuparon las cuatro avenidas del consulado, mientras las demas se encargaban simultáneamente de mantener la tranquilidad en la ciudad, y de la guardia del cuartel de San Pablo. En la

plaza mayor, habia tomado posicion el rejimiento del Rey, en comunicacion, por medio de la compañía de línea de dragones de la Reina, con la de dragones de la frontera, establecida en la plazuela del consulado, al mando de don Juan Miguel Benavente, plazuela en donde se hallaban el comandante jeneral de las armas don Juan de Dios Vial Santelices y sus dos ayudantes, con órden de contener al populacho, y, sobretodo, de vijilar los facciosos para impedirles de turbar el órden de aquella solenne y augusta funcion (1).

Las personas con papeleta de convite eran las solas que podian atravesar los dos cordones de tropas que guardaban las cercanías del consulado, y entrar en la sala donde iba á tener lugar la ceremonia. Allí, llegaban separadamente, y muy pronto se hallaron reunidas cuatrocientas, las tres cuartas partes de las cuales, á lo menos, estaban imbuidas de los mas vivos sentimientos de patriotismo y afecto al Ayuntamiento, considerado como el jenio de la razon y del progreso. Cerca de las once, se presentó el conde de Toro con su asesor y su secretario, y precedido de las corporaciones eclesiástica, civil y militar. Solo la Real Audiencia tuvo por conveniente el no asistir, protestando, por el hecho de abstenerse, contra un acto supuesto de legalidad, con la esperanza de tener, tarde ó temprano, una ocasion favorable de satisfacer su venganza y sus resentimientos.

Bien que, segun el tenor de la esquela de convite, la reunion no tuviese mas objeto que el tomar medidas oportunas para poner el país á cubierto de la invasion de que estaba amenazado, sin pensar, ni remotamente, en mudar la forma de gobierno, el primer acto del pre

(1) Historia manuscrita de don Melchor Martinez.— Diario del doctor Vera.

sidente probó, noobstante, y desde luego, lo contrario. Apenas hubo ocupado el puesto que le habian preparado, declaró en alta voz que se despojaba del poder de que estaba revestido y lo depositaba en manos del pueblo soberano. Estas fueron las solas palabras que pronunció (1); pero su secretario Argomedo se encargó de esplicar los motivos, con el tono de convencimiento propio á penetrar una grande asamblea, y, en la viveza de su discurso, no pudo contenerse sin hacer la apolojía de las brillantes cualidades del gobernador, que, por el interes solo de la tranquilidad pública, habia tenido la suma jenerosidad de desistirse de un mando que desempeñaba tan gloriosa como felizmente,

Tras este discurso, el procurador de la ciudad don Miguel Infante pronunció otro mucho mas largo, en el cual empezó motivando el objeto de la reunion, y prosiguió hablando de España, de cuya situacion hizo la mas lastimosa pintura, considerándola ya á la merced de un conquistador tan feliz como ambicioso; recapitulando las turpitudes de Carrasco y sus injustas persecuciones contra los tres ilustres Chilenos, y quejándose de la ajitacion que desde algun tiempo á aquella parte reinaba en la ciudad, y que no provenia, á su parecer, mas que de la dilacion que habia habido en nombrar una junta reclamada con ansia por los deseos del público. Al tocar esta clausula, que era de su especial conocimiento, demostró la grande utilidad de semejante gobierno, sobretodo en circunstancias en que el país necesitaba obrar con mucha actividad y enerjía. « Es cierto, añadió él, que muchos, ya sea por temor, ó, mas bien, por ignorancia, se oponen á esta grande reforma; (1) Historia de don Melchor Martinez.

pero si estas personas ojeasen nuestros compendios de leyes, verian que hay muchas sumamente favorables á ella. » Y diciendo y haciendo, el orador ponia cuidado en citarlas, y aun de leer ciertos puntos al apoyo, sin olvidar el ejemplo que España les daba en aquel mismo instante, dejándose gobernar por una junta que no cesaba de aconsejar á las Américas formasen otras semejantes por el mismo modelo.

En este discurso, brillante todo de tino y de habi→ lidad, el orador Infante pedia, con intencion, que la junta no pudiese gobernar mas que en nombre de Fernando VII; porque si era cierto que sus miras sobre la suerte de su país se estendian mucho mas allá, tambien lo era que conocia la necesidad de acortar el vuelo patriotico á su propio corazon, y de emplear un lenguaje que diese satisfaccion á todos los partidos, sin esceptuar la Real Audiencia (1). Esto, porque sabia con certeza que si chocaba la opinion del pueblo, que aun tenia un síncero afecto á su jóven y desgraciado rey, se espondria á encontrar una fatal oposicion; y era, justamente, lo que él queria evitar. Por eso tenia que hacer violencia á su carácter y á sus sentimientos, procurando hacerse propio á la opinion de progreso, para que adquiriese influjo hasta en los negocios de estado, é imbuyéndolo, casi á pesar suyo, de sentimientos de amor propio y de interes público.

Es verdad que tal ha sido el carácter de las revolu→ ciones de la América española, en donde todas fueron hechas en nombre y en favor del monarca amado, sin que se haya pretendido darles un movimiento mas independiente; de modo que todas parecian haber sido (1) Conversacion con Miguel Infante.

trazadas por un mismo modelo, con el mismo objeto; y, en este particular, Chile se presentaba con principios absolutamente idénticos. Dejando á parte un cortísimo número de opiniones mas estremadas, todas las demas, con inclusion de muchas que se hallaban á la cabeza del movimiento, pensaban firmemente mantenerse bajo la dominacion española, y no deseaban mas que algunas reformas, tales como mejorar las instituciones, proporcionar fomentos, establecer las relaciones de la metrópoli y de las colonias sobre las verdaderas bases de la justicia, y quitar algunos abusos que se introducian, de tiempo en tiempo, en la sociedad, en despecho de la moralidad ejemplar de los presidentes. Tal era el pensamiento dominante de la nacion y de casi todas las personas reunidas en esta asamblea, las cuales aceptaron con universal aclamacion el nuevo sistema de gobierno, persuadidos de que su fidelidad no seria de modo alguno comprometida (1). Solamente, dos ó tres españoles, mas desconfiados ó mas avisados, quisieron oponerse á él; pero su débil voz no encontró eco, se apagó y se desvaneció al instante con el ruido del triunfo.

Despues que la instalacion de la junta hubo sido unánimemente aprobada, fué necesario buscar personas que por su probidad, posicion y conocimiento del manejo de asuntos administrativos, fuesen dignas de desempeñar aquel cargo elevado, y, gracias á una reunion que habia habido la víspera en casa de uno de los hijos del

(1) Al ver en el diario del ilustre patriota don Manuel Salas, escrito de su mano : « Los habitantes, sin esceptuar uno solo esta es la verdad y la escribo delante del dios de la verdad), sin esceptuar uno, volvieron los ojos á su buen rey, y á la nacion de que nacieron y dependen, etc. » Al leer, este pasaje de un hombre tan virtuoso y uno de los caudillos de la revolucion, no puedo persuadirme que hubiese en aquella época muchos Chilenos que tuviesen ideas ciertas y seguras tocante á sus proyectos de independencia.

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