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tuciones de un país es preciso, no sólo que sean intrinsicamente justas, sino que armonicen con su pasado, sus hábitos, su carácter i sus intereses. Lo que no significa que el culto de lo relativo se lleve al estremo de justificar las vergonzosas transacciones con la conciencia, que tantos hombres se han permitido bajo especiosos pretestos.

» Nunca hai razon para abjurar en principios el culto de lo verdadero i aun de lo ideal; i cuando se asume la grave responsabilidad de conciliarlos, mediante ciertas concesiones, con las exijencias de la actualidad, requiérese indispensablemente que la necesidad se halle bien demostrada, ó por lo menos que los resultados la justifiquen... Pueden tenerse opiniones fijas sin ser precisamente un sectario; así como se puede ser republicano sin desconocer la necesidad, i á veces el mérito relativo aunque esencialmente provisorio, de formas de gobierno distintas de la república. Bajo este punto de vista debe, nos parece, contemplarse la historia; remontar á lo pasado, no para condenar todo lo que á él se refiere, sino para recojer lecciones, que se cambiasen con los nuevos datos de la ciencia i las aspiraciones del progreso. >>

En pocas palabras, una constitucion debe tener, como Jano, dos faces, que miren una á lo pasado consultando las costumbres i los intereses lejítimos creados, otra á lo futuro, acomodándose con cierta elasticidad al necesario adelanto que emana de la evolucion natural. Méjico ha tenido muchas i diversas constituciones; la monarquía i la dictadura, la república unitaria i la federativa. ¿Cuál de ellas le era más apropiada? ¿En cuál se cifra su porvenir i debe perseverar? ¿Qué estorbos necesita remover á sus condiciones vitales?

Ante todo, démonos cuenta de los elementos perturbadores sin los cuales la evolucion política natural se hubiera producido allí como donde quiera. Son de dos jéneros uno esterno ú objetivo, otro sicolójico ó sujetivo. De los primeros contamos dos; el clero i la milicia de los segundos otros dos; la teoria i la imitacion. Un quinto, que reputamos misto, es la demagojia ó

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ambicion civil desordenada. El clero ha favorecido de ordinario al partido llamado conservador (que propende á aumentar la accion del gobierno). Pero en Méjico, durante la primera época revolucionaria, ó sea de 1810 á 1820, púsose el bajo clero del lado del partido llamado liberal (que propende á aumentar la independencia del individuo). Por lo que respecta al ejército, si bien se inclina tambien de suyo á apoyar al partido conservador (i de ahí su frecuente alianza con el clero ), ha puesto su espada en Méjico al servicio de todos los partidos, cuyos principios le importaban poco, con tal que el caudillo de cada revolucion asumiese el poder.

De los elementos sujetivos, la teoría (i llamo así las abstracciones fantásticas) ha propendido de ordinario á la adopcion de la forma republicana; la imitacion ha guiado, por no decir estraviado, à republicanos i monarquistas, teniendo los unos por modelo á los Estados Unidos de América, i los otros de ordinario á la Gran Bretaña. ¡Feliz privilejio de la raza anglo sajona! Pero no solamente privilejio, sino palmaria demostracion de que la raza i no las instituciones, son la causa del órden, la libertad, la industria i el progreso que en aquellos dos pueblos se ad. miran.

Examinemos ahora las formas de gobierno que han rejido en Méjico desde el coloniaje hasta el presente; pero no por su órden cronolójico i rigoroso, sino mas bien por el natural evolucionario, para mejor hacer resaltar la influencia de los elementos perturbadores. Es la primera en ámbos órdenes la autocracia ó monarquía absoluta. Pero no nos detendremos en ella, porque no sabemos que haya tenido en Méjico muchos partidarios, si es que ha tenido alguno. Planteada la constitucion española de 1812, una de las más liberales en su jénero, los mejicanos gustaron, aun ántes de su independencia, de las garantías individuales i la limitacion del poder público; tanto, que en 1820, cuando se restableció segunda vez en España dicha constitucion, el virei de Méjico se vió forzado á restablecerla allí tambien, á pesar de las instigaciones en contrario del rei Fernando VII. El curso de

la evolucion natural habia hecho dar un paso á la colonia en e camino político, preparando por el mismo hecho su independencia.

Estaba Nueva España rejida por aquella constitucion al independizarse en 1821, i como la independencia no fué resultado inmediato de la guerra con la metrópoli, que terminó casi por entero desde 1815, faltaba por ese lado el elemento perturbador de las armas. Si en aquella época los monarquistas hubieran podido consumar la independencia sin pronunciamiento del ejército, ó si á lo menos Fernando VII, ú otro de los príncipes llamado por el plan de Iguala, hubiese aceptado la corona que por él se les ofreció, mui posible i casi probable habria sido el establecimiento pacífico i durable de la monarquía moderada. Pero hecha la independencia por un caudillo militar, en cuyas manos quedó desde entonces el poder público, é insinuándose mui pronto en el espíritu de Iturbide la posibilidad i el deseo de confiscarlo en su provecho, introdujo en el tratado de Córdoba la necesaria reforma para que pudiese ocupar el nuevo trono cualquier individuo designado por las córtes. Elejido él mismo de la manera que el lector conoce, quedaban contra su trono varios elementos perturbadores que le amenazaban : 1.° El mal ejemplo dado por el pronunciamiento militar de Iguala que, como observa el señor Alaman, no tardaria en imitarse; 2.° La súbita elevacion á la dignidad real de un hombre oscuro i adocenado, que naturalmente habia de tener rivales entre los espadones conocedores ya del camino al poder; 3.o La teoría i la imitacion, abrigadas mui de buena fe por los republicanos. La caida de Iturbide estaba pues en la naturaleza de las cosas.

Prodújose de hecho por los mismos medios que su elevacion. El hombre que habria luego de quitar i poner toda clase de instituciones ménos la monàrquica, que se oponia à su sed de mando absoluto, el jeneral Santana, asesorado por un distinguido hombre civil, don Miguel Santamaría, ex-ministro de Colombia, que redactó el pronunciamiento de Veracruz à 6 de diciembre de 1822, derrocó la monarquía de Iturbide. Ménos que ninguno

pensaria Santana en apuntalar el trono para ofrecerlo á un principe europeo, como lo hubiera deseado el partido que se llamaba borbónico. Tenia, por consiguiente, que decidirse en favor de la republica, destinada, sin embargo, á desfigurarse en sus manos. Pero ni Santana ni Santamaría eran federalistas; i como además la república unitaria asemeja más que la otra á la monarquía constitucional, llegábale su turno en la evolucion. Pero no lo obtuvo, i ya veremos por qué. Entre tanto, i para terminar con la monarquía, examinemos si era posible i oportuna despues de su primer fracaso.

Reputamos erróneo el concepto de los monarquistas, que estimando este sistema provechoso por su propia virtud, júzganlo aplicable donde quiera que han visto fallar la república, sin de. tenerse á examinar si las causas de mal éxito no serian comunes á todas las formas políticas. En una palabra, han desconocido la verdadera naturaleza del gobierno monárquico (1); que no es sino una derivacion de la autocracia, una transaccion con la aristocracia i con la democracia, una institucion histórica, que supone ciertos antecedentes i base para subsistir, i cuyo poder se funda en los hábitos, la tradicion i aun el misterio inherente al derecho divino. Donde quiera que existe de vieja data i brilla i prospera esa institucion, ha tenido por antecesora la autocracia, que haciéndose insoportable á la misma nobleza, su cómplice, le ha arrancado una cámara de lores, como ésta se ha visto rivalizada más tarde por nuevos pretendientes sentados en una cámara de comunes. Al trasformarse así tan vieja institucion, ha ganado en el cariño i respeto de los pueblos, poco dispuestos a averiguar si ésa es la mejor forma posible de gobierno, toda vez que les da seguridad i libertad bastantes, desconocidas bajo el despotismo su antecesor.

Al trasplantarse la institucion à un país que no la ha conocido ó que se ha pasado algun tiempo sin ella, deja atras sus raices,

(1) Llamarė monarquía simplemente al gobierno (i monárquico lo que le atane) que comunmente se denomina monarquia moderada, constitucional ó parlamentaria.

niégale el sustento la tierra i se marchita i muere pronto. Faltan la tradicion i el respeto dinásticos, falta la aristocracia con sus oropeles i privilejios i fundos, que deslumbran á la multitud, i le sirven de broquel contra el monarca al defenderse ella misma. Nada de esto se improvisa; i en Méjico la aptitud monárquica perdió mucho terreno, ganado por el sentimiento democrático, en los años que siguieron á la caida del imperio de Iturbide. Mal ó bien, el pueblo tomaba parte en las elecciones; creaba congresos i presidentes, i aspiraba en sus capas medias á elevarse aún más; i sobre todo, á conservar sus nuevas prerogativas. De los jenerales es innecesario decir que la república servia á sus miras; escalar el poder por la intriga i el pronunciamiento, salvo raras escepciones.

Con espanto miraban los monarquistas, i en jeneral los oligarcas, la superposicion democrática, á que no contribuyó poco Mr. Poinset, ministro de los Estados Unidos, que habia residido largo tiempo en el país, aún ántes de obtener ese puesto, i que habia procurado combatir el principio oligárquico, entre otros medios, por la lojia yorkina contrapuesta á la escocesa. El siguiente pasaje del señor Arrangoiz (1), conservador, revela por un lado los progresos que la democracia hacia en Méjico, i por otro el pavor que enjendraban en el partido opuesto: «Se reunió å fines de marzo (1833) el congreso más rojo que basta entonces habia tenido Méjico; la mayor parte de sus individuos era de jentes nuevas en el teatro político, absolutamente desconocidas en la buena sociedad, de todas las razas puras i mistas, i algunos que se pusieron frac ó levita i guantes por la primera vez en su vida, para asistir á la apertura de aquellas sesiones. »>

Escesos cometidos entónces, como ántes i despues, sujerian en los monarquistas sistemáticos la idea de que su forma favorita habria de dar como por encanto á la patria el órden, la moralidad i el bienestar que se echaban de ménos. Así, uno de los más notables, don José María Gutiérrez de Estrada; en carta escrita al pre

(1) Mejico desde 1808, etc., vol. II. páj. 216.

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