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gó una en que Gramuset halló a Berney, no solo decidido, sino entusiasmado.

VII

El motivo de tal mudanza era el haberse franqueado con un sujeto que ocupaba una alta posición social en el país, i haber éste prestado la mas completa aprobación al pensamiento; i sobre haberlo aprobado, haber ofrecido su activa cooperación para llevarlo al cabo.

El nuevo i poderoso cómplice de la conspiración se llamaba don José Antonio Rojas.

Me parece que antes de continuar, conviene que se sepa con algunos pormenores quién era este caballero, tan amigo de novedades en un país i en una época en que no estaban de moda.

Don José Antonio Rojas, que tenía entonces unos treinta años, era mui noble i mui rico.

Había estudiado con conocido aprovechamiento las matemáticas en la real universidad de San Felipe.

Como una distinción a su mérito, i principalmente a su familia, había sido agraciado con algunos de los grados militares que, a manera de títulos honoríficos, solían darse a los criollos de su clase para que pudieran usar uniforme. Rojas mereció casi niño ser nombrado cadete de una de las compañías de infantería de la plaza de Santa Juana; i cuando adulto, capitán de caballería de uno de los rejimientos de milicia de Santiago.

El presidente de Chile don Manuel de Amat i Junient, elevado a virrei del Perú, llevó consigo a Rojas en clase de ayudante.

A los cuatro o cinco años de residencia en aquel país,

el mismo virrei le ascendió a correjidor de la provincia de Lampa, dónde consta, dice un documento oficial de aquella época, que Rojas se distinguió, i se hizo digno de las recomendaciones de sus superiores «por la actividad i celo que manifestó al real servicio, en el donativo gracioso de dos mil pesos que remitió a Lima, los quinientos por su parte, i los otros mil i quinientos que exijió de los vecinos de aquella provincia», i «por las disposiciones i providencias que dió para sosegar las inquietudes i alborotos que ocurrieron en su tiempo en las provincias de Chucuito i Puno; resultando igualmente de la pesquisa i residencia que se tomó al referido don José Antonio de Rojas del tiempo que sirvió este correjimiento, (cuya residencia se aprobó por la real audiencia de la Plata) que desempeñó exactamente su obligación en el uso de este empleo, poniendo la mayor atención en el cumplimiento de las reales órdenes, i en la utilidad, i beneficio del bien público, celando i castigando los pecados i escándalos públicos, esmerándose en que los indios fuesen bien instruídos i doctrinados en los misterios de nuestra santa fe católii tratados con la mayor paz i equidad, como lo certificaron los curas doctrineros i principales caciques de aquel distrito, ponderando el singular desinterés, acierto, equidad, justicia i cristiandad con que dicho don José Antonio de Rojas gobernó aquella provincia; i que en los alborotos i sublevaciones de la provincia de Chucuito i Puno, acudió personalmente con mas de setecientos hombres, costeados de su propio caudal, i se debió a sus acertadas providencias i disposiciones, el sosiego i quietud de aquellos moradores».

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El mismo documento concluye enumerando entre los méritos de Rojas el de haber reimpreso a su costa, i

previa la correspondiente licencia del virrei, para la instrucción de las milicias del Perú la «Ordenanza de Su Majestad en que se prescribe la formación, manejo de armas i evoluciones que se debe establecer i observar en la infantería de su real ejército» (1).

Después de los sucesos narrados, Rojas hizo un viaje a Europa; estuvo en España, i en Francia, donde dejó sus creencias de criollo hispano-americano para reemplazarlas por las doctrinas políticas i filosóficas entonces dominantes, particularmente en el segundo de aquellos reinos. Habiendo salido de América vasallo leal, volvió súbdito rebelde en el fondo de su alma.

Rojas trajo consigo una colección de instrumentos de física i química, i otra mui numerosa i variada de obras escojidas.

Lo que aquel viajero introducía en su patria era un caballo de Troya, una máquina infernal contra el réjimen establecido por los gobernantes peninsulares.

Aquellos libros eran, no los pesados pergaminos en folio, escritos en mal latín, de los comentadores del derecho canónico o civil, sino bellos volúmenes en francés o castellano, bien empastados, cuyo solo aspecto invitaba a leerlos, los cuales trataban de filosofía, política, literatura, historia, viajes, ciencias.

El contenido de tales obras era la revolución de América.

Entre ellos venía la Enciclopedia de D'Alembert i Diderot.

Esta sola obra me escusa de detenerme todavía mas en manifestar lo que eran las otras.

(1) Relación de los méritos i servicios de don José Antonio Rojas. fecha en Madrid a 25 de agosto de 1772.

¡El enemigo había sido introducido dentro de los

muros!

¿Cómo los severos guardianes de la colonia habían permitido tan enorme infracción de las leyes divinas i humanas?

Tal condescendencia solo pudo ser el resultado de un engaño, facilitado quizá por la crasa ignorancia de los ajentes de España que sabían la existencia de libros peligrosos, nocivos, endemoniados; pero que eran completamente inhábiles para distinguirlos.

Según una tradición, Rojas, a fin de burlar la vijilancia de las autoridades, cuidó de hacer poner en el lomo de las obras que habrían podido alarmar, títulos falsos, pero mui inocentes.

Se comprende con facilidad cuáles debían ser las ideas del hombre que tal cosa hacía.

Don José Antonio Rojas se puso a tratar seriamente con Berney sobre la manera de ejecutar lo proyectado.

No tardó en anunciarle que podían contar con dos ausiliares nuevos, e importantes, porque eran jefes de tropas.

Eran estos: don Manuel José Orejuela, limeño, que estaba comisionado para ir con una división militar a esplorar sí realmente había en las soledades de la Patagonia unos establecimientos europeos de cuya existencia se hablaba, el cual ofrecía, en vez de ir a su destino, sublevarse en Valdivia; i el otro don Francisco de Borja Araos, capitán de la compañía de artillería que guarnecía a Valparaíso, el cual se comprometía a entregar sus soldados a los independientes después de una resistencia de puro aparato, para poner en todo evento a salvo su responsabilidad personal.

Rojas agregaba que creía poder contar también con

los rejimientos de milicias que mandaban don Agustín Larraín i el conde de la Conquista don Mateo Toro, a quienes se lisonjeaba de hacer tomar parte en el plan, porque eran sus amigos íntimos, i además porque el segundo se hallaba irritadísimo con la real audiencia, que en varias ocasiones le había desairado, negándole el tratamiento correspondiente a su título de Castilla, i que le perseguía, a lo que murmuraba el conde, con sentencias notoriamente injustas, inspiradas por la mala voluntad a su persona.

La verdad de esta relación no tenía mas comprobante que la palabra de Berney.

VIII

Gracias a la cooperación de Rojas, el pensamiento descabellado de Gramuset i Berney principió, pues, a ser algo serio.

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tiem

Los dos franceses juzgaron entonces que era ya de ocuparse en los pormenores de la ejecución. Gramuset, hombre práctico i de ningunas teorías, se fijaba únicamente en los medios de acertar el golpe, i de aprovecharlo. Todos los artículos de su prospecto se reducían a dos mui sencillos: 1.0 proclamación de la independencia; i 2.o constitución de la dictadura.

El teórico Berney, mirando mas lejos que su camarada, se proponía fundar en Chile una de aquellas repúblicas modelos en que tanto había soñado.

Sin embargo, no hubo entre ellos largas discusiones sobre la materia. Los dos estaban acordes en las operaciones previas. Berney se lisonjeaba con que la simple lectura de su proyecto de constitución bastaría para

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