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La segunda parte del manifiesto trataba de la organización del estado.

Berney revela en ella ser un precursor de los socialistas del siglo XIX.

La república que propone debía tener por base las leyes del derecho natural. Su constitución era el desenvolvimiento de dos máximas evanjélicas, que deberían estar inscritas al frente de todos los códigos, que deberían estar grabadas en todos los corazones: Ama a tu prójimo como a ti mismo.-No hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo.

Si resucitaran, decía, los griegos i los romanos, se avergonzarían de sus repúblicas, contemplando la mía. La pena de muerte no debía aplicarse a ningún reo. La esclavitud sería abolida.

No habría jerarquías sociales.

Las tierras serían repartidas en porciones iguales. Gobernaría el estado un cuerpo colejiado con el título de El soberano Senado de la mui noble, mui fuerte i mui católica República Chilena. Sus miembros serían elejidos por el pueblo. Los araucanos enviarían, como los demás habitantes, sus diputados a esta asamblea.

Luego que la revolución hubiera triunfado, se levantaría un ejército; se fortificarían las ciudades i las costas, no con el objeto de que Chile diera rienda suelta a la ambición de las conquistas, sino con el de que se hiciera respetar, i no se atribuyeran a debilidad las concesiones que le dictaría la justicia.

Entonces se decretaría la libertad del comercio contodas las naciones del orbe, sin escepción, inclusos los chinos i los negros, inclusa España misma, aquella madrastra de América que había pretendido aislarla del resto de la tierra. Berney, reconociendo la unidad del

AMUNÁTEGUI.--T. VIII.

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jénero humano, proclamaba la fraternidad de las razas como proclamaba la fraternidad de los ciudadanos de una misma república.

El manifiesto termina por un oficio dirijido al rei de las Españas, en el cual se le notifica la resolución que acababa de tomar el pueblo chileno. Este oficio principia de esta manera:

«Al mui poderoso Monarca español saluda el soberano Senado de la mui noble, mui fuerte i mui católica. República Chilena.

«Poderoso Monarca:

«Nuestros ascendientes españoles tuvieron por conveniente elejir por reyes a vuestros ascendientes para gobernarlos; nosotros después de maduro examen i esperiencia, hallamos por conveniente dispensaros de tan to peso».

Después de una declaración que debía ser mui poco grata para los oídos de aquel a quien era dirijida, el proyectado senado le participa que sus ministros han sido despedidos del país con toda consideración, no obstante las demasías i arbitrariedades de que se han hecho reos.

Concluye anunciándole que los puertos de Chile estarán abiertos para las naves de la Península, como para las de todas las naciones, sean monarquías o repúblicas; pero que si España prefería la guerra a la paz tan jenerosamente ofrecida, encontrarían a los chilenos prontos i prevenidos.

X

Terminada la redacción del manifiesto, Berney, dejando el retiro de Polpaico, se volvió a Santiago, mui

satisfecho de su obra; mas tuvo la desgracia de perder el manucristo en el camino, i la de no poder encontrarlo a pesar de haber vuelto a recorrer el terreno, i de haberlo examinado palmo a palmo con el mayor cuidado. Padeció entonces angustias mortales.

El manifiesto no llevaba firma al pié, i no contenía ningún indicio claro que pudiera denunciar al autor. Sin embargo, Berney, en su terror, olvidándose de todo esto, se figuraba que el fatal papel había, por decirlo así, de tener una voz para delatarle.

No obstante, los días sucedieron a los días, sin que se fuera a pedir al conspirador cuenta de su conducta. Berney fué recuperando poco a poco la serenidad.

XI

Continuáronse con empeño los trabajos de la conju

ración.

Tres nuevos cómplices fueron alistados, a saber: un francés, don Juan Agustín Beyner, químico de profesión, minero por especulación, maquinista i fundidor en caso necesario, el cual debía encargarse de fabricar pólvora i municiones i de construir cañones de bronce. para fortificar el país; un gallego Pacheco, que había sido condenado, ignoro por qué motivo, a ser desterrado a Mendoza, el cual, mientras podía ser trasportado a su destino, era mantenido preso en el cuartel de dragones, i que, irritado con las autoridades, aceptó la invitación de Gramuset para procurar hacer entra en el plan a los soldados; i don Mariano Pérez de Saravia i Sorante, abogado natural de Buenos Aires, a quien Berney apreciaba mucho.

Saravia i Sorante tenía un temperamento bilioso i un carácter arrebatado, que le hacían desmandarse con frecuencia en sus escritos i alegatos, lo que le había atraído continuas i severas reprimendas de la real audiencia, i le había hecho perder la buena voluntad de los oidores.

El atrabiliario abogado sabía demasiado el desfavorable concepto que los miembros del tribunal superior tenían de él; i como entre sus prendas no se encontraba la humildad cristiana, que aconseja volver bien por mal, los aborrecía a muerte, i deseaba que se le presentara ocasión de hacérselo sentir.

Berney cultivaba estrechas relaciones con Saravia, a quien conocía desde Buenos Aires.

En una de las visitas que acostumbraba hacer a su amigo, le encontró leyendo una obra relativa a política de Indias.

Trabóse la conversación sobre la materia del libro. El curso natural de aquélla los llevó a hablar de la situación de Chile.

El francés, que atistaba una coyuntura para franquearse con Saravia i Sorante, cuya cooperación juzgaba utilísima para la empresa, no dejó escapar la que se le ofrecía, descubriéndole sin rodeos cuanto se estaba fraguando.

Gramuset, con mucha prudencia, había escrito en el plan que a los nuevos afiliados no debía revelarse quiénes eran los comprometidos; pero el candoroso Berney pensó que esta sabia precaución no se refería a Saravia en cuya lealtad tenía una fe ciega, i así le confió todo lo que había, sin callarle ninguna circunstancia..

XII

El odio de Saravia a los oidores le hizo hallar santo el proyecto, perfectamente bien fraguado el plan. Se apresuró a ofrecerse para tomar parte en la conspiración. Tachó aun a su interlocutor de demasiado lento en los preparativos. Berney tuvo trabajo en contener el entusiasmo de su amigo, i en impedir que sin tardanza, éste procurara atraer a varios parientes, que, aseguraba, aceptarían gustosos.

Por mas de un mes, Saravia estuvo conferenciando sobre el particular con Berney, sin que se resiriara su ardor.

Pero con el tiempo le fué viniendo la reflexión.

Al principio, la novedad del proyecto i los estímulos de la pasión le habían impedido percibir las dificultades, los riesgos, la locura del designio.

Pasado el primer deslumbramiento, advirtió aterrorizado que sin notarlo había llegado hasta el borde de un espantoso abismo.

El considerar la situación en que estaba colocado le llenó de congoja.

El terrible secreto de que era depositario le ahogaba materialmente.

Como la inquietud interior le impedía disimular, i como se hallaba ansioso de consejos que le alumbraran para salvarse, dejó escapar en una conversación que tuvo sobre el descontento del reino con don José Sánchez de Villa Sana, uno de sus colegas en el foro, algunas palabras vagas, que sin embargo importaban una revelación oscura de lo que sabía.

Villa Sana no fijó por lo pronto en ellas su atención.

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