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ni se podria continuar la cuestion de regalías, ni comprenderse el método que me he propuesto, y á que me obliga el mismo desorden en que estan envueltos los enemigos de la Iglesia. Sí, están envueltos en un completo desorden; y con esta observacion se descifra el arcano de su política. Los corifeos de los pronunciamientos de España, imitadores serviles de la asamblea francesa, se lanzaron á la arena, no dudando que iban á llenarse de laureles Y á trasmitir sus nombres á la posteridad con una gloria memorable; y trazando sus planes por el mismo estilo, contaban las horas de lucir sus declamaciones. Ya aproveché la ocasion de observar antes, que en punto á la libertad política nacional han debido avergonzarse comparando su miserable sistema con el de la union americana, enteramente opuesto á las logias clandestinas; pero en materia de religion tenian que llevar un golpe mas trascendental y de la mano que menos se pensaba. La Francia, suscitada por la Providencia para reparar los escándalos que habian conjurado sus enciclopedistas, vuelta súbitamente de su vértigo revolucionario, difunde los rayos luminosos de las ciencias en proporcion de como habia esparcido sus errores, y levanta á la religion monumentos eternos de grandeza, que formarán una de las épocas mas ilustres en los anales del universo. No solamente los arcanos físicos y naturales, auxiliados de la antigüedad, proclaman el triunfo de la Religion, sino que la elocuencia y poesía francesa,

abriéndose comunicacion en toda clase de entendimientos, la dan brillo con las galas mas hermosas de la imaginacion y del buen gusto; y por una consecuencia natural, traducidas sus producciones en todos los paises civilizados, acaba de coronar la reaccion religiosa y asegurar su imperio. En tal estado, la imitacion servil del antiguo jacobinismo no podia comparecer con libertad en la palestra. Cuando los francesés proclamaron su revolucion, las palabras fanatismo, papismo, supersticion, tenian eco de un cabo al otro de la Europa, se aplicaban indistintamente á los que profesaban la religion católica, y con esta seguridad los declamadores de las tribunas, prodigándolas á cada instante en sus arengas, pasaban por otros tantos Demóstenes. Pero cuando han sobrevenido los últimos pronunciamientos, asi llamados en España, se gradúan de otro modo aquellas voces. La Francia, amaestrada ya por la esperiencia de los peligros á que la habia espuesto su afectacion de Iglesia galicana, venera al Papa como sus antiguos doctores San Ireneo, San Hilario, &c., y se gloría de reconocerle como Padre de los Padres. La nacion cristianísima por antonomasia, llena de celo y caridad, estiende sus robustos brazos á las Oceanías y los paises orientales, apresta sus caudales, sus navíos, y sobre todo el plantel nuevo de sus mártires; y restableciendo pasmosamente las misiones, casi presagia que el siglo XIX ha de terminar con mas operarios evangélicos que habia al fin del

XVIII: todo lo que, frustrando á los revolucionarios españoles sus esperanzas y prestigios, les ha constituido en un completo desorden, pues el eco de la irreligion que hubiera de propagarse de una nacion en otra, se apaga con ignominia en sus tenebrosas logias.

6. Rechazados por la civilizacion europea y americana, repelidos de los templos de la gloria, y no descubriendo en el horizonte del porvenir mas que vilipendios, el único recurso que les quedaba si fuesen amantes de su patria, era el de incorporarse á la falange cristiano-literaria, al movimiento del progreso producido por los varones estraordinarios que, profundizando las leyes de la naturaleza y la sociedad, han reconocido la religion católica por tipo de la perfectibilidad; movimiento irresistible que, partiendo de este principio vivificador, se propone extinguir las guerras intestinas en los paises cristianos, generalizar la instruccion individual apoyada en el Evangelio, para aumentar los conocimientos, las riquezas, el comercio y la comunicacion de las naciones; y acompañando la fe con el atractivo de la civilizacion, sacar de las tinieblas al África y los paises orientales, esclareciendo este siglo sobre todos los antecedentes. Pero lejos de rendirse á una emulacion tan noble los promovedores de nuestros pronunciamientos, pertinaces en sus planes de exterminio, en vez de mudar de sentimientos los disimulan con perfidia, esperando la ocasion de hacerlos triunfar con otro

nombre. Con este designio, habiendo conocido ya, despues de algunas tentativas sanguinarias, que no pueden grangearse reputacion en el Gobierno, en las Cortes y entre los constitucionales ó republicanos proclamando abiertamente las máximas del jacobinismo, se han propuesto escudarse en las regalías, y so color de un nombre tan sagrado llevar adelante el plan de esclavizar la Iglesia, considerándola como una sociedad é institucion humana, valiéndose para el efecto de las palabras disciplina esterna, cabeza del Estado, la Iglesia en el Estado, alta policía, &c., &c.; palabras insidiosas por sí mismas, tan agenas de las regalías del cetro español como la sinceridad y buena fe lo son de los tumultuarios. Pronto las daré lugar cuando las llegue el turno, y me comprometo á ventilarlas con imparcialidad. Pero á propósito de regalías, me guardaré bien de esplicarlas mendigando espresiones de hereges estrangeros, teniendo documentos positivos y contínuos en España, modelo de celo religioso y lealtad á los monarcas. Tomaré las regalías como son en su sentido propio y verdadero, como las entienden las leyes ya citadas, como las han esplicado siempre nuestros códigos y sus comentadores; en una palabra, demandaré al tiempo sus noticias, y las espondré con el norte de la historia. Los revolucionarios, para defender los estrechos límites á que han reducido las regalías civiles, descartan de la cuenta los diez y ocho siglos precedentes, y apelan al año 12, 20, 37,

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del que rige. Los Obispos por el contrario, principiando desde Recaredo descienden hasta Isabel II, las anotan de una en una, y las respetan todas como inviolables. Los primeros fijan el periodo en este siglo: los Obispos, sin perder nunca de vista su respeto al solio, guardan actualmente la misma consideracion que en tiempo de Carlos I, cuando las armas de Castilla, dando la ley á Italia, Francia y Alemania, llevaron el espanto hasta el Danubio; reconocen las mismas preeminencias que cuando, cargado de barras de oro y plata el reinado de Fernando VI, estaban apuntaladas las tesorerías, pero sosteniendo siempre que las gracias que gozan en esta parte los emperadores, reyes ó repúblicas, dimanan originalmente de concesiones hechas por la Iglesia. Esta verdad, contrayéndome á España, consta hasta la evidencia de la historia; y no como quiera de una historia literaria reservada á la instruccion de los eruditos, sino de la serie que constituye nuestra misma legislacion, cuyo testimonio sirve de criterio público, y forma lo que se denomina conciencia nacional. Por fortuna el diligente esmero que he observado constantemente en el curso de mi esposicion, con el principal objeto de escusar á V. M. la confusion intolerable que lleva consigo esta materia fatigosa y complicada, me proporciona presentar ahora el curso de las gracias pontificias con toda claridad, apoyado siempre en leyes. La noticia que anticipé de la introduccion de los diezmos en otras na

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