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no adelantaron entonces nada en las negociaciones, pero este punto ofrecia mas dificultades de las que los declamadores modernos se figuran, y en el que acaso no están impuestos como se imaginan, porque los mas de ellos, arrastrados por el espíritu de sistema y supeditados al despotismo ministerial, ó no han penetrado, ó en su caso han ocultado maliciosamente á la corte, que el principal resorte de los Papas para sostener las demandas de nuestros reyes era el de las gracias que les habian concedido tantas veces, y podian aumentarles en lo sucesivo. Me ratifico en este concepto mas y mas, porque examinando cuidadosamente la respuesta de la corte de Roma al memorial de Chumacero, número por número, aparecen á cada instante tales indicaciones, por ejemplo la que obra en el número 4.° (*) del capítulo 2.0, y la del número 2.o (**) del capítulo 3.o, concebidas

(*) Las pensiones no son pagables sino pasando algunos meses despues de la reserva, mediante la signatura de súplica; y si algun tiempo antes han corrido, tambien corren al provisto los frutos à die vacationis, practicándose esto mismo en las pensiones regias y en la cristiandad toda.

(**) No se han gravado en este pontificado los beneficios curados que vacan per obitum, sino quedando al rector por lo menos 120 ducados de cámara, y aun muchos mas cuando son pingües los frutos, de modo que no esceda la tercera parte de los valores bien que el Concilio de Trento no previene que le queden al rector mas que 100 ducados, ni lo resiste el Concilio Lateranense sino solamente respecto á los obispados y abadías; y aun con todo esto, á instancia del Rey se reservan por su Santidad cada dia pensiones muy gruesas sobre los obispados y abadías, como tambien á instancia de los mismos Ordinarios coladores sobre beneficios inferiores vacantes en sus meses.

en los términos infrascritos, y en varias otras vertidas en el mismo sentido, y en las que se descubre visiblemente que los Papas no se habian olvidado que el derecho de nombrar los Obispos, de aprovecharse de las tercias reales, de los maestrazgos, &c., &c., que gozaba la Corona, se remitian á las bulas pontificias. Este gran escollo, insuperable por su naturaleza, impondrá siempre respeto al mas hábil diplomático. Si la ciencia y la ilustracion hubieran sido capaces de salvarle, pocos sabios del dia podrian competir al lado de Chumacero, quien prescindiendo de la réplica erudita que elevó á la Santa Sede en defensa de sus principios canónicos, nos consta que se habia hecho nombre en Roma por sus virtudes y talentos y su consumada penetracion en las negociaciones políticas, de lo que deponen con estimacion los cinco tomos en folio de sus memorias y embajadas. Pero aunque hubiera poseido la enciclopedia de las ciencias, siempre compareceria inaccesible la dificultad de dimanar las regalías eclesiásticas del Sumo Pontífice y no del trono. Además, hallándose la Corona agravada con los mismos cargos que Roma respecto de muchos abusos en la provision de beneficios, pensiones, reservas, &c., la cuéstion se presentaba interminable si no se recurria á otro espediente mas imparcial, mas ilustrado, y tambien mas firme decisivo que ensayados hasta entonces por la corte. Este nuevo medio tampoco ofrecia aliciente en aquella edad, por cuanto imbuidos los maestros de las

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universidades y colegios en los principios de las falsas decretales, propendian hacia uno de los estremos susodichos, mientras que el partido de la corte, pues que se hace preciso ya decirlo, nunca tuvo generosidad para salir del compromiso y estrechar á Roma con un loable ejemplo, sujetando la Corona á las reformas que se contemplaban necesarias á la felicidad de la nacion y mayor lustre de su Iglesia.

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9. De todos estos obstáculos reunidos resulta, que las relaciones entabladas entre Felipe IV y la Santa Sede se interceptaron sin haberse conseguido fruto alguno. Con todo, habiendo quedado pendiente y vivo el punto principal, por necesidad se habia de reproducir en lo sucesivo, pues las reclamaciones de España, justas y legítimas en el fondo moral, exigian imperiosamente un eficaz remedio, y solo faltaba solicitarle con firmeza é ilustracion en una época oportuna. Por desgracia el reinado de Felipe V con que principió el siglo XVIII, com plicado con las guerras de sucesion, en las que figuró algunas veces contra España la corte de Roma, no era el mas á propósito para una empresa tan árdua; antes bien considerado todo conspiraba á irritar los ánimos, multiplicar los obstáculos é inconvenientes, y provocar nuevos y mas temibles peligros. Mas quién lo diria? Una crisis tan turbulenta y calamitosa fue la escogida por influjo del Gabinete francés 'para arreglar las materias eclesiásticas; y lo mas singular es, que habiéndose descuidado un punto

tan importante á la Iglesia nacional durante los primeros nueve años del reinado, en los que la corte de España conservó sin interrupcion relaciones amistosas con la corte de Roma, se tratase de entablar este negocio precisamente despues de haber roto políticamente con el Papa. Esta contradiccion sin embargo se esplica perfectamente, revelando el pensamiento secreto y dominante de la corte de Francia de aquel tiempo; pensamiento estrechamente enlazado con la cuestion que estoy ventilando de la independencia de la Iglesia: y es obligacion mia descubrirle con toda claridad, en razon de que los autores mas esclarecidos de aquella época, sin duda por falta de libertad, dejaron de llenar este vacío en la historia, que sin embargo es facil suplir consultando simultáneamente la eclesiástica y la profana. He aqui lo que resulta del cotejo de ambas. La corte de España á la entrada del siglo XVIII se encontró, en medio de la guerra civil de sucesion, en contacto próximo con la de Roma y la de Francia respecto de las materias eclesiásticas que absorven toda mi atencion en este escrito. La primera, gobernada por Clemente XI, podia gloriarse de mirar á su cabeza uno de los Papas mas ilustres, pacíficos y edificantes que han ocupado la Sede Apostólica. Dos rasgos de su vida dan una pronta idea de su apacible carácter, uno el del gasto de su mesa, reducido á quince sueldos, y otro la prodigiosa impresion que hicieron sus virtudes, no solo entre los protestantes sino en el célebre

sultan de Egipto, que reverenciaba como á su padre á Clemente XI. Este Papa, correspondiendo entonces al concepto de la justificacion que se habia grangeado generalmente, reconoció desde un principio por soberano á Felipe V, y asi se establecieron las relaciones de su corte durante los nueve años primeros. El trono de Francia, ocupado á la sazon por el imperioso Luis XIV, augusto abuelo de Felipe V, no habia mantenido siempre con Roma tan amistosa y cordial armonía, alterándola frecuentemente una causa análoga al contesto de mi esposicion, y la misma por cierto de cuyo informe indicaba antes que dependia el estudio político de las desavenencias ulteriores de España con la Santa Sede. En resumidas cuentas, ofendido Luis XIV de resultas de la disputa de patronato real con Clemente X, congregó la asamblea del clero en París el año de 1682, de funesta memoria, en que, concretándome al punto conexo con mi esposicion, se declararon además de los cuatro célebres artículos ininteligibles de la Iglesia galicana las prerogativas del patronato regio en unos términos tan absolutos y propiamente seculares, que habiendo puesto particular esmero en publicarlas independientes de la Santa Sede, no se advierte un rayo de luz por donde conocer que aquellos treinta y cinco Obispos y Arzobispos los sometan de algun modo á la autoridad eclesiástica, por lo que varios escritores coetáneos se arrojaron á estampar en sus obras, que si Luis XIV hubiera querido sustituir el

la

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