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de los beneficios, y mucho menos entrar en lid sobre la reserva de las confirmaciones. En tal estado, semejantes á un diestro general que evita presentar la batalla en terreno peligroso donde puede ser envuelto por un hábil enemigo, y desplega sus alas en campos espaciosos mas á propósito para maniobrar con brillo, Chumacero y Pimentel esforzaron en su súplica los derechos de España con un cúmulo de testimonios de santos Padres y Concilios que aumentan el de su raciocinio, y huyendo con prupeso dencia disputar al Papa la suprema autoridad, y. de verter sus ideas con imperio, esponen á su alta consideracion la necesidad que le incumbe de reparar las simonías y escándalos de la Iglesia como vicario de Jesucristo, cerrando su conclusion (*) de un modo conforme á la del memorial ya inserto, con cuya prudente y magestuosa dignidad, aun cuando no consiguieron por entonces un feliz éxito, trasmitieron sus

(*) «Gran materia se ofrece à vuestra Santidad en que hacer glorioso su nombre en todas las naciones, con igual mérito y bien de la Iglesia universal, quitando de raiz estos abusos y cambios que tanto la deslustran.....

Esto es, Beatísimo Padre, lo que los Santos enseñaron; esto lo que los sagrados Concilios establecieron, lo que escribieron los varones mas doctos y celosos; esto claman estos reinos, considerando el lamentable y mísero estado en que se hallan, y lo proponen á vuestra Santidad los embajadores sobredichos en nombre de su Rey, con profundo respeto y veneracion, esperando que vuestra Santidad, como quien está ilustrado con superior luz en negocio de este peso y gravedad, se dignará tomar la mas conveniente y acertada resolucion.»

nombres llenos de gloria á la posteridad, y sus escritos han servido de norma en lo sucesivo. Pero por desgracia no estaba destinado Macanáz para aprovecharse de tan laudable modelo, pues por el contrario parece que se propuso desconcertar los planes políticos de Chumacero y Pimentel, abrazar en su pedimento la cuestion propiamente francesa del nombramiento y confirmacion de los Obispos, é introducir en la corte de España las novedades que agitaban la Francia en aquella era. Su estrecha amistad con Orri y Amelot, su identidad de principios con los que profesaban los antedichos fiscales del parlamento de París Mres. Harlai y Talon, cuyos escritos se condenaron por el Cardenal Giudice simultáneamente que el de Macanáz, la coincidencia del ruidoso negocio de la bula Unigenitus, y la parte que tomó contra ella en Roma Amelot en seguida de su exoneracion de la embajada de España, manifiestan claramente á un observador atento, que unas pruebas eslabonadas con tan públicos é indisputables testimonios no carecen de probabilidad para formar un juicio político del sistema del Gabinete de Madrid en aquella época. Pronto verá V. M. el desgraciado término que tuvo la tentativa de Luis XIV contra Roma, y el no menos infausto proyecto combinado de Macanáz; suerte que arrastrarán consigo indefectiblemente todos los planes de corte en que se mezclen las causas de religion con las de Estado, como entonces se pretendió con poco acierto. La conducta pu

silánime del Papa en reconocer al archiduque Carlos desconceptuaba verdaderamente su carácter tan glorioso hasta aquellos tiempos entre las naciones, pero ya se sabe que las prerogativas de la Santa Sede no sufren lesion alguna por semejantes causas; y aun considerado el negocio meramente por la parte política, parece que no debia haber exasperado tanto al Gabinete de Madrid, hallándose justamente persuadido de la buena intencion de Clemente XI y de la crítica situacion que le rodeaba. La circunstancia de hallarse identificado el patronato con la Corona de España, no permitia como antiguamente á la corte de Roma conservar ó romper las alianzas políticas, dejando al curso' del tiempo el término definitivo de la guerra, sin riesgo de comprometer los asuntos puramente religiosos. Cuando el clero y el pueblo proveian las sillas de los prelados, y estos de los curas de almas para el servicio parroquial, únicos ministros á que estaban reducidas las Iglesias; cuando mas adelante la eleccion de los Obispos corria á cargo de los cabildos catedrales, fuese la que quisiese la diplomacia de los Pontífices en calidad de soberanos, el gobierno de la Iglesia continuaba sin intermision y sin padecer el mas leve detrimento; pero desde que en virtud del convenio de los Reyes Católicos con Sixto IV se trasladó al trono la prerogativa de nombrar Obispos, la posicion de los Papas se hizo mas crítica; porque bien se percibe que tan alta regalía solo podia recaer en

los legítimos monarcas. Por este causa el recomendable marqués de San Felipe manifiesta en sus Memorias, que entre las duras condiciones que impuso al Papa el emperador de Austria, sin esceptuar la ocupacion militar de Roma, la que mas le abatia y agravaba su conciencia era el reconocimiento perentorio del archiduque, considerando Su Santidad el derecho trascendental del patronato: bien es verdad que tanto la corte de Roma como la de España, si se me permite esplicarme de este modo, semejantes á los mas ilustres profesores en la aparicion de una enfermedad incógnita, no trataron la cuestion con el pulso y habilidad que despues ha enseñado la esperiencia. El Papa por su parte, segun los informes del referido marqués de San Felipe, protestando siempre la justicia y el derecho de Felipe V, se propuso salir del compromiso declarando que solo reconocia á la fuerza al archiduque Carlos; único é indecoroso fruto que produjeron las consultas de quince Cardenales congregados por Su Santidad para el efecto. La España, resentida de un procedimiento tan ageno de la categoría pontificia, no guardó tampoco el generoso temperamento que aconsejaba la política; y como si la provision de una mitra no admitiese suspension, apremiaba incesantemente con protestas, y pretendia que el Papa sacrificase sus estados y aun acaso su existencia, sin atender á otro respeto. Gracias progreso de las luces, la diplomacia moderna ha minorado en cierto modo esta gran dificul

al

tad, adoptando el principio, de que mientras existen dos partidos beligerantes y los Gabinetes de Europa se hallan divididos, los Papas prescinden del mejor derecho, y suspenden la confirmacion de los presentados para las mitras. Con esta medida, verdaderamente necesaria acaso en las futuras guerras civiles de esta clase, habria siempre disputas semejantes á las del tiempo de Felipe V; pero no producirian tan fatales consecuencias tocante á las materias religiosas, con tal que los monarcas y los Papas, aprovechándose de la esperiencia, no precipiten el uso de sus derechos. Los primeros, digan lo que quieran las juntas y los consejeros cortesanos, nunca se hallarán facultados para innovar la disciplina de la Iglesia en punto á la confirmacion. Una guerra civil siempre sonará terrible, pero templarán muchísimo sus calamidades reconociendo la inviolabilidad de este principio. Respecto de los Papas nada hay mas digno de consideracion que el ejercicio oportuno de tan especial prerogativa en semejantes y funestos acontecimientos. Sobre todo lo que yo quisiera persuadir á los políticos, ya que se presenta esta ocasion, era del interés trascendental que resulta á la Corona de la suspension de las confirmaciones durante las guerras civiles intestinas, pues siendo este uno de los lamentos que acompañan á nuestra desgraciada situacion, conviene que le graduemos por su justo valor, y no dejarnos arrebatar de un falso concepto. Todos los pretendientes se figuran

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