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veces por Metropolitanos, acreditándose en todo el curso de ellos que la Iglesia se gobernó constantemente sin intervencion de autoridad civil, con absoluta independencia: independencia que, pues se hace preciso ya decirlo, ha sido la causa del alto grado de esplendor y prosperidad á que se elevó despues la España; porque, respondan si no los detractores, ¿qué espectáculo presentaria ahora la nacion si su Iglesia, rendida á la influencia política de los romanos ó al terror de sus amenazas, hubiese dado lugar á la idolatría y abandonado el culto del Señor? ¿Qué sería de ella si, en vez de oponer un muro inespugnable al arrianismo, de que estaban inficionados los primeros Reyes godos, hubiera consentido prevalecer en nuestro suelo la mas perniciosa de las heregías? ¿No es por ventura la mas grande, la mas plausible de sus dique la Iglesia hispana, sosteniendo heróicamente á favor de su independencia el depósito de la fe, llegase por fin á convertir con su fortaleza y mansedumbre, y la sangre de los mártires, á sus mismos perseguidores, renovando en el tercero Toledano, á presencia del piadoso Recaredo, el memorable ejemplo de Constantino en el Concilio de Nicea? Puntualmente esta gloria inapreciable de la Religion comparece tan enlazada con la nacional propiamente dicha, que es imposible separarlas. Por una parte la Iglesia de España alzó los ojos en su derredor, y como si las palabras del Profeta se hubieran dicho literalmente en su gracia, vió

chas

congregados á su lado multitud de hijos venidos de remotos climas, y aumentando su redil los que antes la perseguian y ultrajaban por otra la nacion, felizmente mezclada y confundida ya la sangre de los naturales con la de los godos, suevos y alanos , y proscritos hasta los vocablos que pudieran servir de recuerdo á los resentimientos, tuvo el gozo de ver salir de su seno la gran familia española, á la que estaba reservado estender por un nuevo mundo, juntamente con la cruz de Jesucristo, sus proezas, nombradía, y el habla magestuosa de Castilla. Era necesario tener á la vista la homilía de San Leandro, pronunciada en aquel celebérrimo Concilio, para penetrarse bien de lo que la Iglesia entiende por independencia, y convencerse de la sinrazon con que se vulnera el honor de sus defensores. Alli se nota claramente que San Leandro no se congratula de la conversion del Rey y la valerosa nacion goda por motivos de interés humano, sino por el triunfo de la Iglesia contra las puertas del infierno, en lo que no recibe humillacion el solio, antes por el contrario mucho lustre y engrandecimiento. "Alégrate, dice el santo Doctor, salta de alegría, ó Iglesia de Dios, al contemplar la tristeza trasformada en gozo; aparta á un lado tus vestiduras de luto, y adórnate con las de gala. Al modo que el labrador no llora por perdidos los granos que esparció en la siembra, considerando los abundantes frutos que espera en la recoleccion, tú no debes llorar tampoco por per

didas tus oraciones, viendo volver ahora á tu gremio los que habian estado separados. Llegará dia sin duda, continúa el Santo, en el que si existen algunos paises en el mundo que no hayan sido iluminados todavia por los rayos de la fe les alcanzará esta dicha pronto, y entonces será completo tu triunfo." No hay cosa, Señora, mas interesante en toda la antigüedad de España que las ideas vertidas en esta admirable homilía; pero á propósito de la independencia de la Iglesia, por toda ella resplandece que el Santo, nombrando siempre al ínclito Recaredo con el mayor acatamiento y reverencia, eleva hasta las nubes sus virtudes, felicita á la Iglesia de su conversion, y da gracias a Dios de que los Reyes entren en su gremio para dilatar la fe con su ejemplo y autoridad por todas las naciones.

6. Este feliz acontecimiento, ocurrido en 586, abre una época nueva y diferente á la independencia que estábamos probando. En el discurso de tanto número de años la Iglesia de España, unas veces combatida, otras proscrita, muy pocas tolerada y siempre abstraida de la comunicacion política con el gobierno, promovió incesantemente el culto, edificó templos, doctrinó á los fieles, socorrió á los pobres, y sustentó sus clérigos y obispos, con la admirable circunstancia de haber cumplido tanto cúmulo de obligaciones sin haberse valido de otro medio que el de la caridad; don divino, que vivificando el corazon de los fieles la sufragaba

á todas sus necesidades. Con una esperiencia tan larga del poder sobrenatural que vela sobre la Iglesia, se cae de su peso, que del mismo modo que se habia sostenido hasta entonces y dilatádose con gloria, pudiera haber continuado en lo sucesivo siglos y mas siglos; pero desde la conversion de Recaredo plugo al Señor que, abrazada ya por el Estado, comunicase á éste el espíritu de paz y santo temor de Dios que anima la civilizacion, estrecha los vínculos sociales, eleva los hombres, y al mismo tiempo los hermana; de lo que naturalmente resultó la union íntima de la Religion y el Gobierno, tan célebre en nuestras historias, pues los Reyes por su parte, blasonando de católicos y reverenciando á la Iglesia como á su santa madre, la colmaron de beneficios y escudaron con su poderosa proteccion, mientras que la Iglesia en correspondencia, gozosa de numerar entre sus hijos á sus ínclitos monarcas, les pagó ciento por uno, dándolos á conocer como los ungidos del Señor, á cuya suprema autoridad debemos una obediencia inviolable: doctrina santa que, estampada en el alma de los españoles, formó aquel carácter nacional que todavia sostiene la gloria y magestad del trono despues de tantos siglos,

7. Bajo tan gratos y venturosos auspicios entramos en el VII, memorable en los fastos de nuestra historia eclesiástica por cuanto, aprovechándose la Iglesia de su libertad civil, celebró en su tiempo los alabados Concilios que

tanto la esclarecieron, y cuya importancia empiezan á conocer los estrangeros.

Sin embargo, como los promovedores de ciertas novedades intentan hacer creer que se hallan los fundamentos de ellas en los antiguos Cánones, estamos ya en el caso de examinar la Coleccion de la Iglesia hispana que los abraza todos, con cuyo pequeño trabajo saldremos del laberinto, habilitándonos para ir adelante desenvolviendo las ideas sin confusion ni riesgo de ser interrumpidos. Por dicha nuestra la Coleccion de los Concilios se imprimió de Real orden en 1808, y en el 21 la llevó á cabo con estension á las Epístolas Pontificias el Bibliotecario mayor D. Francisco Antonio Gonzalez, que mereció haber sido en sus últimos dias confesor de V. M., y quien, maestro mio del griego en mis primeros años, me distinguió despues con su amistad; honor que no paso en silencio, pues aunque no me hallé á su lado como deseó en la revista importante de los códices, me sirvió de ocasion el pensamiento para estudiarlos y repasarlos por ápices, proporcionándome ahora el gozo de hablar sobre el punto con menos desconfianza.

8. Prévios estos antecedentes, y contrayendo la cuestion á las pretensiones decantadas de los novadores, vamos á inquirir si los celebrados Cánones de la Iglesia de España, y el sentido que reina en sus Concilios, están en contradiccion con la supremacía del Sumo Pontífice, base del concordato reclamada unánimemente

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