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dependencia, pues, de la Iglesia es un dogma correlativo de la fe, su gobierno inmutable, su poder divino; y para que jamás se suscitase duda bajo ningun pretesto de esta importante verdad, el Señor dejó delegada á los Obispos la misma potestad con que le envió su Eterno Padre. Con una prerogativa tan prodigiosa no hay que parar ya la consideracion en las personas. Como hombres podrán comparecer oscuros, débiles, humildes de nacimiento, y acaso alguna vez peregrinos en literatura, ciencias y artes; pero en calidad de Obispos siempre representarán los conductos ordenados por el Espíritu Santo para el gobierno de su Iglesia, con la que ha de permanecer hasta la consumacion de los siglos.

y

Esta doctrina católica, que en el origen del cristianismo sonaba como una hipérbole á los sábios del mundo, se presenta cada dia mas inteligible á proporcion de como van sucediendose los siglos, pues en el espacio de diez ocho y medio en que brilla la antorcha de la fe se ha conocido el fin y término de innumerables reinos, imperios y naciones, miles de trastornos en los pueblos, en sus idiomas, leyes y usos, desapareciendo unos tras de otros. sin trasmitir mas que una memoria confusa de su antigua nombradía, mientras que la Iglesia de Dios, figurada en la parábola del grano de mostaza, levanta su cabeza, segun la estaba vaticinado, sobre todas las islas, mares, climas y regiones, y mira unidos sus numero

sos hijos al mismo gobierno con que la dejó fundada Jesucristo. ¿Cómo pudieran los Obispos haber intentado, proseguido ni propuéstose llevar á cabo tan portentosa empresa si el Espíritu Santo no les asistiese en su gobierno? Ahora bien, siendo innegable tal prodigio, se deduce hasta la evidencia que la autoridad temporal no puede invadir el gobierno de la Iglesia sin oponerse á la ordenacion de Dios. Bien sé que los novadores nos contestan que no intentan someter la Iglesia en lo respectivo al dogma, sino tan solo en la disciplina; pero aun pasando tan insidiosa esplicacion, me permitirán replicarles que profesan una doctrina herética mil veces anatematizada, en atencion á que la Iglesia desde su nacimiento necesitó de disciplina para gobernarse, y por consiguiente la formó, mantuvo y varió á su grado con absoluta independencia; y les añadiré tambien, que la mano de Dios se ha manifestado visiblemente en esta parte castigando de un modo conocidamente prodigioso al soberbio Titan del siglo que la atacara. En efecto, Napoleon en su rompimiento con la Santa Sede no intentó nunca impugnar los misterios de la fe ni la divina moral del Evangelio, sino precisamente dominar la Iglesia, arreglando la disciplina á sus planes políticos, con particularidad en punto á la confirmacion de los Obispos y gobiernos de los nombrados, teniendo para el efecto á su favor, además del prestigio de su nombre, medio millon de ba-.

yonetas y doscientos mil ginetes, y por adversario un anciano Pontífice de cerca de ochenta años, privado de sus consejeros, y sin pluma, papel, ni aun breviario para rezar las horas. Todo parecia ya dispuesto para trastornar el gobierno de la Iglesia, y gozosos en esta confianza lo anunciaban asi los enemigos de la Santa Sede en el parlamento inglés y en los escritos públicos que salieron á la prensa entonces; y es necesario confesar que humanamente hablando no habia un pronóstico mas verosimil. Pero el que en tiempo de Heliodoro atendió á los ruegos del gran Pontífice Onías, sabido es que oyó en esta ocasion los lamentos del ultrajado Pio VII, y envió en su auxilio de un estremo á otro de Europa y confines de Asia cosacos, calmucos, prusianos, alemanes, ingleses, españoles, y cien torrentes de legiones de todas lenguas y cultos, paganos, cismáticos, hereges, protestantes y católicos, que obedientes todos á la voz de Dios, se arrojaron sobre la Francia, asiento del tirano. Un escritor ruso, testigo de aquel memorable suceso, ha pintado como incomprensible el teramilanamiento é inaccion de pueblo y tropas del imperio francés á la vista de sus enemigos, tanto mas cuanto que nadie puede disputar á aquellos naturales su heróico valor, su distinguido ingenio, y sobre todo una fogosidad en las batallas nunca desmentida desde el Cesar. Sin embargo, á los ojos de la fe no hay suceso mas fácil de entenderse, consideran

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do que la mano de Dios obraba milagrosamente en aquel crítico momento, y que la Francia atónita representaba entonces la persona del sacrilego Heliodoro, azotado por el angel por haber intentado ella despojar de su autoridad al gefe de la Iglesia.

Delante de un ejemplar tan próximo y terrible, se diria no que hubiera vuelto á empeñarse otra vez una cuestion semejante; pero los novadores, siempre incorregibles, no escarmientan, y bajo el pretesto de que una nacion constituida ó representada en Cortes goza de facultades omnímodas en cualquier clase de negocios, han querido someter los Obispos á esta teoría abominable, como si la Iglesia hubiera estado esperando el año 92 del siglo pasado en Francia, ó el 12, 20 y 37 del corriente en España; es decir, esperando la Iglesia á que desenfrenada la impiedad abortada por los enciclopedistas, poblase las naciones de emisarios suyos ateos, indiferentes, apóstatas ó materialistas, para renunciar de la asistencia del Espíritu Santo, y depositar su confianza en el mundo, siempre enemigo de Dios. ¡Qué blasfemia y absurdidad al mismo tiempo! Los Obispos españoles, partiendo del principio inviolable que profesan de reconocer en el Gobierno la supremacía temporal, y guardar constantemente á V. M. y la Constitucion la fidelidad que han jurado á la cabeza de su clero, protestan unánimemente contra cualquier tentativa á la independencia de la Iglesia, en virtud

de cuya declaracion reputan por nulo y atentado cuantas' providencias hayan dimanado en tal sentido de las Cortes, violentadas sin duda por el terror de los anarquistas. Con todo, para que no se imagine que, escudado únicamente en ciertos principios generales, esquivo entrar en la cuestion de Cortes, voy á examinar los fundamentos que alegan los referidos novado-res, y haré ver prontamente sus defectuosos raciocinios. Constituida una nacion en junta, dicen dogmáticamente estos políticos, reune por el mismo hecho en su seno la voluntad general de todos y cada uno de los ciudadanos de la monarquía, y por consiguiente disfruta un derecho indisputable para dictar leyes, reformarlas y abolirlas; y repasando las instituciones y reglamentos que la dirigian para derogar lo que les pareciese, sin consideracion alguna á la posesion y prescripcion de antiguo ó de presente, porque todo debe ceder en contraposicion del bien público, principal objeto á que se consagra una bien ilustrada legislacion.

El examen de estas ideas me emplearia poco tiempo si hubiera de emprenderlo en calidad de Obispo, pero además de Obispo soy ciudadano tambien; y atendiendo á que el Apóstol no consideró ofendido su ministerio sagrado aprovechándose en cierta ocasion de tal prerogativa, yo me honraré de valerme de la que ahora se me ofrece, con protesta de no servirme del ejercicio de ella sino por via de enlace, y para introducirme despues mas desembaraza

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