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Pero no ocultaba por eso que prefería la tropa de línea a la milicia urbana para lidiar en el palenque en que iba a decidirse dentro de poco la inde. pendencia o esclavitud de la nación.

La perfección ideal no podía ser causa de esterminio i servidumbre en la vida real.

Lo contrario era necedad o locura.

«No hai duda (decía) que, si la opinión, el amor de la patria i todas las virtudes sociales llegasen a tal punto, que cada ciudadano fuese un soldado, i cada soldado un héroe; si una educación militar hubiese formado grandes oficiales que poseyesen la doctrina terrible i sublime de la guerra; en fin, si la opinión, los continuos ejercicios, la vida militar i la virtud hubiesen convertido a todos los ciudadanos en lacedemonios, no hai duda que entonces podrían reposar la seguridad i la libertad pública únicamente sobre ellos.

«Pero ¿es este acaso el estado presente de las cosas? Mientras las potencias que pueden atacar mantienen en pie ejércitos formidables, que unen la táctica al valor, que han sufrido los riesgos i sentido el furor de los combates, ¿será prudencia esponerse a resistirles con tropas colectivas i bisoñas? En fin, en las circunstancias actuales, ¿estará el estado tan seguro con tropas permanentes, como sin ellas? Estas preguntas no pueden satisfacerse con jeneralidades, ni declamaciones vagas. Deben pesarse los inconvenientes, i declararse por el número de ellos».

El fraile de la Buena Muerte era tan entendido en estratejia, como en teolojía.

No carecían de agudeza sus émulos o adversarios cuando afirmaban que sabía mas de cañones que de cánones i de ejercicios militares que de ejercicios espirituales.

En resumen, aquel político profundo pensaba que

no podía haber independencia sin cuarteles, ni libertad sin colejios.

Como lo he referido en un capítulo anterior, el suplicio del teniente coronel don Tomás de Figueroa conmovió tan hondamente a Camilo Henríquez que salió de la cárcel, teatro de la sangrienta trajedia, enemigo de la pena capital, especialmente en materias políticas.

La lectura del célebre libro de Beccaria, Tratado de los delitos i de las penas, dio consistencia a los impulsos de su corazón, manifestándole que la misericordia se aunaba perfectamente con la utilidad.

Incitado por sus sentimientos i por sus ideas, uno de sus primeros cuidados fue provocar en el senado el siguiente acuerdo que se remitió a la junta de gobierno.

«Excelentísimo Señor:

«La función mas augusta e inalienable de la soberanía es la potestad lejislativa, a quien pertenece la formación del código penal. Por tanto, el senado, que no es mas que un majistrado del pueblo, no pudiendo dictar leyes, tampoco puede ni imponer ni sancionar nuevas penas. Esta alta prerrogativa pertenece al congreso, quien, sin duda, no derramará la sangre de los hombres hasta haber hallado ineficaces todos los arbitrios de corrección, i solo contra aquellos infelices cuyos atentados, obstinación e inmoralidad los hayan reducido a poderse considerar como fieras sedientas de sangre.

«De un estremo del mundo al otro han declamado los sabios contra la pena de muerte, que, siendo un mal momentáneo, i que por su frecuencia familiariza los ánimos con sus horrores, no es tan eficaz como un largo espacio de tiempo todo ocupado en

trabajos duros, interrumpidos con instrucciones útiles, para retraer del desorden i acostumbrar a una vida racional i laboriosa. Se ha repetido muchas veces, dice un sabio, que un ahorcado para nada es bueno, i que los suplicios inventados para el bien de la sociedad deben ser útiles a la misma sociedad. Es evidente que veinte ladrones, veinte soldados robustos condenados a trabajar en obras públicas toda su vida, sirven al estado por su suplicio. Hai embarcaciones que construír, caminos que componer, metales que estraer, canales que abrir, islas que poblar i cultivar ventajosamente, fábricas i talleres que poner en planta, en fin, hai ocupaciones útiles para el ejército en que pueden ocuparse los soldados desertores que incurren en este crimen por su inclinación al ocio i a la licencia. Así habrá relación entre la pena i el delito; i la pena envolverá el gran fin de correjir las costumbres.

«Se ha observado que, en los países en que suprimió la pena capital la humanidad unida a la ilustración, los crímenes no se multiplicaron. Esto se ha visto con placer en los vastos estados de la Rusia. No se ejecutó criminal alguno bajo el imperio de Catalina II; i se observó que los culpables trasportados a Siberia se hicieron allí hombres de bien. Ya había sucedido lo mismo en las colonias inglesas. Nada hai mas natural que esta feliz variación de costumbres. Precisados aquellos hombres a trabajar continuamente para vivir, les faltan las ocasiones del vicio: ellos se casan i se hacen pobladores. El trabajo es el medio mas seguro, i aun el único, para apartarnos del vicio i reformar nuestras costumbres.

«Los soldados huyen del ejército por una inclinación al ocio, a la licencia i holgazanería. Seguramente no desertarían en sabiendo que un trabajo continuo i una sujeción inviolable han de ser el pre

mio i el fruto de su deserción. ¡Qué gloria para mi consulado, decía Tulio, si él fuese la época feliz en que viese Roma desaparecer los cadalsos i las cruces, que formaron de nuestras plazas teatros horribles de mortandad i miseria! I nosotros aseguramos a V. E., i a todos los nuevos gobiernos americanos un nombre inmortal si hallan el secreto de disminuír los delitos, sin multiplicar huérfanos, viúdas, ni lágrimas.

«La población de la isla de Santa María, en que se da un tabaco de mui buena calidad, es para la trasportación de los reos un punto mucho mas apto que la de Juan Fernández, donde en nada sirven al estado. La erección de una casa de corrección en

que todos trabajasen útilmente, los unos aprendiendo oficios o perfeccionándose en ellos, los otros ejerciendo los que poseen i guardando una reclusión rigorosa por el tiempo señalado en sus sentencias respectivas, fuera un establecimiento que reformara las costumbres, disminuyera los excesos, introdujera la industria i aumentara el erario, en vez de ocasionarle injentes e intolerables gastos, como hacen los otros presidios. En fin, si por ahora insta adoptar una medida pronta, capaz de contener la deserción mas eficazmente que las que previene la ordenanza, parece, en vista de lo espuesto, que será la mas útil condenar a los desertores de primera vez a ejercitarse en una ocupación dura, i fructuosa para el estado, i que esta ocupación se designe después de oír el parecer de la sociedad económica de los Amigos del país, a que asistan los jefes militares, advirtiendo que en ningún caso se imponga la pena de segunda deserción sino a los que hubieren sufrido perfectamente toda la pena de la deserción primera.

«Dios guarde a V. E. muchos años.
«Sala del senado, i enero 15 de 1813.

«Doctor Pedro Vivar. -Camilo Henríquez.Francisco Ruiz Tagle.-Manuel Antonio Araos.— Joaquín de Echeverría.

«A la excelentísima junta superior gubernativa del reino».

Camilo Henríquez rechazaba en jeneral la pena de muerte; pero la admitía en ciertos i determinados casos.

A su juício, la frecuencia i la atrocidad de los crímenes autorizaban el empleo de este castigo terrible.

La tranquilidad de un país i la vida de sus habitantes no podían quedar a merced de bandidos sin entrañas.

El 4 de marzo de 1813, la junta ejecutiva consultó al senado sobre los medios de reprimir los salteos, asesinatos i robos cuya repetición reiterada causaba alarma en la sociedad.

El senado contestó el 9 del mismo mes que, en su dictamen, debía adoptarse un plan de represión para la ciudad i otro para el campo.

En Santiago, debía nombrarse un tribunal especial, compuesto de tres individuos, que juzgase a los culpables con todo el rigor de la lei sin distinción de personas.

La ejecución de las sentencias debía rodearse de un aparato terrible, para lo cual se colocarían las cabezas de los condenados a muerte en los caminos públicos.

El nuevo tribunal debía simplificar los trámites judiciales para el inmediato escarmiento de los malvados.

Convenía establecer en algunos puntos de la ca

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