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IX

Apólogo escrito por Camilo Henríquez.-Desembarco del brigadier Pareja en el puerto de San Vicente.--Camilo Henríquez insta para que se abra el Instituto Nacional.-Buena disposi ción de todos los patriotas a este respecto.-Apertura del Instituto Nacional.-Atraso intelectual de Chile.-Camilo Henríquez opina que la instrucción debe ponerse a el alcance de todos.

Camilo Henríquez atacó el réjimen colonial en prosa i en verso con el ardor de un fanático.

A toda costa, era necesario aprovechar la ocasión para cortar la pesada cadena que hacía de Chile un feudo de España.

La manumisión de un pueblo esclavo debía efectuarse por la razón o la fuerza, o mas bien por la razón ausiliada de la fuerza.

El fogoso tribuno, a pesar de su sotana, no retrocedía ante la guerra para lograr su propósito.

Yo he alcanzado a recojer de boca de los contemporáneos la indignación, o si se quiere espanto, que produjo, entre la jente pacata, el siguiente apólogo, que Henríquez publicó el 20 de agosto de 1812:

Error, hijo mui caro de la noche sombría, furiosos e insensibles a los hombres hacía. Respiraban los unos sangre i atrocidades; toleraban los otros insultos i maldades. Éstos entre los riesgos mui tranquilos vivían,

i en su seno i sus lechos las víboras dormían.
¡Incautos! El malvado dicen que se ocultaba
detrás de un cuadro antiguo de uno que se llamaba
don Sebastián. Apolo decretó que el perverso
saliese de estampida del mísero universo.
Sus luces le dirije, mas ¡cuán inútilmente!
porque el error se oculta tras el biombo indecente.
Apolo invoca entonces a Marte jeneroso.

Marte, que

odia a los viles, se presenta glorioso; i de un golpe (oh! ¡qué golpe!) echó aquel biombo a tierra. ¡Así ausilia a las luces el numen de la guerra!

Todos reconocían fácilmente que el retrato de don Sebastián, el rei que no volvió de África, era la imajen de Fernando VII, que no volvería de Francia.

Suponer que el error, esto es, la obediencia debida al monarca cautivo, se escondía como una araña u otro bicho asqueroso, detrás del sagrado lienzo, era proferir una blasfemia político-relijiosa.

El furibundo golpe asestado contra la augusta efijie para arrojarla al suelo, importaba un desacato, una profanación, un crimen de lesa-majestad.

Los que conozcan la idolatría que se tributaba al sello real, pueden colejir el terror que inspiraría el atentado cometido en el papel contra el retrato del soberano lejítimo.

Los realistas sostenían que el autor de aquella infame alegoría se había pintado a sí mismo en Apolo; i a don José Miguel Carrera, en Marte. ¡Vapular al rei!

Aquello era inaudito.

El fraile rebelde pasó a ser para ellos un réprobo sacrilego.

Algunos rezaban en voz baja, o hacían la cruz, cuando le divisaban en la calle.

Un dignatario de la iglesia llegó a esclamar en un arrebato de cólera:

-Este demagogo impio habría sido capaz de azotar a Cristo como un judío, i lo es de escupir un crucifijo como un francmasón. (1)

El 20 de agosto de 1813, el padre Camilo escribía con esc tono inspirado, colorido i sentencioso de los predicadores puritanos en las guerras de Ingla

terra:

«¿Qué hai que temer? Solo la incertidumbre hace nuestra debilidad. Si no hai una opinión sola, es porque hai variedad en las esperanzas. Resolved. Tened la audacia de ser libres, i lo sereis. En los grandes negocios en que solamente se presenta un partido que tomar, la demasiada circunspección deja de ser prudencia. Nos ha conducido la fortuna. a la orilla de un río, i es necesario atravesarlo. Nada se opone a este tránsito indispensable. El león os mirará pasarlo con ojos moribundos: su debilidad solo le permite deseos impotentes i rujidos inútiles. El águila os mirará con complacencia desde su elevación».

El audaz escritor se equivocó esta vez en su vaticinio, salvo que solo se propusiera con él comunicar al auditorio su ardor varonil.

El león de España, en lugar de ocultarse medroso en el bosque, bajó denodado a la llanura en busca de su presa, quærens quem devoret.

El 26 de marzo de 1813, a las cuatro de la tarde, el brigadier español don Antonio Pareja desembarcó en el puerto de San Vicen te con un ejército de dos mil trescientos setenta hombres de todas

armas.

(1) Conversación con don Vicente Arlegui.

La noticia no podía ser mas grave.

Una conmoción súbita, como un golpe de sangre, ajitó los corazones; pero luego la reflexión trajo la calma a los espíritus.

El guantelete de acero estaba arrojado, como se decía en el lenguaje caballeresco; era forzoso recojerlo, si no se quería encorvar la cabeza bajo el yugo antiguo.

El destino resolvería la contienda.

El gobierno se apercibió a la lid sin desatender por eso las otras incumbencias de su cargo.

No puede haber emancipación sin ejército, ni libertad sin luces, era un estribillo en la pluma, sobre todo, en la boca de Camilo Henríquez.

Nuestro compatriota ansiaba la independencia, no como el indio para vagar sin coacción en la floresta i reposar bajo la paja de su rancho o a la sombra de un árbol, sino para vivir tranquilo en una sociedad culta i próspera, al amparo de instituciones liberales, entregado al estudio i al trabajo.

La ignorancia entraba en el sistema de la opresión, no en el nuestro, decía en el prospecto de la Aurora de Chile.

Algunos párrafos mas abajo, agregaba:

«El monopolio destructor ha cesado; nuestros puertos se abren a todas las naciones. Los libros, las máquinas, los instrumentos de ciencias i artes. se internan sin las antiguas trabas.

«El plan de organización del Instituto está aprobado, i su ejecución se confía a la municipalidad; de modo que no pasará mucho tiempo sin que veamos abrirse esta escuela tan deseada, cuyo gran fin es dar a la patria majistrados i oficiales ilustres,

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