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hacerla floreciente, i fijar la opinión pública sobre sólidos fundamentos».

Siempre estuvo instando para que el Instituto Nacional abriese sus puertas cuánto antes.

En el número 41 del tomo I de la Aurora, co rrespondiente al 19 de noviembre de 1812,. se espresaba como sigue:

«Cuando por un beneficio inestimable de la Pro videncia resplandecen en la primera majistratura las virtudes republicanas, i al mismo tiempo entiende en los negocios económicos del pueblo un cabildo ilustrado i filantrópico, es oportuno recordar lo que se ha repetido tantas veces: la necesidad de promover la educación, de jeneralizar los buenos principios, i perfeccionar, i aun formar, la razón pública.

Nuestra juventud hábil, graciosa i bien dispuesta conserva tristemente en inacción funesta el ánimo sublime.

«Aun está sin establecerse el Instituto Nacional, aprobado por las autoridades constituídas; i su falta es cada día mas sensible. Su plan comprende los objetos mas interesantes i mas indispensables; i no es posible adquirir i comunicar, en menos tiempo, ni con menos gastos, tantos conocimientos. El gobierno está ocupado en grandes i multiplicadas atenciones i solicitudes; mas como el Instituto consta de dos partes, la una la sociedad de sabios, i la otra de los alumnos, si se crease la sociedad, ésta entenderá en realizar i organizar todo lo restante del Instituto».

Camilo Henríquez daba tanta importancia a este establecimiento que lo consideraba como un medio de instruír a los indíjenas.

En un artículo titulado Civilización de los indios, se espresaba en estos términos:

«Parece que la educación de la juventud araucana ha de tener mejor suceso en la capital: el aprovechamiento de los jóvenes suele proporcionarse a la distancia de su país; el hombre aislado espera sus adelantamientos únicamente de su trabajo i aplicación. En el Instituto Nacional, hallarán unas proporciones, cuales no pueden tener en otra escuela del reino: maestros, libros, un plan de estudios acomodado a nuestras necesidades, un cuerpo de sabios que vele sobre sus progresos. El esplendor de la ciudad i de la primera majistratura, el trato de hombres instruídos, todo eleva el ánimo inspira emulación».

Hablando del Instituto Nacional, Camilo Henriquez solía soñar despierto.

Notaré, sin embargo, que, si los araucanos no vinieron a Santiago con el objeto de cursar las clases del famoso colejio, en cambio, se apresuraron a hacerlo todos los adultos residentes en la capital.

No pretendo por un momento que Camilo Henrí quez fuera el autor esclusivo de la fundación del Instituto Nacional.

Su creación se debe a la acción colectiva de los varones ilustres que promovieron o secundaron la revolución de 1810: la flor i nata del país.

Los padres de la patria fueron los padres de la institución que puede considerarse como el laboratorio de la masa encefálica de las jeneraciones fu

turas.

Gobernantes i gobernados, todos sin escepción alguna, concurrieron a la fábrica de la grande obra, quién con una piedra, quién con un grano de arena.

Camilo Henríquez trabajó el plan de estudios presentado al congreso en 1811; dio nombre al proyectado establecimiento; i logró con su clamoreo incesante que principiara a funcionar.

Esa colaboración incansable importa mucho, muchísimo, para su gloria; pero sus correlijionarios políticos seguían el mismo rumbo guiados por la misma brújula i la misma estrella.

En julio 27 de 1813, la junta ejecutiva i el senado, a saber, don Francisco Antonio Pérez, don José Miguel Infante, don Agustín Eizaguirre, Camilo Hnríquez, don Juan Egaña, don Francisco Ruíz Tagle, don Joaquín de Echeverría, i don Mariano de Egaña, secretario, se reunieron para obviar los inconvenientes que se oponían a la inauguración del Instituto Nacional.

Todos ellos lo reputaban «el establecimiento mas interesante i precioso del estado;» i acordaron que su instalación fuese «solemne i magnífica».

El Instituto Nacional tuvo hogar en la mañana del 10 de agosto de 1813, a pesar de los estragos de la guerra.

Las batallas de Yerbas Buenas, San Carlos i Talcahuano habían ensangrentado el suelo de Chile. La conspiración de Ezeiza en los Andes acababa de estallar i de ser sofocada.

No obstante, el Instituto Nacional fue instalado. Loor eterno a sus fundadores, que realizaron un pensamiento de vida en medio de los horrores i de los amagos de la muerte!

Hai en los hombres que tal hicieron algo de la actitud de Arquímedes, que, embebido en la resolución de un problema, no percibía el estrépito de un asalto.

El faro que levantaban rodeados de tantos peligros, era el mejor justificativo de su causa.

Véase como Camilo Henríquez describe esa fiesta memorable en los fastos de la república:

APERTURA DEL INSTITUTO NACIONAL

«Celebróse este grande acto con singular magnificencia. La capital no había visto función mas digna, ni sentido un placer mas delicado. Un concurso brillante i numerosísimo de toda edad, sexo i condición, bendecía al cielo i a los padres del pueblo i se complacía en los efectos bienhechores de su naciente libertad. Jamás pareció ésta mas preciosa, ni mas dulce. Por tanto, todos rogaban al padre de los hombres por los firmes apoyos de dicha libertad, el jeneral en jefe i el ejército restaurador. El Instituto se encarga de inmortalizarlos: de su seno saldrán el jenio de la poesía i los talentos de la

historia.

«Este acto es uno de las mas interesantes de la revolución. Los pueblos que nos observan, i la posteridad que ha de juzgarnos i que ha de contemplar con interés todos los sucesos de este memorable período, admirarán que hubiésemos podido concebir un designio semejante en medio del estruendo de las armas, i que hubiésemos llegado a plantear i concluír una obra tan grandiosa. El himno del ciudadano Vera i la prolusión que hizo al pueblo el secretario de lo interior, don Mariano de Egaña, en nombre del poder ejecutivo, espresan los sentimientos de éste, i las ventajas i precio del nuevo establecimiento.

«El logro de una empresa alienta al gobierno a meditar i emprender otras no menos grandes i saludables. Tal es la del instituto de educación e industria popular para formar artesanos virtuosos į

hábiles, i llenar al estado de fuerza i virtudes pacíficas. ¡Cuánto nos falta i cuánto tenemos que emprender! Seamos libres, i todo lo conseguiremos.

«La apertura del Instituto Nacional se hizo en la hermosa sala del museo entre salvas i aclamaciones. Concluído el himno i la prolusión, se leyeron las constituciones del establecimiento; i después ocupó la tribuna su rector doctor Echaurren, i pronunció un discurso sabio i patriótico en el idioma i con las gracias de Cicerón. El ejecutivo con las majistraturas i órdenes del pueblo, seguido de la fuerza armada con sus estandartes tricolores, se dirijieron al Instituto; i en su capilla rogaron por los prósperos sucesos de la revolucion, i dieron gracias al sér supremo, qui coronat nos in misericordia et miserationibus.»

El gobierno no pudo proceder con mas acierto, ni su cronista ensalzarle con mas justicia. El artículo copiado manifiesta que Camilo Henríquez cobijaba en su mente la ereccion de una escuela de artes i oficios que completase la enseñanza del Instituto.

Don Mariano de Egaña dijo en el discurso inaugural a nombre de la junta ejecutiva:

«Ya lo teneis todo, ciudadanos: trescientos años fuisteis esclavos, porque os envilecían con la ignorancia, que es la fuerte cadena de los tiranos. Si quereis ser libres como hombres, es preciso que seais ilustrados; de lo contrario, vuestra libertad será la de las fieras.»>

La indijencia intelectual de la población en aquel período causa asombro i lástima a la par.

Chile se escapaba del presidio en que se le había

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