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Camilo Henríquez entró como alumno en las aulas del convento de los padres de la Buena Muerte en Lima.

Era aquel un establecimiento bastante bien organizado, si se atiende sobre todo a la época.

Hacía poco tiempo que habían venido a incorporarse en aquel convento varios relijiosos españoles, los cuales habían planteado con mas solidez que la acostumbrada la enseñanza de la buena latinidad, de una menos rancia filosofía i de las benéficas ciencias matemáticas i físicas.

Entre ellos, sobresalía el padre Isidoro de Celis, que fue maestro de don José Miguel Carvajal, conde de Castillejo, posteriormente duque de San Carlos i ayo de Fernando VII.

Frai Isidoro de Celis fue un profesor realmente distinguido.

Corre impresa una obra suya escrita en latín, i dividida en tres volúmenes, que fue dada a luz en Madrid el año de 1787 con el título de Elementa

Philosophiæ quibus accedunt principia mathematica veræ phisica prorsus necesaria.

La obra mencionada contiene rudimentos de lójica, metafísica, ética, aritmética, áljebra, jeometría, física, cosmografía e historia natural. Como se ve, es una especie de enciclopedia.

El padre Celis, al comenzar su obra, dirije al lector una exhortación, que es un himno magnífico a la razón i la ciencia.

Se encuentran desenvueltos en ella pensamientos como los que siguen:

La ignorancia es la mayor de todas las pestes. La razón es el principal de los dones que Dios ha concedido al hombre.

Para el alma, la ignorancia es la noche; la sabiduría, el día.

El hombre dominado por el error camina a tientas i tropezones, sin saber lo que puede i lo que no puede, como el ciego en medio de las tinicblas.

La ciencia liberta a el alma ignorante de la oscura cárcel donde yacía aherrojada i le descubre los horizontes mas sublimes.

Los hombres tienen el imperioso deber de servir a sus semejantes; pero el mayor beneficio que pueden hacerles es ilustrarlos.

Estas ideas, salidas de la pluma de un fraile, son mui notables en un tiempo en el cual había muchos que preconizaban la ignorancia como signo de inocencia o de pureza.

Camilo Henríquez supo aprovechar como correspondía las lecciones de su maestro frai Isidoro de Celis.

He citado en otra parte a Henríquez como un ejemplo de que la voluntad humana suele sobreponerse a las tradiciones i preocupaciones sociales.

Pudiera ser que alguien sostuviera que Henríquez no tomó una determinación por sí mismo, sino que cedió a la dirección que le dió el padre Celis.

La libertad del hombre no consiste en obrar sin causa determinante, sino en dar a unos motivos la preferencia sobre otros por su solo arbitrio, sin coacción de ninguna especie.

Este es un hecho que a cada momento nuestra propia conciencia nos atestigua con una claridad incontestable.

Nunca nos decidimos sin motivo; pero cualquiera que sea la determinación que adoptemos, tenemos el mas firme convencimiento de que habríamos podido preferir la contraria.

Camilo Henríquez tuvo en sus manos el decidirse por las ideas dominantes, o por las mas adelantadas que profesaba frai Isidoro de Celis.

En vez de imitar la conducta de la mayoría de sus contemporáneos, i especialmente de los frailes, reconoció la verdad de las nuevas doctrinas,

Por lo tanto, suministra una prueba práctica de que el hombre puede escojer entre el atraso i el progreso.

La teoría opuesta nos arrastraría lójicamente a atribuír a las ideas un impulso propio, i a los seres humanos una simple pasividad.

La consecuencia precisa de tal antecedente sería que el hombre no es responsable de sus acciones, i que es impotente para trabajar por el perfeccionamiento de su condición.

Siendo así, deberíamos siempre cruzarnos de brazos, i dejar que las ideas siguieran su curso.

Pero la voz íntima del alma nos dice una cosa mui distinta: Ayúdate, i Dios te ayudará.

Frai Isidoro de Celis diserta, como puede comprenderse, sobre esta importantísima cuestión, sosteniendo la realidad del libre arbitrio.

Como tantos otros filósofos, invoca, en apoyo de su opinión, el irrecusable testimonio de la conciencia.

Con esta ocasión, discute la siguiente objeción: Si lo que se llama libre arbitrio se halla comprobado por el testimonio de la conciencia, todo aquél que se consultase a sí mismo debería quedar convencido de su efectividad. ¿Cómo entonces hai teólogos o filósofos que lo niegan?

Éstos, contesta el Padre Celis, proceden a la manera del individuo que, mirando el sol con los ojos cerrados o enfermos, negara su existencia.

No hai verdad, por clara que se le suponga, que la mente humana, cegada por las tinieblas del error, no pueda desconocer.

Por mi parte, me permitiré agregar una observación.

Los que, para rechazar el libre arbitrio, rehusan oír la voz de su conciencia, lo hacen así en los raciocinios, pero no en las acciones. Sostienen en las disertaciones o en los escritos que el hombre no es árbitro de sus determinaciones; pero en la práctica de la vida se guardan mui bien de conformarse a su doctrina.

La teoría de la omnipotencia irresistible de las causas determinantes conduce a la teoría del progreso fatal de las naciones.

Mientras tanto, la esperiencia histórica desmiente esta segunda teoría tanto como la esperiencia sicolójica desmiente la primera.

Los pueblos permanecen estacionarios, avanzan o retroceden, no en virtud de leyes inmutables, sino a consecuencia de la conducta que observan.

La prosperidad es el premio del trabajo.

Las lecciones del padre Celis, enseñando a Camilo Henríquez el poder de la razón i del estudio, le prepararon para llegar a ser lo que fue mas tarde; pero estuvieron mui distantes de hacerle desde luego lo que en el lenguaje del siglo XVIII se de

nominaba un filósofo.

No es fácil empresa, el abandonar las creencias dominantes, por erróneas que sean, cuando todo el orden de la sociedad tiende a afianzarlas.

Una variación de esta clase solo llega a efectuarse después de muchas alternaciones i de una larga lucha.

Había en el convento de la Buena Muerte de Lima un relijioso valdiviano, llamado frai Ignacio Pinuer, que naturalmente trabó estrecha amistad con su joven paisano.

Según se dice, fue éste quien indujo a Henríquez a tomar el hábito.

Lo cierto es que hai testimonio fidedigno de que Camilo Henríquez entró de novicio el 17 de enero de 1787, i profesó el 28 de enero de 1790.

Una ráfaga de misticismo, la carencia de recursos i el espíritu de imitación le arrojaron en el claustro.

Él mismo ha dicho en un artículo escrito en Buenos Aires, intitulado Sobre la revolución de Sud-América:

«Por falta de artes i de manufacturas, i por la corta estensión de un comercio pasivo, los españoles criollos no hallan en Lima en que ocuparse. Ya había espuesto a Fernando VI don Bernardo Ward que: en las Américas, los hijos de los españoles, por falta de carrera, se meten clérigos i frailes hasta el infinito. I, en efecto, en Lima se encuentran por las calles a parvadas clérigos, frailes, abogados i médicos. Su excesivo número hace que casi todos sean poco menos que pordioseros».

En la tranquilidad del claustro, Camilo Henríquez siguió entregándose al estudio con el mayor empeño, i sin distracciones de ninguna especie.

Lo que aprendía en los libros, lo profundizaba en el trato de varias personas ilustradas con quienes se había ligado.

Entre otros, fue condiscípulo i amigo suyo don José Cavero i Salazar, perteneciente a la primera nobleza de Lima, i mui distinguido por su talento

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