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Era el hijo primojénito de don Juan Bautista de Irisarri i de doña María de la Paz Alonso, dueños de viejos pergaminos, heredados de sus abuelos, i de recientes talegas, adquiridas en el comercio por

mayor.

Merced a los desvelos de sus padres, recibió la mejor educación que se podía obtener en la América Española durante la época colonial.

«Estudió, dice él mismo, las matemáticas bajo la dirección de un fraile franciscano que pasaba por un Arquímedes en aquella tierra, i podía pasar por un buen jeómetra i regular astrónomo en cualquier parte».

Otro relijioso de la orden seráfica le enseñó el latín i el castellano.

Un caballero de Alcalá de Henares, consumado humanista, le dio las suficientes lecciones de inglés, francés e italiano para traducir estos idiomas.

Tuvo por maestro de lo que se llamaba filosofía en aquel tiempo a un pobre dómine, «que no sabía aprender, ni sabía enseñar».

Se ejercitó asimismo en el dibujo, la música, el baile, la equitación i la esgrima, artes preferibles, en su concepto, a la filosofia, «que no podía servirle de nada en este mundo ni en el otro, sino para conocer que las verdades de un tiempo son las mentiras de otro, i que los axiomas de una escuela son los absurdos de las demás con las cuales está en contradición».

Estudió también la jeografía, la historia antigua i moderna, i la cosmografía.

Leyó con avidez las obras de Renjifo, Luzán, Masdeu i Sánchez para iniciarse en los secretos de la poesía castellana; i compuso sonetos, madrigales, odas eróticas, octavas, canciones i letrillas para celebrar a la dama o damas de sus pensamientos o para satirizar los vicios i defectos del prójimo.

Es verdad que en el colejio, donde tuvo por condiscípulos a Valle, Molina i Gálvez, sus maestros le daban la fama de un muchacho díscolo i perezoso, que no haría nunca nada de provecho; pero él se mofaba de estas predicciones escolares, como se burlaba del castigo, de la lección, del preceptor i de los demás alumnos.

Reírse de todo era el sistema que había adoptado, i el método hijiénico al cual debía, según lo afirma en la obra de que he estractado estos pormenores, el haber llegado a la vejez sin arrugas en el rostro, a pesar de las guerras civiles, de las pestes i otras calamidades que habrían debido achicharrarle.

Él mismo refiere cómo logró contraer semejante

hábito.

«Era yo chico todavía, dice, cuando salí mal parado de la primera campaña que tuve con otro arrapiezo de mi edad, mas fuerte i mas diestro que yo. Me dejó mi antagonista mas sobado que un guante. El dolor i la rabia me hicieron llorar como una Magdalena. Por fortuna mía, yo lloraba enfrente de un espejo. Vime, pues, con los ojos colorados como dos tomates, con la boca fruncida, inflamados los carrillos i las narices, en una palabra, mi pobre cara daba lástima verla; pero a mí no me dio lástima, sino vergüenza. En el momento, sequé mis ojos, hice un jesto como para reírme, i hallé que este jesto era el que mejor me sentaba. Desde entónces, hice voto de no llorar jamás, i de reírme, aunque me sacaran las tripas».

En 1805, falleció don Juan Bautista de Irisarri, dejando cuantiosos bienes de fortuna.

La casa de comercio que rejentaba en Guatemala, era la mas rica del reino con negocios en diversos puntos de Europa i América.

Nombró primer albacea a su hijo, en cuya intelijencia i actividad abrigaba plena confianza. La herencia era vasta i complicada.

El ejecutor testamentario empleó un año en hacer el inventario de las existencias i el balance de las cuentas.

La necesidad de acelerar i practicar la liquidación le obligó a dirijirse a Méjico para reclamar respecto de unos cargamentos procedentes de los Estados Unidos i la Jamaica que habían sido embargados.

Este fue el primero de esos frecuentes viajes que mas tarde le movieron a llamarse el cristiano

errante.

Rayaba apenas en los veinte años.

En la mas opulenta de las ciudades españolas del nuevo mundo, fue el héroe de varias aventuras que podrían suministrar interesante argumento a una o dos novelas.

Desde Méjico se trasladó a Lima con motivo de las mismas jestiones.

El año 1809, don Antonio José de Irisarri vino a Chile.

Estaba emparentado con la numerosa i distinguida familia de Larrain, i deseaba conocer a los miembros principales de ella.

Su permanencia en Santiago fue mas larga de lo que pensaba.

El amor i la política le retuvieron en la capital con doble amarra: amarra de seda i oro, i amarra de cáñamo i hierro.

Prendóse de una prima suya, doña Mercedes Trucíos, i se casó con ella.

Mezclóse en el movimiento revolucionario, i fue cojido en su engranaje.

Un sujeto dotado de tanto talento i de una enerjía poco común, estaba llamado a desempeñar un papel importante en el país.

Así sucedió efectivamente.

En octubre de 1812, don Antonio José de Irisarri fue elejido rejidor del cabildo de Santiago, como se ha dicho en un capítulo precedente.

El joven guatemalteco no miraba como patria «el área de tierra en que había nacido, ni el suelo que pisaba, los montes, los ríos, los árboles, las casas, sino los hombres reunidos bajo un gobierno i unas leyes que a todos favoreciesen igualmente».

Deseoso de mejorar la condición material de sus nuevos compatriotas, promovió la organización de la sociedad econónica de los amigos del país, calcacada sobre las que se habían fundado en España durante el reinado de Carlos III.

El objeto de esta asociación era trabajar en el fomento de la agricultura i de la industria, en la publicación de manuales tendentes a este propósito, en la creación de escuelas de artes i oficios para bombres, i de tejidos i bordados para mujeres.

Redactó los estatutos de dicha sociedad, fue nombrado secretario de ella i pronunció el discurso de instalación, que puede verse impreso en el número 5 del tomo II de la Aurora, correspondiente al 4 de febrero de 1813.

Escribió además, por encargo del gobierno, una estensa memoria sobre la necesidad de crear instituciones de esta especie.

Don Antonio José de Irisarri había dado sus pruebas de escritor, colaborando en la Aurora, en

la cual había publicado diversos artículos, a saber, sobre la opinión (números 33 i 34, tomo 1, fechas 24 de setiembre i 1 de octubre de 1812), sobre el verdadero patriotismo (número 37, fecha 22 de octubre del año citado), sobre la necesidad de soste ner el sistema de la América i sobre la injusticia de sus enemigos (número 38, fecha 29 de octubre del mismo año), sobre la conservación de los granosi harinas (número 41, fecha 17 de noviembre id.), sobre la conveniencia de los escritores satíricos (número 5 del tomo II, fecha 4 de febrero de 1813). Estas producciones levantaron sobre ancha base la reputación literaria de don Antonio José de Irisarri en Chile.

El 12 de enero de 1813, la junta de gobierno le dirijió el honroso oficio que copio a continuacion: «Vencidas ya las dificultades para la existencia i uso de una imprenta a costa de gastos i fatigas del gobierno, desea éste su adelantamiento i perfección, que no puede procurar por sí en medio de cuidados urjentes i graves que llaman su atención. Necesita el ausilio de una persona ilustrada i patriota. Usted no rehusará seguramente un encargo propio de quien conoce toda la importancia del servicio que hará, tomando a su cuidado este instrumento de la instrucción de sus conciudadanos, i que debe dar idea de la que poseen. En ese concepto, le autoriza para que, reconociendo su estado i las mejoras de que es susceptible, ejecute las que estén a sus alcances, i proponga las que exijan el influjo de esta autoridad, que le trasmite la suya en esta parte. «Dios guarde a Usted muchos años. Sala de gobierno, i enero 12 de 1813.

«José Miguel Carrera.-José Santiago de Portales.

«Al señor rejidor don Antonio José de Irisarri.

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