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i buen gusto literario, que vino a Chile acreditado de ministro plenipotenciario por el primer gobierno independiente que hubo en el Perú.

Respetó mucho a dos caballeros llamados Gave i Acrove, a quienes debió los mas señalados servicios, i que, según parece, influyeron particularmente en la dirección de sus ideas.

Años mas tarde, quiso manifestarles su agradecimiento dedicándoles su drama Camila o la Patriota de Sud-América, que dio a luz en Buenos Aires en 1817.

A los señores Gave i Acrove.

«El suceso mas feliz que deseo a esta débil producción de mi fantasía, es que en todos los teatros del mundo alcance a hacer resonar vuestros respetables nombres, i la dulce memoria de aquella amistad fraternal i oficiosa con que en Lima me favorecisteis.-Camilo Henríquez».

En una de las escenas de su drama, Henríquez hace hablar como sigue a dos de los personajes:

Yari

«Soi un indio de la tribu de los omaguas. Me crié en Jeveros, serví allí al señor Salinas. Él me enseñó a leer i escribir; me trató con bondad paternal; me llenó de beneficios. Después, la Divina Providencia me condujo a Lima, i logré hacer algunos estudios a la benéfica sombra de los señores Gave i Acrove.

Don José

«Tengo larga noticia de esos caballeros. Son tan nobles, como jenerosos; oficiosos i fieles amigos.

Yari

«¡Qué dulce es, sea en medio de las ciudades, sea en la soledad de las selvas, acordarse de sus fieles amigos i de sus bienhechores!

«Florecían en Lima en aquella época hombres eminentes. Tuve la fortuna de oírlos, de admirarlos i de leer sus excelentes libros».

No puede caber la menor duda de que era el mismo Camilo Henríquez quien hablaba por boca del supuesto indio Yari, enviando desde las orillas del Plata sus recuerdos i sus agradecimientos a sus camaradas i protectores de las orillas del Rímac.

El joven Henríquez frecuentó la sociedad mas selecta de la capital del Perú. Es él mismo quien, en El Censor de Buenos Aires, fecha 15 de setiembre de 1817, se alababa «de haber logrado la amistad de los principales literatos de Lima, como era público en aquella ciudad».

Encuentro ratificado esto mismo en una carta escrita con fecha 7 de abril de 1848 por el señor don Joaquín Campino para suministrar noticias acerca de Henríquez, a quien había conocido mucho.

«Sus relaciones, ya sacerdote, dice, eran con los primeros literatos de Lima, en la que gozó de gran crédito, no solo por su habilidad, sino por la blandura i amabilidad de su carácter».

Uno de los escritores mas notables e instruídos que por entonces vivían en la capital del Perú, era don José de Baquijano, conde de Vista Florida, que bajo el seudónimo de Cephalio fue redactor del afamado Mercurio Peruano.

Camilo Henríquez tuvo con aquel encumbrado personaje relaciones mui amistosas, si hemos de

juzgar por la alusión que hace a él en el principio de la Exhortación al estudio de las ciencias, insertada en el tomo 1.o, número 18, fecha 11 de junio de 1812, de la Aurora de Chile.

A la marjen del Rímac, tu luminoso jenio
hacía amar las letras, i excitaba el injenio,
Cephalio, caro amigo, amado de las Musas.
¡Siguiese yo tus huellas a orillas del Mapocho!
Los talentos de Chile yo te oí que aplaudías,
Pero su sueño i ocio sempiterno sentías.

Llevaba Henríquez la apacible existencia que queda descrita, cuando el año de 1809, fue encerrado en uno de los calabozos de la inquisición. ¿Cuál era el crimen de que se le acusaba? Nunca he podido averiguarlo con detalles. Debe haber contribuído a este misterio la repugnancia que el interesado esperimentó siempre para hablar de semejante aventura.

«Camilo Henríquez, dice don Joaquín Campino en la carta antes citada, salió de la cárcel de la inquisición tan aterrado, que ni a sus mas íntimos amigos, con quienes he hablado muchas veces sobre el particular, confió jamás nada acerca de lo que allí le había sucedido; ni conmigo, a pesar de su grande intimidad en tantos años, hizo jamás recuerdo ni alusión a este suceso».

Sin embargo, la tradición jeneral, jamás desmentida, refiere que lo que se imputaba a Camilo Hen ríquez era la lectura de libros prohibidos.

Es probable.

«A pesar de la inquisición, dice Henríquez en su artículo Sobre la revolución de Sud-América ya citado, los sabios de América leían i meditaban los libros liberales i filosóficos de Europa».

De todos modos, el motivo de esta acusación no debía ser mui grave, puesto que salió en libertad. Además, él mismo, en El Censor de Buenos Aires, fecha 15 de setiembre de 1817, escribía <que conservaba en su poder certificados acerca de su relijión i buena conducta con que le habían favorecido el presidente de la casa de Lima en que se había educado, i muchos reverendos obispos i prelados eclesiásticos de Sud-América».

Después de su vuelta a Chile, Henríquez se espresaba como sigue en una carta que dirijió desde Santiago a su cuñado don Diego Pérez de Arce:

«Mi amado hermano: Varios acasos i distancias me pusieron en la imposibilidad de escribir a usted, i manifestarle siempre mi estimación. La misma fortuna que me alejó de usted me ha acercado, i proporciona hablarle ahora de cosas que debí hablar en otro tiempo. Aquel suceso que alarmó a usted se terminó felizmente sin desdoro de mi estimación pública. Después he viajado por remotas rejiones, destinado por los señores virrei i arzobispo al establecimiento de una casa de mi instituto en Quito, a que no dieron lugar las actuales circunstancias de aquella ciudad».

La carta de Henríquez que acaba de leerse, alude a una comisión que éste fue a desempeñar en Quito, apenas libertado de la cárcel de la inquisición de Lima.

Voi ahora a reproducir una relación insertada por Camilo Henríquez en El Censor de Buenos Aires, fecha 15 de setiembre de 1817, la cual contiene pormenores sobre aquel viaje i sucesos posteriores.

«Restituído a la libertad i al goce de mi reputa

pa.

ción después de haber sufrido una prisión dilatada en los calabozos inquisitoriales, hallé que la casa de los padres de la Buena Muerte de Lima estaba ra ser arruinada por una cantidad injente que debía a Quito; i que, en virtud de una cédula del señor Carlos IV, debían venderse sus posesiones para cubrir aquella deuda.

«Aquellos venerables sacerdotes me habían colmado de beneficios, me habían educado, me habían amparado en mi pobreza, i en mi prisión habían desplegado su conocida jenerosidad. Yo no dudé emprender un viaje a Quito para servirlos. Me dieron honorables recomendaciones muchas personas respetables de Lima. Recibí en Quito singulares favores del señor obispo Cuero i Caicedo, i de otros ciudadanos. Manifestaré algún día que viven siempre en mi memoria.

«La invasión de la España, las grandes turbaciones que preví habían de seguirse, i la melancolía que me habían dejado mis pasados infortunios, me inspiraron el deseo de vivir en un oscuro retiro en lo interior del Alto Perú en un colejio de mi congregación. Con este designio, llegué a Valparaíso; i después de tantos años, pisé el suelo patrio no sin lágrimas.

«Hallé a mis paisanos comprometidos, i con dulces esperanzas de ser libres i dichosos. Ellos me abrieron los brazos, i me colmaron a porfía de bondades i honores.

«Me hicieron después escribir una proclama a los pueblos, que estaban para elejir representantes para su congreso nacional. Los enemigos secretos remitieron aquella proclama i una acusación vehemente contra mí al virrei Abascal. En seguida, el señor Blanco insertó en su apreciable periódico de Londres la dicha proclama.

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