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guera, la acción de leyes mas humanas i la voz de los jueces seculares penetran hasta su prisión, i la vuelven a la libertad i a la luz en medio del alborozo que inunda el corazón conmovido de los espectadores».

«Es fácil concebir, continúa el distinguido literato arjentino citado, cuán grande debió ser en Buenos Aires el escándalo que produjo esta representación ahora cerca de medio siglo, así que fue conocido el argumento de Cornelia Bororquia por aquella jente que no asiste al teatro, por las beatas i por los frailes, numerosos e influyentes todavía, puesto que la reforma eclesiástica no tuvo lugar hasta siete años mas tarde. Una dama que asistía a aquella función, interrogada sobre el efecto moral que le producía, dio una contestación llena de juício i de filosofia:-«En esta noche, dijo, no puede quedarme duda de que San Martín ha pasado los Andes i ha triunfado de los españoles en Chi le.->>

Don Juan María Gutiérrez ignora el nombre del autor que compuso el drama mencionado.

En resumen, no nos queda otra cosa de la bullada pieza que la noticia dada por Camilo Henriquez, a que Gutiérrez se refiere, i que voi a copiar integra.

«El 30 de agosto último, se dio al público la exhibición prometida.

«Una brillante sinfonía de Rómber precedió a una vehemente alocución en verso heroico al magnánimo pueblo de Buenos Aires pronunciada con singular enerjía, intelijencia i sentimiento por el señor Ambrosio Morante.

«Siguióse la representación del drama trájico Cornelia Bororquia, obra maestra i orijinal de unos de nuestros compatriotas. La premura del tiempo

no permitió abreviar este drama, que con la suspensión fácil de una escena es capaz de una gran perfección. Se distingue esta obra por un terrible sublime. Por esto, i por la naturaleza de las escenas, parece una producción del jenio británico. El colorido es tan sombrío, como el de Crebillon, pero mas gracioso. La terminación es un golpe maestro de teatro. En esta escena última, grandiosa, instructiva i consolante, se excedió a sí mismo el señor Joaquín Ramírez.

«El tribunal de la inquisición se presenta con todos sus horrores, i en la plenitud de sus sombras. El principio práctico de aquel tribunal de que la delación de un solo testigo mui respetable es suficiente para condenar a un reo (principio estampado en un înfolio del padre Carena, domínico, inquisidor fiscal de Cremona); el proceder aquel tribunal en tinieblas i en secreto; el poder juzgar i condenar a sus propios enemigos, producen los efectos consiguientes a un poder inmenso puesto en las manos de los hombres, que pueden abusar de él con impunidad i seguridad.

«El autor elijió una de las épocas de mas terror de aquella institución infernal.

«Cuando la víctima se halla en el último grado de opresión i de angustia (cuyo papel desempeñó divinamente la Vasconcelos), cuando la inocencia va a ser cubierta de infamia i entregada a las llamas, cuando una doncella amable i de un mérito estraordinario jime bajo todo el peso de la autoridad mas despótica e ilimitada, penetra en los calabozos i se oye en la morada del error i de la perversidad la voz santa de las leyes; e inunda los corazones de celestial alegría la intervención saludable de la autoridad civil.

«Se hermoseó la función con una aria del in

mortal Cimarosa, i con un gran duo del señor Tritto».

El análisis de la pieza está trazado con tinta renegrida, i era de esperarlo.

Camilo Henríquez conocía al santo oficio, no de oídas, sino de vista.

Había estado sn sus garras, i sabía lo que era aquello.

Se recordaba en El Censor que años atrás un jesuíta chileno apellidado Ulloa, de familia ilustre i de un talento distinguido, había sido quemado en Lima, si bien solo en estatua, porque el réprobo había fallecido antes de ser procesado.

Teniendo presente lo que el fraile de la Buena Muerte había dicho, escrito i hecho después de su feliz escapatoria, había mas que suficiente para que se le arrojara vivo en una hoguera.

Don Juan María Gutiérrez refiere que, a consecuencia de la representación de Cornelia Bororquia, el gobernador del obispado hizo una reclamación tremenda al directorio, pretendiendo el establecimiento de la censura eclesiástica i que los púlpitos tronaron indignados contra el drama.

El periodista chileno tuvo su parte en la granizada por haber aplaudido en el teatro i haber encomiado en la prensa aquel enjendro diabólico.

Camilo Henríquez pagó su escote o contribución a la sociedad del buen gusto del teatro, componiendo un drama sentimental titulado Camila o la patriota de Sud-América, que ya he tenido ocasión de citar.

El autor daba a su hija su propio nombre.

La pieza no se representó; pero se dio a luz en octubre de 1817.

La lectura de ella no dejó entonces, ni deja ahora buena impresión.

Había en su argumento muchas disertaciones, i poquísima acción.

Se objetó que la heroína sabía demasiado para una niña hispano-americana.

Realmente era el mismo mismísimo padre Henríquez con faldas.

El autor contestaba mohíno que en Lima i en Quito había señoritas tan instruídas como ella, i mas sensatas que los detractores de la pieza.

Lo ignoro.

Pretendía que la Camila no agradaba, porque estaba salpicada de máximas como esta:

«Los pueblos supersticiosos son mui corrompidos i frívolos, i gustan de tramoyas de enamoramientos i otras cosas tan frívolas como ellos mismos». Inde ira.

Agregaba que solo los realistas de uno i otro sexo i los quemadores del santo oficio habían levantado aquella polvareda, manifestándose dispuestos a silbar la obra si se exhibía.

Las críticas de sus adversarios mortificaron tanto al literato chileno que le hicieron salir de quicio.

En un largo artículo sobre las sociedades particulares, que publicó en los números 107, 108, 110 i 112 de El Censor, dando noticia de la asociación de los artistas formada en los Estados Unidos, i de la cual se había elejido presidente a Jefferson, decía con el candor de un padre que mira maltratada a una hija querida:

«A la sombra de los caracteres mas ilustres van apareciendo en Norte América los milagros del jenio. Por lo que hace a nosotros, está visto que aun

no lo podremos esperar. ¿Quién no habría creído que la Patriota de Sud-América, tan interesante, tan bella i tan graciosa, no cautivase los tiernos afectos de sus paisanos? ¿Quién creería que sus infortunios no excitasen las lágrimas de todos? No ha sido así, porque no hai peor cuña que la del mismo palo. Así es entre nosotros. En Madrid, antes de abrirse la primera escena de la Raquel, cuando la actriz, espresando los temores del autor, i prometiéndose el favor público, dijo en la loa:

Mas ¿qué teme, qué duda en conseguirlo

si es hermosa, i vosotros españoles;

infeliz, i vosotros compasivos?

el teatro resonó por todas partes con aclamaciones; las señoras batieron los pañuelos; i todas aseguraron su protección a una obra tan nacional. Pero la Camila, aunque enteramente nacional i única después de siete años de revolución, tendrá que emigrar como la Basilia, «pues donde había creído hallar amparo, no ha encontrado mas que perseguidores». Sus desgracias nos han sido mui sensibles. Por tanto, aseguramos a nuestros compatriotas que no será nuestra humilde musa quien haga aparecer a nuestros héroes con gloria sobre los teatros de los pueblos cultos. Esta es la inmortalidad, esta es la espléndida gloria que confiere el jenio, i que ha sido tan deseada de los grandes hombres. Nuestras heroínas aparecerán en orillas remotas, donde serán oídos sus suspiros i sentidas sus dulces lágrimas. Por lo que hace al teatro, aseguramos que lo abandonaremos a su buena o mala suerte, sin acordarnos de él jamás en nuestro periódico.

«Tenemos la satisfacción de saber que nuestras palabras no han sido ineficaces en orden a otros ob

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