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El preso era católico sincero; i anhelaba como tal recibir la bendición de un sacerdote antes de emprender el viaje eterno.

Impulsado por ese sentimiento, ofreció su cólera a Dios; i se confesó humildemente con su adversario político,

Camilo Henríquez le absolvió de sus pecados, le dirijió palabras de consuelo, le mostró el cielo en lontananza.

En cuanto a penitencia, era inútil imponérsela. Estaba decretada una terrible bajo la forma mas brutal.

Ya venía.

Se sentían pasos.

.....

los pasos de la muerte. Doce soldados i un teniente entraron en el calabozo al mando de un capitán; i arcabucearon al infortunado militar, amarrado en el mismo sillón de cuero en que estaba sentado.

Eran las cuatro de la mañana, según un certificado puesto en el proceso; i las cuatro menos cinco minutos, según el aserto de los reaccionarios, deseosos de encontrar materia de censura, no solo en la sentencia, sino en la ejecución de ella.

¡Una cuestión de minutos en una cuestión de siglos!

El padre Camilo salió de la sala, oscurecida por el humo i empapada en sangre, con la cabeza trastornada i el corazón desgarrado.

Desde aquella noche lúgubre, fue enemigo declarado de la pena capital.

III

Camilo Henríquez es nombrado diputado suplente por el partido de Puchacai.-Sermón pronunciado en la catedral el día de la instalación del congreso de 1811.-Juício que emite frai Melchor Martínez acerca del sermón referido.-Plan de estudios formado por Camilo Henríquez i presentado al congreso por el cabildo de Santiago.-Importancia que da Henríquez a los exámenes del Instituto Nacional.-Educación dada en la colonia.

El autor de la proclama firmada Quirino Lemachez perteneció al congreso de 1811.

El departamento (o partido, como entonces se llamaba) de Puchacai, cuya capital es la Florida, elijió diputado propietario al canónigo don Juan Pablo Fretes, i suplente al padre Camilo Henríquez.

Los amigos i parientes de éste trabajaron con émpeño para que Valdivia le nombrase su representante en esa asamblea; pero tal proyecto fracasó, i no podía menos de fracasar.

La provincia mencionada no tomó parte alguna en las elecciones por hallarse casi enteramente separada de Santiago i en plena contrarre volu

ción.

La observación precedente suministra una clave inequívoca para entender bien una carta de Camilo Henríquez publicada por don Benjamín Vicuña

Mackenna en el apéndice de su libro titulado El coronel don Tomis de Figueroa.

«A don Javier Castelblanco.

«Santiago, mayo 4 de 1811.

«Mi amado discípulo, primo Javier: siento mucho que te hayas incomodado por cosas que no merecen tanto calor. Yo ni aun he preguntado aquí lo que acerca de esa diputación se ha resuelto. Aquí parecen mui mal las desavenencias; i no se desea mas que la paz, por lo que cortan i transijen.

«Me parece que tu representación bien pudiera dejarse para después, porque el Gobierno está ocupado en cosas mui grandes i graves: hablo de tu petición de licencia, no de otra cosa, que fuera locura. Yo soi ya diputado de la Florida, cargo honroso, pero sin provecho.

«Te deseo toda felicidad en compañía de mi primita, a quien darás mil espresiones. Te encargo mucho la paz i sumisión al gobierno, i que mandes a tu afectísimo i capellán.

«CAMILO HENRÍQUEZ».

Esta carta viene a corroborar que su firmante no representó a la provincia de Valdivia en el cuerpo lejislativo convocado en ese año.

Camilo Henríquez fue encargado de predicar en la catedral de Santiago un sermón referente a las circunstancias en la misa de gracias celebrada el 4 de julio de 1811 con ocasión de la solemne apertura del primer congreso nacional de Chile.

Era aquella una pieza oficial que, como Henríquez lo ha revelado en la relación de El Censor, fue sometida a la revisión previa del congreso, i mui detenida i maduramente examinada.

Por tanto, el orador no podía proceder con la misma libertad que en la proclama de Quirino Lemachez.

Sin embargo, en la sustancia desenvuelve doctrinas idénticas, aunque empleando mayor disimulo.

Para convencerse de ello, basta fijar la atención en el versículo del Libro de la Sabiduría que tomó por tema, i sobre todo, en la manera mui oportuna con que lo amplificó:

«Las naciones tienen recursos en sí mismas: pueden salvarse por la sabiduría i la prudencia. Sanabiles fecit Deus nationes orbis terrarum. No hai en ellas un principio necesario de disolución i de esterminio. Non est in illis medicamentum exterminii. Ni es la voluntad de Dios que la imajen del infierno: el despotismo, la violência i el desorden se establezcan sobre la tierra. Non est inferorum regnum in terra. Existe una justicia inmutable e inmortal anterior a todos los imperios. Justitia perpetua est et inmortalis; i los oráculos de esta justicia, promulgados por la razón i escritos en los corazones humanos, revisten de derechos eternos».

Como salta a la vista, es esta la esposición teolójica de la perfectibilidad humana alcanzada por los esfuerzos de los individuos, que Henríquez sostuvo siempre con sus escritos i con sus actos.

Sin embargo, el orador reconoció espresamente la soberanía de Fernando VII o de su lejítimo sucesor, aunque no como monarca absoluto, pues manifiesta la confianza de que, si hubiera de volver

al trono, admitiría gustoso los pactos fundamentales de la constitución i la intervención de los ciudadanos en el gobierno. (1)

Habiendo el jeneral San Martín leído este sermón después de la batalla de Chacabuco, lo remitió a Buenos Aires «con especial encargo de su impresión».

Efectivamente, se hizo una edición de él en 1817 con una dedicatoria en verso al senado i pueblo bonaerense, compuesta por Henríquez, que a la sazón residía en aquella ciudad.

La advertencia al lector que aparece a la cabeza del folleto, principia con esta frase: «Entre las ruínas de la libertad chilena, se conservaba oculta la ilustre producción que damos a luz en las siguientes pájinas».

Los realistas no se dejaron engañar por uno que otro jirón rojo i amarillo zurcido, para deslumbrar a los incautos, en el sermón mencionado.

(1) El acta de la instalación del Congreso de 1811 da cuenta del sermón de Camilo Henríquez en términos que revelan la cautela con que querían proceder los revolucionarios:

«El día 4 del que rije (julio de 1811), se celebró la apertura del congreso del modo mas magnífico i majestuoso. Precedidas las rogaciones públicas, que se mandaron hacer por tres días, tendida la tropa veterana de guarnición, i formados varios cuerpos de milicias, se personaron a las diez de la mañana en el palacio presidencial los señores vocales de la junta i diputados, el real tribunal de justicia, el ilustre ayuntamiento, real universidad, prelados i jefes de los cuerpos, de donde, partido el concurso a la iglesia catedral, llegados allí se invocó al padre de las luces, cantando solemnemente el himno Veni santi Spiritu, i concluído, se celebró la misa que celebró el señor chantre i vicario capitular doctor don José Antonio de Errázuriz. Al evanjelio se siguió un sermón manifestando que el nuevo sistema de un gobierno justo i equitativo durante la ausencia del rei no era contrario, sino mui conforme a los adorables principios de la relijión».

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