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Voi a copiar algunos de los párrafos a que aludo: «Desde la prisión de Fernando VII, se ha repetido mil veces por las plumas españolas (i no era necesario que ellas lo enseñasen para que fuese cierto): que las naciones no se hicieron para los reyes, sino éstos para las naciones; que ellos son unos oficiales del pueblo, mayordomos de sus intereses i depositarios de la soberanía popular. Con solo estos axiomas dogmáticos de la política i el cautiverio de Fernando, hai sobrada materia para que el derecho de gobernarnos los chilenos por nosotros mismos sin dependencia alguna de afuera, sea una de aquellas verdades que se entran por los ojos hasta el cerebro.

«Fernando VII fue jurado rei en la forma que se acostumbraba por un alférez real que, habiendo rematado su vara, no compró los poderes invendibles del pueblo, ni la voluntad ajena, para sujetarla a la suya. ¿Podrá obligar mi conciencia el juramento que yo no he prestado, ni otro a quien yo no haya comisionado para jurar en mi nombre? Los teólogos mas rigoristas responderán que no; i la razón natural lo está dictando.....

«Fernando libre fue jurado rei; después se muda su condición en la de cautivo, desatándose, por consiguiente, en el vasallo el vínculo del juramento i la obligación o pacto de obedecer al que juró libre, i no cautivo.

«Pero supongamos que Fernando sea el monarca de Chile, porque así lo acepten sus habitantes. Este rei, después de cautivo, ¿qué clase de poder civil ejercerá en un país que no sabe si su príncipe vive o ha fallecido, i que no duda que se halla civilmente muerto? ¿Cómo podrá ser el resorte de su vida civil el que no la tiene, i acaso carece de la natural? ¿Qué leyes, qué reformas podrá enviarnos desde el castillo de Valencey?

«¡Ah! si por ventura ha muerto ya este infeliz joven, ¡cuánta será nuestra vergüenza cuando (corrido el velo que oculta su sombra i combinando el fin de sus días) viésemos que nos hemos estado conduciendo en nombre de un ente imajinario i sin existencia! La historia será para nosotros un monumento de rubor i de la influencia infamante que han ganado sobre nuestro espíritu los hábitos del respeto mas servil i mas imperioso que la fuerza misma del instinto. ¿Qué se diría de un propietario que, habiéndole preso a su mayordomo, necesitase manejar la hacienda en nombre de éste para hacer valer sus disposiciones domésticas? ¿Qué de aquél que, cautivado el depositario de su caudal, i volviendo a recibirse de sus intereses por este accidente, se juzgase sin facultades para negociar, sino en nombre del depositario? Pues, si el ejercicio de la soberanía ha recaído en el pueblo, porque se halla preso el rei, que era el mayoral en quien estaba depositada ¿habrá cosa mas ridícula que un pueblo que administre el gobierno de que es dueño en el nombre de este mismo rei inexistente a quien lo había confiado?......

«Confesemos, pues, que podemos i debemos gobernarnos por nosotros mismos; i este es el sistema que debe contraer la opinión pública, sin que la mera imajen de un monarca se oponga al derecho efectivo de nuestra independencia. I este convencimiento habrá disipado las sombras i removerá los obstáculos que pudiesen influír un escrúpulo en la imajinación».

El autor hablaba sin tapujos ni evasivas en la conclusión.

«Tene quod habes, ne alius coronam tuam, aconsejó San Pablo; que en buen castellano quiere decir: has recuperado tus cosas; no hai que soltar la presa».

Se argüirá quizás que el artículo firmado Patricio Leal no es de Camilo Henríquez.

Acepto el hecho, aunque ignoro de quién sea. Pero hai uno suyo, cuyo orijen no puede negarse, en que proclama la independencia i sostiene la ventaja de la república con brillo i calor.

Ese artículo tiene su historia digna de contarse. En el número 36, tomo I, de la Aurora, correspondiente al 15 de octubre de 1812, Camilo Henríquez publicó una corta advertencia sobre Milton, que conviene tener a la vista:

«Este hombre célebre, dice, nació en Londres en 1608. Todos saben que es uno de los jenios mas bellos que ha producido la Inglaterra i uno de los mayores defensores de la libertad que ha conocido el mundo.

«Después de haber recorrido la Francia i la Italia, determinaba pasar a Sicilia i a la Grecia, cuando supo que el fuego de las guerras civiles había prendido en su patria, i que se armaban sus conciudadanos por la causa de la libertad.

«En coyuntura tan crítica, le pareció su ausencia una verdadera deserción. Volvió, pues, a Inglaterra en el momento que el infeliz Carlos I acababa de intentar infructuosamente una segunda espedición contra Escocia. Con todo, nuestro filósofo no entró en facción alguna. Creyó servir a su patria mas útilmente ilustrándola. El es uno de los grandes hombres a quienes debe la Inglaterra la libertad de la opinión, la libertad doméstica i la civil.

«En fin, después que, en medio de los acontecimientos memorables de aquellos tiempos, salieron muchas obras importantes de su pluma fecunda; después de que, en el seno de las facciones, en el estruendo de las discordias i los vaivenes de la libertad, compuso aquel eterno monumento de su jenio, aquel poema sublime, cuyo plan concibió en

Italia, advirtiendo que, muerto Cromwell, se inclinaban los ingleses a llamar al trono al hijo de Carlos I, publicó con valor heroico una obra en que presentaba un plan de república i se esforzaba en manifestar a sus paisanos cuán peligroso, nocivo e indecente era el proyecto de restablecer el antiguo

sistema».

A continuación, seguía el estracto de esa obra. Mediante este artificio, lograba Henríquez que la sombra de Milton, evocada de su tumba, como en una epopeya clásica, dirijiese en realidad a los chilenos las exhortaciones que en otro tiempo había dirijido a los ingleses.

Escuchémosle:

«Los jenerosos bátavos forman una república feliz i floreciente: ellos son libres! ¡Qué espectáculo tan ejemplar i tan grande! Del fondo de sus pantanos se elevan ciudades soberbias. Han encadenado, han superado al elemento indomable. Prospera la industria, abundan las riquezas en unas rejiones conocidas antes por su estrema miseria. El aliento divino i creador de la libertad esparce la vida i la abundancia por todas partes; i por medio de un comercio mui activo i mui útil conduce de los puntos mas lejanos a aquellos estériles países todos los frutos, todas las comodidades, todos los placeres. El pabellón holandés tremola en todos los mares con terror i daño de su antigua opresora la España, potencia tan inconsiderada como opulenta, siempre débil en medio de todos los recursos.

«Cuánto tendremos que arrepentirnos, cuántos remordimientos nos aguardan, cuando, por el restablecimiento de la monarquía, todos los males que hemos sufrido vuelvan a agravarse sobre nosotros. En un país libre, los ciudadanos mas distinguidos abandonan sus propios negocios, olvidan sus propios intereses por los de la nación: ellos son los ofi

ciales del pueblo i le hacen a sus propias espensas los servicios mas jenerosos. Con todo, ellos no elevan su soberbia cabeza sobre sus hermanos; viven con sobriedad en sus familias pacíficas, donde reinan la sencillez i las virtudes domésticas; andan por las calles como los demás hombres; cualquiera puede hablarlos, tratar con ellos con libertad, familiaridad, amistad. I ¿sucederá lo mismo si tenemos un rei? Nó, nó, paisanos míos. Será preciso adorarle como a un semidios, no solo a él, sino a los mas viles personajes de su Corte».

En el mismo número de la Aurora, se anunciaba la victoria de Tucumán obtenida el 24 de setiembre de 1812 por el ejército arjentino a las órdenes del jeneral Belgrano contra el ejército realista mandado por el jeneral Tristán.

El contenido del número 36 de la Aurora irritó la bilis de los partidarios de la metrópoli.

El maquiavelismo literario de Henríquez para hacer que la gran figura de Milton aconsejase a los chilenos la independencia i la república, los sacó de quicio.

Era manifiesto, decían, que el redactor se presentaba en su advertencia como el fiel imitador del famoso poeta inglés.

Convenía mui mucho reprochar a ambos su doblez, su traición, su impiedad para que el fraile de la Buena Muerte viese que todos le conocían a fondo i se abstuviese en lo sucesivo de hacerles comulgar con obleas.

Al efecto, se imprimió un folleto de quince pájinas titulado: La Aurora de Chile Vindicada i Estado Político de Buenos Aires por un patriota de Coquimbo,

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