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VI

Impulso comunicado al pueblo por Camilo Henríquez.-Justa apreciación de sus servicios hecha por él mismo.-Congreso americano.-Juício sobre la Aurora.-Conclusión de este pe

riódico.

La Aurora fue para Henríqucz una especie de trípode.

Proclamó en ella la necesidad de la independencia de Chile.

Sustentó en ella la ventaja de la forma republicana sobre todas las demás.

La emancipación se conquistó en los campos de batalla.

La república se estableció en las constituciones i en los comicios.

La dirección impresa al pueblo en ese doble sentido se debió en mucha parte a su potente impulso. ¡Feliz el estadista cuyas aspiraciones, cuyos deseos, cuyas ideas, cuyas previsiones se cumplen en su parte esencial!

Camilo Henríquez tenía el convencimiento ínti.mo de los servicios prestados a su patria, o mas bien al nuevo mundo.

Un orgullo fundado, no una vanidad pueril, le movía a esclamar como sigue el 27 de agosto de 1812 en el número 29 de la Aurora:

«Pueblos americanos: os he puesto ante los ojos vuestros sacratísimos derechos. Oh! i si os fuesen tan caros i preciosos, como ellos son amables! si conocieseis la ignominia de vuestras cadenas, la miseria de vuestra situación actual! Inmensas rejiones han de depender de una pequeña comarca de la Europa? ¿En vano la naturaleza puso entre ella i vosotros la inmensidad del océano? ¿Habeis de surcar los mares para mendigar favores, para comprar la justicia de las impuras manos de unos ministros perversos? Mil veces os puse a la vista la infamia de vuestra degradación. Mi alma detesta la tiranía, i se esforzó por trasladar a las vuestras este odio implacable. La alienta el amor de la libertad i de la gloria, i no omitió medio alguno para despertar en vuestros pechos esta pasión sublime, fecunda en acciones ilustres, i tan necesaria para rejenerar a los pueblos i elevar los estados.

«Educado en el odio de la tiranía, pasada la mitad de la vida en estudios liberales, volví al nativo suelo después de una ausencia de veinte años, cuando creí poderle ser útil. Emprendí el arduo designio de la ilustración pública, descendí al campo peligroso, combatí contra las preocupaciones, os hablé de vuestros intereses, de vuestros derechos, de vuestra dignidad. He trabajado solo; solo me he espuesto al odio de la tiranía i del error».

¿Cuál es la razón de que este arranque espontáneo conmueva, en vez de parecer ridículo?

No otra, sino la de que es la espresión fiel i estricta de la verdad.

El Exegi monumentum are perennius de Horacio causaría risa si todas las jeneraciones, la coetá

nea i las futuras, no hubiesen reconocido su exactitud.

Es cierto que escribieron también en la Aurora don Manuel Salas, don Bernardo Vera, don Manuel Gandarillas, don Antonio José de Irisarri, don Agustín Vial, don Anselmo de la Cruz, etc; pero es fácil separar la parte debida a la colaboración de la otra.

El mismo Henríquez ha dado, bajo su firma, la clave para hacerlo.

En el número 29 de su periódico, se espresa como sigue: «Cuanto en las Auroras está sin el nombre o cifra de sus autores, es obra del editor».

Es sabido que en el lenguaje de la época, editor i redactor con palabras sinónimas.

Los artículos de Camilo Henríquez no son oscuros i ambiguos como oráculos sibilinos, sino claros i precisos como una afirmación o negación categórica.

Sus exhortaciones sediciosas podían conducirle al Capitolio o a la roca Tarpeya sin necesidad de actuaciones, ni proceso.

Camilo Henríquez no era un poeta visionario, sino un político positivo.

Vivía en una colonia pobre e ignorante que deseaba convertir en una nación rica e ilustrada, empleando los medios adecuados para ello, sin pretender metamorfosearla de la noche a la mañana en una Salento o una Utopia.

El entusiasmo revolucionario de que Henríquez estaba dominado i que anhelaba infundir en los otros, no perturbaba su cabeza llenándole de alucinaciones i quimeras.

Su perspicacia injénita le dejaba percibir siempre la realidad de las cosas por entre las nubes, ya sombrías o cenicientas, ya purpúreas o doradas, que suelen ocultar el porvenir de las naciones.

Voi a citar un ejemplo de esa rara sagacidad que le distinguía entre los prohombres de 1810.

Don Juan Martínez de Rozas i don Juan Egaña fueron en Chile partidarios decididos de un congreso americano que diese cohesión i respetabilidad a las colonias sin rei.

Camilo Henríquez no tuvo mucha fe en ese concejo anfictiónico que debía lejislar para un continente, i hablaba de su posibilidad con una sonrisa un tanto burlona.

¿Qué son las provincias revolucionadas de América? (decía en la Aurora, número 28, tomo I, 20 de agosto de 1812). Son un vasto edificio en que prende el fuego por diversos i mui distantes puntos. No es posible atender a todos ellos para apagarlo. Como no tienen un centro de unidad donde residan la autoridad i la fuerza, no se puede sofocar el incendio de un solo golpe, ni por un solo esfuerzo, aunque fuese desesperado. Su salud i seguridad consisten en las actuales circunstancias, en que cada parte de este gran cuerpo se sostenga por sí. Como cada una de estas partes es tan vasta i abunda en recursos, siendo capaz de figurar como un estado, debe considerarse como una potencia i ser el centro de sus propias relaciones.

«Mientras a mayores distancias se difunda el incendio, están mas seguras.

«La constancia, el valor, el espíritu de cada una, es para las otras un ejemplo, un apoyo contra el desaliento, un estímulo de acción. Los peligros de cada una, las conspiraciones que en ella aborten, son lecciones de precaución para las otras. Las atrocidades que algunas de ellas han sufrido, los

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