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horrendos males con que pagaron su credulidad, han de inspirar a todas constancia i firmeza.

«¿Estas provincias no tienen algún centro en cualquiera sentido? Sí. Su centro es moral: es el blanco i fin a que aspiran; éste es la libertad. Puede añadirse que lo es también el defenderse de las espantosas calamidades con que las amenazan la ambición i codicia de unos, i el odio i venganza de

otros.

«¿Alguna vez un congreso jeneral americano, una gran dieta no hará veces de centro? Esto está mui distante, i será una de las maravillas del año de dos mil cuatrocientos cuarenta; pero yo no soi profeta. La América es mui vasta, i son mui diversos nuestros jenios, para que toda ella reciba leyes de un solo cuerpo lejislativo. Cuando mas pudiera formarse una reunión de plenipotenciarios para convenir en ciertos puntos indispensables; pero, como los de mayor interés i necesidad son una protección recíproca, i la unidad del fin e intentos, i todo esto puede establecerse i lograrse por medio de enviados de gobierno a gobierno, no parece necesaria tal asamblea. Ella, verdaderamente, se presenta a la fantasía con un aspecto mui augusto, pero no pasará de fantasía. El abad de San Pedro deseó cosas mui buenas, pero no se realizan los proyectos mas útiles».

Nótese la fecha en que esta pájina se escribía; i se observará que el fraile de la Buena Muerte tenía, por lo común, una mirada certera en política i en estratejia.

Poseía la ciencia de la guerra, no en sus detalles, sino en las grandes operaciones militares.

Don Claudio Gay se paralojiza, en mi humilde opinión, cuando juzga en su istoria Politica de Chile que Camilo Henríquez presentía la necesidad

de un congreso americano, citando para probarlo el mismo trozo que acabo de copiar.

Puede ser que me equivoque; pero me parece el artículo trascrito manifiesta lo contrario.

que

La Aurora es un periódico que ha llenado plenamente el objeto de sn fundación.

Podría compararse a uno de esos carros falcados tirados por veloces cuadrigas de que hablan los historiadores antiguos, i que atropellaban bajo las patas de los caballos, i despedazaban con los filos de las hoces, las huestes enemigas.

Hasta las noticias suelen ser en ella armas de ataque.

Se asemeja también a una de esas máquinas poderosas que sirven para arrancar de cuajo los abrojos, los matorrales i los árboles que impiden el cultivo de un terreno.

El primer periódico chileno, aunque impreso en corto número de ejemplares, pasaba de mano en mano e iba de casa en casa estirpando las preocupaciones i abriendo hondos surcos, como jigantésco arado, para sembrar las simientes de la instrucción, de la independencia, de la democracia, de la libertad, de la civilización, del progreso.

El redactor tuvo perfecto derecho para colocar en la Aurora desde el número 18 un emblema en que se representaba el sol naciente entre las cumbres de los Andes, con esta divisa al pie:

Luce beet populos, somnos expellat et umbras! ¡Con su luz haga felices a los pueblos i ahuyente los sueños i las sombras!

El estilo de proclama que el escritor solía dar a algunas de sus producciones hacía palpitar el cora

zón de los habitantes, hinchéndoles de entusiasmo i patriotismo.

En ocasiones, se percibía el sonido de esa trompeta que en la historia sagrada derribó los muros de una ciudad, i en la historia de Chile venía a desplomar un imperio de tres siglos.

Camilo Henríquez publicó un artículo para probar que el espíritu de imitación es dañoso a los pueblos; pero todo el que ha hojeado la colección de la Aurora sabe que en el fondo de la escena presenta siempre la brillante perspectiva de la gran república de los Estados Unidos como un modelo, como un aliciente, como una esperanza, como el Capitolio de la libertad.

El último número de la Aurora apareció el 1.o de abril de 1813, como se ha dicho antes.

Camilo Henríquez quedó altamente complacido de su trabajo.

Pocos meses después, el 18 de setiembre del mismo año escribía.

«La opinión está mui adelantada; los buenos principios, mui jeneralizados. En todas las clases del pueblo, se leen los papeles públicos; i por todas partes oímos con admiración ideas luminosas. Esta es una satisfacción mui noble i delicada para los que han influído con tantos riesgos i afanes en la ilustración universal. Tan feliz revolución empezó a sentir desde ahora año i medio con el establecimiento de la imprenta i de la Aurora de Chile. Se ve realizado lo que dijo su autor en el prospecto:-Los sanos principios, el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas i útiles, van a difundirse entre todas las clases del estado. «En dicho periódico, se ve palpablemente por

qué grados se ha estendido, i qué marcha ha llevado entre nosotros la opinión pública. Pero su autor nada habría podido hacer a no haber estado a la sombra de un gobierno ilustrado i liberal. Algunos le sostuvieron con su poderoso influjo. ¡Eterna alabanza a los protectores de la ilustración!»>

Indudablemente, una de las mayores fruiciones de la vida es la de volver la vista hacia atrás i poder darse el testimonio de haber ejecutado una obra buena.

Es el goce inefable del justo, del sabio, de Dios según la Biblia.

Et vidit Deus quod esset bonum.

Mas tarde, cuando se hallaba en la proscripción, Camilo Henríquez reprodujo en Buenos Aires varios artículos de la Aurora de Chile a que ponía por lema:

Hac olim meminisse juvabit.

VII

Constitución de 1812.-El articulo 1 de esa constitución estable. ce que la relijión de Chile es la católica, apostólica, sin añadir la palabra romana.-Tentativa para emancipar de Roma la iglesia chilena.

El mismo literato que había sostenido el primero la necesidad de la independencia, i que había redactado el primer periódico nacional, tuvo también una parte mui considerable en la redacción de la primera constitución que haya rejido el país.

Ese código, promulgado el 27 de octubre de 1812, es una obra de circunstancias; disfraza los principios revolucionarios bajo fórmulas hipócritas; reconoce a Fernando VII i acata sus derechos; pero, al mismo tiempo, proclama la soberanía del pueblo, la obligación en que está el monarca de aceptar la constitución que sancionen los representantes del país, i la prohibición espresa de obedecer ningún decreto, providencia u orden que emane de una autoridad establecida fuera del territorio de Chile. Los realistas no se dejaron embaucar por aquella apariencia de vasallaje.

Es verdad, decía en una carta pastoral don Diego Antonio Navarro Martín de Villodres, obispo de Concepción, que en el artículo 2.° se reconoce por rei al señor don Fernando VII; pero en el 5.o

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