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por el aviso que le habia dado Anganamon de su venida, despachó al maestro de campo de el tercio, Bernardo de Amasa, a que les cojicse el paso, y hízolo tan a tiempaso, y hízolo tan a tiempo que les quitó los caballos y puso en huida a los indios, que como habian remudado caballos lijeros se escaparon de sus manos por pics.

Con estos mensajes iban y venian los indios a nuestros fuertes a feriar y contratar como amigos y se hacian algunos rescates de cautivos de una y otra parte, y por haber entendido el gobernador que los soldados feriaban con los indios cosas de yerro y caballos, ordenó al capitan del fuerte de Lebo, Diego Fernandez de Cuestas, que no consintiese que se les diesen cosas que nos pudiesen dañar y rejistrase lo que llevaban, encargando lo mismo a todos los capitanes de los fuertes. Rescatóse en este tiempo el cacique Curapil, que estaba cautivo en tierra de guerra desde el tiempo del gobernador Don Lope, y dijo que las paces de los de la tierra de adentro no eran verdaderas y que no habian de tener firmeza, y mandó el gobernador tomar su dicho; pero se entendió que hablaba como apasionado y que su dicho era de lo que antes que viniesen a tratar de paces solian platicar o de la variedad de pareceres que siempre hai en semejantes casos, como entre nosotros, que unos quieren que haya guerra y otros desean la paz, y los indios amigos hacen lo mismo, y por sus intereses quisieran siempre tener guerra con los de la tierra adentro y dicen mal de ellos.

El maestro de campo Don Fernando de Cea, que sabia bien el fundamento de estas paces y cuan de voluntad las deseaban los caciques, como persona que tantos años habia militado y tratado a los indios, perdia el pie de ver las desconfianzas de el gobernador y de algunos, y que por el di

cho de un indio falso quisiesen poner estorbo a una cosa tan de el servicio de Dios y de el rei, y sustentaba la paz y que era buena y se debia admitir y no poner en ella dolo ni duda, porque esta paz no cra de ahora ni la daban solo en este tiempo, que desde que el Padre Valdivia se la ofreció, la admitieron y estubieron perseverantes en ella, y solo algunos ladrones la habian perturbado, y el principal de ellos y la cabeza, que era Anganamon, estaba ya arrepentido y se ofrecia de paz, y asi instaba y escribia al gobernador que no diese oidos a cosa en contrario, que pues se nos entraban por nuestras puertas las recibiese, que esto era lo que S. M. tanto habia deseado y procurado con la guerra defensiva y ahora se cojia el fruto de aquella sementera.

Como Torpellanca habia puesto mal al gobernador con los indios de guerra con las cosas que le habia dicho de su falso trato, que despues se vió que lo habia sido su informe, y con lo que otros hablaban sobre las traiciones de los indios y su inconsecuencia, se halló vario el gobernador y descoso sobre si los esperaria mas o no, y juntando a consejo, en que se halló el Ilustrisimo Don Frai Luis Gerónimo de Ore, obispo de la Imperial y la Concepcion, el maestro de campo jeneral Don Fernando de Cea, los jueces, oficiales reales de la real caja y los vecinos y capitanes mas principales que se hallaban en la Concepcion, les propuso el gobernador como tenia dispuesto que el sarjento mayor hiciese una entrada con el tercio de Yumbel, que habia de ser de mucha consideracion, y que la habia detenido por nuevo plazo que el enemigo pedia para resolver la paz, y mas largo término para darles lugar a venir a darla a la Concepcion, y que se habia pasado el que se le habia dado, y que habian venido mensajeros pidiendo

nuevos términos y se recelaba que era fraude, y que se iban armando o pidiendo tiempo para cojer sus sementeras y hacer prevenciones a los daños que recelaban, para los cuales tenia vedado que no se les diesen a los que venian a rescates de las casas vedadas que nos pudieran ser dañosas, y que seria bien abreviar en hacerles la guerra que su Magestad mandaba, porque ellos no se previniesen con alguna traicion; pero que tambien le parecia que se les debia esperar algo y recibir sus paces, como tambien lo mandaba su Magestad y era justo, aunque no pareciesen tan buenas, y que le diesen sus pareceres por escrito cada uno para determinar en negocio tan grave lo que mas conviniese al servicio de Dios y de el rei.

Ilubo varios pareceres y vinieron todos a conformarse y fueron de parecer que se les esperase ocho dias mas, que eran los que los mensajeros pedian, y que si dentro de ellos no viniesen a los dichos conciertos, se diese por ninguno lo tratado, y asi lo firmaron todos de sus nombres, dando sus pareceres aparte. No fueron menester mas plazos, porque los indios estaban deseosos de venir a ver al gobernador, y juntáronse a gran priesa cuando llegaron sus embajadores con el nuevo plazo, y vinicron al estado de Arauco todos los caciques, toquis y indios mas principales de la tierra de guerra, que por todos fueron ciento diez, y de los mas ancianos y de mayor estimacion bajaron sesenta a la Concepcion; y habiéndolos recibido el gobernador con mucho agasajo y con jeneral regocijo de toda la ciudad, por ver tantos caciques antes tan rebeldes entrarse por nuestras puertas a ofrecer la paz, propusieron delante del consejo y de mucha jente que se halló presente, las razones siguientes, tomando uno la mano y hablando en nombre de los demas:

"Nosotros ha cerca de ochenta años que somos fronterizos a la guerra que siempre nos han hecho los españoles y no hemos sacado de ella mas de consumirnos y menoscabarnos, porque nuestros hijos y mujeres, deudos con nuestros antepasados, han sido por ella degollados y cautivos, y los que viven la tierra adentro viven gozosos y con quietud, gozando libremente de sus mujeres y hijos, sin sobresalto ninguno, y de los despojos que la guerra les da y les ha dado, están ricos, prosperos y seguros en sus casas y tierras, y nosotros al fin gastados y disminuidos, y por ser pobres les hemos procurado comprar con algunas pagas que con grande trabajo hemos adquirido algunos españoles para rescatar con ellos nuestros parientes y hijos cautivos. Y sin mirar ni considerar que les guardamos la vida y que como en frontera recibimos los golpes que ellos habian de recibir, nos los han negado con decir que son nuestras pagas tenues y mui pocas para lo que sus cautivos valen, enviándonos de sus tierras tan desconsolados como arrepentidos. Por lo cual y principalmente porque hemos caido en la cuenta de cuan bien nos está el vivir quietos y en paz con los españoles, te la venimos a dar con buena voluntad y propósito firme de no faltar a ella. Que esta voluntad no es de ahora solo, sino desde que el rei nos envió a convidar con ella con el Padre Valdivia, haciéndonos tantas mercedes y proponiéndonos tantas conveniencias para nuestro bien y quietud. Y desde entonces no ha faltado en nosotros la misma voluntad: que los disturbios que ha habido estos años atras han sido por algunos indios forasteros y ladroncillos que se juntaban con Anganamon a vivir como bandoleros del pillaje, y siempre enviamos a decir a los gobernadores que los quietasen o castigasen, que con eso quedaria toda

la tierra en paz, que entre nosotros ni usamos castigo ni los caciques tenemos vara de justicia para castigar a los malhechores, y si lo quisiéramos hacer, habia de ser moviendo guerra y metiéndola en casa y consumiéndonos con guerras civiles. Pero ya Anganamon y los demas que habia mal contentos se han quietado y viene aqui Quempuante en su nombre a dar la paz, por estar él ya viejo y enfermo. Aqui está toda la tierra, gobernador, rendida a tus plantas: baste ya la sangre vertida, basten los desasosiegos, las muertes, los incendios y los robos: que en todo este tiempo, con el sobresalto de la guerra, ni bebiamos con gusto, ni dormiamos con sosiego; nuestra habitacion era en los montes, entre las fieras y las aves, al frio, al sol y al rigor de las aguas, mojados siempre y empapados en ellas tanto que los vestidos y las camas se nos podrian con las aguas. Y al cantar el gallo nos inquietaba y al ladrar un perro nos sobresaltaba, pensando que ya venia el español sobre nosotros. No era esta vida, sino muerte continuada, y todo esto lo sufriamos por no vernos sufriendo a los encomenderos y por gozar de nuestra libertad y de nuestras tierras; pero ya que el rei todo eso nos concede y nos libra de tanto sobresalto, muertes y trabajos, queremos la paz que nos envia de buena voluntad y la ofrecemos con la misma, y toda nuestra jente, para con sus armas y personas ir a hacer la guerra a cualesquiera otros que la contradijeren. Y pues tanto han deseado los gobernadores al capitan Marcos Chavari, que está cautivo en la tierra adentro, nosotros le traeremos o por rescate o por armas, que todas nuestras fuerzas y nuestras haciendas las emplearemos en servir a su Magestad y en lo que se nos ordenare."

Este fué el razonamiento de los caciques, y bien mostraron en estas razones co

mo hacia tiempo que habian dado la paz y que conocian cuan bien les estaba y que la abrazaban de corazon. Y el gobernador se la admitió, pero díjoles que no habia de ser quedándose en sus tierras sino viniéndose a las nuestras, a lo cual le replicaron suplicándole que se sirviese de mirar que su Magestad les habia prometido que los conservaria en sus tierras, y que se las daba, aunque ellos las tenian heredadas de sus antepasados y defendidas a fuerza de armas. Y digeron que el inmutar ahora en eso seria causar a todos grande turbacion y dar motivo de que digesen los demas caciques y los de la tierra adentro que no se les guardaria a ellos la palabra real de dejarlos en sus tierrras, pues no se nos guardaba a nosotros, y seria grande oprobio nuestro que se digese que nos desterraban de nuestras tierras por dar la paz, cuando se nos habia de hacer algun agasajo, y gozando los amigos que estaban de paz en las fronteras de sus tierras, vendrian ellos a ser de peor condicion por dar la paz y a verse pordioseando en tierras agenas, donde siempre el forastero se mira con desprecio y si le prestan un palmo de tierra la ha de pagar y al mejor tiempo se la quitan. Que se sirviese su señoria de no ponerles tan pesado yugo, sino de usar con ellos de la clemencia que usaba con los demas amigos, y de no alterar en lo que hasta aqui se les habia prometido y les habia movido a venirle a dar la paz con tanto gusto. Y no dude, digeron, señor, en la firmeza de nuestra palabra, que en guardarla no habrá roca mas firme ni peñasco mas inmobible, y antes dejará el sol de dar vuelta a los cielos, alumbrando la redondez de la tierra (que son modos de hablar suyos), las fuentes de dar aguas y los campos yervas, que dejemos de ser constantes. Y sit con todo eso no te aseguras, pon un fuerte

de españoles en nuestras tierras, que con ellos uniremos nuestras armas y sugetaremos con ellas a todos los que de la tierra adentro resistieren la paz.

Volvióles a decir el gobernador que no habian de estar de paz donde ellos quisiesen, sino donde él gustase, a fin de que estando reducidos a nuestras tierras serian mas estables que en las suyas y el rei mas servido de ellos, y de lo contrario se temia que se habian de dejar llevar de su antiguo natural y costumbre. Y que esto habian de hacer si querian paz hasta que andando el tiempo se diese otro remedio. No vinieron los caciques en ello porque

no les pareció dejar sus tierras y cargar

con sus hijos y mugeres a vivir en las estrañas, ni admitir pazes que no fuesen conforme se las habian prometido de parte del Rei desde los principios que se trataron las pazes. Y volvieron a replicar sobre ello, y pareciéndole al gobernador que esta resolucion de los indios y repugnancia en dejar sus tierras no era verdadera obediencia y que daban indicio de mal corazon, les dijo que se fuesen a sus tierras y afilasen las lanzas, que no queria sus pazes, y que de invierno y de verano los habia de buscar en sus tierras y echarles de ellas a fuerza de armas, pues no lo querian por la paz.

CAPÍTULO II.

Del sentimiento que tuvieron los españoles y personas graves de ver que no se les admitiese la paz a los caciques; lo que ellos lo sintieron y lloraron con toda la tierra de guerra. Como algunos quisieron tomar las armas y los caciques no lo consintieron, diciendo que comenzase la guerra por los españoles y no por ellos.

De el gran sentimiento que los españoles hizieron de ver descchas las pazes. Lloraban muchos. — Quien mas lo sentia fueron Don Fernando de Cea y Alvaro Nuñez, que tanto habian trabajado en las pazes.—El sentimiento y lagrimas de los caciques. — Las quejas y sentimientos, y que no se quejan del Rey sino de sus ministros. -Hacen sus sentimientos y amenazas. La falta que hizo en esta ocasion el Padre Luis de Valdivia. — El sentimiento que tubo en España cuando supo lo que pasaba y como quiso volver.- Van los caciques a dar su queja al Maestro de campo. Quéjanse del Gobernador. - Disculpa el Maestro de campo al Gobernador. - Pidenle un testimonio de haber venido a dar la paz. Hubo gran tristeza en sus tierras por no admitir el Gobernador las pazes. Los valientes mal contentos dicen mal del trato de los españoles. Provocan a todos a tomar las armas. - Piden que salgan las cabezas de los gobernadores para beber en ellas. Razonamiento del cacique Liempichun, señor de Puren. Escusa al Gobernador, y reprende su inconstancia y poca - Firmeza Manda que ninguno tome las armas, sino que esperen a que los españoles rompan la guerra. de amistad de Liempichun.-Todas estas diligencias se malograron. Una maloca que hizo el Sargento mayor.

fe.

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y

Cuanto habia sido universal el contento en todos los españoles de ver tantos caciques entrársenos por nuestras puertas a dar la paz, tanto fué el sentimiento y tan general en todos de ver que el gobernador los despidiese con tan mal espediente y les digese que afilasen las lanzas, cuando sin afilarlas nos habian dado tanta pesadumbre y turbado tanto la tierra, y todos se prometian malos sucesos, adivinando en lo que habia de parar y juzgando por castigo de Dios el no querer que haya paces en este reino, pues cuando estaban ya tan asentadas y tan generalmente recibidas de todos los indios, nosotros, que las debiamos solicitar y abrazar, las despreciabamos por una cosa que importaba tan poco, como era venirse o no a nuestras tierras

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cuando ellos ofrecian y pedian que poblásemos en ellas, con que se ganaba tierra y se adelantaban las armas de S. M. y se cumplia con lo que en tantas ordenes tenia mandado de que se le diesen a los indios sus tierras y se les dejase en ellas, estándonos nosotros en las que habiamos ganado. Quien mas lo sentia fué el maestro de campo general Don Fernando de Cea, que tanto habia trabajado en estas paces y deligenciado la uniformidad de las voluntades de tantos caciques y indios soldados, y el maestro de campo Alvaro Nuñez de Pineda, que aunque era tan gran soldado y tan peleador con el enemigo, como veia que por la guerra no se ganaba un palmo de tierra y que no era sino una fatiga en balde para el fiu que se preten

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