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dia, que era pacificar y conquistar estos indios, y que en sesenta años de afanes, muertes y gastos, no se habia conseguido nada, era siempre de parecer que se deja se la guerra y se procurase reducir y ganar a estos indios por medios suaves y de paz, desagraviándolos y guardándoles la palabra real; y cuando vió el fruto de lo mucho que habia trabajado en estas paces, en tantos caciques como habian venido a darla, y que cuando se habia de coger y cncerrar en las trojes, una tempestad le desgranaba y le malograba, con ser hombre tan duro para la guerra, se cnternecia y lloraba viendo malograda la paz y paz y temiendo los males que nos habian de venir por despreciarla.

Y no es maravilla que hombres de tanta razon y conocimiento sintiesen y llorasen, sin poder reprimir las lágrimas de sus ojos, el ver derribar en el suelo tan sazonados y deseados frutos por quien los debia coger y guardar; pero lo que mas admira es que los indios, siendo de tan poca capacidad, tan fieros y tan duros de natural, se enterneciesen tanto en esta ocasion que se deshacian en lagrimas y se las hacian derramar a cuantos veian aquellas venerables canas de los caciques y señores de la tierra llorar como unas criaturas y rociarlas con las lágrimas que les corrian hilo a hilo, diciendo: "Ah! que los españoles son los que no quieren la paz! y luego dicen que los indios somos los malos y que no la queremos! Ellos son causa de tantas muertes y derramamiento de sangre, y dicen que vienen a procurar nuestro bien y nuestra quietud! Cuándo la hemos tenido desde que entraron en nuestras tierras? y cuándo, antes que ellos viniesen a ellas, tuvimos nosotros guerra? No quieren sino nuestra muerte y nuestra perdicion. Bueno es su rei y bien lo manda; no nos quejamos de él ni con él tendremos guerra,

sino con sus ministros, y pues lo quieren, en hora buena, que aqui les hartaremos de guerra y les haremos tanta que les pese de haberla querido. Ya de nuestra parte hemos hecho lo que debiamos a leales vasallos del Rei, sugetándonos a sus mandatos, y no podemos dejar de llorar el perder el trabajo que nos ha costado conciliar tantas voluntades, el gusto que teniamos de vernos ya de paz, seguros de sobresaltos, abrazados de nuestras mugeres y hijos, bebiendo nuestra chicha a placer y gozando del trabajo de nuestras sementeras. Mas, que los españoles lo quieren, sea asi, y trocaremos el beber nuestra chicha con beber su sangre, y en lugar de nuestros vasos entrarán sus calaberas: no estamos tan faltos de gente que diésemos la paz por necesidad; no están tan encojidos nuestros brazos ni tan flacos que nos falten las fuerzas. Nuestro bien procurábamos y en su bien haciamos, y pues no le quieren, no se quejen de el mal que les viniere.

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Estas y otras muchas cosas decian los caciques y los toquis, parte enternecidos, sentidos en parte y en parte llevados de su natural altivez y soberbia, que con grandeza de ánimo hacen tan buen rostro a los trabajos y a los peligros como a los descansos y a las seguridades.

Desgraciados fueron los indios y desgracia fué de este reino que se hubiese vuelto a España el Padre Luis de Valdivia y que no se hubiese hallado en esta ocasion al lado del gobernador, que con la mano que tenia de S. M., con su autoridad y celo, hubiera, sin duda, correjido una determinacion tan arrojada y mediado un arrojo que tan dañoso fué a todo el reino, como se verá, y el gusto de ver el logro de sus trabajos y el deseo cumplido del piadoso celo de S. M., prevenido con tantas ordenes y zanjado con tantos fundamentos, le obligara a poner todo esfuerzo

para que se hubiesen admitido las paces y héchose muchos agasajos a los caciques, como juzgaban todos que se les debian hacer, quedando hechos una noche de tristeza. Pero cuando supo en España la venida de estos caciques y que toda la tierra daba la paz, viendo que los medios los medios para conseguirla que S. M. le habia mandado poner habian ya surtido efecto y que una cosa tan grave no se consigue tan a prisa como algunos querian y como él varias veces decia, sino que el tiempo es el que sazona los frutos, quiso volver, y siempre estuvo con esos deseos hasta que se los estorbó la muerte. Y desde allá acompañaba con lagrimas a los españoles que habian sentido el ver perdida tan buena ocasion y lloraban despues los males y trabajos que les sobrevinieron, las desgracias que tuvo el gobernador en su gobierno y a los caciques que lloraban su ausencia y el no haberles querido admitir la paz el gobernador, sino desechádolos diciéndoles que amolasen las lanzas.

Salieron los caciques, con el sentimiento que se ha dicho, de la presencia del gobernador y fuéronse a la casa del maestro de campo Don Fernando de Cea y digéronle: “Cómo, maestro de campo, no se confirma el trato que tubiste con nosotros? Hai, por ventura, dos reyes? Si tú nos admitiste la paz y nos convidaste a ella en nombre del Rei, cómo el gobernador no la quiere recibir? No ves que no podemos dejar nuestras tierras ni obligar a nuestros vasallos a que dejen las suyas cuando nosotros quisiéramos? No basta que en las nuestras pidamos poblacion y demos las tierras que quisieren a los españoles? No basta que les ofrezcamos nuestras haciendas, nuestras personas y nuestros soldados para hacer la guerra a los de adelante que no quisieren la paz? Tú, que eres tan antiguo en este reino y sabes lo que nos ha costa

do llegar a este punto y lo que han deseado todos los gobernadores, maestros de campo y capitanes, y las diligencias que han hecho los padres en nombre de el Rei, dime, en qué se funda este gobernador, que tan descaminado va y obra tan sin razon, cuando el rei se ha fundado en ella y en que las tierras son nuestras, nos las deja para que gocemos de ella?"

El maestro de campo, viendo su sentimiento y lagrimas con que le hablaban, les dijo que el gobernador no tenia la culpa sino algunos de su consejo que decian que ellos no venian con buen corazon, pues no aceptaban las condiciones que se les imponian, y asi que tubiesen paciencia.

Replicaron los caciques: "Danos una carta sellada y firmada de tu mano para disculparnos en qualquiera tiempo con los que gobernaren la tierra que gobernaren la tierra y darles a entender el buen corazon con que hemos venido a dar la paz y nuestra fidelidad, para que nos sirva en todo tiempo de testimonio y no nos hagan mal." A esto les respondió el maestro de campo que no les podia dar el papel y el testimonio que le pedian porque le podria costar la cabeza. A que dijeron: "Pues no nos le quieres dar ni el gobernador admitir las paces, no os quegeis del daño que os hiciéremos:" con que se fueron tristes a sus tierras.

Llegados que fueron a ellas, aunque les tenian muchas fiestas para el recibimiento y para celebrar los gustos de las pazes, se les aguaron a todos y se convirtieron las fiestas en sentimientos; y aunque nunca los pesares les quitan las ganas del comer ni menos las de el beber, bebieron largamente, aunque no con los bailes y regocijos que acostumbran, sino platicando entre sí del mal viage que habian hecho, del mal espediente del gobernador, de la respuesta que les habia dado, que tan clavada llevaban en el alma. No sonaban los tambo

riles y las flautas de sus regocijos, sino que luego comenzaron a resonar sus cornetas de guerra y los apercebimientos al

arma.

Los mal contentos y que rehusaban dar la paz, decian: Bien dijimos nosotros que las pazes de los españoles era una mentira disimulada y una ficcion con máscara y que no querian mas que cojernos debajo de sus armas para servirse de nosotros de dia y de noche y quitarnos la libertad. Todo su fin es sacar oro, enriquecer a nuestra costa, hacer palacios, sementeras y grangerias con nuestro sudor, y hacerse ricos y poderosos a costa de nuestra sangre. Qué presto se quitó el gobernador la mascara y dió a conocer su intento y que no queria mas paz que nuestra esclavitud, ni hallaba otras conveniencias en ella mas que sacarnos de nuestras tierras y llevarnos a las suyas para echarnos luego el yugo de la servidumbre en que tienen oprimidos a los que son sus amigos! Viva la patria y viva la libertad! mueran los que contra ella hablaren o hicieren, y mueran los españoles enemigos de nuestra quietud y sosiego. No hai que afilar las lanzas, que hechas están a matar españoles, ni es necesario amolar los toquis, que bien saben cortar cabezas de gobernadores. Buenas puntas tienen nuestras flechas, sin que sus petos acerados los hayan podido embotar. Lo que necesitan es de sangre, que los toquis y las flechas y las lanzas están sedientas de ella, como ha dias que no la beben con esta suspension de armas; y los valientes guerreros están deseosos de beber en las cabezas de los gobernadores y de los capitanes: salgan las cabezas de Valdivia y de Loyola, irritemos el apetito y la saña bebiendo en ellas. Vengan las hermosas españolas y las damas delicadas a moler y hacernos chicha y carguen sobre sus espaldas las tinajas de nuestro gusto

HIST. DE CHIL.-T. III.

so licor; aren y caben nuestras sementeras los hinchados y graves españoles y sepan que tenemos poder para eximirnos de servirles y dominio para hacerlos nuestros esclavos. Muera una jente estraña que por no caber en sus tierras viene a echarnos a nosotros de las nuestras, y echémoslos del haz de la tierra, pues es una jente tan mala que ni la tierra los consiente, pues de varias tierras los envian desterrados a esta.

Con esta y otras muchas razones iban los indios soldados y los que se picaban desplayando su enojo y soberbia y conmoviéndose a hacer la guerra a los demas.

Mas el prudente Liempichum, señor de las tierras de Puren, levantándose en pie hizo silencio y dijo a todos: "No es bien, valerosos soldados, consultar las determinaciones con el enojo, ni resolver las cosas de importancia con aceleracion. Esperemos a ver si las cosas se mejoran y aguardemos a ver si el gobernador toma mejor consejo, que a él le sucede lo que a vosotros: que nosotros tenemos por malos a los españoles y no son ellos los malos sino nosotros; y como entre nosotros hai buenos y hai malos, asi los hai entre ellos. Muchos años ha Muchos años ha que deseamos dar la paz los caciques, los toquis y cabezas de personas de gobierno, y la jente moza, los presumidos de valiente, los que viven del pillage y de los hurtos, no han querido y lo han estorbado. Y lo mismo hai entre las españoles, que hai de buenos y hai de malos; y si los capitanes, los padres, los maestros de campo y personas graves quieren que haya paz, los soldados presumidos de valientes y los chapetones que no saben lo que es la guerra, y en viéndose en el aprieto o los matan o huyen, dicen que no hai tal cosa como la guerra por el pillage y piden guerra. No me admiro de que el gobernador no haya querido la paz

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que le ofreciamos, pues habia muchos que le decian que éramos unos traidores, inconstantes, varios y sin palabra ni lei; y aunque los caciques procuramos ser constantes y tener lei y firmeza en nuestros tratos, la jente moza y poco sugeta a nuestros mandatos nos desacredita con su inconstancia y poca fe, y su delito nos mancha a todos, y no es mucho que los españoles digan que todos somos asi, cuando ven muchos tan mal inclinados al hurto y al robo y tan sin lei ni razon contradecir al bien comun y estorbar lo que los caciques y los padres de la patria tratan para su bien: no nos ceguemos, que nosotros tenemos nuestro merecido por no tener cabeza ni reconocer los mozos sujecion a los ancianos ni obediencia a los caciques. El gobernador es bueno y le envia el rei a componer la tierra, y no dudo sino que lo hará y que mudará de parecer y admitirá nuestras pazes y nuestros ruegos: no seamos apresurados ni rompamos la paz; comiencen los españoles a hacer la guerra y no se diga que comenzamos nosotros y tengan ocasion de confirmarse en su sospecha y creer que era asi lo que les decian, que todos nuestros pasos eran fraude y que luego habiamos de tomar las armas. Quede por ellos y no por nosotros para justificar mejor nuestra causa, que el brazo nos queda sano y la lanza entera para jugarla cuando convenga.

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Esto dijo este prudente cacique y le aprobaron todos, y asi ninguno tomó las armas ni hizo entradas a las tierras de españoles, esperando a que se mejorasen los consejos y determinaciones del gobernador. Y hizo una gran fineza este cacique,

que fué demas de no consentir que indio ninguno de Puren tomase las armas contra los españoles ni que hiciese entradas en sus tierras, sabiendo que el gobernador entraba a Repocura y pudiendo salir con su gente a pelear, no lo quiso hacer, sino que a un alojamiento, tres leguas de Puren, envió al gobernador un hijo y dos sobrinos que le fuesen a ver de su parte y decirle como él no iba en persona por ser viejo y achacoso y que toda aquella tierra y provincia de Puren estaba a su obediencia y de paz, deseando su amistad, y que alli tenia quinientas lanzas a punto para servirle con ellas y acudir a donde les mandase; que alli habia tenido muchos dias al capitan Marcos Chavari, sirviéndole y regalándole, y le habia dicho tantos bienes de su señoria que aunque no habia comunicado jamas con gobernador ninguno, le habia cobrado grande aficion y deseaba ser amigo de los españoles. Y que viniese por alli a la primavera (que ya era invierno para hacer la guerra) y comunicaria con él muchas cosas de importancia y veria la firmeza de su amistad y la constancia de su fe; y cuando esperaba que sus finezas tendrian buena correspondencia, entró el sarjento mayor Juan Fernandez a hacer una maloca, que le sucedió tan mal, como se dirá en el capitulo siguiente, y se perturbó todo, y las diligencias de estos caciques y sus deseos de la paz se malograron, con gran sentimiento suyo y mayor nuestro por las desgracias que despues sucedieron, que si no fueron castigos del cielo fueron avisos y enseñanzas para los venideros.

CAPÍTULO III.

Trata el Gobernador Don Luis de hacer la guerra ofensiva. Hace por sí y sus capitanes algunas entradas con varios sucesos, y dizen los indios que están de paz no quieren tomar las armas los de Puren y ofrecen sus soldados.

Trata de hacer la guerra el Gobernador. - Reforma a Don Fernando de Cea por ser de contraria opinion. -- Elige por Maestro de campo a Don Gaspar de Soto, y sus buenas partes. - Hace una maloca y embia al Capitan Morales a Elicura. 1- Hacen suerte y vienen los indios sin armas a decir que están de paz que les den sus mugeres. — Hace una buena suerte Cristóval de Osorio. — Trata de salir con todo el egercito en el rigor del invierno y repugnanlo todos. — Pugna la entrada el Maestro de campo Don Pedro Paez y no obstante se determina. -- Sale a Biobio y envió a llamar al Maestro de campo con su tercio. — Entra en Repocura y embia a correr al Capitan Domingo de la Parra. Coge un cacique y examínalo. - Entra el Maestro de campo Don Gaspar de Soto a correr a Repocura. No pudo pasar el rio de Tabon. - Hace el Gobernador una buena suerte con su gente. Enviale Liempichun a dar la paz con todo Puren y no hacer hostilidad los indios.— Queda vanaglorioso el Gobernador y pareciéndole que no habia indios que se le atreviesen. - Y no pelearon los caciques por conservar la paz y no comenzar ellos la guerra.-La vana confianza y el desprecio del enemigo con las victorias son causa de desgracia. Despacha al Perú a Don Andres de las Infantas. -Sale a una jornada con la gente de Arauco. — Cogen un cacique. — Cogen trece piezas. — Coge el Maestro de campo Don Gaspar de Soto ciento y treinta piezas. - Acometen de emboscada los indios. - Derriba el enemigo a los trompetas y al Maestro de campo. · Lanzean al Capitan Alfonso de Villanueva. — Mata el enemigo a Juan Piernas. -- Juntanse algunos arcabuceros y matan treinta y cinco indios y derrotan los demas. — Hecho valeroso de una india.

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Con los fervores con que el gobernador don Luis Fernandez de Córdova, como caballero tan alentado, entró de hacer la guerra y demostrar sus brios con el enemigo, trató luego de hacer en persona una campeada y de enviar mientras la disponia una maloca para hacer camino y fatigar al enemigo menudeando las entradas. Para esto reformó de el puesto de maestro de campo general a don Fernando de Cea, por ser tan defensor de las pazes y tan en abono de los indios, y por juzgar, aunque era tan valiente, tan acometedor en la ocasion y tan venturoso en las batallas, no siendo de su opinion no asentiria a

sus determinaciones. Y assi elijió por maestro de campo general uno que pudiese llenar tan gran vacio, que fué a don Gaspar de Soto, que demas aver sido tres veces alferez, dos veces capitan, correjidor, capitan a guerra en Itata, sargento mayor del reino y haber en todos estos cargos dado grande satisfaccion de su persona, y en las batallas y peleas que se habia hallado habia mostrado siempre un ánimo invencible, una determinacion valiente y un corage digno de sus grandes obligaciones, matando indios y haciendo hechos hazañosos que le merecieron grande nombre. Y ardonaba todas estas bue

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