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nas cualidades con la mucha de su nobleza, por ser caballero conocido y hijo de algo y hijo de don Gerónimo de Soto, tesorero jeneral de la santa cruzada en el reino de Méjico, caballero de ilustre sangre. Y como a estos títulos se allegaba el estar casado con doña Maria de Córdova, señora de grandes prendas y virtud y hija por parte de padre y madre de novilisimos conquistadores del Perú y de este reino: todo esto, con su mucha prudencia y buena disposicion militar, le granjeó el aplauso comun y la voluntad del gobernador para escogerle tan a su gusto como le pudiera desear para sus intentos de hacer la guerra al enemigo sin perdonar a trabajo ni dejarle descansar, y asi le ordenó que luego hiciese una entrada por la costa, como lo hizo en Elicura y en lo de Utablame, enviando al capitan Juan de Morales, soldado valiente y de buena disposicion, a que con los amigos que regia, y al sarjento Espinal con sesenta arcabuceros buenos, diese en estas partes un Santiago, y andubieron tan buenos y tan liberales en correr, que dando el repente a una parcialidad, cogieron veintiseis piezas, ochenta caballos, doscientas obejas de Castilla, cuatro de la tierra y algunas vacas, con que volvieron gozosos otra vez a Arauco.

Saliéronles los moradores de Elicura y un cacique sin armas a pedir a sus mugeres, diciéndole que ellos estaban de paz y la habian dado al gobernador, y en todas sus tierras se habia mandado por los caciques que ninguno tomase armas contra los españoles ni hiciese guerra, y que asi lo habian observado ellos y que con la paz vivian seguros, contentos y descuidados: que no era razon que les llevasen sus mugeres y hijos, que se los volviesen; pero como ya el gobernador habia mandado romper la paz, no les volvieron pieza nin

guna.

Asegundóse la suerte enviando el maestro de campo a don Cristóval Osorio, capitan de a caballos lanzas, soldado de mucho nombre, de muchas obligaciones y afamado en la guerra, el cual, saliendo a Llolleo con mayor fuerza, acollaró cuarenta piezas, algunas de ellas mujeres de caciques principales, y degolló cuatro indios y cojió sesenta caballos. Dió la vuelta con paso presuroso por lograr la buena suerte que habia hecho.

Con estos buenos sucesos trató el gobernador de hacer la campeada que habia intentado, entrando en persona con todo el ejército a las entrañas de la guerra, que sus muchos alientos y visarria no le sufrian estar ocioso ni dejar de obrar por sí haciendo daño al enemigo. Y aunque el intento era animoso, todos se lo repugnaron por ser ya entrado el invierno, proponiéndole que el mes de junio y al fin de él cuando lo intentaba era el rigor del invierno en esta tierra en que los rios venian por las nubes y las nubes descargaban rios de agua. Y con proponerle las grandes dificultades que habia en llebar por tan agrios caminos un ejército entero, no le pudieron obligar a que desistiese de ello, y a veintiuno de junio salió el tercio de Yumbel, y aunque algunos iban con gusto por el interes de las piezas y por ver que ya eran esclavas las que en la guerra cojian, lo contradijo con mayor esfuerzo el maestro de campo don Pedro Paez Castillejo con razones eficaces y fuertes, fundado en costosas esperiencias y en las que tenia de entradas tales, con los embarazos de todo un ejército en medio del invierno, espuestos a peligro y perdicion de muchos soldados y caballos, y que solo estas entradas en tiempo semejante eran para caballos lijeros.

Pero como en tales ocasiones la determinacion suele ser mas acertada y el ven

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Salió a Biobio a ocho de julio y escribió al maestro de campo que saliese a juntarse con él al Nacimiento, donde hizo alto y reseña de la gente que llebaba y se halló con seiscientos españoles y setecientos indios amigos, y mas trescientos yanaconas que tomaban armas, y con cuatro mil caballos de silla y carga.

Salió de aquel puesto a la provincia de Repocura, que significa Camino de piedra y es tierra dura de conquistar. Dejó a Puren a la mano derecha, y en tierras que llaman de Coipu acordó de echar una cuadrilla de buenos caballos a correr la rancheria con el capitan Domingo de la Parra, soldado de opinion y valiente; y habiendo salido estos corredores toparon con dos indios, el uno cacique y de quien toda aquella tierra hacia mucha cuenta por ser centinela de todas aquellas fronteras, y el otro era soldado, que por ser indio mas suelto pudo escapar por pies. Preso este cacique, dijo en sus exámenes que la suerte era dudosa y que sin duda ninguna se erraria y no se haria cosa de consideracion en aquella tierra, porque el indio que se habia escapado habia de tocar armas en todas partes y dar en todas partes y dar aviso, y todos se habian de echar luego al monte; y aunque el gobernador le apretó en los exámenes, jamas desistió de lo que una vez dijo, porque lo ordinario es en habiendo aviso guardarse todos en lo mas oculto de los montes.

El gobernador, como hombre empeñado ya y discurriendo bien, como sucedió, que podria ser que el indio con el miedo se metiese en un monte o no llegase tan aprisa como nuestra caballeria, envió luego de lijera al maestro de campo Don Gaspar Soto a correr a Repocura. Salió al rendir la prima con buena órden, que era persona de grande disposicion, llevando consigo las compañias de los capitanes Don Andres de las Infantas, capitan de a caballo, la de Pedro Ramirez de Zavala, soldado de fama, y Don Alonso de Molina, de mucha opinion y gallardia, y con ramas de otras compañias y trescientos amigos empezó a correr la tierra, repartiendo en el rio de Tabon las cuadrillas, tomando por sí la que le pareció de mejores caballos, y corriendo la tierra dió el maestro de campo en vacio, porque siendo forzoso pasar el rio de Tabon le hallaron por las lluvias y avenidas tan crecido que era imposible el vadearle y se hubieron de volver los soldados maldiciendo la salida en tiempo tan riguroso y que los rios no daban vado a sus buenos descos de mostrar sus brios.

Quedó el gobernador con el resto del egército en Coipu, y echando la jente a correr por diferentes partes donde no habia rios que impidiesen el paso, fuéle la suerte tan favorable que se cojieron sesenta piezas y un cacique mui principal, tres mil cabezas de ganado obejuno de Castilla, treinta obejas de la tierra, doscientos caballos y cuarenta vacas, y dió con esto mui ufano la vuelta sin perder hombre ni caballo, que fué cosa bien singular y para notar, pues cuando todo el reino esperaba o temia alguna desgracia o desdicha grande por ser el tiempo tan riguroso, salió con victoria, ayudándole Dios por las muchas plegarias que se hicieron en todas las iglesias y conventos, y al retirarse fué

cuando le envió el cacique Liempichun, señor de Puren, su hijo y sus dos sobrinos, diciéndole como él y todo Puren estaban de paz a su obediencia y mandado, y que alli tenia quinientos indios de lanza a su disposicion; que él no queria guerra sino paz, y hasta este tiempo se estuvieron los indios sin moverse ni hacer hostilidad por su mandado, esperando que los españoles les recibiesen la paz y no queriendo ellos comenzar abrir la guerra, que es mui de notar que se vea el deseo que tuvieron de las pazes.

Habiendo hecho el gobernador estas entradas con buenos sucesos y sin oposicion de los indios, porque observaron el mandato de los caciques fielmente de que no tomasen las armas ni hiciesen guerra a los españoles, para obligarlos con eso a admitirles la paz y para justificar su causa y que hiciese manifiesto como ellos no abrian la guerra ni probocaban a ella sino los españoles, que quizas si se hubiesen puesto en defensa, y sin quizas, de otra manera les hubiera sucedido: quedó el gobernador mui ufano y vanaglorioso, entendiendo que jamas en su gobierno habia de haber desgracias y juzgando que los indios no eran tan guerreros como se decia ni el leon tan bravo como le pintan, pues no habia visto indio que se le atreviese con lanza a ponérsele delante ni que pelease, teniendo a cobardia y falta de fuerzas el no haber salido a pelear, habiendo sido obediencia a sus caciques y descos de la paz. Y es mucho de temer en la guerra la soberbia y demasiada confianza que las victorias suelen traer, porque a los guerreros cuando son vencedores

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y al mas confiado le derriba por incauto, y en prudencia militar de ninguna cosa se debe fiar menos que de los buenos sucesos, porque siempre la vispera de los males es el dia de los bienes, y la altivez que causan las victorias y el desprecio del enemigo que ocasionan, son causa de los sucesos adversos y de las impensadas desgracias, como lo fueron en las que adelante sucedieron.

Luego que llegó el gobernador a la Concepcion prosiguió en mandar apretar al enemigo por la parte de la cordillera, y ordenó al sargento mayor que saliese con su tercio y con toda la fuerza de indios amigos que pudiese llevar a tierra de los Coyunies, y habiendo salido a esta faccion, le fué el tiempo tan riguroso de agua, frio y vientos, que por solas quince piezas y algun ganado que cojió perdió seiscientos y treinta caballos que se le cansaron y ahogaron, y se vió en tanto riesgo con la hambre, frio y cansancio que su jente pasó, que a no dar la vuelta a los veinte y tres dias que tardó en su viaje, pereciera indudablemente toda la que llevaba, y si el enemigo le hubiera salido a algun paso sabe Dios como lo pasara.

Acabó el gobernador el invierno con los despachos que hizo para el Perú, a donde envió al capitan Don Andres de las Infantas, compatriota suyo, a dar aviso al virrey de lo que iba haciendo en servicio de su Magestad, y muchas personas escribieron al virrey dándole cuenta de los buenos efectos que habia causado la venida de su sobrino a gobernar este reino y las victorias que habia tenido, asegurándole cuán brioso caballero era y cuán a propósito para este gobierno, a fin de que su Magestad le confirmase en él, y sin lisonja lo podian escribir, porque el caballero era de grande ánimo, de buena disposicion en la guerra y de mucho trabajo y diligente para ella.

Envió a pedir gente a su tio, armas y socorro para los soldados, y como las aguas aflojasen y hubiese acabado con los despachos, viendo que era tiempo de hacer la guerra, hizo apercebimiento de sus capitanes y salió a los diez de octubre al estado de Arauco. Habló alli a la milicia y a todos los indios amigos, que de ver cuan dispuesto y agil se mostraba se holgaron mucho y le cobraron grande amor, porque estos indios estiman mucho a un gobernador es deligente, valiente e inclinado que a la guerra. Hallóse con cuatrocientos y ochenta españoles, ochocientos indios ami- | gos y doscientos yanaconas que podian pelear, y partió con los dos campos, a veinticinco del mes dicho, a dormir a Millarapue, que significa Camino de oro. En Molvilla llamó a consejo y se determinó la jornada y sus efectos, y habiéndose acordado y resuelto que habia de ser la entrada a Pillolcura, cuatro leguas de la Imperial, se guardó el secreto que importa mucho en estas ocasiones y marchó de trasnochada con todo el silencio posible: pasose el rio de Paicabi con el agua a los pechos por no perder tiempo, que en la guerra por un punto se pierde mucho. Desde este rio se fué trasnochando hasta el embocadero que llaman de Juan Agustin, donde mandó tomar los pasos de Tucapel para la costa y espiar hasta la mar por ver si sus espias podian dar con alguno del enemigo y tomar lengua, y como lo imaginó le sucedió, porque las espias que a esto salieron cogieron un cacique que venia con otros indios a reconocer los caminos. Dijo este cacique en su exámen que los demas que venian con él habian echado a huir y que tocarian arma en toda la tierra y asi que no haria efecto en su entrada. Y con todo, resuelto el gobernador con su buena fortuna mandó que se hiciese la correria, y tomó primero conse

| jo del capit in Juan Suaso para el modo, por hombre de mucha esperiencia, y como respondiese animándolo a ello y dando el modo, volvió a examinar a la espia con tormentos y amenazas, y acordó que en las Peñuelas, dos leguas de alli, habria gente de Repocura que habria bajado por marisco al mar, que si queria cogerla se diese prisa a ello, porque sino no cogeria nada. Fué tanta la que se dió, juzgando podia ser posible que los indios espias que se habian escapado no hubiesen dado aviso, que él mismo subió a caballo y sin esperar a capitan ni alma viviente hizo oficio de ayudante en apercevir, y echó al capitan Juan de Morales con doscientos amigos a la ocasion y cogió trece piezas.

Con esta lengua y buen principio ordenó las cuadrillas y apartó él mismo la gente que habia de enviar; ordenó al maestro de campo que en persona con los capitanes de a caballo don Andres de Hermosilla y Alfonso de Villanueva Soberal, soldado de mucho valor, prudencia y ciencia militar, que despues fué gobernador de Valdivia, corriese a Pillolcura y a todos sus altos, y al capitan Gregorio Sanchez Osorio, que era práctico en esta guerra, ordenó que con una cuadrilla de gente escogida y de obligaciones corriese a Tirua, que se dejaba a una mano, quedándose el gobernador con una compañia y con la del capitan don Cristóval Osorio y con el resto de las demas alojado en el mismo rio de Tirua a la parte del norte. Dieron los corredores del maestro de campo la rienda a los caballos con recato, y les ayndó tanto la fortuna que cogieron ciento y treinta piezas en Pillolcura, cogieron mucho ganado que hallaron, saquearon las casas de todas sus alhajas, aprovechándose los amigos de ellas, y les pegó fuego a todas. Al revolver con la presa, tomaron las armas los naturales de los valles en

número de doscientos, y como eran seño- | llo, Bartolomé Diaz Matamoros, Jacinto

res de los caminos, supieron cuales eran mas a su propósito para pelear y salir al atajo. Tomaron la delantera al maestro de campo y se emboscaron en un paso acanalado y estrecho con intento de acometer a la parte donde iban las indias presas y ganarlas a punta de lanzas o morir por ellas. El maestro de campo llevaba de manguardia cien amigos y detras de ellos cuatro soldados buenos arcabuceros; iban estos por descubridores y luego venian los trompetas y su persona con algunos soldados de obligacion, y tras ellos las piezas cautivas en el batallon con buena guardia. Al pasar nuestra jente dieron los indios enemigos, saliendo de emboscada, por la parte por donde iba el maestro de campo bien descuidado de que alli hubiese celaalli hubiese celada, y acometieron todos a un tiempo y de repente: derribaron de la primera embestida a los trompetas de los caballos y apretando a los españoles derribaron al maestro de campo de la silla, y a no pelear como tan valiente caballero con una espada ancha, y a no socorrerle el capitan Fernando de Guzman y otros buenos soldados, se le llevan los indios enemigos vivo o le matan. Apretaron tambien al capitan Alfonso de Villanueva, dándole muchas lanzadas, que peleó valerosamente, y le llevaron la celada, que la traia su page de armas, que como el arma fué tan repentina e impensada no se la pudo poner. Hicieron rostro junto a este capitan Basco Sanchez de Quiroga, que peleó valerosísimamente, don Gaspar Verdugo, que se mostró mui animoso y esforzado, los alferez don Juan de Avaro y don Luis de Li

de Hermosilla, criados estos dos de el gobernador; y a no hallarse todos estos soldados cerca de la persona del maestro de campo y de el capitan Alfonso de Villanueva, no se duda sino que fuera mas el daño. Mataron al sargento Juan Piernas y hirieron al alferez Juan Lopez en la garganta junto a él, que como era el camino angosto no le pudieron socorrer y los enemigos tuvieron lugar para cortarle la cabeza y llevársela para cantar victoria. Era el paso tan angosto y

paso tan angosto y entrincado que no se podian socorrer unos a otros ni juntarse la arcabuceria, hasta que habiendo peleado un cuarto de hora las delanteras pudieron irse juntando algunos arcabuceros, los cuales apretando al enemigo mataron treinta y cinco indios y los hicieron huir al monte. Con esto marchó el maestro de campo con doblado cuidado hasta llegar a donde estaba el gobernador, que le recibió con mucho aplauso por la buena suerte y por haber salido tan bien de la pelea. El capitan Gregorio Sanchez, que habia ido a maloquear a Tirua, cojió solo una india que siendo antes cautiva de los españoles anduvo tan valerosa que les quemó el cuartel y se huyó de la prision. Estaban avisados aquellos indios y asi no hallaron mas aunque hicieron muchas diligencias. Reconoció el gobernador y ojeó la tierra para su tiempo y dió la vuelta hasta Paicabi, donde se alojó aguardando asi a los caciques de Elicura que querian dar la paz; visitó el fuerte de Lebo y metióle leña, siendo él el primero en cargarla para dar ejemplo a los demas, y hecha esta faccion se metió en Arauco.

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