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CAPÍTULO VIII.

Suceden algunas desgracias con el enemigo. Abrasa Lientur y saquea con mil indios el fuerte de el Nacimiento; defiéndense valerosamente los soldados en un cubo y mátanle doscientos indios, y pídenle en su tierra las muertes. Viene a Chillan y llévasse muchos captivos y ganados, y mata despues cuatro centinelas.

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- Matan

Año de 1628. Sucede una desgracia. - Coge el enemigo 400 caballos, 10 piezas y mata un cacique. Sale el Gobernador y no los alcanza. Embia el Sargento mayor delante veinte corredores. - Acometen al enemigo sin orden y mueren seis. Tienen sin razon por desgraciado a Juan Fernandez. Quiere el Gobernador salir a campaña; resístenlo todos. Aviso de el Capitan Juan Alonso, que se huyó de el captiverio. — Viene aviso al Gobernador de que el enemigo da en el Nacimiento.-Abrasa Lientur el fuerte de el Nacimiento y acomete con dos mil indios. - Defiéndelos Nuestra Señora de Boroa. - Defiéndense los soldados en un cubo y matan mas de doscientos indios. Saquean la Fatoria y todo el fuerte y retiranse por ver tantos muertos. a un fugitivo español, Francisco Martin. - Va el Gobernador al socorro y honra mucho a los soldados del Nacimiento. Piden las muertes a Lientur. - Haze Lientur un parlamento en que anima a todos.Confedera Lientur consigo las provincias amigas. Avisa Tarpellanca del dia en que se quieren alzar los amigos. Averigua el Gobernador ser verdad.—No los castiga instimulado de su conciencia porque tubieron causa, sino a siete. La cansa del alzamiento es el demasiado trabaxo y el no remediarlo el Gobernador.-Entra Lientur en Chillan. Manda que ninguno beba vino. Haze una gran suerte y retírase por los baños. -Sale el Gobernador y yerra el camino por donde iban los indios. Síguelos el Capitan Juan Suazo y no los alcanza. - Vuelve el Gobernador a sosegar los amigos y promete aliviarlos y hazerles justicia, - Tiene el Gobernador aviso que viene Lientur con cuatro mil indios.-Quiere el Gobernador salir a pelear con Lientur. -Aconséxanle que conserve lo ganado y defienda las fronteras, y pide oraciones para el buen suceso.— Házense rogativas y penitencias para quitar pecados. Deshaze Dios la junta en Angol. Pasa Lientur con doscientos caballos el rio. - Sabe que le aguarda el Gobernador y vuélvese. y no alcanza al enemigo. - Embóscase en Angol y no vienen los indios.

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Sale a una arma el Gobernador

Son las desgracias como las venturas, que suelen andar hermanadas y seguir las unas a las otras, y a la pasada del Sargento Mayor se siguió otra, y fué que a los principios de el año de 1628 acometió el enemigo a los potreros de el Rey, pareciéndole que quitando a los españoles los caballos los dejaba sin pies, y se llebó mas de cuatrocientos caballos de Lavapié y de Quinel en algunas entradas que hizo; accllaró en Quinel diez piezas y mató un cacique, en ocasion que el Gobernador lle

gaba con su compañia a la estancia de el Rey al reparo de las sementeras. Corrió el arma en persona ansioso de pelear, y no pudiendo dar a los enemigos alcanze por la gran ventaxa que le llebaban y tener afligidos los capitanes sus caballos, se detubo y los dexó. Ordenó al Sargento Mayor, que estaba con su tercio tres leguas mas cerca de ellos, que los siguiesse, y embió el Sargento Mayor veinte corredores con un teniente llamado Pedro Pablo, con orden de que si los topaba los entre

tubiesse mientras él llegaba y le embiasse a avisar. El Teniente les dió vista y hallando que sus soldados tenian fatigados sus caballos y que el suyo estaba con sobrados halientos, dexó otro en su lugar y fué a dar la nueva. Mientras él fué, pareciéndole al caudillo que dexó en su lugar que ya los caballos avian descansado, acometió de hecho al enemigo, juzgando que hazia en esto alguna grande hazaña; mas, como los indios vieron que eran pocos, revolvieron sobre ellos, pensando llebárselos todos, y degollaron scis buenos soldados y alancearon otros dos, que se escaparon con los demas mal heridos.

El Sargento Mayor Juan Fernandez, quando llegó y vió el daño, no supo qué hazerse a una tan barbara determinacion y a un desorden tan grande. Y no se puede negar sino que el Sargento Mayor Juan Fernandez era buen soldado y tenia buetenia buenas disposiciones, y algunas destas desgracias le dieron nombre de desgraciado, y quando no son por culpa de el que gobierna las desgracias, no es justo cargárselas ni darle tal nombre, pero el vulgo y la envidia obran sin razon ni discurso.

Quiso el Gobernador entrar a lo interior de la guerra y castigar la soberbia de el enemigo, y entrando en consexo le digeron todos que no llebasse las fuerzas a campaña porque un captivo que se vino, que fué el Capitan Juan Alonso, hombre práctico y lengua y capitan de los indios de Arau

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amanecer avia Lientur asaltado el fuerte de el Nacimiento y que si no le socorria luego le hallaria arrasado por el suelo, porque le dexaba ardiendo y cercado de muchos enemigos.

Affirmóse este indio en esto y fué verdad, porque aquel dia le embistió Lientur con dos mil indios y le pegó fuego por tantas partes que obligó al capitan Pablo de Junco, que le gobernaba, a retirarse con sus soldados a un cubo, donde se guareció y peleó tan valerosamente desde el cuarto del alba hasta las nueve de el dia, que

de vencido fué vencedor, faboreciéndole el Alba de la Virgen Santissima y su santa imagen de Nuestra Señora de Boroa, que entonces tenian en aquel fuerte los soldados por su muro y defensa y a quien se encomendaron en tan grande aprieto, como fué ver arder todo el fuerte y al enemigo enseñoreado de él, y todos los soldados atribuyeron con razon el averse librado de dos mil leones ambrientos y furiosos y de las llamas de el fuego a esta milagrosa imagen, en que milagrosa imagen, en que tubo mucha parte su buena diligencia, porque desde el cubo se defendieron con tan gran teson que mataron mas de doscientos indios, sin que les pudiessen ganar el cubo ni abrasársele por mas diligencias que hizieron, dándoles varios asaltos, haziendo cabas por debaxo y arroxándole fuegos arroxadizos, que por ser de paxa, como todo lo demas de el fuerte, se tubo a milagro.

Robó el enemigo toda la Fatoria y las casas de el capitan y soldados, y encarnizado Lientur no queria apartarse de alli ni dexar de dar assaltos, hasta que un capitanexo le dixo que mirasse que estaban tendidos por el suelo mas de doscientos indios muertos; que se retirasse si no queria verlos perecer a todos. Retiróse con esto y llebáronse dos piezas de bronce, que con la prisa y el repente no las pudo re

tirar el capitan al cubo, y las echaron en una honda laguna y hasta hoy no han parecido.

Vino guiando esta junta un mal español fugitivo que avia años que se avia huido al enemigo y vivia entre los barbaros como uno de ellos, a quien conocieron los españoles de el fuerte y le digeron que era un descomulgado y que Dios le avia de castigar por sus maldades y ellos le avian de dar su merecido, y apuntóle uno tan bien que le mató, y despues, quando llegó el Gobernador al socorro, le ha llaron tendido en aquella campaña entre mas de doscientos y veinte y cinco cuerpos muertos que contaron. Llamábase este desdichado y condenado christiano Francisco Martin, que no merecia que su nombre ni se supiesse en el mundo; mas, para escarmiento de algunos que sin temor de Dios se van a vivir entre infieles, es bien que se sepa para que vean en lo que vienen a parar los que dexan a Dios y a su Rey.

Quando llegó el Gobernador, aunque se dió mucha prisa, que era un fuego para estas diligencias, ya el enemigo se avia retirado, y halló al valiente capitan y a sus valerosos soldados con muchos halientos y reducidos a veinte pies de tierra, y a su alferez Baltazar Gutierrez y a diez soldados heridos, y ninguno menos. Dióles muchos parabienes por la victoria, y a un caballero llamado Don Pedro Moscoso, que se señaló entre todos, natural de Ribadeo, en Galicia, le hizo muchos fabores le dió una alabarda de sargento. Libróles a los soldados dos mil pesos de ropa de las caxas reales para vestirlos, por averles dexado el enemigo a todos desnudos. Reedificó el fuerte, poniéndole por nombre la Resurreccion, que por aver estado perdido y resucitar como de muerte a vida, le vino bien el nombre. Súpose

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despues que avian ido muchos indios heridos y que avian muerto allá en sus tierras, donde ubo grandissimo llanto.

Hizo Lientur una gran borrachera para consolar a las viudas y a los padres y madres de los muertos, que todos le echaban la culpa y le pedian sus difuntos y que les pagasse sus muertes, haziéndole cargo de que él los avia puesto en tan grande empeño y a tan manifiesto riesgo; mas él, puesto en medio con su lanza en la mano, les hizo un elocuente parlamento, consolándolos a todos, diziéndoles que no se admirassen de que los soldados muriessen en la guerra, que para eso iban a ella, y que como le recevian con gusto quando volvia victorioso le avian de recebir conformes quando tubiesse alguna pérdida; que la guerra era un juego, y el que juega se ha de persuadir a que no ha de ganar siempre sino que ha de aver de todo, de pérdida y de ganancia, y que si en esta ocasion avia perdido, por eso le avia quedado el brazo sano y la lanza entera para volver a ganar; que como los vientos cada hora se mudan y tras la tempestad viene la bonanza, assi se mudan las cosas de la guerra, y tras esta desgracia esperaba tener muy buenos sucesos, porque con las veinte cabezas que avia quitado al Sargento Mayor tenia convocadas las parcialidades de Talcamavida, Gualqui y Rere, reducciones amigas de los españoles, y avian ya recevido su flecha ensangrentada y embiádole otra partida, que era señal de confederacion, y con eso les quitaria a los españoles sus mayores fuerzas y los haria guerra con los proprios suyos. Con que se animassen todos y le diessen gente de nuevo para defender la patria, animándose a dar la vida y morir, si fuere necesario, por tan gloriosa empresa, como lo avian hecho sus antepasados, que nunca pidieron paga por las muertes, sino que con la chicha se

contentaban y se consolaban. Y assi lo hi- | trabaxo, y si le daban algunas quexas di

zieron en esta ocasion, que no hai desdicha que no passen los indios con la chicha, como dice Arcila.

Fué este parlamento y el trato con los indios amigos verdadero, porque con la rota de el Sargento Mayor embió este barbaro a las provincias amigas, ocultamente, algunas cabezas de españoles y flechas ensangrentadas en su sangre y convocó las cabezas y caciques, y la una cabeza de un español se halló en la Concepcion en manos de un cacique de Gualqui, que la recivió en señal de confederacion, y si Dios no descubriera esta traicion, ubiera llegado este alzamiento hasta Maule.

De vuelta de este viaje, supo el Gobernador de un cacique llamado Tarpellanca como la tierra estaba alzada y convocados los amigos, y no esperaban mas de al viernes venidero, que era a los diez y ocho de Febrero, para declararse, porque ya tenian repartidos los nudos y aquel dia los acababan de desatar y avian de soltar su furia; que no saliese a la guerra, como intentaba salir, domingo a los veinte de el mismo mes, porque de salir y no remediarlo, ponia en contingencia el Reyno y le perderia su Magestad. Aviso fué este de mucha fidelidad de este cacique, y con él inquirió el Gobernador la certidumbre de el rebelion de los indios amigos y las causas, y hallando que era cierto, convenció a muchos caciques de su infidelidad o levedad de ánimo y usó de benignidad con ellos, porque instimulado de la conciencia reconoció que tenian razon, y en sus confesiones y descargos dixeron que la causa por que se rebelaban era porque su Señoria no procedia con ellos con direccion y justicia, pues en lugar de mirar por ellos y por sus vasallos, solamente faborecia a los vecinos y encomenderos, consintiendo que los maltratassen y oprimiessen en el

simulaba con ellos, no guardando justicia a los indios, y que ya que no tenian quién les hiziesse justicia, ellos se la querian hazer y mirar por el cuerpo de su republica; que no debian consentir que la servidumbre personal pasasse de la raya de lo justo, echando mas carga de la que era razon a sus vasallos, y su Señoria estaba obligado a estorvarlo, y pues requerido no lo hazia, no se admirasse de que ellos lo hiziessen aunque fuesse a fuerza de armas, pues no tenian otro remedio. Y como ya ubiessen algunos, de temor de verse descubiertos, ídose al monte con sus familias y muebles, para escarmiento de los demas castigó a siete y puso en unos palos sus cabezas.

En este tiempo que el Gobernador estaba ocupado en el castigo de los rebelados, le tocó arma Lientur por Chillan, a donde llegó con trescientos caballos con ayuda de los pegüenches y puelches, que por la cordillera le dieron paso, y le guió un indio que se avia criado en Chillan y sabia las entradas de la ciudad y el secreto de las estancias. Hizo Lientur un razonamiento a los suyos antes de correr la tierra, animándolos con la esperanza de los despojos, y ordenó que ninguno, aunque hallasse vino en las estancias y bodegas, bebiesse una gota, por no ponerse a peligro de perder el juicio y la buena ocasion que tenian de aprovecharse y hazer mal a sus enemigos. Discreta prevencion de un barbaro. Con esto acometió a las estancias y robó quantas alaxas avia en ellas, gran multitud de ganados, las bacas de Alvaro Nuñez, y apresó mucha gente suya que estaba ocupada en la matanza de bacas, y hecho este daño se retiró por los baños, por un paso aspero y nunca andado de la cordillera, y salió a la tierra de los pegüenches sin aver perdido cosa ninguna.

Partió el Gobernador al arma luego al otro dia que tubo el aviso con su compañia, y fué de parecer tomarle el rastro junto a la misma ciudad de Chillan y seguirle; pero los mas practicos fueron de parecer que se avia de salir a ataxarlos al paso de la Laxa, que era el forzoso por donde avian de pasar, y por seguir este parecer erró el Gobernador los indios, que si les sigue el rastro da con ellos y les quita la presa; mas, muchas vezes permite Dios que se yerre por sus ocultos secretos. Visto pues ser ya irremediable el daño, despachó al Capitan Juan Suazo con trescientos caballos ligeros en su seguimiento, y fué tambien en vano su salida, porque salió ya tarde, y cansando los caballos sin fruto se ubo de volver. Retiróse el Gobernador bien pesaroso a sosegar el tumulto de el alzamiento, y sosegado usó de el tiempo conforme los accidentes lo pedian. Mandó juntar todos los caciques y capitanes de indios y hízoles un estudiado razonamiento, acordándoles todos sus antiguos resabios y movimientos, encargándolos la fidelidad y que sustentassen la paz prometida, porque si no lo pagarian sus cabezas. Sosegáronse con esto los indios y con prometerles que los alibiaria de el trabaxo y que castigaria a qualquiera que les hiziesse algun agravio: que para tener quietos los amigos, no ay otro medio que guardarlos justicia, porque en no haziéndosela, ellos se la hazen y se van al derecho natural de reprimir y repeler con fuerza la violencia.

Tubo el Gobernador nueva de que el enemigo volvia con cuatro mil indios sobre las reducciones de los amigos de San Christóval y Talcamavida a fin de llebárselas de quaxo porque no avian venido en el trato de alzamiento, sino perseverado fieles en nuestra amistad, y trató de salir a pelear con ellos. Mas, el obispo y el ca

HIST. DE CHIL.-T. III.

bildo de la Concepcion le escribieron suplicándole que atendiesse a conservar lo ganado y aguardasse a ver donde rebentaba aquella junta, poniéndose en las fronteras a estorbarle el paso para que no entrasse el enemigo a infestar nuestras tierras. Y aunque sus deseos eran de salirle a buscar y pelear con él, reprimió sus ardores y pidió al Obispo y a las Religiones que hiziessen rogativas para que Dios le alumbrasse en sus acciones y que reprimiesse la furia de la junta de Lientur, que por horas se esperaba. Clamó el Obispo a Dios y los predicadores al pueblo predicando que no era Lientur quien nos castigaba, sino la mano de Dios que le regia, que él era el azote y el instrumento que Dios tomaba; que cesassen los pecados y cesaria Dios de el castigo; que los tercios estaban llenos de malas mugeres, los indios oprimidos, los agravios que se les hazian clamaban al cielo, los delitos no tenian castigo, los escándalos no se remediaban, los hurtos eran apadrinados y los pecados aplaudidos y convertidos en costumbres y que éstos eran los mayores enemigos; que se peleasse contra ellos, que Dios desbarataria a los otros. Y assi sucedió, que mediante el hazer penitencia y rogativas a Dios, su Divina Magestad dió trazas como aviendo llegado toda la junta en su vigor hasta los llanos de Angol, se dividiessen las cabezas que la regian y sobre competencias y varios parezeres se disgustassen, con que se volvieron a sus tierras y se deshizo la junta, y solos doscientos caballos pasaron el rio de la Laxa con Lientur, y avisando nuestras expias como pasaba a Biobio, salió el Gobernador con deseos de pelear y de cogerlos dentro de nuestras tierras, y se emboscó en parage donde no se podian escapar los indios; mas, el enemigo tomó lengua y revolvió con ligereza a sus tierras temiendo el peligro.

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