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EL CARDENAL DON JUDAS JOSÉ ROMO.

SU VIDA Y SUS ESCRITOS.

La Iglesia católica acaba de perder uno de sus mas insignes prelados con la muerte del Emmo, señor don Judas José Romo, acaecida el 11 de enero de 1855, á los cuatro dias de cumplir setenta y seis años. Mientras vivia este varon preclaro, quise escribir su biografía, y nunca me lo permitió su modestia; ahora que por desgracia ha bajado al sepulcro, me apresuro á tributar este homenage humilde á su digna memoria, si no con los datos que me tenia prometidos, quizá por acallar mis reiteradisimas instancias, con los que me ha proporcionado su correspondencia epistolar durante tres años, su afectuoso trato en una visita que le hice ahora pocos meses, y la lectura de sus libros. No la pasion, sino el amor á la verdad, guiará la pluma de quien tiene por ocupacion preferente estudiar y escribir historia.

Nacido el Emmo. don Judas José Romo de padres ilustres en el pueblo de Cañizar el 7 de enero de 1779, estudió leyes y cánones en la universidad de Alcalá de Henares, graduóse de licenciado en la de Huesca, y luego fué canónigo de Sigüenza desde 1804, obispo de Canarias desde 1833, arzobispo de Sevilla desde 1847, cardenal de la

TOMO III.

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Santa Iglesia romana desde 1850; y siempre ejemplarísimo en las costumbres, celoso pastor de sus ovejas, docto en letras divinas y humanas, padre de los pobres, afable en el trato, digno de cariño y respeto y de que su fama nunca espire.

No mas de siete años tenia y era ya notoria la vivacidad del ingenio, que ni aun la senectud pudo estinguir en aquella mente privilegiada. Su padre, el brigadier don Francisco Romo y Gamboa, le habia enseñado primeras letras, impacientándose no poco de que trocara los acentos en ciertas palabras, y despues le envió á aprender gramática latina fuera de su casa. Todo el anhelo puso el escolar en ganarse la estimacion de su padre para cuando volviera á su presencia, y sucedió lo que mucho despues dijo con estas interesantes palabras: «Yo sabia >>que por estudiar gramática no me habia de libertar de leer luego que >> me viera, y esta consideracion me hizo aplicarme à la lectura. A los »pocos meses de gramática fuí de vacaciones á mi casa, y mi padre, >>que anhelaba hasta el esceso mi aprovechamiento, ¿Qué has aprendi»>do? me preguntó.-He aprendido (respondí) que muchas veces me re»ñia vd. sin motivo cuando leia los acentos. Es claro que mi padre me >> preguntaria la razon; yo la di de esta manera:-¿Por qué se enfa»>daba vd. (dije á mi padre) si el ia final de paciencia le pronunciaba >>como el de filosofía? ¿En qué habia yo de conocer la diferencia?-En »>que la i última de filosofía lleva acento, y la de paciencia no, respon>>dió mi padre.-Eso queria yo (repliqué entonces); ¿y cuando son pre»>téritos, como leia, ¿en qué lo habia de distinguir? Mi padre principió >> con esta reflexion mia á meditar, y despues de algunos momentos>>Tienes razon (me contestó), pero estudia, y con el tiempo propondrás >>esa dificultad á la Academia. He cumplido el encargo de mi padre.»

Hízolo asi en las Observaciones sobre la dificultad de la ortografía castellana, y método de simplificarla, que imprimió en 1814. Elogiando cumplidamente los desvelos de la Academia española para fijar la ortografia, se propuso en este opúsculo el señor Romo facilitar mucho su enseñanza por medio de la eliminacion absoluta de las ideas gramaticales y eruditas, que infundadamente se presuponen ya adquiridas por el que la aprende. Como consecuencia natural de sus meditaciones sobre ortografía, compuso é imprimió el mismo año el Arte de leer el castellano y latin, preciosa obrita donde, once años antes que don José Mariano Vallejo, dió la preferencia al silabeo sobre el deletreo desde que se empieza la lectura, y donde hizo un perfecto análisis de las letras, y redujo el de las sílabas á seis solas reglas, que abrazan

la lectura universal del castellano. Ciertamente el señor Vallejo no conocia el método del señor Romo cuando publicó el suyo, y lo comprueba su inferioridad notoria; sin embargo, como fue director de estudios, hallóse en proporcion de difundirlo; hasta 1852 no se ha delarado el del señor Romo obra de texto, y sigue siéndolo con imponderables ventajas, que esperimentó primero que nadie don José Caballero, maestro de la acreditada Escuela Pia de San Luis en Sevilla.

Aquellas amorosísimas palabras de Jesucristo, Dejad que se me acerquen los pequeñuelos, estaban indeleblemente grabadas en el corazon del señor Romo. Lo acreditó mas todavía en una exposicion elevada á Fernando VII el año de 1816, clamando para que se propagara á todo el reino la instruccion primaria; exposicion bastante por sí sola á conquistarle el título de sabio y la veneracion de los buenos patricios. A su ver las leyes puramente preceptivas eran infructuosas para el establecimiento de escuelas, cuya importancia esplicó de esta suerte. «La fundacion de un monasterio ha sido el timbre de muchos reyes citados >>en la historia; la de un colegio, la de una universidad lo ha sido de >otros; pero son de poco momento tales glorias en competencia de las »que prometen los institutos de primeras letras: son como los muros. » que circunvalan á algunos de los antiguos lugares de Castilla, compa>>rándolos con el famoso antemural que separa á la China de la Gran >Tartaria. No es exagerar, señor; la esfera de los conventos, colegios y » universidades, está cruzada de rádios, cuyo esplendor, por mas que sea luminoso, brilla en un ámbito muy reducido, en vez de que la es»fera de las primeras letras toca á todos los puntos de su circunferencia »y solidez con el corazon y los límites de la monarquía. »

Apoyado en base tan consistente, empezó por inclinar el ánimo del monarca á esclarecer los fastos de este siglo no multiplicando góticos y añejos institutos que plagaran las ciudades populosas de charlatanes y sofistas, sino creando magisterios de primeras letras que imbuyeran en los ciudadanos los dogmas santos de la fé, y apresuraran la civilizacion en las ciudades, aldeas y cabañas. Tuvo á dicha que sobre este punto no se hallara atronado el legislador de aquella displicente germanía con que el Peripato estorbaba la propagacion de las luces, defendiendo, poco menos que la fé, sus confusos y áridos estudios, pues la enseñanza era sin duda el voto mas unánime de los españoles; bien que lo embarazaba una liga de contradicciones poderosas, por no haberse nunca organizado un sistema general de educacion que protegiera tan justos y útiles deseos y atajara la guerra que el interés individual sostiene siempre contra

el público, segun lo habian procurado los fundadores de otros institutos.

Considerando que la historia antigua y moderna atestiguan en todos los paises que los hombres son religiosos antes que ilustrados, y que las naciones producen varones eminentes en las ciencias antes que el arte de leer y escribir se generalice, dedujo la necesidad de que los gobiernos se declararan protectores especiales de la instruccion primaria. Y la consecuencia era sumamente lógica despues de haber patentizado que, crigidas con antelacion las corporaciones poderosas y posesionadas de los mas ricos fondos del Estado, nacian los magisterios de primeras letras, á semejanza de los hijos segundos de las casas vinculadas, cuando mas felices otros que los precedieron gozaban esclusivamente del poder y de la abundancia. «Solo un gran rey, padre impar»cial de todos sus pueblos (decia el señor Romo), podrá llamar la aten>>cion de los políticos á favor del vulgo iliterato. Los alumnos que des>>de las aulas pasaron á figurar papel en la Iglesia, en la judicatura ó la >> milicia, arrastraron tras de sí, digase lo que se quiera, tanta dósis de >>espíritu de partido, que si su ascendiente llega á prevalecer en el sis»tema de gobierno, solo se hará memorable protegiendo las corporacio>>nes poderosas de que se constituya negociante.»

Es notabilísimo lo que añadió al asegurar que, si no se fundaban escuelas, perderia el reinado de Fernando VII su mayor gloria, porque la de un monarca no consiste en los pomposos encomios preparados por los sofistas de todas las naciones á cuantos reyes van sucediéndose en el trono; y la pueril filosofía de levantar hasta las nubes algunos rasgos dignos de loa, omitiendo los muchos que exigen censura, no encontraba ya admiradores. La causa estribaba en no ignorar nadie que de la excelsa magestad del trono habian de emanar forzosamente algunas providencias sabias, muchos monumentos admirables y repetidos sucesos de insigne memoria, y en saber igualmente que de un rio caudaloso, que deja sin fertilizar cien leguas de terrenos áridos, no se dice que esté bien aprovechado, aun cuando riegue dos ó tres vegas mas afortunadas. Seguidamente habló de este modo. «La opinion, señor, este tribunal antiquísimo que avasalla á los potentados y á los reyes; este tribunal »>inapelable, cuyo imperio abarca en su estension el uno y el otro con>>tinente, y cuya duracion tiene el mismo límite que el de las estrellas; >>la opinion, señor, es mas justa y severa en esta parte. Atenta en los >> reinados que examina al carácter que desplegan los monarcas, no re>>> fiere como alabanzas privativas suyas las que pertenecen á la digni>> dad omnimoda del trono, y solo cuando observa esclarecidas las vir

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>tudes de los reyes á proporcion de su poder, es cuando los propone >> por inclitos modelos. ¿Por qué, si no, despues de habérseles prodigado >>con tanta profusion el título de grandes, son tan pocos los que en la »posteridad han conservado tal renombre?» Luego pasó á probar que Fernando VII lo conquistaria imperecedero divulgando la instruccion primaria hasta en las chozas, y ahuyentando la ociosidad y la ignorancia, de las cuales provenia que el vulgo prestara á la fuerza material el homenage que los ciudadanos cultos rendian al honor y á las leyes.

Nada mas elocuente que lo que en estilo fácil y galano expuso el señor Romo sobre la hostilidad exterminadora de la barbarie contra la agricultura; es menester copiarlo á la letra. «Hay un mónstruo, señor, » que devora mas que la langosta, y este es el perjuicio incalculable que »no es dado Horar bastantemente; mónstruo horroroso que tiene ocho » millones de cabezas, atalayas insomnes contra el laborioso y pacífico >>colono; monstruo atroz que no se sacia de hacer daño, y fecundo al >mismo tiempo, porque se perpetúa contra todas las reglas de la mons>>truosidad. Dirélo de una vez, señor; hablo del hombre falto de prime»ras letras, del hombre indisciplinado, mónstruo verdaderamente de la Despecie racional, y que, siempre en guerra abierta con las produccio»nes de los campos, arruina la agricultura, y yo le delato por lo mis»mo á V. M. Enemigo irreconciliable de las propiedades, es un bandi»do que las sisa en las afueras de los pueblos, las hostiliza en las lla»nuras alejadas, las arrasa en los valles retirados, las desarraiga en los >recodos escondidos. Glorioso de su fuerza material, es un tirano que »se agavilla con sus bárbaros satélites, y en nocturnas espediciones ó »á la luz del dia, arrastra por todas partes la desolacion. Ensoberbeci»>do con el terror que infunde su osadía, es un demonio que se vale de >su ingenio aborrecible para flanquear los estorbos físicos que detienen >>sus esfuerzos, para limar los cerrojos que resisten á su rapacidad, des>goznar las puertas, asaltar las cercas, espantar á los que transitan ca>sualmente por sus acechos, para asesinar al guarda malhadado que » ocurre á sus alarmas. Con semejante raza de enemigos, ¿cómo es posible »que llegue á florecer la agricultura? ¿De qué serviria promover su estu>>dio delicioso en la capital y en las provincias? ¿De qué aprovecharia que >> naciese un Columela en cada pueblo? ¿Que los ilustrase un Cavanilles? >>Mientras que reine, señor, propension tan perniciosa entre los espa»ñoles (que reinará hasta que sepan leer), no se trate de preparar con > maestría los abonos á las tierras; no se trate de alternar con inteligen»cia las semillas, ni de analizar las capas que clasifican los terrenos,

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