Imágenes de páginas
PDF
EPUB

LOS GUERRILLEROS.

NOVELA.

PRIMERA PARTE.

LAUREANO.

(Continuacion) (1).

VII.

CUATRO PERIODISTAS.

Entretanto la sociedad se subdividió en nuevos grupos. Era objeto principal de la conversacion en todos ellos el acuerdo recien tomado por don Serafin de que su familia vistiese luto por el malogrado Laureano, cuya muerte, sin embargo, aunque muy probable, no era una cosa segura, pues no se tenia de ella ninguna prueba positiva. Lo que habia decidido aquella resolucion del gefe de la familia, era una carta recien Hlegada por el correo de Aragon, con lacre negro, carta que a nadie habia enseñado, y que se suponia ser de una hermana del desgraciado jóven, la cual residia con su padre, primo carnal de don Serafin, junto á un pueblecito del pintoresco valle de Triste, provincia de Huesca, en el caserío denominado Bordafria. Como sucede siempre, unos aprobaban, otros no, la resolucion de don Serafin: ya hemos visto que Rafael era de estos últimos, aunque por un motivo absurdo. El único

(4) Véanse los núms. de enero y febrero, págs. 76 y 243.

grupo en que no se comentaba ni para bien ni para mal aquel acto de autoridad, era el que formaban don Melquiades y la linda Regina, la cual, apenas hubo él ocupado una silla en un rincon de la sala, fué á sentarse familiarmente sobre sus rodillas, á pesar de que el pobre viejo, mas pobre aun que viejo, y eso que frisaba en los sesenta, venia empapado en lluvia como un perro de aguas que acaba de salir de un estanque.

El secreto de la impaciencia con que le aguardaba Regina era que para aquella noche le tenia prometido desde la víspera un cuento de miedo, que era el fuerte de don Melquiades, acaso el hombre mas pacifico del mundo. Su rara aptitud para inventar esta clase de cuentos, como para otras muchas cosas inútiles, pues nuestro personage era sin duda uno de los entes mas originales que es posible figurarse, segun veremos mas adelante, le hacia ser el ídolo de Regina y de todos los chicos en las pocas casas que visitaba: verdad es que lo mismo que los chicos le querian los grandes por su bondad y su sencillez verdaderamente primitivas. Don Melquiades, sin embargo, era un hombre político, un periodista, pero muy diferente de todos los demas, y en especial del que habia entrado con él en la sala y recordado á los ministros de S. M. con ocasion de haber oido hablar de los Hebreos. Llamábase éste último don Judas Somaten; y por ser personage importante de nuestra historia vamos á describirle con la exactitud que nos sea dable.

Don Judas Somaten podria tener en la época de que vamos hablando, unos treinta años. Pequeño de cuerpo, muy delgado, blanco de rostro, de pelo entre rubio y rojo, nariz afilada, ojos chiquitos, azules y muy vivos, sin ser en manera alguna un hombre feo, tenia en toda su persona un aire de doblez y hasta de falsedad, que no solo alejaba la confianza, mas infundia irresistiblemente un sentimiento repulsivo que en casi todos los que le conocian rayaba en una decidida aversion. No se le conocia un solo amigo. Temido por su venenosa pluma, respetado por la independencia de sus opiniones y por la lucidez de su elevado ingenio, aborrecido por el audaz cinismo de sus ataques en un periodiquillo satírico que escribia casi él solo, contra todo lo mas sagrado que existe entre los hombres, mal mirado ademas por su insolente desden de todo lo que se llama las conveniencias sociales, nadie se atrevia á cerrarle su puerta, y sin embargo, nadie le recibia con gusto. No se le conocian mas parientes que los de su muger, que era la señora insignificante y fea de quien hicimos mencion en el capítulo anterior, y aun se susurraba que habia pasado su niñez en uno de esos establecimientos en que la caridad pública recoge y sustenta á los desventurados frutos

del libertinage unido á la inhumanidad ó á la miseria. Esto no pasaba, sin embargo, de una mera sospecha: nunca Somaten habia consentido que se le hicieran sobre este delicado punto insinuaciones, ni aun en broma, y nadie se curaba de hacérselas en serio desde que con una estocada mortal en la tetilla izquierda habia respondido fuera de la puerta de Recoletos, en presencia de cuatro padrinos, á un infeliz ex-capitan de realistas á las que sobre él le hizo, provocado por una agresion inícua. La historia fué esta. Contestando á un odioso ataque del periodista satírico contra el padre del ex-capitan, anciano dignísimo y liberal antiguo que en este concepto habia sido recientemente repuesto en el empleo que perdió en 1823, no obstante el notorio realismo del hijo, habia éste escrito en un comunicado que el periodista podia atacar impunemente á los padres de sus adversarios políticos, seguro de que nadie le podria volver las tornas. La alusion no podia ser mas directa. Somaten, que solia llevar muy en paciencia las invectivas y hasta las groseras injurias que le atraia muy a menudo su peligrosa profesion de gracioso, se irritó en tal manera de la indirecta, muy transparente en verdad, que le echaba sobre su supuesto origen inclusero el ex-capitan, que en la tarde misma del dia en que su comunicado salió á luz en el Eco, le abofeteó en pleno Prado, con gran sorpresa de todos los que estaban enterados del lance, pues ni creian que la ofensa mereciese tan duro trato, ni tenian al periodista por hombre de tan belicosa índole. Hacia entonces pocos meses que Somaten habia llegado á Madrid, y aun no habia tenido ocasion de sentar su reputacion de valiente. Por desgracia aquella primera prueba fué harto fatal, pues mató á su contrario, muerte que sumergió en inconsolable luto á dos familias: el ex-realista tenia muger é hijos, y ya hemos dicho que aun le vivia Isu padre. Siguióse causa al homicida por aquel desgraciado caso; pero a calidad del muerto, la especie de colorido político que logró darse a desafío, la precaucion que tomó Somaten de elegir por padrinos á dos liberales netos,-Diego fué uno de ellos,-todo coadyuvó á mitigar el rigor de la ley, á punto que la cosa se quedó así, segun la frase ordinaria en España. Despues de haber estado oculto un poco de tiempo, Somaten volvió á presentarse en Madrid y ȧ destruir reputaciones y sembrar disturbios sin que nadie se metiera con él, por respeto á la libertad de imprenta.

Ademas del periodiquillo satírico, que con el título de EL POLVORIN redactaba él solo casi exclusivamente, con mucha gracia y con muchísima hiel, tenia Somaten á su cargo, en compañía con Rafael Lamosa,

la seccion de noticias y el folletin del periódico de la tarde, uno de los mas influyentes de aquella época y sin duda el mejor escrito, de que era director y propietario el clérigo don Frutos Casal. Este, en colaboracion con dos abogados muy listos, de quienes nada hay que decir por ser personages muy incidentales en esta historia, escribia los artículos de fondo ó sea de política doctrinal: la política militante estaba encomendada á Somaten, que la encerraba muy hábilmente en sueltos á cual mas venenoso, intercalados en el cuerpo del periódico, ó bien en las bajas regiones del folletin, bajo forma de letrillas mordaces, de cartas saladísimas, de rehiletes y alfilerazos que chorreaban sangre, y que don Frutos aceptaba como una triste necesidad, pero sin celebrarlos nunca. Rafael escribia la parte literaria: su colorido era, como ya supondrá el lector, un romanticismo exagerado; -otra triste necesidad, decia don Frutos, á que era preciso someterse por ir con la corriente del gusto y ganar lectores, pero de que él se lavaba las manos, como de las sangrientas sátiras de Somaten.

á

-El periodismo, solia decir don Frutos, es un verdadero sacerdocio. Lo es ciertamente, a pesar de que siempre lo estan diciendo los periodistas, de donde resulta que muchos hombres de bien tienen esta gran verdad por una gran mentira. Para mí, añadia, la política verdadera ofrece, como ciencia, muchos puntos de semejanza con nuestra verdadera religion. Tiene como esta, principios fundamentales que no pueden variar ni es lícito discutir, y una disciplina, que varía segun los tiempos y las circunstancias: deberia tener, como ella, sus ministros reconocidos, únicos iniciados en la razon de sus preceptos y con autoridad bastante para explicarlos y difundirlos en beneficio de los pueblos. ¿Qué son las falsas ideas políticas sino unas especies de heregías? La sana política, como la Iglesia, condena en teoría todas las violencias; pero cuando es preciso, cuando no le queda otro medio para salvar á la sociedad, que es su principal deber, ¿por qué no ha de recurrir á ellas? ¿por qué no ha de esgrimir el arma comun á todos los partidos, que es el periodismo? En buen hora que el hombre político, en la alta acepcion de esta palabra, no emplee con su propia mano todos los recursos de la prensa: tampoco los sacerdotes disparamos fusiles ni damos sablazos, ni recurrimos mas que á la persuasion; pero cuando es preciso, permitimos, mandamos que otros empleen toda clase de armas en nuestra defensa: esto mismo debe hacer el hombre de Estado, que comprende su mision,―otra palabra propia tambien y que ya no lo parece porque los periodistas la traen siempre en los labios. Nuestros ene

migos políticos nos atacan con sarcasmos, con denuestos, con sangrientas burlas; devolvámosles sus proyectiles, para que la lucha sea igual. Los que nos acusan porque empleamos estas armas no desean en el fondo de su corazon nuestro triunfo: afectan mirar por nuestro decoro, para que nos dejemos asesinar!

Dotado de un temple de alma de los mas enérgicos, aun que sereno y frio en apariencia, unia don Frutos á una memoria prodigiosa, una rara vivacidad de ingenio y el don feliz de una elocucion fácil y persuasiva, que llegaba á ser irresistible cuando algun a vehemente pasion lograba, lo que rara vez sucedia, sacarle de la estudiada calma, que tambien consideraba él, como la compostura y el aseo, obligacion de su estado. Conocia mucho á los hombres, los apreciaba en su justo valor, y por eso se exaltaba poco; muy grande, muy escandalosa habia de ser una iniquidad, para que en la conversacion ó en su periódico rompiese don Frutos al hablar de ella, los diques de su indignacion; pero tambien entonces sus palabras eran como un torrente de lava que arrollaban, destruian, pulverizaban cuanto se les ponia delante. No habia ministro, por mas curtido que estuviese en el oficio, que al tomarle decididamente nuestro clérigo por su cuenta, no le presentase á los pocos dias bandera blanca en demanda de capitulacion; pero don Frutos no capitulaba, acaso porque su ambicion rayaba mas alto que todo lo que le ofrecian. Solo asi podian explicar los hábiles en política su raro desprendimiento, pues en efecto, se le habian hecho proposiciones capaces. de dar al traste con las enterezas mas catonianas de aquellos y de estos tiempos: él mismo solia decir con cierto noble orgullo que tenia ambicion y mucha; mas al verle resistir como una roca, reiteradas ofertas de beneficios, dignidades, mitras y..... ¡pásmense nuestros lectores! BILLETES DE BANCO, los corredores de conciencias se preguntaban unos á otros estupefactos, frunciendo las cejas y como avergonzados de sí mismos: ¿Dónde tendrá este hombre el gusto? Por de pronto, la política militante era no ya el gusto, sino la idea fija, el ídolo de don Frutos, bien fuese como medio de satisfacer algun dia aquella ambicion oculta, bien con el fin único (como él aseguraba, aunque nadie lo creia) de cumplir un deber de conciencia, defendiendo con la pluma doctrinas útiles á la humanidad, persuadido de que la prensa es el mas fecundo agente de la civilizacion y el poder mas grande del siglo.

Este era el único, pero tambien el constante tema de las discusiones entre don Frutos, verdadera alma del periódico que dirigia, y otro de sus redactores, que á la sazon estaba muy engolfado en contar á Re

« AnteriorContinuar »