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ron sucesor de Muñoz de Guzman al brigadier de injenieros don Francisco Garcia Carrasco, La audiencia tuvo que reconocer este nombramiento.

La disposicion de la real cédula de 1806 iba a producir en Chile resultados que sin duda no esperaron sus autores, Ca rrasco era un pobre hombre, no precisamente malo, pero désprovisto de las cualidades de intelijencia i de corazon indispensables para gobernar en circunstancias dificiles. Entraba al gobierno indispuesto con la real audiencia; i en vez de hacer cesar esas dificultades por medio de una conducta pru dente, ɛe mantuvo alejado de los oidores, que al fin eran los consejeros mas discretos del jefe supremo, i se indispuso con las otras corporaciones. Carrasco se rodeó de favoritos; i para sostener a éstos se vió envuelto en cuestiones con la univer. sidad, con el cabildo eclesiástico, con el cabildo secular i hasta con el tribunal de mineria. Estas primeras dificulta des, en que Carrasco hacia ostentacion de una falsa entereza pam ceder a la primera resistencia, se agravaron sobre manera al saberse en Chile que la España habia sido inva dida por los ejércitos franceses i que José Bonaparte reinaba en la metrópoli en lugar de Fernando VII. Los vinculos que ligaban a Chile con España eran demasiado débiles; pero esas noticias produjeron una profunda impresion, Los hombres inas avanzados de la colonia comenzaron a hablar de la situacion política de la península; i divulgando la voz de que la España seria sometida a un poder estranjero, aji taban la opinion a fin de encaminarla a un cambio de gobier no una vez que el sometimiento de España fuese completo. El doctor don Juan Martinez de Rozas, asesor de la intendencia de Concepcion, i don Bernardo O'Higgins, coronel de las milicias de Arauco, preparaban en el sur el movimiento, revolucionario. En Santiago, don José Antonio Rojas, anciano venerable que en su juventud habia viajado por Europa i que habia leido las obras de Voltaire i de Rousseau, reunia en su casa a los hombres mas caracterizados, i fomentaba entre ellos la propaganda de las nuevas doctrinas. El cabildo de Santiago, en que los chilenos habian alcanzado a estar en mayoría, era el foco organizado de la resis tencia.

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Carrasco divisó la tempestad cuando ésta era mas amenazadora. Sus consejeros le pidieron una represion violenta; i el presidente preparó un golpe de estado con que se propo nia poner término a la ajitacion. En la tarde del 25 de mayo de 1810 fueron apresados don José Antonio Rojas, el pro

curador de ciudad don Juan Antonio Ovalle i el doctor don Bernardo Vera. En la misma noche fueron remitidos a Valparaiso; i uno de los oidores de la audiencia se trasladó a aquel puerto a mediados de junio para instruir un proceso por el delito de conspiracion.

Esta violenta medida produjo en la capital una grande alarma; pero la represion gubernativa no dió el fruto que se habia buscado. Las quejas contra el presidente fueron mas duras desde entónces. Pocos dias despues llegó a Santia go la noticia de que el mismo dia 25 de mayo el pueblo de Buenos-Aires habja organizado un gobierno nacional; i el ejemplo de esta revolucion infundió ánimos a los chilenos. Los señores más importantes de la colonia, dirijidos por el cabildo de Santiago, elevaron una representacion al presidente pidiéndole la libertad de los presos. Carrasco se man tuvo firme; i procediendo en todo esto con la mayor cautela, dispuso que los tres reos fuesen enviados a Lima en el pri mer buque que saliese de Valparaiso. Cuando el pueblo de Santiago tuvo sospechas de que el presidente habia ordena. do esta medida, el cabildo i el vecindario renovaron sus representaciones con mayor actividad que antes. Carrasco con festó de palabras que los presos volverian a Santiago en pocos

dias mas.

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DEPOSICION DE CARRASCO.-El presidente, sin embargo, no pensaba por entonces en revocar sus órdenes. Los presos fueron embarcados el 10 de julio en una fragath mercante que zarpaba para el Callao, en donde debian ser puestos a disposicion del virei del Perú. Solo uno de ellos, el doctor Vera, quedó en Valparaiso bajo pretesto de que estaba enfermo.

Las órdenes pérfidas i violentas del presidente Carrasco quedaron ejecutadas; pero la indignacion de los habitantes de Santiago se manifestó con una violencia amenazadora. En la mañana del 11 de julio, al saberse que los presos quedaban embarcados en Valparaiso, el pueblo se agrupó en lá plaza, el cabildo se reunió como si un gran peligro amenazase la tranquilidad pública, i la real audiencia, divisando la terpestad que se alzaba, acudió a su sala de sesiones para buscar un remedio a aquella situacion. Carrasco parecia dispuesto a resistir todavía; pero a la vista de la actitud amenazante que habia tomado el pueblo, se resolvió a presen tarse en la sala de la audiencia a donde lo llamaban los miembros de ésta. Allí cedió al fin de sus propósitos; firmó un decreto por el cual mandaba que los tres presos fuesen

devueltos inmediatamente a Santiago, separó de sus destinos a los empleados a quienes el pueblo atribuia participacion en aquel golpe de estado, i se resignó a no tomar en adelante medida alguna sin el consejo del oidor decano de la audien cia, don José de Santiago Concha.

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Fué aquella la primera derrota de la autoridad real en Chile. La audiencia habia creido que aquellas medidas bastaban para tranquilizar la opinion; i a trueque de conseguir esto no habia vacilado en menoscabar la autoridad del jefe supremo. Luego se convenció que aquellas medidas se habian tomado demasiado tarde.. Los presos habian salido de Valparaiso ántes que llegara la orden de Carrasco. Sin duda, éste mismo era el que mas sufria con aquella contrariedad; pero pueblo seguia formulando contra él las mas terribles acusaciones, i preparando la opinion para un movimiento revolucionario que habia de dar por resultado la creacion de un gobierno nacional. Los jefes de las milicias, chilenos de naci miento, aceptaban esta idea prestándole su apoyo.

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La audiencia se alarmó tambien con el nuevo peligro. La ajitacion del vecindario aumentaba por momentos: el pueblo armado recorria de noche las calles de la ciudad como si se tratara de defender a los vecinos mas earecterizados de nuevos golpes de autoridad. En la mañana del 16 de julio los miembros de la real audiencia se presentaron en el palacio i pidieron a Carrasco que dejase el mando, como el único medio de poner término a la ajitacion i de afianzar la autoridad real en la colonia, Carrasco cedió al fin a esta representacion. Inmediatamente fue convocada una reunion de los jefes militares i de los empleados mas importantes de Santiago, Celébrase esta junta en uno de los salones del palacio; i allí Carrasco manifestó su decidida voluntad de dejar et mando de que se hallaba investido. Los concurrentes convinieron en aceptar la renuncia; i en su reemplazo, nombraron presidente de Chile al conde de la Conquista, don Mateo de Toro Zambrano, que tenia el itulo de brigadier de milicias, i que por tanto poseía los requisitos exijidos por la real cédula de 1806 (16 de julio de 1810). Carrasco quedó viviendo oscuramente en Santiago hasta que se trasladó a Lima, diez meses despues.

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GOBIERNO DEL CONDE DE LA CONQUISTA.-El conde de la Conquista era un anciano de 85 años, ajeno a los negocios políticos desprovisto de la voluntad que las circunstancias exijian en el primer mandatario. Pero esta misma falta de intelijencia i de entereza era el titulo que tenia a los ojos de

la audiencia para ser elevado a aquel alto rango. El supremo tribunal pensaba que siendo el conde chileno de nacimiento, sus compatriotas klebian darse por satisfechos con su elevn ción; pero contaba además con influir sobre el ánimo debilitado del presidente, dominarlo i dirijir a su nombre los negocios públicos.

La audiencia habia jugado un juego peligroso. Los patriotas, irritados en el primer momento al ver desconcertados sus planes de revolucion por los sucesos del 16 de julio, adoptaron una política hábil i artificiosa que consistia en rodear al conde de la Conquista para menoscabar el influjo de la audiencia i en ganárselo al fin para realizar sus proyec tos. El cabildo de Santiago que era, como ya hemos dicho, el centro de accion de los patriotas; logró colocar al lado del presidente a los doctores don Gaspar Marin i don José Gre gorio Argomedo con los títulos de ascesor el primero i de secretario el segundo.

El gobierno del conde de la Conquista fué una lucha constante de los dos partidos, cada uno de los cuales queria atraerlo a su causa. La misma familia del conde se dividió en bandos: su hijo primojénito, el heredero de su título, era realista decidido: los otros hijos apoyaban la acción de los patriotas. Hubo un momento en que éstos parecieron derrotados: se trataba de reconocer el consejo de rejència, instalado en Cádiz, i el presidente, cediendo a las sujestiones de la audiencia, i a despecho del cabildo, que creia que aquel reconocimiento, era contrario a los intereses de la revolucion, prestó el juramento de obediencia al nuevo gobierno espanol (18 de agosto de 1810). Los patriotas, sin embargo, no se dejaron abatir por este contraste; estrecharon mas i mas al presidente con sus exijencias, i al fin lo determinaron a convocar a los altos majistrados de la colonia i los vecinos mas notables a una reunion en que se discutirian los medios que podian emplearse para asegurar la tranquilidad pública.

EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL. —Aquella memorable reunion tuvo lugar en el salon principal del palacio en que se reunia el tribunal del consulado. Los patriotas habian encaminado las cosas con bastante habilidad para alcanzar un trinufo espléndido i completo. Fueron citados a ella el cabildo en cuerpo, los empleados jefes de oficina, los comandantes militares, los superiores de las órdenes relijiosas i cerca de cuatrocientos vecinos. Entre éstos la opi nion era casi uniforme: con escepcion de algunos comer

ciantes españoles, todos querian un cambio de gobierno. Así fué que no hubo lugar a largos debates ni a vacilaciones. El conde de la Conquista comenzó por renunciar el mando supremo; i despues de un corto discurso del procurador de ciudad don José Miguel Infante, quedó acordada la creacion de una junta de gobierno compuesta de siete miem. bros (18 de setiembre de 1810).

Inmediatamente, la concurencia pasó a elejir, las personas que debieran componerla. Don Mateo de Toro Zambrano, conde de la Conquista, fué nombrado presidente de la juuta. Don José Antonio Martínez de Aldunate, obispo electo de Santiago, fué elejido vice-presidente. Ambos eran ancianos: incapaces de imprimir carácter al movimiento revolucionario, atras miembros de la junta eran casi en su totalidad vecinos respetables por su caracter i su posicion social, pero poco aparentes para el cargo a que se les elevaba. Felizmente, el pueblo colocó entre ellos un hombre que estaba a la altura de la situacion.

Era este el doctor don Juan Martinez de Rozas, asesor entonces de la intendencia de Concepcion, hombre impetuoso i sagaz, que desde aquella apartada provincia habia dado impulso al movimiento revolucionario. Los patriotas lo miraban con cierta veneracion, persuadidos de que la superioridad de sus talentos lo constituia en verdadero jefe del gobierno. Cuando mes i medio despues (L. de noviembre) hizo Rozas su entrada en la capital, el pueblo lo recibió con repiques de campana i con una parada militar, como si fuera uno de los antiguos presidentes que venia a recibirse del mando supremo.

La revolucion operada en Santiago fué reconocida en to das las provincias desde Atacama hasta Concepcion. La junta habia despachado emisarios a notificar su instalacion, i en todas partes fueron recibidos éstos favorablemente. En Chile no habia entonces una imprenta para publicar un pe riódico; en su lugar circularon proclamas manuscritas en que se hablaba de los derechos del hombre, del antiguo despo tismo i de la libertad futura. El doctor don Juan Egaña, uno de los hombres mas ilustrados con que por entonces contaba Chile, presentó a la junta un plan de gobierno en que se encuentran consignadas algunas ideas mui notables. Pedia la creacion de colejios i otros establecimientos científicos, señalaba la necesidad de que todos los pueblos americanos celebraran una especie de alianza o federacion para presen tarse fuertes i poderosos ante el estranjero. Este fué el pri

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