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SA 5 528.61

Harvard College Library

Cult of

Archibald Cary Coolidge and

Clarence Leonard Hay

April 7, 1909.

Solo los pueblos que, sin experimentar compresion alguna, se encaminan a la perfeccion política o social, merecen lugar en los anales del jénero humano. La esclavitud no tiene historia. Solo con la libertad hacen los pueblos suyo el elojio o el vituperio, i cargan con la responsabilidad de sus acciones. Lo que pudiera llamarse historia de HispanoAmérica, durante la dominacion de los conquistadores, no es sino la historia de España, la de su accion sobre la América: la de las secciones americanas comienza, pues, con la guerra de la independencia, en que las ideas, pasiones e intereses de Hispano-América dan oríjen á una serie de acciones dignas de recuerdo. Parece que los hechos históricos, por lo mismo que son el resultado de la voluntad i las pasiones humanas, no pueden dirijirse a un punto fijo, ni tener objeto determinado. Es cierto no obstante, que muchos de los acontecimientos históricos, a pesar de tener su oríjen en el libre alvedrío, estan sujetos a una lei constante, i ceden en beneficio de la humanidad. Ni puede ser de otra manera, puesto que si hai hechos que provienen de las pasiones, los hai tambien que nacen de la razon i de los intereses bien entendidos del jénero humano. Los primeros pasan, aunque no sin haber producido grandes infortunios: los segundos se perpetuan con las jeneraciones. Así, en medio de la variedad de los acontecimientos, se manifiesta la unidad de los designios de la Providencia.

La tarea del historiador consiste en comprender, en cuanto sea dable, la obra de Dios i la del hombre, i en dar a la humanidad una leccion moral al mismo tiempo que relijiosa: moral, porque mostrando el bien como ejemplo, debe enseñarnos à evitar los actos de que resulta el mal: relijiosa, porque

en medio de las desgracias de los individuos i los pueblos, debe señalar la luz divina, que alumbrando a la humanidad, la guie ácia su perfeccion. La intervencion libre del hombre es la que hace que los individuos i los pueblos respondan de sus acciones a la posteridad. La intervencion de Dios es la que hace comprender que la humanidad está destinada a un gran fin.

Pero si Dios ha querido que el hombre aspire a la perfeccion, ¿por qué no dar a la voluntad humana toda la eficacia necesaria para que llegue de una vez al término anhelado? Esta observacion que parece mui grave, queda destruida con el mas lijero exámen. El bien no seria meritorio si no fuera el resultado de la actividad laboriosa del hombre: conseguirlo desdeñando los halagos de las pasiones, i venciendo los obstáculos que se oponen a su realizacion, ensalza a la humanidad, i aumenta el precio de sus obras.

Mostrar la relacion que Dios i el hombre tienen con los hechos, señalar la lei a que están sujetos los acontecimientos humanos, tal es la tarea que ha emprendido la escuela histórica filosòfica. Pero esto no puede hacerse sino cuando la historia es bien conocida, cuando los hechos, suficientemente comprobados, son la piedra de toque de las vastas jeneralizaciones del historiador. Sin esta precisa condicion, es mui posible tropezar con un grave inconveniente; consiste en que, queriendo señalar el historiador la influencia de los sucesos en la mejora de las sociedades, puede alterar los hechos para deducir consecuencias violentas que hayan de ajustarse a un sistema preconcebido.

Lo que acabamos de expresar indica suficientemente el plan que nos proponemos seguir en la historia de Bolivia. Nuestro primer cuidado ha sido

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poner en claro los hechos: ni puede procederse de otro modo, cuando por primera vez se escribe la historia de un pueblo. La expresion del espíritu que da vida a los acontecimientos, las apreciaciones jenerales, no pueden venir sino despues del conocimiento de los sucesos. Solo asi deja de ser vaga la síntesis de la vida de las asociaciones humanas. Esto no impide que al narrar los acontecimientos se les dè el enlaze que tienen en realidad, mostrando el órden de su jeneracion. Así, los hechos hablan por sí mismos i se explican los unos por los otros, sin que nada haya de arbitrario ni de falaz: así, las apreciaciones que hace el lector nacen de la naturaleza misma de los sucesos.

La historia de Bolivia comprenderá los cincuenta años corridos desde que empezó la guerra de la independencia. Procurarémos que en este escrito reine la mas severa imparcialidad. Aplaudirémos a los hombres que por sus virtudes merezcan elojios, i levantarémos un grito de indignacion contra aquellos que por sus crímenes hayan hecho mal a nuestro pais. «No solo sirven a la República las obras heróicas: el pregon que acompaña al delincuente tambien es documento saludable.» Lèjos de pensar, como Luciano, que el historiador no debe tener patria, no perderèmos de vista la nuestra. Exijir del historiador la indiferencia, seria querer no solo que se hiciese cómplice de las iniquidades, sino tambien que dejára de ser hombre: seria libertar a los malvados poderosos de la única justicia a que en la tierra pueden estar sujetos, la de la historia. La indiferencia en nada se asemeja a la imparcialidad: ésta es una obligacion del historiador, aquella es un crímen.

Muchos de los hombres que han figurado en Bolivia viven todavia: hai algunos que por su posicion social o por otras circunstancias han hecho callar la opinion: hai otros que desvalidos, son víctimas de las

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