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blos americanos, el espíritu de partido, la ambicion, la codicia; la venganza, las pasiones todas se han reunido para desconocer esc centro comun, que decidiendo las cuestiones que motivan las crisis políticas, habria siempre conservado la tranquilidad. La obstinacion i el empeño de vencer no han conocido límites: así todos los poderes han sido vilipendiados i asaltados à la vez : nada ha sido respetado; i perdido así el equilibrio que los sostenia, las reacciones se han sucedido, i la fuerza armada ha decidido la suerte de los pueblos i ha hecho de ellos el juguete de las pretensiones particulares. ¡Cuántas veces allanó ella el paso á la primera majistratura, i los que aspiraban á la libertad, los que se llamaban republicanos, han tolerado con vergonzosa paciencia las cadenas que les impuso un ambicioso! Veinte años han corrido despues de nuestra revolucion, i vemos que los nuevos estados de América no han conseguido aún consolidar su existencia política.

>> Otro tanto debemos esperar, si la fuerza es alguna vez entre nosotros titulo suficiente para hacer valer pretensiones personales. Si no tenemos bastante virtud para resignarnos, i sujetarlas á los poderes constituidos, nuestra patria no existirá; porque nuestra subsistencia depende del sacrificio que hacen todos los individuos de una parte de su libertad para conservar el resto (1), i así como éste es un principio conservador, el uso de la fuerza lo destruye ésta cimienta la tiranía ó perpetúa las reacciones, porque la opresion es el jermen que las produce, i cuando un pueblo tiene un sentimiento uniforme por la libertad, es necesario que las instituciones marchen á su nivel.

» No será posible alcanzar jamás una perfecta consonancia de ideas i pensamientos; pero los trastornos que resultan de la diversidad de opiniones, cuando se salvan las formas constitucionales, producen un efecto pasajero que no ataca inmediatamente á la sociedad, i las personas quedan garantidas de sus resultados

(1) Es el antigno i erróneo principio sobre que se basaba la doctrina del contrato social. La verdadera libertad, que es la garantia del derecho, no admite sacrificio alguno.

por el respeto que aun se conserva á la lei. Mas cuando los poderes que sostienen la máquina política se inutilizan porque los súbditos intentan oponerse por las vias de hecho, la guerra es el resultado necesario; las leyes quedan olvidadas, las garantías sociales se desprecian; se rompe todo freno; las desgracias se suceden, los ciudadanos se desmora izan; los partidos, descono ciendo límites á sus pretensiones, se hacen culpables á la vez, i el país corriendo de revolucion en revolucion, se precipita á su

ruina. >>

Mui léjos estarian los constituyentes uruguayos de pensar que en aquel cuadro pintaban la condicion futura de su país i la de casi todos los pueblos hispano-americanos. I puesto que todos esos males se han sufrido á pesar de las mas brillantes constituciones escritas, debemos buscar la causa en la ignorancia de las masas i la pasion de sus conductores, en la impaciencia de la ambicion i la tolerancia de sus instrumentos, en el espíritu de esplotacion i el favor que se dispensa á los esplotadores.

¿Deberemos por ello renunciar á toda esperanza i á todo pensamiento político, redu iéndonos á deplorar los males que no podemos remediar? Nada de eso todo pueblo admite un gobierno. Hallar la fórmula del que se adapte à una condicion dada, es el primer problema á cargo del hombre de estado. En cuanto á nuestra América, despues de hallar esa fórmula, debemos contraernos esmeradamente á instruir, educar i moralizir á las masas, infundirles amor al trabajo y respeto à la propiedad, obediencia á las autoridades legales, i odio á las revueltas de meros aspirantes, que sacrifican vidas i haciendas por dominar ó por esplotar á sus coasociados. Entónces comprenderá el pueblo el beneficio de la libertad fundada en la paz i en el respeto de todos los derechos; entonces la defenderá enérjico i gustoso contra las maquinaciones de la ambicion; i entónces habrá llegado la éra de la democracia, que es la voluntad i el poder en el pueblo para custodiar esa libertad, que ahora se encargan oficiosamente de suministrarles los traficantes políticos usando de la violencia ó del engaño.

OBSERVACIONES PARTICULARES

a

Seccion I. De la nacion, su soberanía i culto. Los artículos 2 i 3 son inútiles. El estado es libre, independiente i soberano sin que la constitucion lo diga, i si no lo fuera, de nada servirian las prescripciones constitucionales. Trátase allí de hechos qu son la esencia misma de la nacionalidad, ó que á lo menos subsisten ó nó independientemente de la constitucion. Valdria mas suprimirlos. Casi otro tanto pudiera decirse del art. 13, que establece para el gobierno la forma representativa republicana. Del tenor de la constitucion i del modo como se practica resulta la verdadera forma del gobierno de un país. Hacer uso de nomenclaturas, que al fin seria mui dificil definir, á nada bueno conduce, i puede suscitar discusiones sobre promesas que acaso no hayan querido hacerse por la constitucion.

Algo mas serio es el art. 5.o, que dice: « La relijion del estado es la católica, apostólica, romana. » Supone la necesidad de que el estado tenga una relijion, i adopta, como es natural, « la santa relijion de nuestros padres : » única cosa quizás que deseamos poseer en comun con ellos, cuya justicia, cuya sinceridad, cuya benevolencia, cuya tolerancia i cuya ciencia, mostradas desde la conquista hasta el dia feliz en que su yugo sacudímos, no son ciertamente cosas que envidiamos. Pobre defensa seria para una relijion decir solamente que es la relijion de nuestros padres, i con frecuencia seria el peor de los argumentos, pues remontando de jeneracion en jeneracion llegaríamos al paganismo i á la idolatría. Pero, la verdad sea dicha, la relijion no es materia de raciocinio, sino de sentimiento; i éste se produce en nosotros, como una parte de nuestro ser, por el hecho mismo de nacer i vivir

entre aquéllos que tambien lo esperimentan. Podemos, pues, renunciar á las opiniones de nuestros padres, en vista de ruzones que para ello se nos presenten. Podemos mejorar de condicion moral, como resultado de la educacion i del contacto con otras razas. Pero no cambiamos fácilmente de creencia ó de fe, que no se demuestra, sino que se infiltra en nuestro sistema nervioso durante la niñez. Uno nace por lo mismo católico ó protestante, como nace blanco ó negro, í aun los cambios que suelen hacerse en materia de relijion son las más de las veces producto de razonamientos incompletos cuando no de meros accidentes.

De aquí la justicia i aun la necesidad de tolerar nuestras respectivas creencias; pero no hai completa tolerancia en las leyes, sino cuando se prescinde absolutamente de la relijion como elemento político. Vemos con gusto que la constitucion uruguaya, como las arjentinas, no prohibe los cultos disidentes del catolicismo, i ya es eso mucho en el camino de la tolerancia. Pero aún mantiene una relijion de estado, á la cual da proteccion especial, i con la cual tiene vínculos i relaciones oficiales que se espresan en los arts. 76 i 81, en cuanto hablan de juramento, concordatos, patronato i pase de bulas pontificias. Es uno de los abusos á que con tanta facilidad se inclinan las mayorías. La constitucion del estado oriental del Uruguai proteje el catolicismo romano, por la misma razon que lo hacen las del Brasil, Chile, la República Argentina, i todos los países católicos, escepto Béljica i Colombia. Esa razon, que á su turno tiene la mayoría de la Gran Bretaña para protejer la relijion episcopal, no es otra que la de ser mayoría: es pura i simplemente la idea del derecho fundado en el poder. Obligan á las minorías á contribuir para las gastos del culto oficial, conceden á este culto ciertas prerogativas que niegan á los otros, sin mas razon que el poder; razon que siempre parece mui natural cuando no hai quien la conteste, i que toma descomunales proporciones á los ejos de la preocupacion.

Pero la alianza entre el solio i el altar, que los nuevos estados americanos han querido mantener imitando á Españoi Portugal,

es no solo el fruto de la preocupacion i un complot de la intolerancia es tambien una liga contra los pueblos, como fácilimente se concibe. El sacerdocio busca en el gobierno un fiador contra las eventualidades del fervor relijioso; una garantía de subsistencia i de influjo mundano. A su turno el gobierno solicita del clero la sancion de que éste dispone, en obsequio del órden, es decir, la obediencia pasiva á sus mandatos por caprichosos que sean. El orijen de esta alianza viene de tiempos i circunstancias que pasaron i con los cuales debe ella pasar. Como ilustracion insertamos los siguientes fragmentos de un publicista español, que nos parecen oportunos.

«En todas las sociedades primitivas se hallan enlazadas las leyes civiles con las relijiosas, i este vinculo se afloja en propor cion que los pueblos se apartan de la infancia. La natural rudeza de aquellos hombres i sus ásperas costumbres no permitian asentar el imperio del derecho, i así se dictaban leyes i se administraba justicia llamando al cielo en ausilio de la autoridad. Numa Pompilio se finje inspirado par la ninfa Ejeria para dojmar el ánimo rebelde de los primeros romanos: Mahoma supone revelaciones del anjel Gabriel para encender el entusiasmo reliioso en el pecho de los árabes: los antiguos jermanos no consentian ser correjidos i castigados sino por mano de sus sacerdotes, humillándose á ellos como á ministros de Dios en la tierra, i en todas partes andaba por aquellos tiempos revuelto lo divino con lo humano.

>> Un hecho tan comun supone que hai algo necesario en la confusion del sacerdocio i del imperio durante la infancia de las naciones. Los obstáculos que las pasiones groseras i los hábitos de indisciplina oponen á toda regla i á toda autoridad, se han de vencer con la persuasion ó con la fuerza. Hablar á pueblos de razon inculta de sus derechos i deberes, ponderarles el bien comun, recomendarles la obedienc a á los majistrados, etc., seria en vano; pero herir su imaginacion refiriéndoles un prodijio, escitar su amor propio presentándolos favorecidos del cielo, i domar su cerviz álavoz de un oráculo, ó bien dándoles la lei revestida con

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