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todas sus riquezas al reino de Tucumán, i a posesionarse de él como señores absolutos».

Heredia, que en la cama donde le tenían sus dolores, supo lo que se estaba tramando, trató de evitarlo por la astucia, ya que no lo podía por la fuerza.

Para ello incluyó a varios de los conjurados en un destacamento que, so protesto de ir a buscar víveres, hizo salir para la Imperial, donde se encontraba el gobernador.

Heredia escribió con ellos a Sotomayor un carta en flamenco, en la cual le comunicaba todo lo que sucedía.

El gobernador se dirijió entonces a Purén, a la cabeza de un escuadrón, con las apariencias de venir a visitar al enfermo i de custodiar los bastimentos.

En seguida, condujo consigo a los principales conjurados a Angol, donde les mandó dar garrotes a todos, <«<con lo cual, dice el cronista, se obvió el notable daño que pudiera causarse en estos reinos si Dios Nuestro Señor no lo remediara» (1).

Por lo que toca al otro motín acaecido en 1607 bajo el gobierno de García Ramón, no he encontrado mas noticias que las mencionadas en un informe de la audiencia que antes he copiado.

Pero estos dos ejemplos bastan por ahora para manifestar que pudo ser serio el peligro que aquel ejército mal pagado i peor disciplinado hacía correr a la dominación española en Chile.

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 3, capítulo 36.

CAPÍTULO IV

LOS ENCOMENDEROS I LOS JESUÍTAS EN CHILE

Encontradas opiniones que había en Chile acerca del servicio personal. -Disposiciones tomadas por el virrei del Perú marqués de Monte Rei para preparar la abolición del servicio personal en Chile.— Primeras e infructuosas tentativas del padre Luis de Valdivia para conseguir igual ob jeto.-Dilijencia que don Juan de Salazar hace en la corte para el mismo fin. Medidas contrarias, al servicio personal tomadas en Chile por el provincial de los jesuítas Diego de Torres.-Disensiones entre los encomenderos i los jesuítas. ---Resolución de la audiencia de Santiago.- Felipe III acepta el plan propuesto por el padre Valdivia de hacer solo guerra defensiva contra los araucanos i abolir el servicio personal. Los encomenderos en Chile envían inútilmente a Lima un procurador para reclamar contra aquella resolución —Luis de Valdivia da principio sin dificultad a la realización de su plan. --Visita la diócesis de la Imperial.--Fuga de las mujeres de Ancanamón, i martirio de tres misioneros jesuítas.-Plan propuesto por Alonso de Rivera para tratar a los araucanos.-Aumento de descontento que el mal éxito del proyecto del padre Valdivia para convertir a los araucanos produjo, tanto contra él mismo, como contra los jesuítas en jeneral.-Luis de Valdivia, decididamente apoyado por el gobierno metropolitano, continúa empeñándose por realizar su plan de guerra defensiva.-Su vuelta a España.-Resultado de las misiones de infieles fundadas i dirijidas por los jesuítas en Arauco.

I

Los hechos i documentos hasta aquí mencionados permitirán fácilmente comprender la ardiente lucha que a principios del siglo XVII fué provocada en Chi

le

por la cuestión del servicio personal de los indios. Voi a detenerme algún tanto en la narración de este acontecimiento, no solo por lo interesante que es, sino también porque puedo hacerla con pormenores curiosos, que, o no fueron conocidos por los que antes de ahora se han ocupado en el asunto o fue ron desatendidos por ellos, aunque en mi concepto pueden contribuír sobre manera a reproducir ante nuestros ojos aquella época ya lejana de la vida colonial.

El servicio personal de los indíjenas era empeñosa i enérjicamente apoyado por todos los que se aprovechaban de él; por los encomenderos i por los militares, i los allegados de unos i otros.

Pero estaba mui lejos de ser jeneralmente aceptado ni en América, ni tampoco en Chile.

Desde luego, lo reprobaban todos los que prestaban la debida obediencia a las categóricas i reiteradas reales cédulas en que el monarca lo prohibía.

En seguida, lo censuraban gran número de eclesiásticos i de jente piadosa para quienes era la causa, tanto de la rápida destrucción de las encomiendas, i de su ignorancia en materia de fe, como de la tenaz resistencia que los indios infieles oponían para convertirse a la relijión católica i para someterse a la autoridad real.

Estas razones de aplicación jeneral eran reforzadas por las consideraciones que se deducían de las circunstancias especiales de Chile.

La larga i calamitosa guerra de Arauco, los injentes gastos que imponía el ejército, el peligro con que su indisciplina amenazaba la tranquilidad pública, la poca prosperidad de las ciudades fundadas en la parte

septentrional del país, todos estos eran motivos que hacían a muchos mirar con desagrado la conservación del servicio personal.

La trájica muerte del gobernador don García Oñez de Loyola acaecida en noviembre de 1598, i los desastrosos sucesos que fueron su consecuencia vinieron a robustecer esta opinión.

Muchos sostuvieron que, si se quería evitar una ruína completa e irremediable, era menester apresurarse a abolir el servicio personal, orijen principal en su concepto de tantas i funestas desgracias.

Era preciso variar de sistema. Ya no había fuerzas para tantos sufrimientos; ya no había ni dinero que gastar, ni sangre que derramar.

II

Estos discursos fueron a resonar en la corte de Lima, cuyo virrei tenía la dirección [superior de los negocios de Chile.

En 1604, don Luis de Velasco, marqués de Salinas, entregó aquel alto cargo a don Gaspar de Zúñiga i Acevedo, conde de Monte Rei.

Al dar cuenta el virrei saliente a su sucesor del estado de los asuntos de Chile, le llamó mui particularmente la atención sobre la guerra de Arauco i el servicio personal.

El marqués de Salinas espuso por lo largo al conde de Monte Rei cuántos eran los agravios que los encomenderos chilenos inferían a los indíjenas, i cuánto influía aquello para alentar a los araucanos en su obstinada resistencia.

Le agregó que lo sabía por un testigo presencial i mui fidedigno, el jesuíta Luis de Valdivia, el cual había ido en 1593 con el padre Baltasar Piñas i otros a fundar una casa de su orden en Santiago de Chile, había residido diez años en aquel país, i a la sazón era lector de teolojía en el colejio de Lima.

Aquella relación causó profunda impresión en el ánimo del nuevo virrei.

Precisamente la guerra de Arauco era el negocio mas grave que por entonces tenía a su cargo, i uno de los que mas molestaban a la corte de España.

Así no desperdició oportunidad de recojer informes sobre el particular.

Entre otros habló con don Luis de la Torre, protector de los indios de Chile, que había hecho viaje ex-profeso a Lima para reclamar contra el servicio personal, impuesto en contravención de los reales mandatos, a los indíjenas, a quienes se hacía soportar toda especie de malos tratamientos i se les impulsaba de este modo a perseverar en la guerra con gran perjuicio del real erario, i de la prosperidad pública.

Conferenció también, como era natural, con el padre Valdivia, que le pintó con los mas vivos colores i toda especie de pormenores la mísera condición a que estaban reducidos los indios de Chile.

Por orden del virrei, el padre Valdivia redactó por escrito su relación, llegando como teólogo a la conclusión de ser caso gravísimo de conciencia la conservación del servicio personal.

El virrei consultó sobre la exactitud de los hechos consignados en aquella relación a don Alonso García Ramón, jefe mui esperto en los asuntos de Chile, donde había militado con distinción muchos años, i cuyo

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