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éstos. ¡Quiera Dios que goce ya de tantos bienes nuestra república i relijión!» (1)

XIV

Teniéndose noticia del pensamiento de los holandeses, como se tenía por los antecedentes mencionados i por otros, el soberano, por cédula de 16 de octubre de 1638, reiteró a don Pedro de Toledo i Leiva, marqués de Mancera, sucesor del conde de Chinchón en el virreinato del Perú,el encargo de fortificar a Valdivia, que en vano había dado al último en dos ocasiones.

Sin embargo, el marqués de Mancera imitó sobre el particular la conducta del conde de Chinchón por el motivo que va a hacernos conocer la siguiente real cédula:

«El Rei. Marqués de Baides, pariente, mi gobernador i capitán jeneral de las provincias de Chile, i presidente de mi audiencia real de ellas. En carta de 18 de mayo de 1641, me dais cuenta de haber remitido al virrei del Perú relación de los indios, peones, materiales i otros jéneros que había en esas provincias para ayudar a la población i fortificación del puerto de Valdivia, i decís lo mucho que conviene se ponga en ejecución; con cuya ejecución se juntó lo que escribió en la misma razón el gobernador don Francisco Lazo de la Vega, vuestro antecesor, i los informes que sobre ello me han hecho los virreyes, i demás papeles tocantes a la materia. I habiéndose visto todo por los de mi junta de guerra de Indias con la detención que el

(1) Aguirre, Población de Valdivia, párrafo 1, números 17 y 18.

caso pide, i considerado el estado en que tenéis la pacificación de esos indios, i consultándome lo que acerca de la dicha fortificación y población se le ofreció, he tenido por bien de resolver se escuse por ahora, supuesto que no se puede quitar con ella que el enemigo tome otros puertos para sus intentos: y de encargaros (como lo hago) estéis con todo cuidado para resistir como mejor pudiéredes las invasiones que intentara hacer, si por los estrechos de Magallanes o Maire pasasen a ese mar y costas, de que daréis (si llegase el caso) aviso al virrei del Perú con tanta presteza, como es menester, para que no le hallen. desapercibido, y prevenga con tiempo lo necesario para su resistencia y castigo en las partes donde pudiese llegar con sus bajeles, enviándole relación de los con que hubiere entrado, su porte, número de jente i artillería que llevasen, i de sus intentos i designios, usando para conseguir i adquirir estas noticias de los medios e intelijencias que convengan. De Madrid a 3 de junio de 1643.-Yo el Rei.-Por mandado del Rei Nuestro Señor, Don Gabriel de Ocaña i Alarcón»

XV

Cuando Felipe IV firmaba la precedente cédula, ya en sus dominios del Pacífico se había realizado el acontecimiento que muchos hasta entonces habían reputado de posibilidad dudosa.

El 4 de mayo de 1643, habían aparecido en las islas de Chiloé cinco naves holandesas, dirijidas por Enrique Brouwer.

El propósito de aquellos navegantes no era simple

mente el de hacer botín i presas como el de sus predecesores, sino el de fundar, si era posible, establecimientos permanentes en aquellas costas.

El gobierno de Holanda no había olvidado la promesa de vasallaje que los indíjenas de Castro habían hecho cerca de medio siglo antes a uno de los jefes de su primera espedición al mar del Sur.

Por otra parte, la porfiada resistencia de los araucanos era un hecho que había resonado en el mundo

entero.

Así los holandeses se lisonjeaban de encontrar en ellos aliados formidables contra los españoles, el cnemigo común.

Teniendo el apoyo de aquellos esforzados indíjenas, creían mui posible la fundación en las costas del Pacífico de un establecimiento firme i duradero.

Valdivia era el punto que les había parecido mas adecuado a este fin.

Para dar a conocer este acontecimiento importante de nuestra historia nacional, voi a valerme de un libro, ya mui raro, que fué publicado en Lima el año de 1647 i que puede considerarse oficial.

Ese libro es el que dirijió a Felipe IV el fraile agustino Miguel de Aguirre con el título de Población de Valdivia. Motivos y medios para aquella fundación. Defensas del reino del Perú para resistir las invasiones enemigas en mar i tierra. Paces pedidas por los indios rebeldes de Chile, aceptadas i capituladas por el gobernador, i estado que tienen hasta 9 de abril del año de 1647.

El padre Aguirre tuvo a la vista para componer su obra los documentos oficiales, lo que da a su escrito una grande autenticidad.

Hemos dejado la escuadrilla holandesa a la vista de Castro, pequeña i miserable población, que era la capital del archipiélago.

El gobernador Juan Muñoz Herrera intentó hacer resistencia con cincuenta hombres que tenía a sus órdenes; pero en la pelea perecieron éli varios de los suyos. Los restantes se retiraron a la montaña.

Los holandeses quemaron entonces una nave que estaba surta en el puerto; i saquearon la población de Castro.

Brouwer leyó a los indíjenas una carta del príncipe de Orange que traía rotulada: A los caciques rebelados de Chile.

Gracias a la tal comunicación, o mejor dicho, a las promesas i agasajos que les hizo, logró entrar en relaciones con ellos; i en seguida, los estimuló a que diesen caza a los españoles refujiados en la montaña, i los mataran a todos.

Los chilotes se lo prometieron.

-Enviadme, les agregó, la noticia de haberlo practicado así a Valdivia, para donde nos vamos.

Mientras tanto, los holandeses habían tenido una nueva ventaja: la ocupación del fuerte de Carelmapu, de que se apoderaron después de un combate.

Hasta entonces la empresa había marchado viento en popa; pero Brouwer se hallaba ya a la víspera de las grandes dificultades.

Su tropa i marinería, compuesta de diferentes naciones, habían estado en la persuasión de «que venían por tiempo limitado, bien que a buena tierra, según decían.»

Pero, habiendo Brouwer tenido que declararles, conforme a sus instrucciones, que el objeto de su espe

dición era la ocupación permanente de Valdivia, la noticia produjo un jeneral descontento.

A este primer motivo de disgusto, se agregó la desaparición, o mejor dicho, la pérdida de la nave que traía la provisión de víveres para dos años.

Brouwer, abrumado por esta doble calamidad, falleció de pesadumbre, antes de dejar a Chiloé.

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Pidió por última manifestación de afecto que le sirviera de sepulcro Valdivia, donde no había podido gobernar.

Para sucederle, fué designado su sobrino Elías Harcksmans, «mozo inesperto, (dice el autor que me está sirviendo de guía) i electo en el oficio mas por el favor del tío, que por su talento i méritos propios».

El nuevo jefe procuró dirijirse pronto a Valdivia, sacando consigo de Carelmapu trescientos indios con sus familias i algunos mestizos.

En los primeros días de setiembre, estuvo a la vista del lugar que su gobierno había señalado como término de la espedición.

No le fué difícil entrar en relaciones amistosas con los indios.

Para consolidarlas, celebró una solemne conferencia con Manquipillán i otros caciques principales, a quienes presentó la carta ya mencionada del príncipe de Orange.

Además, les ofreció volver el año próximo con mayores fuerzas i pertrechos; i dejarles entonces, no solo dos mil soldados para repoblar a Valdivia i levantar otras ciudades, i echar del país a los españoles; sino también mil negros para desempeñar los trabajos que pesaban sobre los indios, i abolir de este modo el servicio personal.

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