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Semejante resolución era indudablemente la mas segura, pero no la mas honrosa.

Para llevarla al cabo, Salazar tuvo, no que acuchillar indios, sino solo que hacer degollar seis mil hermosos caballos, que llevaba para el servicio de su ejérto, i que temió cayesen en manos del enemigo.

La suerte del presidente Acuña i Cabrera fué igualmente desastrosa.

Habiéndose visto cercado i acosado en la plaza de Buena Esperanza por los sublevados, lo abandonó topara ir a buscar refujio en Concepción.

do

Se retiraron con él los soldados que habían salvado la vida i los moradores del fuerte.

Lo que tenían en el cuerpo era todo lo que habían podido sacar consigo.

Los jesuítas llevaban el santísimo sacramento en una custodia.

El viaje fué de los mas fatigosos i llenos de zozobras que puede imajinarse.

Todos los vecinos de Concepción salieron en procesión a recibir el santísimo sacramento que traían los jesuítas.

Acuña i Cabrera había entrado antes que sus compañeros de infortunio, porque el miedo no le había dejado ir con ellos, habiéndose adelantado tan luego como pudo, impaciente por poner su persona en seguridad.

«En la Concepción deseaban que llegara el gobernador con bastante jente, refiere el cronista Quiroga; pero su vista no les dió gusto por reconocerle caudillo de una tropa de tristes miserables, que esforzándolos los sacerdotes, venían a pié i descalzos, huyendo de

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LOS PRECURSORES DE LA INDEPENDENCIA DE CHILE

cada ruído que creían ser el enemigo que les pisaba la retaguardia» (1).

I mientras tanto, la necesidad de un ausilio bien eficaz era sumamente imperiosa.

Los indios llevaban la osadía hasta penetrar por las calles de las acongojadas ciudades de Concepción i de Chillán; i lo que todavía era harto mas grave, lo hacían así impunemente.

En la ciudad de Concepción, sacaron prisioneros de sus propias casas a mas de una persona; i en la de Chillán, clavaron flechas en una imajen de la Virjen, a quien en aquellas calamitosas circunstancias se había levantado un altar en la plaza para que concediese amparo a los aflijidos habitantes.

Jamás el reino entero se había visto espuesto a una ruína mas completa.

VII

Las tristes noticias de los funestísimos acontecimientos que iban realizándose en el Sur comenzaron a llegar a Santiago, aunque todavía algo vagas, desde el 20 de febrero de 1655 (2).

Ya se concebirá la fundada inquietud que aquello produjo.

Una de las primeras providencias a que atendió el cabildo de la capital fué nombrar un procurador jeneral que con la posible premura saliese a esponer al virrei del Perú la apurada situación del reino, i a pedirle los mas prontos socorros.

(1) Quiroga, Compendio Histórico.

(2) Libro de actas del Cabildo de Santiago, sesión de 20 de febrero de 1655.

DEPOSICIÓN DE UN PRESIDENTE EN LA ÉPOCA COLONIAL 303

En sesión de 23 del mismo mes i año, designó para el desempeño de tan importante encargo a don Juan Rodulfo de Lisperguer i Solórzano, uno de los vecinos mas condecorados, hijo de aquel don Pedro Lisperguer i de aquella doña Florencia de Solórzano i Velasco, de quienes he hablado en el primer volumen.

En atención a la escasez de fondos, le señalaron para ayuda de costas solo cuatro mil pesos de a ocho reales.

Los capitulares presentes a la sesión acordaron pagar de su caudal propio la suma mencionada.

"Por la pobreza de la ciudad i por la brevedad del tiempo, dice el Libro del Cabildo, no quisieron echar este gravamen sobre los comerciantes i vecinos de la ciudad, habiendo de ser tan graves i precisos los gastos en los socorros necesarios i defensa de la república; i por esta atención, ofrecieron prorratear la dicha cantidad en las personas i bienes de los capitulares presentes en la forma que sigue:

"Don Francisco Arévalo Briceño, alcalde de primer voto, mil pesos;

"Don Jerónimo Hurtado, quinientos;

"Don Francisco de Erazo, doscientos, i lo mas que le quisieren prorratear i cupiere en su caudal;

"Don Gaspar de Ahumada, mil pesos;

"El jeneral don Martín Ruiz de Gamboa, mil pesos". Don Juan Rodulfo de Lisperguer no se manifestó menos patriota i jeneroso que los capitulares.

Llamando inmediatamente al cabildo, dijo: «que aceptaba el hacer el viaje, i el nombramiento de procurador para caso tan inescusable de la defensa de todo este reino, a que está dispuesto con las veras que lo ha estado siempre, i lo han estado todos sus

antepasados; i que en atención a los trabajos i necesidades en que se halla esta república i reino, i que han de acudir a los socorros que piden las fronteras, seguro de que a ello se han de adelantar los alcaldes i rejidores de esta ciudad, escusa i remite el ofrecimiento i prorrata de los cuatro mil patacones; porque aunque no se halla sobrado por las mayores obligaciones de su familia, espondrá, como espone, su persona, vida i hacienda para el servicio de Su Majestad i de esta república i reino, como uno de los hijos principales de ella».

Dicho esto, i poniéndose en medio de la sala, juró a Dios i a la cruz cumplir debida i lealmente el encargo. que se le confiaba.

Los capitulares le dieron las gracias, tanto por su patriotismo, como por su desprendimiento (I).

VIII

Las nuevas infaustas seguían, entre tanto, llegando unas en pos de otras.

La situación se empeoraba cada día.

En vista de ello, la audiencia declaró el reino en peligro, mandando enarbolar el estandarte real para que todos acudiesen a su defensa.

El siguiente documento va a hacernos saber de qué manera se ejecutaba aquel solemne acto.

«Yo Manuel de Toro Mazote, escribano público i del número i cabildo de la noble i mui leal ciudad de Santiago de Chile i su jurisdicción por el Rei Nuestro Señor,

(1) Libro de actas del Cabildo de Santiago, sesión de 23 de febrero de 1655.

certifico i hago fe cuanto ha lugar en derecho i puedo que hoi 1.o de marzo del año 1655 por haber sabido los señores presidente i oidores de la real audiencia de este dicho reino por cartas que han tenido del señor doctor don Juan de Huerta, oidor de la dicha real audiencia i visitador de las reales cajas, que existe en la ciudad de la Concepción, i del maestre de campo Juan Fernández, veedor jeneral, cabildo i oficiales reales de la dicha ciudad, del alzamiento jeneral de los indios naturales de este reino; i que tenian tres mil de ellos cercado en la estancia de Buena Esperanza al señor gobernador don Antonio de Acuña i Cabrera; i se sabía el fin que había tenido el real ejército que había entrado a tierras del enemigo con tres mil indios que estaban por amigos; i asimismo que habían llevado los fuertes de Colcura, San Pedro i otros; i estaba recojida la jente de la ciudad de Concepción a fuerte i debajo de una palizada; que habían asolado las estancias de la Concepción, i pasado a cuchillo, a fuego i a sangre, todos los que habían cautivado i preso; quemado las de Maule; llevádose los ganados;i en los incendios, comprendido las comidas i bastimentos; que estaban conspirados contodos los naturales del reino; i se temía la total ruína dél, sin poderse comunicar de unas partes a otras sin notable riesgo; por lo cual, dichos señores presidente e oidores mandaron enarbolar el real estandarte i hacer otras muchas prevenciones, que se han hechoi van haciendo, i socorros de jente i municiones. I en su cumplimiento, el dicho día, entre las cinco i seis de la tarde, con acompañamiento de los vecinos, compañías de a caballo e infantería del batallón de esta ciudad, en una esquina de la plaza de ella, se enarboló el dicho real estandarte con toda veneración; i queda

AMUNÁTEGUI.--T. VII.

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