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cirse a poblaciones, se les eximiera de la mita, del servicio personal, i del pago de tributos, tratándolos en todo esto como a los españoles.

Mandaba que a los caciques que formasen un pueblo, se les diesen porciones o lotes de terreno como a dos o tres vecinos; i que a los que mas se esforzasen, se les declarasen distinciones honrosas, como el uso de una medalla de oro o plata, o el privilejio de nobleza, o algo parecido.

Aun antes de recibir esta cédula, el presidente de Chile don José de Manso había procedido a fundar diez poblaciones, a saber: San Francisco de la Selva. en el correjimiento de Copiapó; San Martín en el de Quillota; San Felipe el Real en el de Aconcagua; San José de Logroño en el de Melipilla; Santa Cruz de Triana en el de Rancagua; San Fernando de Tinguiririca en el de Colchagua: San José de Buena Vista (Curicó), San Agustín de Talca i Nuestra Señora de las Mercedes (Cauquenes) en el del Maule.

Todas estas poblaciones habían sido erijidas desde sus cimientos por el presidente Manso, menos la de San Martín de Quillota que había sido fundada en 1717 por el presidente don José de Santiago Concha, bien que había prosperado mui poco.

El rei decretó la venta de seis títulos de Castilla, cuyo producto debía emplearse en los gastos que demandase la fundación de las nuevas poblaciones de Chile.

Don José de Manso vendió estos títulos en Lima a veinte mil pesos cada uno, lo que le permitió reunir una suma de ciento veinte mil pesos.

El rei había ordenado que «para incentivo del mayor adelantamiento de las poblaciones» se diesen al

presidente-gobernador por cada una de las que formase cuatro mil pesos, sacados de lo que produjese la venta de los seis títulos de Castilla; pero Manso devolvió al monarca los cuarenta mil pesos que correspondían al fundador de las diez poblaciones mencionadas, porque dijo «que al recibo de los reales despachos, se hallaban formalmente establecidas diez, i que aquel caudal era aplicado a lo que había de trabajarse, i no a lo ya ejecutado».

Manso entregó los ochenta mil pesos restantes a la junta de poblaciones para que los invirtiese en la mejora de ellas (1).

El presidente Manso echó todavía en la estancia del Rei los cimientos de una población denominada los Anjeles.

Para recompensarle tan eminentes servicios, fué mui poco después promovido al alto cargo de virrei del Perú, habiéndole el soberano manifestado cuánto le había complacido su celo por la formación de poblaciones en Chile.

IX

Don Domingo Ortiz de Rosas, sucesor de Manso en la presidencia de este país, alentado por las marcadas muestras de aprobación con que el gobierno de Madrid fomentaba el pensamiento de erijir nuevas villas, tomó el asunto con estraordinario empeño, estimulando la fundación de cuantas podía.

El presidente Manso había tenido mui buen cuidado de delinear las que llevó al cabo, en terrenos, o bien

(1) Real Cédula, fecha en Buen Retiro a 29 de julio de 1749.

vacuos, o que le eran cedidos voluntariamente por sus dueños.

Gracias a este modo de proceder, obtuvo solo aplausos.

Pero Ortiz de Rosas fué acusado de no tener reparo en espropiar las tierras de los particulares para establecer nuevas villas.

Esta conducta le suscitó mui pronto una fuerte oposición en el poderoso gremio de los hacendados, quienes en 20 de agosto de 1755 elevaron al soberano. un largo memorial para esponerle sus quejas contra el presidente de Chile.

«No podemos, Señor, espresar la turbación de todo el reino, decían, con el motivo de esta numerosa multiplicación de villas. No solo se pierde la hacienda elejida, sino también las inmediatas. No tienen las haciendas otros frutos considerables, que los ganados, cuyos cebos i pieles se comercian a Lima i el Perú. Para conservarlos contra los ladrones, se solicitan sitios defendidos de altos montes o crecidos ríos, o de industria se hacen cercas de costosos estacones. Dedicada cualquiera hacienda de éstas a una villa, se imposibilita la cría i subsistencia de ganados, en medio de una comunidad que por el fin de congregarse i falta de medios, se han de valer de los ganados para vivir. Piérdense igualmente las haciendas vecinas, porque la misma servidumbre del camino les facilita el hurto, no pudiéndose negar el paso, estando la que se supone villa en el centro.

Por todas partes, sentimos las consecuencias de tan repetidas poblaciones. Carecen todas las haciendas, de sirvientes, i así todos nos reduciremos a la misma miseria, porque los que antes se sujetaban a algún

trabajo en las haciendas se han hecho pobladores, queriendo vivir mejor en las tierras propias, que en las ajenas, i los pocos que subsisten en el ministerio de las haciendas es siempre con el amago de que pueden hacer suya la hacienda con ofrecerse a poblarla. Anima su pensamiento ver siempre propensos a él al correjidor i al cura; el primero, porque influye con la población al mérito del capitán jeneral, de quien pende: el segundo, porque en cualquiera villa por su estado i ministerio, se le asigna el mejor sitio para casa, i el mas fértil i estenso para chacra, i no es mucho no se detenga en los inconvenientes de la villa, cuando solo su informe le hace dueño de una posesión».

Los hacendados esponían mui estensamente los numerosos inconvenientes que resultaban de la espropiación de sus haciendas para villas i caminos.

El rei, por cédula de 18 de octubre de 1660, se limitó a ordenar a don Manuel de Amat i Junient, sucesor de Ortiz de Rosas, que manejara el asunto con prudencia, i procurara remediar los perjuicios que se denunciaban.

Entre tanto, aquellas villas, tan maldecidas por los hacendados, habían valido a su fundador el título de conde de Poblaciones.

Por lo demás, el clamor fué apaciguándose poco a poco.

Ninguna de las villas fué abandonada, i ninguno de los caminos fué cerrado.

Las primeras sirvieron de centros de comercio i de civilización.

Los segundos facilitaron paso, no solo a los ladrones de ganado, como decían los hacendados, sino a todos.

los habitantes, i a los mismos hacendados, que, gracias a aquellos caminos, pudieron cultivar sus fundos como convenía.

X

La eficacia que se atribuía a la fundación de nuevas poblaciones era tanta, que hubo tiempo en que se tuvo la idea de que semejante arbitrio podría ser suficiente para poner término a la costosa i prolongada guerra de Arauco.

Aquella memorable lucha había continuado en el siglo XVIII mas o menos como había sido en el siglo XVII i en el XVI.

La resistencia heroica del pueblo araucano humillaba la soberbia del monarca de España.

I esta no es una presunción mas o menos fundada, pues el rei mismo lo escribía así al presidente don Gabriel Cano de Aponte en cédula de 28 de octubre de 1718.

«Una de las cosas de la mayor importancia de esos mis dominios, i en que hasta ahora por neglijencia o por difícil no se ha tratado sobre ella, le decía, es la de disponer el modo o forma de dar fin a la guerra de de los indios bárbaros, que desde el descubrimiento de ese reino permanecen en él con poco decoro de mis armas, i con dispendios considerables de mi real hacienda, i gravísimos perjuicios de esos mis vasallos, sin que tenga noticia que ninguno de los muchos virreyes que ha habido en el Perú, ni de los capitanes jenerales de ese reino vuestros antecesores, se hayan dedicado a discurrir ni practicar medio alguno en materia de tan graves consecuencias, i tan inmediata al

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