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II.

Yo no me he rebelado.

Tampoco se manifiesta en mi escrito rebelion contra la autoridad legítima; ni rebelion formal, ni material, ni obstinada, ni impremeditada, ni intencional, ni de ninguna clase. No, Señor. Yo no he declarado obrero de iniquidad á mi legítimo superior, cuya bondad y mansedumbre son proverbiales. Y lo prueba el contexto mismo de mis palabras; aunque V., Sr. Maura, se permita inconsideradamente adulterarlo. No he faltado al respeto, ni á la necesaria sumision; sino que realmente con independencia, con santa libertad, que me cuesta amargos disgustos, he expuesto la doctrina y la verdad evangélicas. Dije que: «Ni aunque fuera una madre abadesa, una priora de convento, un rector de seminario, digámoslo así, ó un señor marques ó caballero principal; ni aunque fuera un ilustrisimo obispo que, á pesar de su autoridad, ά omnimodo poder, ó siquiera dulces lágrimas, NO HUBIESE HECHO ENTRAR Á SUS SUBORDINADOS EN LA SENDA DEL DEBER Y DEL AMOR; si; ni aunque fuera un obispo podría libertarse de oir las vengadoras palabras: DISCEDITE Á ME QUI OPERAMINI INIQUITATEM.» Eso dije, sin intencion mala; y vuelvo á decirlo, sin intencion de ofender: porque esas palabras son la verdad, la pura y santa verdad evangélica, el consuelo de los perseguidos y la firme esperanza de los mártires. Verdad que es de sentido comun, y que nuestro pueblo ha expresado con aquel refran de la

muerte:

Tant mor el rey com el papa.

Com aquell qui no du capa.

Los mártires claman en el Apocalipsis: Vindica, Domine, sanguinem sanctorum tuorum qui effusus est. David deseaba que á los tiranos se los tragase vivos el Infierno: Descendant in Infernum viventes. Porque sea el Emperador, sea el hombre más renombrado y poderoso de la Tierra, sea el papa ó el rey, sea Alejandro Magno ó Napoleon; si no han obrado justicia y misericordia, si no hubiesen hecho entrar á sus subordinados por la senda del deber y del amor, tendrán que oír de los labios de Cristo en el día de la Ira, en el día aciago de las almas, la formidable sentencia de los réprobos.

Júdas, á pesar de su dignidad de apóstol y enviado directo de Cristo Jesus, sufre eternamente la pena de su crímen. Y no han faltado en la Iglesia elocuentes voces que, en todas épocas y países, han protestado contra la opresion poderosa ó contra la bajeza triunfante. Atanasio y Juan Crisóstomo en Oriente, Ambrosio y Leon Magno en Occidente, Tomás de Cantorbery en Inglaterra, Juan Nepomuceno en Bohemia, Fenelon en Francia, el inmortal Pio IX en nuestros tiempos; y otros muchísimos sacerdotes y seglares, ya revestidos de autoridad, ya simples ciudadanos, han levantado su voz emérgica ó débil contra las persecuciones injustas ó las preocupaciones inveteradas. Más; el espíritu de la Iglesia ha sido siempre espíritu de dignidad, no de adulacion; de deber, no de fementida lisonja. Sabido es el caso de aquel predicador que, en tiempo de Felipe II, permitióse desde el púlpito predicar doctrinas demasiado laudatorias y exageradas de la potestad de los reyes; como fué obligado á retractarse públicamente y á poner las cosas en su verdadero punto. Se me viene á la memoria el cuento popular Jesucristo en Flandes, de un célebre escritor. Un obispo, varios señores, y un labrador pasan embarcados el río; Jesus va dentro; se desencadena una

tempestad; y el obispo y los señores, que eran malos, se sumergen; y el labrador, el más infeliz y desautorizado de todos, se salva y llega á la orilla. ¿Si se exprésaría con sobrada independencia el escritor cuentista, y desatendería el debido respeto y la necesaria sumision? Dante, el nunca bien ponderado Dante, en el viaje al Infierno, ve padecer espantosamente á emperadores, grandes señores y famosos papas; ve una losa fúnebre en la cual había gravada la inscripcion

ANASTASIO PAPA GUARDO.

Y cita otros nombres de pontífices y reyes. ¡Y la posteridad, y los escritores eclesiásticos y seglares de nombradía, han tegido coronas inmortales para la gloria de Dante!....

Ya sé, Ilustrísimo Señor Don Mateo Jaume, mi legítimo superior y venerable Señor mío; ya sé que no han escaseado malos intérpretes de mis palabras; ya sé que delante de vuestra sagrada autoridad se me ha pintado con los colores más negros que cubren la paleta de la preocupacion; ya sé que se me hace pasar por orgulloso, revoltoso, desobediente, iracundo y temerario; y hacen eso tal vez los mismos que han herido mi alma, los mismos que ahora me están difamando, sin consideracion á mi traje y á mi carácter sacerdotal; á mi carácter sacerdotal cuya impresion recibí de vuestras augustas manos. Recordadlo, Señor. Era en el palacio episcopal de Ciudadela, hace cuatro años; y allí, en medio de los tras. portes de la más pura alegría, pronunciando palabras celestiales, me disteis el abrazo del amor y el ósculo maternal de la Iglesia.

¡Ah! ¡Ilustrísimo Señor! Yo no soy rebelde, yo no soy desobediente ni temerario. Juzgad vos mismo; leed, os lo suplico humildemente, leed vos mismo mis pala

bras; en el silencio de vuestro hogar, en el retrete de vuestro oratorio, ante Dios y vuestra conciencia. Temo á Dios, respeto cristianamente la autoridad en la línea del deber; pido á Dios que me conceda su gracia para hacerlo: y no aprobaré nunca por temor servil ni por adulacion afectada, los actos de una preocupacion antireligiosa y repugnante; no inclinaré mi cabeza ante el ídolo de los Filisteos:

Soumis avec respect á sa volonté sainte,

Je crains Dieu, cher Abner, et n'ai point d'autre crainte.

Ésta es mi divisa, la divisa de Racine y de los héroes de la Atalia. He hablado, porque era la hora de hablar; pues, como dice el Espíritu Santo, todas las cosas tienen su tiempo; lo tiene el hablar y lo tiene el callar, «tempus tacendi et tempus loquendi. (Ecles. III, 7.)» Dos siglos hace que se calla, que se sufre en silencio lo que no sufrirían los negros de Argel ni los parias de la India. He hablado y dicho la verdad, y continuaré diciéndola, porque, como escribe Natal Alejandro en un comentario de la carta Ad Colossenses, jamas se ha de hacer traicion á la verdad, «Nusquam prodenda veritas est.» Y San Cipriano de Cartago dice que: «No conviene callar más de >>lo necesario; para que, no atribuyéndose ya á modestia, >>se comience á juzgar desconfianza el callar, y parezca >>que reconocemos el delito, cuando despreciamos refutar >>las acriminaciones. » Tertuliano enseña que: «<debe pro>>curarse que la verdad no se condene, siendo ignorada por >> causa del silencio.» Y San Agustin: «que es menester >>manifestar la verdad, principalmente cuando sobreviene »>alguna cuestion que impele á decirla.» (1)

(1) Texto latino: «Tacere ultra non oportet ne jam non verecundia sed diffidentia esse incipiat quod tacemus, et dum criminationes

III.

Yo no amenazo con el protestantismo.

<«<Ahí está (en mi artículo) LA AMENAZA protestante» se ha atrevido á estampar el Sr. Maura. Y todo Mallorca. ha leído esas frases impremeditadas y capciosas; se han comentado maliciosamente, y á la sordina se me han imputado negras cavilaciones y ocultos designios. No me es lícito dejar de explicarme hoy, en un asunto tan vital para mi nombre, mi fe, mi carácter y mi historia. Pido al público que me sea indulgente, y dispense si me ocupo demasiado de mi pobre personalidad. Hay momentos en la vida, que deciden del presente, del porvenir, y hasta de la eterna salvacion de un hombre. Don Miguel Maura ve en mi artículo citado, una AMENAZA, la AMENAZA PROTESTANTE. ¿Ha meditado bien mi escrito el señor adversario? ¿Ha pesado bien y sosegadamente mis palabras? Sospecho que no. Sospecho que no ha habido en su lectura aquella calma y reposado desapasionamiento, indispensables para la formacion de un acertado juicio. Si no, ¿cómo ha podido confundir lo que llamé serios temores con las que él llama indicaciones solapadas y latentes, misteriosa amenaza? ¿Ó es que para defender á todo trance su mala causa, necesitaba de algnn espantajo con que asustar á los tímidos; ó levantar polvareda vertiginosa en donde se asfixiasen mis ideas, y mi reputacion de verda

falsas contemnimus refutare, videamur crimen agnoscere. (Ad Demetrian.)»

«Age ne veritas..... vobis tacentibus ignorata damnetur. (Apolog. сар. 1..)»

«Dicatur ergo verum maximè ubi aliqua questio, ut dicatur impellit. (De dono persev. cap. 16.)»

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