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DISCURSO PRELIMINAR.

S. I.

Podrá parecer sorprendente que un seglar se ar

rogue el derecho de tratar cuestiones que hasta nuestros dias han parecido propias exclusivamente del zelo y de la ciencia del órden sacerdotal. Espero sin embargo que pesadas las razones que me han determinado á entrar en esta liza honrosa, todo lector de buena voluntad las aprobará en su conciencia, y me absolverá de toda culpa de usurpacion.

En primer lugar supuesto que la clase seglar se hizo eminentemente culpable para con la religion durante el último siglo, no veo por qué no ha de contribuir á los escritores eclesiásticos con algunos aliados fieles, que se coloquen al rededor del altar para separar á lo menos á los temerarios sin estorbar á los levitas.

Dudo si en la actualidad no ha llegado á ser hasta necesaria esta especie de alianza: el órden sacerdotal se

ha debilitado por mil causas. La revolucion le despojó, desterró y asesinó, encrueleciéndose de todas las maneras contra los defensores natos de las máximas que ella aborrecia. Los antiguos atletas de la milicia santa han bajado al sepulcro: reclutas jóvenes avanzan á ocupar sus puestos; pero estos reclutas son necesariamente en corto número, porque el enemigo les cortó de antemano los víveres con la mas funesta habilidad. Ademas ¿quién sabe si Eliseo, antes de volar á su patria, arrojó la capa, y pudo levantarse inmediatamente la vestidura sagrada? Sin duda es probable que no habiendo podido influir ningun motivo humano en la determinacion de los héroes jóvenes que se han alistado en el nuevo ejército, todo debe esperarse de su noble resolucion. Pero ¡cuánto tiempo necesitarán para procurarse la instruccion que les hace falta antes de entrar en combate! Y luego que la hayan adquirido, ¿tendrán ocios para emplearla? La polémica mas indispensable no pertenece sino á aquellos tiempos tranquilos en que pueden distribuirse libremente las tareas segun las fuerzas y el talento. Huet no hubiera escrito su Demostracion evangélica en el ejercicio de sus funciones episcopales; y si las circunstancias hubiesen condenado á Bergier á soportar durante toda su vida el peso del dia y del calor en una parroquia rural, no hubiera podido hacer á la religion el presente de la multitud de obras que le han colocado entre los mas excelentes apologistas.

A tan penoso estado de ocupaciones santas, pero que abruman, se halla reducido hoy mas ó menos el cle

ro de toda Europa y con mucha particularidad el de Francia, sobre quien la tem pestad revolucionaria ha descargado mas directa y fuertemente. Para él se han marchitado todas las flores del ministerio, y solo le han quedado las espinas. Para él comienza de nuevo la iglesia; y por la naturaleza misma de las cosas los confesores y los mártires deben preceder á los doctores. Ni siquiera es fácil de prever el momento en que restituido el clero á su antigua tranquilidad y bastante numeroso para llevar adelante todas las partes de su vastísimo ministerio, pueda asombrarnos otra vez con su ciencia tanto como con la santidad de sus costumbres, la actividad de su zelo y los prodigios de sus conquistas apostólicas.

Durante esta especie de intersticio que bajo otros respetos no será perdido para la religion, no veo por qué los seglares á quienes su inclinacion lleva hácia los estudios serios, no han de ir á colocarse entre los defensores de la causa mas santa. Aun cuando no sirvieran mas que para llenar los huecos del ejército del Señor, no se les podria al menos negar con equidad el mérito de aquellas mujeres valerosas, que han subido á las murallas de una ciudad sitiada para asustar la vista del enemigo.

Toda ciencia ademas debe siempre, pero sobre todo en esta época, una especie de diezmo á aquel de quien procede, porque el Señor es el Dios de las ciencias, y él prepara nuestros pensamientos (1). Llegamos á la ma

(1) Deus scientiarum Dominus cst, et ipsi præparantur cogitationes. Reg. I, c. 2, v. 3.

yor de las épocas religiosas, en que todo hombre está obligado á llevar, si tiene fuerza, una piedra para el edificio augusto cuyos planes estan concertados visiblemente. A nadie debe retraer la medianía del talento: á lo menos á mí no me ha hecho temblar. El pobre que no siembra en su estrecho jardin sino la yerbabuena, el anís y el comino (1), puede levantar con confianza el primer tallo hacia el cielo, seguro de que será aceptado tanto como el hombre opulento que desde enmedio de sus vastos campos desparrama en los atrios del templo la fortaleza del pan y la sangre de la viña (2).

Otra consideracion hay tambien que no ha tenido poca fuerza para estimularme. El sacerdote que defiende la religion, cumple sin duda su deber, y merece todo nuestro aprecio; pero para con una multitud de hombres ligeros ó preocupados parece que defiende su propia causa; y aunque su buena fé sea igual á la nuestra, todo observador ha podido descubrir mil veces que el incrédulo se desconfia menos del seglar, y suele acercarse á él sin la menor repugnancia: pues todos los que han examinado bien esta ave montaraz y desconfiada, saben asimismo que es incomparablemente mas dificil acercarse á ella que cogerla. ¿Me será permitido decirlo? Si el hombre que se ha ocupado toda su vida en una materia importante, que ha consagrado á ella todos los instantes disponibles, y ha aplicado todos sus conocimientos á la misma, siente en sí no sé

(1) Mat. XXIII, 23.

(2) Robur panis..... sanguinem uvæ. Ps. CIV, 16.

qué fuerza indefinible que le hace conocer la necesidad de difundir sus ideas; no hay duda que debe desconfiar de las ilusiones del amor propio; pero quizá tiene algun derecho de creer que esta especie de inspiracion es algo, sobre todo si no le falta la aprobacion agena.

Mucho tiempo há que consideré á la Francia; y si la honrosa ambicion de serle agradable no me ciega enteramente, me parece que mi trabajo no le ha disgustado. Supuesto que oyó benévola enmedio de sus espantosas calamidades la voz de un amigo que le pertenecia por la religion, por la lengua y por esperanzas de un órden superior que viven siempre; ¿por qué no consentiria prestarme aun atencion hoy que ha dado un paso tan grande hácia la felicidad, y ha recobrado á lo menos bastante serenidad para examinarse á sí propia y juzgarse con cordura?

Es verdad que las circunstancias han variado mucho desde el año de 1796. Entonces cada cual era dueño de acometer á los salteadores de su cuenta y riesgo: en el dia, estando en su lugar todas las potestades, y teniendo el error diversos puntos de contacto con la política, pudiera acontecer al escritor que no estuviese siempre sobre sí, la desgracia que sucedió á Diomedes al pie de los muros de Troya: herir á una divinidad al perseguir á un enemigo.

Felizmente no hay cosa tan evidente para la conciencia como la misma conciencia. Si no me sintiera yo penetrado de una benevolencia universal, absolutamente libre de todo espíritu contencioso y de toda cólera para

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