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ejemplo, quiso Dios ligar la obra de la regeneracion humana al signo sensible del agua por razones no ya arbitrarias, sino al contrario muy profundas y dignas de inquirirse. Nosotros profesamos este dogma como todos los cristianos; pero consideramos que hay agua lo mismo en una vinagera que en el mar Pacífico, y que todo se reduce al contacto mútuo del agua y del hombre, acompañado de ciertas palabras sacramentales. Otros cristianos afirman que para esta liturgia no puede pasarse sin un estanque á lo menos: que si el hombre entra en el agua, queda ciertamente bautizado; pero que si el agua cae so-bre el hombre, el éxito es muy dudoso. Sobre esto puede decirseles lo que un sacerdote egipcio les decia ya hace mas de veinte siglos. Sois unos niños: Por lo demas pueden hacer lo que gusten: nadie los inquieta, y si quisieran un rio como los bautistas ingleses, se les dejaria en paz.

Uno de los principales misterios de la religion cristiana tiene por materia esencial el pan; y como una hostia es pan, lo mismo que el pan mas enorme que los hombres hayan cocido jamás, hemos adoptado la hostia. Otras naciones cristianas creen que no hay otro pan propiamente dicho mas que el que comemos á la mesa, ni verdadera manducacion sin masticacion: nosotros respetamos mucho esta lógica oriental, y seguros de que los que hoy la emplean obrarán con gusto como nosotros, luego que tengan la misma seguridad nuestra, no nos ocurre siquiera perturbarlos. Contentamonos con conservar el ázimo ligero, en cuyo favor militan la análogía de la Pascua antigua, la de la primera Pascual

cristiana y la conveniencia, mayor quizá de lo que se cree, de consagrar un pan particular á la celebracion de tal misterio.

Los mismos partidarios de la inmersion y de la levadura vienen á sostener, por una interpretacion falsa de la Escritura y con ignorancia visible de la naturaleza humana, que la profanacion del matrimonio disuelve su vínculo: de hecho es una exhortacion formal al crimen. No importa no hemos querido por eso reñir con unos hermanos que se obstinan; y en la ocasion mas solemne les hemos dicho llanamente: No haremos mencion de vosotros; pero en nombre de la razon y de la paz no digais que no entendemos nada en la materia. (1).

Despues de estos ejemplos y otros muchos que pudiera yo citar qué nacion en virtud de la supremacía i romana podria temer por su disciplina y por sus privilegios particulares? Nunca se negará el Papa á oir á todo el mundo, ni menos á satisfacer á los príncipes en todo lo que sea cristianamente posible. En Roma no hay pedantería; y si algo hubiera que temer tocante á la complacencia, me inclinaria á temer el exceso mas que la falta.

A pesar de estas seguridades sacadas de las mas decisivas consideraciones no dudo que la preocupacion se obstine, y que exclamen hombres de muy buen juicio: «Pero si nada detiene al Papa, ¿dónde se detendrá? La historia nos manifiesta cómo puede emplear este

(1) Si quis dixerit eccclesiam errare cùm docuit et docet. (Concil. trident. ses. XXIV, de matrimonio, can. VII).

poder: ¿qué fianza se nos da de que no se repetirán los mismos acontecimientos?>>

A esta objecion que se hará seguramente, respondo primero en general que los ejemplos sacados de la historia contra los papas no tienen ningun valor, y no deben inspirar ningun temor para lo sucesivo, porque pertenecen á otro órden de cosas que el de que somos testigos. El poder de los papas fue excesivo con respecto á nosotros cuando era necesario que lo fuese, y nada en el mundo podia suplirle. Espero probarlo en la serie de esta obra de un modo que satisfaga á todo juez imparcial.

Dividiendo despues con el pensamiento á los hombres que temen de buena fé las tentativas de los papas, en dos clases, la de los católicos y la de los otros, digo primeramente á aquellos: «¿Por qué ceguedad, por qué confianza ignorante y culpable mirais á la iglesia como un edificio humano del que pueda decirse: ¿Quién le sostendrá? y á su jefe como á un hombre ordinario de quién pueda decirse: ¿Quién le guardará?» Esta es una distraccion bastante comun y sin embargo indisculpable. Jamás abrigará la santa sede pretensiones desordenadas: jamás podrán arraigarse allí la injusticia y el error y engañar á la fé en beneficio de la ambicion.

En cuanto á los hombres que por nacimiento ó por sistema estan fuera del círculo católico, si me hacen la misma pregunta: ¿Qué delendrá al Papa? Les responderé: TODO: los cánones, las leyes, las costumbres de las naciones, los soberanos, los grandes tribunales, las asambleas nacionales, la prescripcion, las representacio

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nes, las negociaciones, el deber, el temor, la prudencia y sobre todo la opinion, reina del mundo.

Asi no se me haga decir: que LUEGO yo quiero hacer del Papa un monarca universal. Ciertamente no quiero semejante cosa, aunque espero ese LUEGO; argumento tan cómodo á falta de otros. Pero asi como los defectos espantosos cometidos por ciertos príncipes contra la religion y contra su jefe no me impiden respetar tanto como debo la monarquía temporal; las faltas posibles de un Papa contra esta misma soberanía no me quitarian reconocerle por lo que es. Todos los poderes del universo se limitan mútuamente por una resistencia recíproca: Dios no ha querido establecer mayor perfeccion en la tierra, aunque haya puesto bastantes señales por un lado para que se conozca su mano. No hay en el mundo un solo poder capaz de soportar las suposiciones posibles y arbitrarias; y si se los juzga por lo que pueden hacer (sin hablar de lo que han hecho), es menester abolirlos todos.

CAPÍTULO XIX.

CONTINUACION DEL MISMO ASUNTO. ACLA

RACIONES

ULTERIORES SOBRE LA INFA

LIBILIDAD.

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¡Cuán sujetos estan los hombres á cegarse en las ideas mas sencillas! Lo esencial para cada nacion es conservar su disciplina particular, es decir, esa especie de usos, que sin ser inherentes al dogma, constituyen sin embargo una parte de su derecho público, y se han unido estrechamente de mucho tiempo atrás con el carácter y las leyes de la nacion; de modo que no puede tocarselos sin perturbarla y causarle un disgusto sensible. Pues estos usos, estas leyes es lo que puede defender con una respetuosa firmeza, si alguna vez (por pura suposicion) intentase la santa sede derogarlos, estando todo el mundo acorde en que el Papa y la iglesia misma reunida á él pueden errar en todo lo que no es dogma ó hecho dogmático; de manera que en nada de lo que interesa verdaderamente al patriotismo, á los afectos, hábitos y por decirlo de una vez al orgullo nacional, debe temer ninguna nacion la infalibilidad pontificia, que se aplica solo á objetos de un órden superior.

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