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rey para el pueblo, ó este para el primero. Pareceme que esta cuestion supone muy poca reflexion. Las dos proposiciones son falsas consideradas separadamente; y verdaderas si se consideran juntas. El pueblo se ha hecho para el soberano, y el soberano para el pueblo, y uno y otro se han hecho para que haya una soberanía.

En el reloj no se ha hecho el muelle real para el volante, ni este para el primero: cada uno se ha hecho para el otro, y ambos para señalar la hora.

Sin nacion no hay soberano, ni sin soberano hay nacion. Esta debe mas al soberano, que el soberano á la nacion, porque ella le debe la existencia social y todos los bienes que de aqui resultan; mientras que el prínci pe no debe á la soberanía sino un vano esplendor que nada tiene de comun con la felicidad, y casi siempre la excluye.

CAPÍTULO II.

INCONVENIENTES DE LA SOBERANIA.

Aunque la soberanía no tiene interés mas grande y mas general que el de ser justa, y aunque los casos en que se inclina á no serlo, son sin comparacion menos que los otros; con todo son muchos por desgracia, y el carácter particular de ciertos soberanos puede aumentar estos inconvenientes hasta el punto que para que parezcan soportables, no hay otro medio que compararlos á los que ocurririan si el soberano no existiese.

Era pues imposible que los hombres no hicieser de cuando en cuando algunos esfuerzos para ponerse á cubierto de esta enorme prerogativa; pero sobre este punto el universo se ha dividido en dos sistemas absolutamente diversos.

Los descendientes atrevidos de Jafet, si es lícito éxpresarse asi, no han cesado de gravitar hácia lo que se llama la libertad, es decir, hácia ese estado en que el gobernante gobierna tan poco, y el gobernado és tan po

gobernado como cabe en lo posible. El europeo siempre alerta contra sus soberanos unas veces los ha expulsado, otras les ha opuesto leyes. Todo lo ha tanteado: ha apurado todas las formas imaginables de gobierno para pasarse sin soberanos ó para restringir su poder.

La innumerable posteridad de Sem y de Cham ha seguido otro rumbo. Desde los tiempos primitivos hasta los presentes ha dicho siempre à un hombre: Haz cuanto quieras, y cuando nos cansemos le dego

llaremos.

Por lo demas no ha podido ni querido comprender lo que es una república: no entiende nada del equilibrio de los poderes, de todos esos privilegios de que nosotros estamos envanecidos. Allí el hombre mas rico y mas dueño de sus acciones, el poseedor de inmensos bienes muebles, absolutamente libre para transportarlos donde quiera, seguro ademas de una completa preteccion en el suelo europeo, y viendo ya cerca el cordon ó el puñal, los prefiere sin embargo á la desgracia de morir de tédio entre nosotros.

Sin duda nadie pensará en aconsejar á Europa el derecho público tan claro y tan breve del Asia y del Africa; pero supuesto que en la primera el poder es siempre temido, discutido, combatido y traspasado, y ya que nada hay tan insoportable para nuestro orgullo como el gobierno despótico; el problema europeo de mas importancia consiste en saber: Cómo puede limitarse el poder soberano sin destruirle.

Inmediatamente se dice: Se necesitan leyes funda

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mentales: se necesita una constitucion; pero ¿quién las establecerá y las hará ejecutar? El cuerpo ó el indivíduo que tuviera fuerza para ello, seria el soberano, porque seria mas fuerte que este; de modo que le destronaria en el acto de establecer aquellas. Si la ley constitucional es una concesion del soberano; la cuestion queda en pie. ¿Quién impedirá que uno de sus sucesores la viole? Es preciso que un cuerpo ó un indivíduo tenga el derecho de resistencia; de otro modo no puede ejercerse mas que por la rebelion, remedio terrible y peor que todos los males.

Por otra parte las muchas tentativas hechas para restringir el poder supremo no han tenido jamás tan buen resultado que dé ganas de imitarlas. La Inglaterra sola, protegida por el Oceano que la rodea, y por el caracter nacional que se presta á estos ensayos, ha podido hacer algo en este género; pero su constitucion no ha pasado aun por la prueba del tiempo; y ya parece que se tambalean los cimientos todavía húmedos de ese edificio famoso, en cuyo frontispicio se lee: MDLXXXVIII. Las leyes civiles y criminales de aquella nacion no son superiores á las de las demas. El derecho de votar las contribuciones, comprado con torrentes de sangre, no le ha valido mas que el privilegio de ser la nacion mas cargada de impuestos del universo. Cierto espíritu soldadesco que es la gangrena de la libertad, amenaza visiblemente á la constitucion inglesa: paso gustoso en silencio otros síntomas. ¿Qué sucederá? lo ignoro; pero aun cuando las cosas tomaran el giro que yo deseo, un ejemplo aislado de la historia probaria poco en favor de

las monarquías constitucionales, mucho mas cuando Ja experiencia universal es contraria á ese ejemplo único.

Una nacion grande y poderosa acaba de hacer á nuestros ojos el mayor esfuerzo hacia la libertad que se ha hecho nunca en el mundo; y ¿qué ha logrado? Se ha cubierto de ridícula ignominia para poner al cabo en el trono una b bastardilla en vez de una B mayúscula; y en cuanto al pueblo, la servidumbre en vez de la obediencia. En seguida cayó en el abismo de la humillacion, y librándose del aniquilamiento político por un milagro que no tenia derecho á esperar, se divierte bajo el yugo de los extranjeros (1) en leer su carta que solo honra al rey, y sobre la cual no ha podido expli carse el tiempo.

El dogma católico proscribe, como todo el mundo sabe, toda especie de rebelion indistintamente; y por defender este dogma nuestros doctores dicen muy buenas razones filosóficas y políticas. El protestantismo por el contrario, partiendo del dogma de la soberanía del pueblo, que ha trasladado de la religion á la política, no ve sino el último envilecimiento del hombre en el sistema de la no resistencia. El doctor Beattie que puede citarse como un representante de todo su partido, llama doctrina detestable el sistema católico de la no resistencia; y afirma que el hombre cuando se trata de resistir á la soberanía, debe determinarse por los sentimientos interiores de cierto instinto moral cuya concien

(1) Recuerdo al lector que yo escribia esto en 1817.

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