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ra unir la idea de la dignidad á la de la independencia. A fuerza de usurpaciones, de violencias, de contiendas de toda clase hicieron sospechosa la política romana, y la acusaron despues de los defectos que debia á ellos mismos. Por fin salieron con su empresa en tal grado que hace temblar. El mal es tan grande, que el espectáculo de ciertos paises católicos ha podido á veces escandalizar á ojos que desconocian la verdad, y desviarlos de ella. Sin embargo todo el edificio del cristianismo está minado sin el soberano pontífice, y para hundirse enteramente no espera sino la aparicion de ciertas circunstancias que se manifestarán en toda su desnudez.

Entretanto los hechos hablan. Se ha visto jámás que los protestantes se entretengan en escribir libros contra las iglesias griega, nestoriana, siriaca &c. que profesan dogmas detestados por el protestantismo? Se guardan muy bien; al contrario protegen esas iglesias, las cumplimentan, y se muestran dispuestos á unirse á ellas, teniendo siempre por verdadero aliado á todo enemigo de la santa sede (1).

Por su parte el incrédulo se rie de todos los disidentes, y se sirve de todos, bien seguro de que todos mas o menos y cada uno á su modo adelantan la grande obra, es decir, la destruccion del cristianismo.

Habiendo el protestantismo, el filosofismo y otras mil sectas, mas o menos perversas ó extravagantes, dis

(1) Veanse las Investigaciones asiáticas del Sr. Claudio Buchana, doctor en teología ingles, donde propone á la iglesia anglicana la union con la siriaca en la India, porque deseeha la supremacia del Papa. Londres 1812, p. 285 á 287.

minuido prodigiosamente las verdades entre los hombres (2); el género humano no puede permanecer en la situacion actual. Se agita, padece, tiene vergüenza de sí mismo, y procura con no sé qué movimiento convulsivo resistir al torrente de los errores despues de haberse dejado llevar de él con la ceguedad sistemática del orgullo. En esta época memorable me ha parecido útil exponer en toda su plenitud una teoría tan vasta como importante, y despejarla de todas las nubes con que se obstinan en obscurecerla tanto tiempo hace. Sin presumir mucho de mis esfuerzos espero que no serán absolutamente vanos. Un buen libro no es el que persuade á todo el mundo (de otro modo no habria ninguno), sino el que satisface completamente á cierta clase de lectores á quienes se endereza la obra con particularidad, y el que no deja á nadie duda de la entera buena fé del autor, ni del infatigable trabajo que se ha impuesto para poseer la materia, y presentarla, si era posible, bajo diferentes aspectos nuevos. Me lisongeo sinceramente de que bajo este punto de vista todo lector imparcial juzgará que he obrado con regularidad. Creo que nunca ha sido mas necesario que ahora poner en toda su evidencia una verdad de primer órden; y creo ademas que la verdad necesita á la Francia. Espero pues que esta me lea otra vez con benignidad; y me tendria por dichoso si los grandes personajes de todas sus clases, reflexionando en lo que espero de ellos, tomaran á su cargo como un deber de conciencia el refutarme.

(2) Diminutæ sunt veritates à filiis hominum. S. XI. v. 22.

DEL PAPA EN SU RELACION CON LA IGLESIA CATÓLICA.

CAPÍTULO I.

DE LA INFALIBILIDAD.

Cuánto

uánto no se ha dicho sobre la infalibilidad considerada bajo el punto de vista teológico! Dificil seria añadir nuevos argumentos á los que los defensores de esta alta prerogativa han acumulado para apoyarla en autoridades incontestables, y para desvanecer las fantasmas que se han complacido en inventar los enemigos del cristianismo y de la unidad, con la esperanza de hacerla odiosa á lo menos, si no podian conseguir otra cosa mejor.

Pero no sé si se ha reparado en esta gran cuestion, como en otras muchas, que las verdades teológicas no son mas que verdades generales, manifestadas y divinizadas en el círculo religioso; de modo que no puede

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combatirse una sin combatir una ley del mundo.

La infalibilidad en el órden espiritual y la soberanía en el órden temporal son dos palabras enteramente sinónimas. Una y otra expresan aquella elevada potestad que domina á todas, de la que todas se derivan, que gobierna y no es gobernada, que juzga y no es juzgada.

Cuando decimos que la iglesia es infalible, no pedimos para ella (es muy esencial observarlo) ningun privilegio particular, sino que goce únicamente del derecho comun á todas las soberanías posibles, las cuales obran todas por necesidad como infalibles, porque todo gobierno es absoluto, y en cuanto puede hacérsele resistencia só pretexto de error ó de injusticia, deja de existir.

Sin duda que la soberanía tiene formas diferentes: en Constantinopla no habla como en Londres; pero cuando en una y otra parte hablar á su manera, el bill es inapelable como el fetfa.

Lo mismo sucede con la iglesia: de un modo ó de otro es preciso que sea gobernada como cualquier otra sociedad; de lo contrario no habria agregacion, ni conexion, ni unidad. Este gobierno pues es por su naturaleza infalible, es decir, absoluto; de otro modo no gobernaria.

¿No se ve en el órden judicial, que es una parte del gobierno, que es de absoluta necesidad ir á parar á un poder que juzga y no es juzgado, precisamente porque falla en nombre de la potestad suprema, de la que se reputa ser órgano y voz? Tomese como se quiera: dése el nombre que se tenga á bien, á aquel alto poder judicial: siempre será necesario que haya uno á

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