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más se inclina . . . es que en esta ciudad y en cada obispado haya un colegio de indios muchachos » y un monasterio grande para las hijas de los indios. Y el buen pastor, quien en 1539 trajo la primera imprenta a América, logra 5 fundar numerosas escuelas para niñas, así como también asilos para doncellas y viudas indígenas.

Establécense hospicios, cual el de San Juan de Letrán, primero del continente, hospitales para niños y otras instituciones de beneficencia. Ordenan las leyes que en 10 todos los pueblos se levanten hospitales. En 1543 existían en Méjico escuelas industriales para los indios, y muchas de todo género para éstos y para mestizos, españoles y criollos, fundadas en su mayoría por los agustinos. Por real cédula de 1551 se dispone la creación de 15 las dos más ancianas universidades americanas, las de Méjico y Lima, y el 25 de enero de 1553 se celebra solemnemente la apertura de la primera. En 1576, para cuya fecha circulaban ya muchos libros estampados en más de doce lenguas indígenas, existían en la ciudad de Méjico 20 cinco seminarios, funcionando bajo la dirección de los jesuitas, varias bibliotecas de importancia, entre las cuales sobresalía la del colegio de San Pablo, y otros numerosos centros de cultura.

SEGUNDA PARTE

PERÍODO REVOLUCIONARIO

CAPÍTULO I

PRECEDENTES, Y ESTADO DE ESPAÑA EN VÍSPERAS
DE LA EMANCIPACIÓN AMERICANA

Inaugúranse en América las tentativas revolucionarias en los mismos días de la conquista, cuando Gonzalo Pizarro en el Perú, y un hijo de Hernán Cortés en Méjico, poniendo sus títulos territoriales de conquistador sobre los de la corona, tratan de proclamarse independientes 5 de la metrópoli. Hay alzamientos e insurrecciones locales, sofocados a poco de nacer, en 1711, 1730, 1733, 1765 y 1780. De todos ellos, el alzamiento de TupacAmaru, en 1780, es el único importante y genuinamente indígena. Este caudillo, por otro nombre José Gabriel 10 Condorcanqui, descendiente de los incas por la línea materna, al frente de los indios peruanos, logra apoderarse de varias provincias, pero fué definitivamente derrotado en la batalla de Tinta, en marzo de 1781, y sus huestes indias fueron aniquiladas. Restablecer el anti- 15 guo imperio de los incas había sido su objeto; su único resultado favorable, la abolición de los repartimientos. Dirigida la política española por Carlos III, ilustre soberano, la situación de las colonias mejora notablemente desde 1764: establécese su libre tráfico con la 20 península, se fomenta la agricultura, el comercio, la in

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dustria y las artes, mejórase la administración, ábrense las hasta entonces clausuradas puertas de América a los extranjeros, suprímense las encomiendas, y al unísono prosperan en este feliz reinado la metrópoli y sus colonias. La diferente actitud, de disgusto y censura en España, de aprobación y aplauso en América, con que se acoge las liberales reformas de Carlos III, denuncian ya el divorcio entre las dos razas. Un hecho resonante en la historia de España vino a poner más manifiesta aun 10 esta divergencia; en 1767, el gobierno metropolitano decreta la expulsión de los jesuitas, y ésta se lleva a cabo en medio de fría indiferencia en la península, en tanto que provoca universal tormenta en las colonias.

Tal vez fué el conde de Aranda, ministro de Carlos III 15 y estadista de grata memoria, el primero que con mirada de águila predijo la futura pérdida de las colonias americanas. Con motivo del tratado que firmara en Versalles, en 1783, declaró en una memoria reservada al monarca: « Acabo de ... firmar en virtud de las órdenes y poderes 20 que me ha dado vuestra majestad, un tratado de paz con Inglaterra, en que ha quedado reconocida la independencia de las colonias inglesas [hoy Estados Unidos], lo que es para mí motivo de pesar y temor... Esta república federal ha nacido pigmea, pero día vendrá en 25 que llegará a ser gigante y aun formidable en aquellas regiones. Olvidará en breve los beneficios que ha recibido de las dos potencias [Francia y España], y no pensará más que en engrandecerse. Entonces su primer paso será apoderarse de las Floridas para dominar en el 30 golfo de Méjico, y cuando nos haya hecho así difícil el

comercio de la Nueva España, aspirará a la conquista de

este vasto imperio, que no nos será posible defender contra una potencia formidable, establecida en el mismo continente y contigua a él. Estos temores, señor, son muy fundados y deben realizarse dentro de algunos años, si no hay antes en nuestra América otros trastornos más 5 funestos todavía. »

Admirable profecía, no sólo por lo que queda subrayado, sino por cuantas líneas contiene ese documento. Vió desde el primer instante el conde de Aranda las consecuencias naturales de la independencia norteamericana 10 en las colonias españolas. Dióse cuenta igualmente de lo difícil que sería conservar posesiones tan vastas y alejadas de la metrópoli, conocer su verdadera situación a tan larga distancia, remediar pronta y eficazmente los abusos de las autoridades coloniales, y suministrarles 15 socorros en caso de necesidad. Todo ello haría, a su juicio, que en la primera ocasión propicia se esforzasen las colonias por lograr su emancipación. Y, en conse cuencia, aconsejó al soberano que se deshiciera de las colonias americanas, con excepción de Cuba, Puerto 20 Rico y algunas otras posesiones que pudieran servir de bases al comercio español en la América del Sur, formando con el resto tres grandes reinos gobernados por príncipes españoles.

Veinte años más tarde, Godoy, ministro de Carlos IV, 25 reprodujo, con importantes modificaciones, semejante plan. Propuso al rey el establecimiento de Infantes de la real familia, en los virreinatos de América, quienes reemplazasen a los virreyes y gobernasen con el título de Príncipes Regentes y con el auxilio de Consejos de 30 Estado, compuestos por españoles y nativos. Debían

mejorar la situación de las colonias con mejor distribución de las tierras, mayor difusión de la cultura y con una administración gubernativa y judicial en todo autónoma, excepto en los asuntos que afectasen al interés 5 general del imperio así creado. La capital diferencia

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entre este proyecto y el que dos décadas antes concibiese Aranda, era que mientras el del último entrañaba la absoluta desmembración de América, el de Godoy no haría perder a España una sola pulgada de territorio.

Carlos IV, el cual había ocupado el trono español, por grande desventura, a la muerte de Carlos III, se apresuró a deshacer la obra liberal y progresiva de su predecesor. Con el torpe rey, las cosas vuelven a su antiguo y lamentable estado, en las colonias igual que en la metrópoli. 15 Cuando los procedimientos tradicionales se enseñorearon de la política y administración españolas la emancipación americana debió de parecer inevitable. Regenteaba el gobierno desde años antes al histórico de 1808, el favorito Godoy que había logrado elevarse desde humilde puesto 20 a las cumbres del poder, donde sintió un vértigo de ambiciones fatal para la patria; hombre de tan largas y desatentadas aspiraciones como de buena fortuna, llegó a inspirar recelos al príncipe heredero de la corona, quien, viendo en él un rival, creyó en peligro su propia exis25 tencia y sus derechos al trono. Frente a la omnímoda influencia del valido, se forma un partido acaudillado, en secreto, por el príncipe Fernando. Las luchas de camarilla se suceden sin cesar, pero Godoy, favorito no sólo del rey, sino a lo que se cuenta, muy particularmente 30 de la reina, mantiénese triunfador como ministro universal del monarca.

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