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jar al invasor, al « ejército libertador ». Y cuando al siguiente año tornan los britanos al ataque con poderoso ejército, ocurre lo mismo.

Recíbese el mes de junio en Méjico la noticia del 5 levantamiento contra Napoleón, y el entusiasmo es general. «El aviso se recibió en Méjico el 28 por la noche

apunta el mejicano Alamán, contemporáneo de tales sucesos, en su Historia de Méjico, y al amanecer el 29, los repiques y salvas de artillería con que el virrey 10 mandó anunciar tan gloriosos sucesos, dieron principio al movimiento de entusiasmo universal, que comenzando en la capital se difundió luego por todo el reino... Proclamábase a Fernando VII, juraban todos defenderlo hasta la muerte, se sacaban en triunfo sus retratos, acom15 pañados con largas procesiones, en que el europeo iba al lado del americano, el eclesiástico se confundía con el comerciante, el rico con el pobre; el veneno de la discordia no se había difundido todavía, y cualquiera intento de sembrarla hubiera sido sofocado en medio del entu20 siasmo general. »

Cuando en julio de 1808 unos enviados franceses se presentan en Caracas, a fin de comunicar al virrey la subida del hermano del emperador al trono de España, el pueblo en masa se reune frente al palacio del virrey 25 dando gritos de ¡ Viva nuestro rey Fernando! ¡ mueran los franceses!, y en su exaltación intentan atacar a los comisionados de Napoleón. Las manifestaciones de lealtad a la metrópoli y a su legítimo soberano se reproducen por todas las colonias. Los primeros combates 30 de la guerra de la Independencia, afortunados para las armas españolas, son acogidos con delirante entusiasmo,

y de todas partes se envían a la península cuantiosos donativos para contribuir a los fondos de guerra. En tanto que escasos y aislados grupos de criollos conjuraban en pro de la revolución americana, el pueblo colonial seguía con patriótico españolismo los acontecimientos de la 5 península.

Desde la invasión de España por las tropas francesas hasta 1810, el pueblo colonial se conserva fiel a la metrópoli. En los primeros años de la invasión, las Cortes de Cádiz, inspirándose en principios liberales, realizan una 10 labor plausible a los ojos de los americanos, proclaman la doctrina de la soberanía popular, y al declarar que los vastos dominios americanos forman parte integrante de la monarquía española, conceden a sus habitantes una representación directa e inmediata en las Cortes del 15 reino. Si estas y otras medidas de sabia política estimularon por una parte las aspiraciones de ciertos grupos revolucionarios de las colonias, dieron por otra, satisfacción a los más y estrecharon, si cabe, los vínculos entre aquéllas y la metrópoli. Pero cuando más tarde, en 20 1814, Fernando VII al regresar a España echa por tierra la labor de las Cortes de Cádiz, hasta los más tibios revolucionarios, viendo defraudadas sus esperanzas de un régimen liberal, ingresan en el partido separatista.

CAPÍTULO III

EL PRECURSOR: MIRANDA

Tornemos ahora la mirada al precursor de la emanci- 25 pación americana. Desde el año 1790 un criollo natural

de Caracas, don Francisco Miranda, recorría las cortes europeas en busca de un gobierno que patrocinase este gran proyecto: la independencia de la América española.

Al ejemplo de muchos criollos ricos, había ingresado 5 Miranda en el ejército español y, con el grado de capitán, vino a los Estados Unidos entre las tropas extranjeras que habían de luchar por su independencia. Fué aquí, en estas tierras benditas de libertad, donde concibe su plan de emancipar las colonias españolas y, tras aban10 donar el servicio militar y sufrir algunos contratiempos, se va a gestionar auxilios en Europa para su empresa. Reside en la corte de Rusia, logrando la amistad de la emperatriz Catalina II, pasa luego al servicio de Francia, en cuyos ejércitos luchó contra Prusia y, proscrito 15 después por los revolucionarios franceses, se traslada a Londres. Funda allí una sociedad secreta con el nombre de Logia americana, de la cual surgió poco tiempo más tarde otra organización de mayor importancia, la Sociedad Lautaro, con representantes de casi todas las colonias 20 americanas y que había de actuar como junta suprema de la futura revolución. Tuvo agencias en la península, y en la de Cádiz hallamos afiliados dos miembros, protagonistas principales luego de la emancipación: San Martín y Bolívar. Existía en la propia corte española otra 25 rama, establecida en 1795 por los ex-jesuitas Manuel Salas y José del Pozo y Sucre, y el peruano Pablo de Olavide. Importa notar en este punto que los jesuitas, expulsados violentamente de todos los dominios de la corona de España, según hemos consignado más arriba, 30 figuraron a la cabeza del movimiento separatista. Uno de estos jesuitas expulsados, el P. Vizcardo y Guzmán,

nacido en la villa peruana de Arequipa, había publicado en 1791 un folleto, Vincet amor patriæ, primer documento de la revolución americana, donde tras sostener que la historia del Nuevo Mundo, así como la de los jesuitas de América, pueden resumirse en cuatro palabras, ingra- 5 titud, injusticia, esclavitud y desolación, muestra el ejemplo de la independencia norteamericana y asegura que para sus compatriotas también ha llegado el momento de la libertad.

Miranda había sufrido ya varios desengaños, cuando 10 obtuvo del gobierno británico la promesa de su resuelto apoyo, al estallar la guerra entre España e Inglaterra, en 1804. Quizás hubiera intentado entonces su empresa con el auxilio inglés si los ambiciosos planes de Napoleón en el viejo continente y su amenazadora actitud frente a 15 Inglaterra no hubieran atraído por lo pronto la atención de ésta. Vióse de nuevo Miranda abandonado a sus propias fuerzas. Para solicitar el apoyo que le negara Europa, pasa a los Estados Unidos.

A fines de 1806, habiéndole dado Jéfferson vagas es- 20 peranzas de cooperación, Miranda parte del puerto de Nueva York en la corbeta norteamericana Leander y con dos goletas, armadas y con abundantes provisiones de guerra. Las autoridades españolas estaban prevenidas y así, al intentar desembarcar en la costa de Caracas, 25 tras breve escaramuza naval en que perdió las dos goletas, tuvo que dar por malograda la expedición. Dirigióse a la isla de la Trinidad y allá, con auxilio de las autoridades inglesas, recluta algunas fuerzas y emprende nueva expedición a las costas de Venezuela; logra desem- 30 barcar en el mes de agosto, mas encontrándose con una

población hostil abandona sus proyectos y regresa a Londres.

Esta fué la primera tentativa libertadora de la América española, emprendida por quien mereciera en justicia el 5 noble título de « Quijote de la libertad en ambos mundos >>

CAPÍTULO IV

LAS JUNTAS GUBERNATIVAS

Los descalabros que sufren las armas españolas en la península empiezan a conocerse en América, no obstante los esfuerzos de las autoridades coloniales por mantener ignorante a la población del lamentable estado de la 10 metrópoli. Los revolucionarios se organizan secretamente, conforme las instrucciones de Miranda, y se preparan para cuando llegue el momento propicio de proclamar la revolución.

En España tres reyes se disputan la corona, Carlos IV, 15 Fernando VII y José I, hermano del César francés.

De las juntas gubernativas de Asturias, de Sevilla, de Cádiz, entre otras, llueven sobre las colonias manifiestos y disposiciones contradictorias, y éstas no saben a cuál obedecer.

En 1810, las huestes napoleónicas penetran en Anda20 lucía y se apoderan de Sevilla. La junta central, allí establecida, huye y en la isla de León, junto a la bahía de Cádiz, se reune bajo la amenaza de las fuerzas francesas. ¡ España ha caducado!, tal es el grito con que toda América acoge la noticia. ¡Junta, junta como en Es25 paña!, exclama el pueblo americano reunido ante los

cabildos. El 19 de abril estalla este movimiento popular

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