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los principios que deben constituir aquel sistema, i servirle de apoyo.

La independencia, es el primer interes del nuevo mundo. Sacudir el yugo de la España, borrar hasta los vestijios de su dominacion i no admitir otra alguna, son empresas que exijen i exijirán, por mucho tiempo, la acumulacion de todos nuestros recursos, i la uniformidad eu el impulso que se les dé. Es verdad que en Ayacucho ha terminado la guerra continental contra la España i que, de todo un mundo en que no se veian flamear sino los estandartes que trasplantaron consigo los Corteses, Pizarros, Almagros i Mendozas, apénas quedan tres puntos aislados donde se ven las armas de Castilla, no ya amenazando la seguridad del pais, sino alimentando la cólera i recordando las calamidades que por ellas han sufrido los pueblos.

San Juan de Ulua, el Callao i Chiloé son los últimos atrincheramientos del poder español. Los dos primeros tardarán poco en rendirse, de grado o por fuerza, a las armas de la libertad. El archipiélago de Chiloé, aunque requiere combinar mas fuerzas, i aprovechar los pocos meses que aquel clima permite emprender operaciones militares, seguirá, en todo este año, la suerte del continente a que pertenece.

Sin embargo, la venganza vive en el corazon de los españoles. El odio que nos profesan aun no ha sido vencido. I, aunque no les quedan fuerzas de que disponer contra nosotros, conservan pretensiones a que dan el nombre de derechos, para implorar en su favor los auxilios de la Santa Alianza, dispuesta a prodigarlos a cualquiera que aspire a usurpar los derechos de los pueblos que son esclusivamente lejitimos.

Al contemplar el aumento progresivo de nuestras fuerzas, la enerjia i recursos que ha desplegado cada república en la guerra de la revolucion, i el orgullo que ha dado la victoria

a los libertadores de la patria, es fácil persuadirse que, si en la infancia de nuestro ser politico, hemos triunfado, aislados, de los ejércitos españoles superiores en fuerzas i disciplina, con mayor razon podemos esperar el vencimiento, cuando poseemos la totalidad de los recursos del pais, i despues que los campos de batalla, que son la escuela de la victoria, han estado abiertos a nuestros guerreros por mas de catorce años. Mas tambien es necesario reflexionar que si hasta aquí nuestra lucha ha sido con una nacion impotente, desacreditada i enferma de anarquía, el peligro que nos amenaza es entrar en contienda con la Santa Alianza que, al calcular las fuerzas necesarias para restablecer la lejitimidad en los Estados hispano-americanos, tendrá bien presentes las circunstancias en que nos hallamos, i de lo que somos hoi capaces.

Dos cuestiones ofrece este negocio cuyo rápido exámen acabará de fijar nuestras ideas: la probabilidad de una nueva contienda i la masa de poder que puede emplearse contra nosotros en tal caso. Aun prescindiendo de los continuos rumores de hostilidad, i de los datos casi oficiales que tenemos para conocer las miras de la Santa Alianza con respecto a la organizacion politica del nuevo mundo, hai un fuerte argumento de analojía que nace de la marcha invariable que han seguido los gabinetes del norte de Europa en los negocios del medio dia. El restablecimiento de la lejitimidad, voz que, en su sentido práctico, no significa sino fuerza i poder absoluto, ha sido el fin que se han propuesto los aliados. Su interes es el mismo en Europa i en América. I si en Nápoles i España no ha bastado la sombra del trono para preservar de la invasion a ambos territorios, la fuerza de nuestros gobiernos no será ciertamente la mejor garantía contra el sistema de la Santa Alianza.

En cuanto a la masa del poder que se empleará contra nosotros en tal caso, ella será proporcionada a la estension del influjo que ten gan las cortes de San Petersburgo, Berlin, Viena i Paris. I no es prudente dudar que les sobran elementos para emprender la reconquista de América, no ya en favor de la España que nunca recobraria sus antiguas posesiones, sino en favor del principio de la lejitimidad, de cse talisman moderno que hoi sirve de divisa a los que condenan la soberanía de los pueblos, como el colmo del libertinaje en política.

Es verdad que el primer buque que zarpase de los puertos de Europa contra la libertad del nuevo mundo, daria la senal de alarma a todos los que forman el partido liberal en ambos emisferios. La Gran-Bretaña i los Estados-Unidos lomarian el lugar que les corresponde en esta contienda universal: la opinion, esa nueva potencia que hoi preside el destino de las naciones, estrecharía su alianza con nosotros : i la victoria, despues de favorecer alternativamente a ambos partidos, se decidiria por el de la justicia i obligaria a los sectarios del poder absoluto a buscar su salvacion en el sistema representativo.

Entre tanto no debemos disimular que todas nuestras nuevas repúblicas en jeneral, i particularmente algunas de ellas, esperimentarian en la contienda inmensos peligros que ni hoi es fácil preveer, ni lo sería, quizá, entónces evitar, si faltase la uniformidad de accion i voluntad que supone un convenio celebrado de antemano, i una asamblea que le amplie o modifique segun las circunstancias. Es preciso no olvidar que, en el caso a que nos contraemos, la vanguardia de la Santa Alianza se compondria de la seduccion i de la intriga, tanto mas temibles para nosotros, cuanto es mayor la herencia de preocupaciones i de vicios que nos ha dejado la España. Es

preciso no olvidar que aun nos ballamos en un estado de ignorancia, que podria llamarse feliz sino fuese perjudicial algunas veces, de esos artificios políticos i de esas maniobras insidiosas que hacen marchar a los pueblos de precipicio en precipicio con la misma confianza que si caminasen por un terreno unido. Es preciso no olvidar, en fin, que todos los hábitos de la esclavitud son inveterados entre nosotros i que los de la libertad empiezan apénas a formarse por la repeticion de los esperimentos politicos que han hecho nuestros gobiernos, i de algunas lecciones útiles que hemos recibido en la escuela de la adversidad.

Al examinar los peligros del porvenir que nos ocupa, no debemos ver, con la quietud de la confianza, el nuevo imperio del Brasil. Es verdad que el trono de Pedro I se ha levantado sobre las mismas ruinas en que la libertad ha elevado el suyo en el resto de América. Era necesario hacer la misma transicion que hemos hecho nosotros del estado colonial al rango de naciones independientes. Pero es preciso decir, con sentimiento, que aquel soberano no muestra el respeto que debia a los instituciones liberales cuyo espíritu le puso el cetro en las manos, para que en ellas fuese un instrumento de libertad i nunca de opresion. Así es que, en el tribunal de la Santa Alianza, el proceso de Pedro I se ba juzgado de diferente modo que el nuestro: i él ha sido absuelto, a pesar del ejemplo que deja su conducta, porque al fin, él no puede aparecer en la historia sino como el jefe de una conjuracion contra la autoridad de su padre.

Todo nos inclina a creer que el gabinete imperial del Rio Janeiro se prestará a auxiliar las miras de la Santa Alianza contra las repúblicas del nuevo mundo; i que el Brasil vendrá a ser, quizá, el cuartel jeneral del partido servil, como ya se asegura que es hoi el de los ajentes secretos de la Santa

Alianza. A mas de los datos públicos que hai para recelar semejante desercion del sistema americano, se observa, en las relaciones del gobierno del Brasil con los del continente europeo, un carácter enfático cuya causa no es posible encontrar sino en la presente analojia de principios e intereses.

Esta rápida encadenacion de escollos i peligros muestra la necesidad de formar una liga americana bajo el plan que se indicó al principio. Toda la prevision humana no alcanza a penetrar los accidentes i vicisitudes que sufrirán nuestras repúblicas hasta que se consolide su existencia. Entre tanto, las consecuencias de una campaña desgraciada, los efectos de algun tratado concluido en Europa entre los poderes que mantienen el equilibrio actual, algunos trastornos domésticos, i la mutacion de principios, que es consiguiente, podrán favorecer las pretensiones del partido de la lejitimidad, sino tomamos con tiempo una actitud uniforme de resistencia; i sino nos apresuramos a concluir un verdadero pacto, que podemos llamar de familia, que garantize nuestra independencia, tanto en masa como en detalle.

Esta obra pertenece a un congreso de plenipotenciarios de cada estado que arreglen el continjente de tropas i la canlidad de subsidios que deben prestar los confederad os en caso necesario. Cuanto mas se piensa en las inmensas distancias que nos separan, en la gran demora que sufriria cualquiera combinacion que importase el interes comun i que exijiese el sufrajio simultáneo de los gobiernos del Rio de la Plata i de Méjico, de Chile i de Colombia, del Perú i de Guatemala, lanto mas se toca la necesidad de un congreso que sea el depositario de toda la fuerza i voluntad de los confederados : i que pueda emplear ambas, sin demora, donde quiera que la independencia esté en peligro.

No es menester ocurrir a épocas mui distantes de nosotros,

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