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LA ÚLTIMA CALAVERADA.

NOVELA ALEGRE, PERO MORAL.

I.

-Tengo la seguridad, dijo el Marqués, encendiendo otro cigarro, de que si se examinára la vida de todos los grandes calaveras arrepentidos, se encontraria que perdieron su última batalla; quiero decir, que su última calaverada fué un chasco, una derrota, un Waterloo.

-¡Qué reaccionario es este Marqués! ¡Miren ustedes con qué arte, en el símil de que se ha valido, la virtud hace el papel de la Santa Alianza, restauradora de Luis XVIII y del antiguo régimen!

Tambien se podrá decir, replicó el Marqués, que en mi símil, la virtud hace el papel de la árida roca de Santa Elena, considerando que ese fué el camino que tomó Napoleon despues de su derrota.

Pero no lo tomó sino á la fuerza, señor Marqués,

é intentó muchas veces escaparse.

- Pues entónces, señor Duque, prescindamos del símil. En cambio, estoy más decidido que nunca á soste

ner mi tésis: «Nadie ha dejado de ser calavera al dia siguiente de un triunfo. Todos los Lovelaces se han abrazado á la virtud al dia siguiente de un descalabro.>>

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Marqués, exclamó el general X., que hasta entónces habia callado mucho insiste V. en esa idea, lo cual me hace pensar si hablará V. por experiencia propia.. Usted fué muy calavera en su juventud.

-Nada más que lo puramente necesario...

-Y luego, de pronto, se convirtió V. en hombre de bien, cuando áun podia aspirar á nuevas glorias.

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-¡Ya lo creo! Todavía no contaba treinta años cuando me retiré del mundo y me casé con Eloisa.

Pues vamos á ver: compruebe V. su tésis, con-tándonos la derrota que precedió á su retirada.

-Sí, sí... ¡que la cuente!

-Con mucho gusto, señores. ¿A qué viejo no le agrada recordar sus campañas amorosas, áun aquellas en que fué poco afortunado? ¡Perfectísimamente me acuerdo del hecho que determinó mi abdicacion!

-¿Y fué, en efecto, un descalabro?

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¡Horrible! Providencial, por mejor decir! Porque os advierto que no me derrotó ningun hombre más favorecido que yo por la beldad de que se trataba; ni ménos me derrotó el desden de ésta ; ni tampoco me derroté yo mismo.

-¡ Bravo, Marqués! Esa última frase es digna de la córte de Luis XV.

-No: no quedó por mí de manera alguna, prosiguió el Marqués, mordiscando el cigarro. ¡Me derrotó la Providencia!

¡Veamos, veamos! ¡Basta ya de prólogo! Nuestro

interes no puede estar más excitado.

-Muchísimas gracias, señor Duque. Pues, señor, el caso fué el siguiente:

II.

- Empezaré por deciros que mi arrepentimiento, ó sea el descalabro que voy á contaros, no data, como suponeis, de la época de mi enlace con Eloisa.

¡Oh! ya comprendemos que sería anterior.

-Nada de eso: fué posterior. Yo me curé en falso al casarme; esto es, yo era todavía un calavera impenitente cuando conduje al altar á Eloisa; y si me casé con ella, fué por miedo de no encontrar más adelante otra mujer de sus virtudes á quien entregar el depósito de mi honor y destinar á madre de mis hijos. Pero áun podia decir: ¡Latet anguis in herba! ¡Aun no estaba arrepentido! ¡Aún no habia formado propósito de enmendarme! ¡Aun no habia pasado por la susodicha derrota! El Marqués chupeteó detenidamente el cigarro hasta reavivar su lumbre; dió un suspiro, y continuó:

- Llevaba yo ya tres años de casado con esa adorable Marquesa que todos conoceis, y á cuyo talento y bondad haceis cumplida justicia...

mosa.

¡Oh, la Marquesa es un ángel!

Pues añadid que entónces era tambien jóven y her

-Hermosa... ¡lo será siempre!

-Y jóven... ¡lo es todavía! añadió cierto pollo muy elegante.

¡Eso se figura ella! Pero aquí, entre nosotros, debo deciros que tiene cuarenta y cinco años. Á lo menos, yo le llevaba diez cuando la conocí, y tengo cincuenta y cuatro cumplidos. ¡Si me oyera! En fin... vuelvo á mi cuento.

Estaba yo en aquel tiempo (como sigo estándolo hoy) verdaderamente prendado de mi mujer; reconocia todas sus bellas cualidades ; considerábame feliz en haber ligado mi vida á la suya... El matrimonio tenía indudablemente sus ventajas... Pero...

Pero... V. habia sido calavera.

- Justamente. Yo habia sido calavera... Lo habia sido, y áun me quedaba en el corazon algo de aquella satánica codicia del bien ajeno que constituye el carácter de todos los conquistadores de pueblos y de mujeres.

-i Soberbio! ¡ Edificante! Está V. hablando como un ángel, señor Marqués.

Y era... prosiguió éste, contemplando de un modo melancólico la ceniza de su cigarro; era que yo no habia entrado en la virtud por las puertas del desencanto, de la humildad y de la penitencia: era que mi casamiento habia sido un triunfo, una fortuna, una conquista más... Era que Dios no me habia hecho caer del caballo como á San Pablo!

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-¡Sublime! Marqués, ¡ sublime!

-Parece que me explico, exclamó el relatante, riéndose, y derribando con el meñique la mencionada ceniza. ¡No me llamará V. hoy epicúreo, señor Duque!

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