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alusion á sus amigas, todo me reveló desde luego que me las habia con una persona decente. Así es que me apresuré á decirle :

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¡Ve lo que son las cosas! Desde que te llevo deľ brazo ya no me aburro...

¡Burro! exclamó un poeta.

-¿Cómo se entiende? gritó Rafael amostazado.

Así se llama la manteca de vacas en italiano, replicó el vate. Y como la estoy tomando en este momento, nada tiene de particular que la nombre.

- Yo miraré el Diccionario, repuso Rafael; y si por casualidad burro no significa manteca de vacas, me darás una satisfaccion.

¡Para mí la quisiera! Pero, en fin, procuraria que me la dieses á mí tú, y sería lo mismo.

Paz, caballeros, dijo otro. Y por tu parte, Rafael, procura ser indulgente, pues un hombre que ha cenado langosta, bien merece la rechifla de los simples mortales. Prosigue, y no temas que estos bandidos te saquen el marisco del estómago. Ya lo habrás corrompido con tu inmundo contacto, y no nos aprovecharia de nada. Continúa, digo, jóven opulento, y cuenta para todo con la punta de mi bota. Es la única arma que tengo por ahora, y esa se la debo todavía al zapatero.

Rafael reflexionó unos instantes, pero acabó por reirse, y prosiguió su tantas veces interrumpida historia, que ya corrió sin tropiezo alguno; pues los poetas comprendieron que la palabrilla italiana habia agotado la paciencia del narrador.

VII.

EL VALOR DEL DINERO.

Para no fatigaros, os diré que aquella mujer me infundió al cabo verdadero respeto por la delicadeza, la timidez y la exquisita educacion de que me dió repetidas muestras.

Básteos saber que me costó grandes esfuerzos conseguir que cenára conmigo, lo cual prueba que no era una de esas lagartas que van á los bailes en busca de un pagano.

La cosa medió así.

Empezaba á aclararse el salon, lleno ántes de una compacta muchedumbre, y yo le dije á mi desconocida :

¿No te parece que se van marchando muchas personas? Ya se pasea con más holgura...

- Es que á esta hora, me replicó, hay un descanso (de dos á tres), durante el cual acostumbran á cenar las gentes que no reparan en gastos.

-Pues ¿qué? ¿Están muy altos los precios del buffet

este año?

No sé. Yo no he cenado aún.

¿Quieres cenar conmigo?

No lo digo por eso...

-¡Ah, ya! Es que tienes que reunirte con tus amigas, y tal vez con algunos caballeros, para cenar todos juntos...

-No no tengo compromiso con nadie. Mis amigas

cenarán sin mí, con unos franceses que he visto á su lado haciéndoles la córte.

Pues entónces cena conmigo...

-¡Oh! no... es muy temprano todavía, dijo con una voz en que se revelaban la turbacion y la cortedad. Decididamente era una señora.

Pues esperemos, repuse. Aunque debo advertirte que voy teniendo hambre...

-Entónces..... no lo dejes por mí..... Vamos ahora

mismo.

Dijo con aquella dulzura de voz que tanto me enajenaba; y nos encaminamos al buffet.

A todo esto, no le habia visto la cara, y quedábame el escozor de si sería fea; aunque no era de suponer, pues los ojos, la boca, la frente, el cabello, todo lo que dejaba traslucir el antifaz resultaba de primer órden y brillante de juventud.

Por lo demas, hablábame en su voz despues de haberme confesado que no me conocia ni de vista, ni habia oido siquiera pronunciar mi nombre; todo lo cual me pasaba á mí tambien con ella. «Julia», me dijo que se Ilamaba, y que estaba casada ; pero que su marido la habia dejado por otra mujer, con quien vivia en la California hace cosa de un año.

Cuando Julia se quitó la careta para cenar, me quedé absorto ante su hermosura. Tendrá veinticinco á veintiseis años; es morena clara, de rostro ovalado, con un ligero bozo á guisa de patillas, con los ojos, las cejas y las pestañas de azabache.

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Repito que de azabache.

¡Dios te ayude!

¿Y por qué me ha de ayudar?

-¿Pues no has estornudado dos veces?

- No, hombre: es que he dicho que tenía los ojos, las cejas y las pestañas de azabache.

-Pues ¡qué quieres! á mí me pareció esa palabra un estornudo. Perdona, Rafael.

-Estás perdonado, y prosigo; pues veo que la historia os interesa.

-¡Y mucho!

— Julia cenó admirablemente, con gran apetito, como una mujer (perdonadme la jactancia) que está contenta de su compañía. Así es que pidió langosta (como ya he dicho), pavo trufado... perdices escabechadas... salmon... solomillo... pollos asados.

¡Por compasion! ¡Basta de mitología! ¡ Considera que nosotros estamos tomando la hiel y el vinagre de nuestra pobreza! ¡No nos hables de nuestro pasado!

- En fin, continuó Rafael con un ardor que ya se sobreponia á las interrupciones; con vinos y todo, veinticuatro duros de gasto!

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-¡ Veinticuatro duros! ¡Precisamente la distancia á que estoy yo de mi pueblo!

-¡ Precisamente lo que yo le debo al sastre!

¡ Precisamente la misma cantidad que yo hubiera gastado anoche en el buffet si la hubiera tenido !

-¡ Prosigue, Creso, prosigue. ¡ Húndenos el puñal hasta la guarnicion!

Rafael estaba resplandeciente de orgullo.

-Hablemos con formalidad, añadió. ¿Necesitais di

nero?

¡Tentador, aparta!

¡Corruptor, no sigas!...

¡Seductor, quítate de mi presencia!...

¿Necesitais dinero?

-Precisamente dinero... no. El dinero no se come, ni se bebe, ni se fuma. Pero, en fin, acaba tu historia, y luego verémos si tienes la cantidad que necesitamos. Cuánto necesitais?

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- Yo... diez y seis millones de onzas.

- Yo... tres reales para un cigarro puro de primera fuerza.

- Yo... dos cuartos para aquel pobre.

-¡ Idos al diablo! No se puede hablar con vosotros. Continúa.

VIII.

TODO UN CABALLERO.

Pues, señor, cenado que hubimos Julia y mi dichosísima persona, paseamos de nuevo por el salon.

Un poco ántes de terminar el baile me declaré á ella, diciéndole que la amaba; y ella me respondió con una ingenuidad encantadora: «que yo tambien le gustaba mucho.)

Preguntéle que si me permitia visitarla, y, como contestacion, me dió una tarjeta de su casa, calle de Preciados, 29, tercero, añadiendo en seguida:

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