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mulado de alcanzar una mayoría para sus fines, consiguieron, por medio del fiscal, que fuese desechada, como tambien que se impidiese una grande reunion que los descontentos habian proyectado con el objeto de protestar enérjicamente contra aquellos impedimentos, y aun de pedir con osada determinacion la instalacion de una verdadera junta.

En efecto, Miguel Infante decia públicamente que dicha instalacion se verificaria muy pronto, y su asercion se acreditaba tanto mas, cuanto ocupaba el puesto de procurador de la ciudad que acababa de dejar Argomedo. Con su entusiasmo patriótico, Infante no sabia hablar de otra cosa, no tenia mas conversacion que aquella, y cuando oia decir que algunos miembros del clero intrigaban en favor de la monarquía, no podia impedirse de mezclar en sus coloquios palabras insultantes para los que, en su opinion, debian su poder y el temor que inspiraban á la ignorancia y á la credulidad de un pueblo acostumbrado á dejarse engañar durante muchos siglos. Indirectamente, semejantes palabras eran dirijidas contra nuestra santa relijion, y no podian menos de sobresaltar al clero, que ya se sentia bastante desasosegado con las ideas impías de que hacia alarde la juventud. Este fué, sin duda, el motivo por el cual don José Santiago Rodriguez juzgó muy conveniente el tomar, como vicario capitular, la defensa de la relijion misma, en la persona de Fernando. Bien que fuese un acendrado realista, solo pensaba, en aquel instante, en los riesgos que corria el catolicismo en América, que se hallaba casi amenazado por un verdadero cisma, debido á las ideas desorganizadoras de la época, y su conciencia le dictaba que el

monarca solo podia detenerlo al borde del precipicio. Con este convencimiento, y con ayuda de algunas personas pias y timoratas como él, escribió á todos los curas de su diócesis una circular llena de exortaciones á la fidelidad y apego debidos á la monarquía, mandándoles, al mismo tiempo, que empleasen todo su poder para que cada uno hiciese firmar la suya por el sudelegado, y por el mayor número posible de habi tantes del campo, los cuales prestaban aun entera obediencia á los ministros del culto.

El cabildo, que tuvo noticia de dicha circular, y de la clausula especial contenida en ella, recomendando no cambiasen nunca, ni bajo pretesto alguno, de gobierno, no vió en ellas mas que un abuso del ministerio sacerdotal, y una invasion de la influencia relijiosa en el interes esclusivo de un partido político. Alarmados por la perspectiva de los resultados que podia tener aquel plan de resistencia, los cabildantes resolvieron pedir al gobernador su mediacion para oponerse á él, y nombraron, sin pérdida de un momento, cuatro diputados (1) para ir á citar ante la autoridad de aquel primer majistrado al imprudente sacerdote que les inspiraba aquellos temores.

Fué la diputacion á palacio, y Miguel Infante, como procurador de la ciudad, tomó la palabra y espuso los graves inconvenientes y riesgos que podrian surjir para la tranquilidad pública de permitir circulasen escritos que, para él, no podian tener mas objeto que el entregar el país á la princesa Carlota, como era fácil averiguarlo rejistrando la correspondencia y papeles del vicario.

(1) Los SS. Larrain, Perez, Errazuris é Infante.

Bien que estas palabras hubiesen sido dichas con modo respetuoso, Rodriguez respondió en términos que denotaban la irritacion que le habian causado, espresando con indignacion su estrañeza de verse acusado de conspiracion en favor de una princesa, ya, por decirlo así, considerada como estranjera á España; y, sobretodo, de que se quisiesen profanar con mano sacrílega escritos inviolables, por la santidad de su ministerio. Finalmente, apurado por lo odioso de aquellas suposiciones, y fiándose á su inocencia, pidió, él mismo, la ejecucion de aquel acto arbitrario, y el permiso de someter al juicio de la opinion pública algunas cartas que acababa de recibir, y en las cuales se veria si los habitantes de Rancagua, y de otras muchas partes, eran del mismo bando que el cabildo, siempre dispuesto, á lo que parecia (añadió él), á sacrificar el bien público á novedades tan quiméricas como fatales al mantenimiento universal de la fe.

Esta respuesta, tan enérjica como espresiva, y debida probablemente al estado de exasperacion en que se hallaban el clero y los realistas, dió buenas esperanzas á los señores de la Real Audiencia, que, justamente, deliberaban, á la sazon, sobre los términos en que debia ser reconocida la rejencia de Cádiz, ya reconocida, segun anunciaban los pliegos que acababan de llegar, por casi todas las provincias de España. El rejente opinaba que aquel reconocimiento debia de hacerse con funciones y regocijos públicos, tan propios á entusiasmar al pueblo, y el presidente, previo el parecer del fiscal, habia adoptado la misma opinion. Pero alarmado por ruidos inquietantes que el viento del cabildo le susurraba, no tardó en retractarse, ó, lo que es lo mismo,

quiso diferir hasta el dia 21 para recibir en su propia casa, y sin ninguna especie de aparato ceremonial, el juramento que los miembros del cabildo querian evitar á toda costa. No reflexionaba el presidente que, por el hecho de ceder tan fácilmente à las sujestiones de los partidos patriotas, mostraba un cáracter débil y versatil, que muy pronto le haria mudar de parecer dejándole caer en un sistema penoso de variaciones, de alternativas y de incertidumbre, segun se fiase en las apariencias de un interes lejítimo y posible de cada partido.

De esta retractacion se siguieron pretestos mas ó menos vanos, y, por la misma razon de la grande importancia de la discusion, la indecision del presidente se hizo mas difícil de vencer. Durante muchos dias, le fué imposible el fijarse en una idea racional. Tan pronto inclinaba á un lado, tan pronto á la parte opuesta, y, en medio de estas oscilaciones de su espíritu, las corporaciones eclesiástica, lejislativa y militar, reunidas en su casa el 23, le hicieron salir al son de cajas, y le llevaron, casi por fuerza, á la plaza mayor, en donde fué finalmente proclamado el supremo congreso de la rejencia de España. Si se ha de dar crédito á los ruidos que corrieron sobre aquel acto solenne, el presidente habia obedecido tan maquinalmente al impulso forzado que habia recibido, que su indecision habia sido la misma en todo el tránsito de su casa á la plaza.

Pero, lejos de dar fuerza y vigor á los realistas, aquel nuevo triunfo de la Real Audiencia no sirvió, al contrario, mas que á apresurar el momento de su caida, escitar á los patriotas á emplear todos los medios de salir avante, y á luchar para conseguirlo, puesto que no les quedaba mas recurso. Ademas, desde que la relijion se

habia hecho el elemento moral del partido contrario, la cuestion de la junta era mucho mas difícil de resolver, porque esta circunstancia einbarazaba tanto mas su política, cuanto los principios relijiosos, que servian de principal apoyo á la política opuesta, ejercian un poderoso influjo, y la forzaban á rebatir los argumentos, de difícil réplica, de que se servia el clero, sobretodo el regular, cuyos relijiosos predicaban en los púlpitos, no solo con apasionada desenvoltura, sino tambien con temeridad, contra el movimiento revolucionario. No contentos con inculcar á sus oyentes la fidelidad al monarca, como defensor de la relijion cristiana contra los peligros que la amenazaban, llenaban de espanto y terror su débil credulidad con odiosas calumnias contra sus enemigos, ó, como ellos los llamaban, contra los visionarios cuyas ideas turbulentas tendian necesariamente á sumerjir el país en un caos de ruinas, por medio de la anarquía y de la impiedad.

Al cabo, el Ayuntamiento, juzgando que aquellos sermones, demasiado frecuentes, eran no solo contrarios al buen órden sino tambien al verdadero espíritu de la Iglesia, pidió que el P. José María Romo, uno de los mas diestros y osados predicadores, compareciese ante el presidente para responder á los cargos que se le hiciesen. A la cabeza de la diputacion encargada de esta demanda se hallaba el procurador de la ciudad, qué era el mismo Miguel Infante, el cual desarrolló, en aquella ocasion, su carácter distintivo de rígido tribuno. Despues de algunas palabras de puro preámbulo con el presidente, Infante entró en materia, demostrando, con la gallarda elocuencia de que estaba adornado, los graves inconvenientes que habia en tolerar se

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