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don Anselmo de la Cruz y José María Rosas al sur. Este último llegó hácia el 10 de octubre á Concepcion, la víspera de la huida del intendente Alava, que se embarcó en el buque la Europa, á la sazon de partida para el Perú.

El recibimiento que le hicieron allí fué tan brillante como espresivo y prometia las mas cordiales simpatías con un gobierno que las autoridades civiles se apresuraron á reconocer, dos dias despues, y á proclamar con música y salvas de artillería (1).

El juramento de las tropas de Concepcion no se verificó hasta el dia 17, y lo prestaron bajo la direccion de don Tomas de Figueroa, teniente coronel graduado y comandante interino de batallon, el cual desempeñó su papel con el mas loable celo dando parte de aquella jura al nuevo gobierno, con espresiones de la mas acendrada adesion. Las demas tropas acantonadas en lo interior de la provincia prestaron juramento ante el comandante de la frontera, don Pedro Benavente (2).

En las demas provincias, el entusiasmo y las demostraciones de alegría no fueron menos ruidosos. Talca, Chillan, Valdivia y Quillota mostraron la mas sincera adesion. San Fernando se distinguió en funciones que, gracias al patriotismo de su sudelegado, don José María Vivar, se prolongaron desde el 29 de setiembre hasta el 1o de octubre. En la plaza, levantaron un gran anfiteatro rodeado de arcos de triunfo sobre los cuales se leian muchos versos en honra de Fernando VII, de Rosas, Carrera, Rosales y otros miembros de la junta (3).

(1) Archivos del gobierno.

(2) Idem.

(3) Idem.

En los Anjeles, los oficiales catequizados por O'Higgins se prestaron á aquél acto de obediencia espontáneamente todos, menos don José Antonio Salcedo, que no se sometió á él sin haber manifestado antes una grande repugnancia (1).

Los mismos indicios de oposicion se reprodujeron en algunas otras partes; pero, en jeneral, sin carácter ni eficacia. Solo presentaron cierta gravedad en la ciudad de la Serena, en donde el sudelegado y otras varias personas de la mayor distincion se tomaron la libertad de protestar contra la junta, rehusándole obediencia, y aun tambien jurando de no vivir jamas bajo otras leyes ni respetar otras autoridades que las de su desgraciado rey Fernando VII, cuyos fieles vasallos querian permanecer. Esta protesta, entregada al párroco de Santiago por el vicario capitular, pasó á manos de la suprema junta, que escribió enérjica y perentoriamente al enviado don Bernardo Solar, dándole órden para que inmediatamente exijiese, bajo su responsabilidad, el juramento del sudelegado y del cabildo. Fué el único punto del país en donde el nuevo gobierno se vió obligado á emplear su autoridad, y aun esto se redujo á la simple amenaza, pues al cabo de algunas contestaciones el cabildo obedeció, y el 8 de octubre se publicó por bando en áquella ciudad el acto de instalacion.

Despues de haber llenado este deber de interes y de conveniencia política, la junta escribió á las diferentes cortes de la América del Sur, remitiendo circulares, para su conocimiento, de cuanto habia sucedido en favor de la monarquía española. Escribió por el mismo tenor á Abascal, virey del Perú; á la princesa del Brasil, Car(1) Bernardo O'Higgins.

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lota Joaquina de Borbon; al embajador español en la misma corte, marques de Casa Irujo, y al de Inglaterra, lord Strangford. Despachó circulares en el mismo sentido á la junta de Cádiz y á la de Buenos-Aires, en donde fueron recibidas con el mayor entusiasmo, persuadidos sus miembros de que aquella hermana se aprestaba á entrar por los principios democráticos que muy luego habian de introducirse en todo el nuevo continente.

En este punto, es preciso confesar que la república de Buenos-Aires ha tenido grande influjo en la suerte de la de Chile, pues, bien que esta última se haya elevado por su misma inspiracion, casi espontáneamente y en razon de las circunstancias en que se hallaba, no se puede negar, sin embargo, que los patriotas de BuenosAires han contribuido con eficaz perseverancia á determinarla á obrar con arranque y decision. En efecto, vemos, desde el principio, á dichos patriotas seguir una correspondencia tirada con los pocos Chilenos iniciados en el secreto de la santa causa, persuadiéndoles, aconsejándoles, dándoles ánimos y aun enviándoles emisarios. Finalmente, vemos que escribieron directamente al presidente ofreciéndole socorros, en caso de un ataque del Perú (1), y aun le despacharon tambien un represen

(1) « La junta no duda que se atrevan, en Lima. á atentar contra la respetable persona de V. S., y para tal caso, si no bastasen los recursos de ese reino (que el despotismo antiguo habrá debilitado diestramente, podrá Buenos-Aires partir con él los abundantes auxilios que la poderosa nacion inglesa franquea con mano pródiga á los pueblos fieles del rey Fernando, que sostiene, etc. »

Oficio de la junta de Buenos-Aires al presidente de Chile, del 1 de setiembre 1810.

En otro oficio del 31 de octubre, aquella misma junta persuade á la de Chile se Fgue muy estrechamente con la Gran Bretaña como el mejor apoyo de nuestra causa), descubriendo así tristemente el fatal principio de alianza con grandes potencias, muchas veces injustas, casi siempre imperiosas y que han ocasionado frecuentemente anarquía durable, y siempre por causa del carácter inconsecuente é imprudente de los enviados.

tante, que salió de allí el 18 de setiembre, y, por consiguiente, el dia mismo del movimiento de Chile, que no podia saberse en Buenos-Aires, con órden de establecer relaciones de interes y de alianza con la junta, si sus previsiones se realizaban, y, en caso contrario, secretamente con el ayuntamiento, foco político de la suerte del país.

El encargado de esta importante mision fué Albarez Jonte, el cual la llenó con tanto tino como habilidad, y desde aquel momento se establecieron entre las dos partes relaciones íntimas y tiradas, con el objeto de fundar en bases sólidas las máximas politicas que habian de servirles de regla para proveer á los medios de defensa contra ataques esternos, prometiéndose recíprocamente union y prudencia en sus proyectos, union y perseverancia en sus acciones.

Al recorrer la correspondencia de aquella época, se ve con que esmero estas dos repúblicas procuraban prestarse mutuamente auxilio para asegurar la conquista de sus derechos y preparar todo cuanto podia ser principalmente útil á los intereses comunes de su patria. Pero lo que se nota de mas particular es que ya en aquella época se dejaba presentir la grande necesidad de un congreso jeneral de todas las repúblicas de la América meridional para formar en él una alianza firme y duradera.

Esta junta (dice un oficio de 26 de noviembre) conoce que la base de nuestra seguridad esterior, y aun interior, consiste esencialmente en la union de la América, y por lo mismo desea que, en consecuencia de los principios de V. E., proponga á los demas gobiernos (siquiera de la América del Sur) un plan de congreso para

establecer la defensa jeneral de todos sus puntos, y aun refrenar las arbitrariedades y ambiciosas disensiones que promuevan los mandatarios; y cuando algunas circunstancias, acaso, no hagan asequible este pensamiento en el dia, por lo menos lo tendrá V. E. presente para la primera oportunidad, que se divisa muy de cerca. »

Este pensamiento, debido al gran patriota don Juan de Rosas y sostenido hábilmente por don Juan Egaña, fué claramente esplicado en un diario que escribia el primero á la sazon, y que, por no haber imprenta, salia á luz manuscrito, con el título de Despertador americano, en el cual aparecia como idea primitiva del congreso de Panama (1).

Por la misma correspondencia se ve que lo que mas preocupaba á la junta era la necesidad de armarse contra tantos enemigos esternos, pues se aparentaba temer continuamente una invasion europea, y muchos la creian con tanta mas razon cuanto las cartas de España hacian una pintura espantosa del estado del país, que ya se hallaba, ó poco mas o menos, á la merced de su ambicioso conquistador. Es verdad que los oficios de la junta de Cádiz y los del embajador Casa Irujo tendian á persuadir lo contrario, ó, á lo menos, parecian predecir mejores dias y la próxima espulsion de los Franceses; pero como las malas nuevas causan siempre mucha mas impresion, estas habian obtenido de preferencia crédito en el vulgo, el cual daba por cierta la ruina total de España. Así, todos hablaban de ella sin rebozo y como

(1) Man. Tocornal, Memoria sobre el primer gobierno nacional, p. 128. No hemos oido nunca mencionar este diario manuscrito, bien que tengamos en nuestro poder algunos otros de la misma especie, aun despues de la introduccion de la imprenta en la Repúb ica, tales como el de Aconcagua, el Valdiviano federal, que, en el principio, salió manuscrito en Valdivia, y otros.

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